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Una mala película (Parte I)

*Imagen de MayanaBrowsky (Pixabay)

—¡Julen! —gritó desde el cuarto de baño—. ¿¡Quieres hacer el favor de coger el teléfono!? ¡Me estoy duchando!

El chico arrastró los pies invadido por la pereza de un día caluroso sin intención de mover su cuerpo más de lo necesario.

Paolo aún estaba secándose cuando salió a comprobar que su compañero de piso hubiera atendido la llamada. Al avanzar por el pasillo hasta la cocina, fue llamándolo en voz alta sin recibir respuesta.

Tirado en el sofá, Julen miraba la televisión ataviado únicamente con unos calzoncillos, razón por la que Paolo le increpó:

—Tío, ¿por qué no te pones un pantalón? ¿Crees que me gusta ver tu paquete todo marcado? Joder, qué asco. Y mira la mesa, ¡está llena de tus mierdas! Estoy harto de recoger la puta casa. ¿Me estás escuchando?

Julen asintió sin prestar atención —modo en que sobrellevaba las constantes reprimendas de su amigo— y subió ligeramente el volumen del televisor.

—Atenderías al menos la llamada, ¿no? ¿Quién era?

—Tu repre.

—¿Ángela? ¿En serio? Pero si lleva meses sin conseguirme un curro...

Como respuesta de su acompañante obtuvo un inexpresivo movimiento de hombros, más preocupado por el diálogo entre los personajes que ocupaban la pantalla que del hecho de poder obtener ingresos que ayudarían a disminuir la deuda del alquiler.

Paolo, sin duda el más responsable de los dos, telefoneó a Ángela y, tras los saludos de rigor, la mujer le transmitió el motivo de su llamada:

—El formato será muy sencillo —expuso con su característica voz nasal—, de hecho no creo que tome más de una tarde de rodaje.

—¿Cuánto pagan? —preguntó sin rodeos.

—¿A cuánto ha ascendido tu deuda con el casero?

Después de decir una cifra que para Paolo resultaba muy preocupante —hasta el punto de andar robándole el sueño durante las últimas semanas—, Ángela rio asegurando que no sólo se pondría al día con los pagos del piso, sino que además podría permitirse unas vacaciones.

—¿Te ríes de mí? No me creo que puedas conseguir tanta pasta por el trabajo de una sola tarde —respondió descreído—. Además, ¿desde cuándo te codeas con agencias de presupuestos tan altos? Te costó un triunfo conseguirme aquel musical del centro, ¿te acuerdas? Aquel donde hacíamos tres funciones diarias... Y ni por asomo cobrábamos semejante cantidad.

—En estos meses he conseguido contactos —declaró tranquila y algo ufana— y si te ofrezco esto es porque necesitaban a dos chicos de tu perfil y pensé que Julen y tú encajaríais perfectamente.

—¿Es que de verdad consideras que ese vago y yo compartimos perfil?

—Tú siempre tuviste mejor físico, pero en conjunto ambos correspondéis al prototipo de chicos rubios de ojos claros y no demasiado musculosos. Además tenéis tatuajes, que es otro de los requisitos.

—Está bien, pues mándame el guion cuanto antes y así vamos estudiando.

—Son sólo dos líneas. Casi todo es expresión corporal...

—Vale, pues cuéntame cómo es la escena y así nos preparamos los personajes.

Ángela titubeó levemente y cuando el chico preguntó si aún se encontraba al otro lado, creyendo que la agente había perdido cobertura, aclaró:

—Tengo que ser sincera contigo, Paolo. No es una típica escena.

—¿Hay que salir desnudo? Eso no es un problema. Somos actores, no sería la primera vez que lo hacemos.

—Desnudos y en una relación homosexual.

—¿Y qué? Por Dios, Ángela, no es para tanto.

La mujer se hallaba confusa, como si no entendiera el hecho de que Paolo restara importancia a cuanto charlaban.

—No sé si me estás entendiendo —agregó ella—. Es una relación homosexual, hay desnudos y sexo explícito.

Paolo reflexionó al respecto: «¿me está ofreciendo una película X? ¿Una escena porno con un tío?».

—Espera un momento —solicitó—. ¿Quieres que me acueste con mi amigo para grabarlo en vídeo y que un montón de adictos al sexo puedan vernos por Internet?

Ángela otorgó con su silencio brevemente perturbado por varios vehículos que circulaban cerca en ese momento. Segundos más tarde, añadió:

—Perdona, Paolo. No debí ofrecértelo siquiera. No sé en qué estaba pensando.

—Joder, Ángela. ¿Después de tanto tiempo eres capaz de llamarme para hacer una película porno? ¿Se te ha ido la cabeza?

Julen, que había salido de su ensimismamiento en cuanto oyó la palabra «sexo», se aproximó interesado en conocer los detalles de la conversación. Adelantándose a la negativa de su amigo, expresó:

—Disculpa, Ángela, ahora te vuelve a llamar. —Después de colgar y asegurarse de que la llamada se hubiera cortado debidamente, dijo molesto—: ¿Rechazas trabajo tal y como estamos?

—Julen, ¿sabes acaso lo que me estaba ofreciendo?

—No, pero sí alcancé a oír la cifra que están dispuestos a pagar.

—Para lo que te interesa eres un lince, ¿eh?

—Paolo, ¿qué problema tienes? ¿Temes que te guste? —soltó esbozando una sonrisa.

—¡Cállate, imbécil! —gritó enfadado—. Lo que me faltaba era andar haciendo películas para gays.

—Pues menudo actor de mierda eres —respondió airado—. Si tanto asco te dan los de mi clase no sé qué coño haces viviendo conmigo.

—¿Es que ser tu compañero de piso implica que compartamos fluidos?

—No, pero no te vas a volver gay por rodar una escena conmigo. Eso no se pega como un virus, gilipollas.

—¡Quieren que rodemos una escena porno! ¿¡Es que soy el único que lo encuentra un disparate!?

—Sólo te digo que nos hace falta el dinero.

—¿Y si nos ve algún conocido? ¿Y si un día alcanzamos la fama y encuentran esa cinta?

—Diremos que no hay dignidad cuando se trata de sobrevivir. A mí no me preocupa en absoluto ese supuesto.

Los dos se miraron y comprendieron que su situación era demasiado crítica como para andarse con remilgos. Tras llamar a Ángela y aceptar a regañadientes la oferta, Paolo se dirigió hasta su cuarto con la intención de dormir, aunque no logró pegar ojo en toda la noche. A lo largo de la madrugada se preguntó a sí mismo si sería capaz de aguantar el contacto físico con otro hombre. Un par de años atrás tuvo que besar en los labios a un chico para un anuncio y, aunque su profesionalidad no se veía definida por ese tipo de asuntos, en el fondo se sintió asqueado. Las circunstancias actuales eran bien distintas, pues, al fin y al cabo, no era lo mismo un beso que una relación sexual completa con el agravante de que no sería un extraño su compañero de escena, sino su mejor amigo.

Pesadilla tras pesadilla, fue despertando a lo largo de la madrugada con intermitentes procesos de angustia que derivaron en un cansancio atroz. Harto de estar en la cama sin lograr su objetivo de dormir, se levantó dispuesto a hacerse un buen desayuno, pero entonces abrió la nevera y se topó con una realidad decepcionante. Apenas quedaba comida, tan sólo dos yogures y un par de huevos que tendría que compartir con su compañero si no querían ir en ayunas al rodaje: «genial, tu día mejora por momentos», se dijo.

Al contrario que Paolo, Julen durmió tranquilo. Era consciente de que su amigo estaría pasando la peor noche de su vida, y de algún modo le resultaba gracioso. Años de convivencia y de haber formado parte de los mismos elencos le había demostrado que, pese a su bondad, Paolo era reacio a los contactos con otros hombres. Se jactaba de cada conquista femenina, por lo que esta situación se le antojaba cómica incluso comprendiendo que acabaría degradando su amistad.

Sin apenas dirigirse la palabra, ambos acudieron al lugar en que Ángela los citó. Por primera vez llegaban puntuales a una cita. Tan extraño fue el acontecimiento, que la representante sintió que se hallaba ante un milagro divino. Tras enseñarles el set de grabación y de entregarles el vestuario, señaló una puerta donde, aparte de cambiarse, podrían repasar sus líneas.

El habitáculo, mucho mayor de lo que esperaban, ofrecía una estética agradable y cómoda. La compañía para la que iban a trabajar rodaba bajo encargo, es decir, que alguien, probablemente un personaje adinerado, solicitaba un vídeo con unas características muy particulares a cambio de soltar una buena suma por el producto. «Nosotros somos ese producto», pensó Paolo mientras reposaba sobre un sillón mullido.

Julen no perdió el tiempo. Tomó las prendas —un pantalón blanco y una camiseta azul a rayas— y se vistió sin pudor frente a su amigo.

—¿Te vas a poner eso sin calzoncillos? —espetó Paolo.

—Es lo que me han dado —respondió dándole la espalda.

El chico gozaba de buen aspecto. Tenía una piel saludable, lozana y agradable a la vista. Lo había visto muchas veces desnudo, más de las que hubiera deseado, pero en esta ocasión Paolo se detuvo a observar su trasero desde otra perspectiva. Los glúteos se alzaban firmes, atrayentes contornos dispuestos a ser palmeados. Ver cómo se daba la vuelta y observar su pene a través del fino pantalón no le dio tanto asco como esperaba. Julen era un chico bien parecido, con bonitos ojos grises y labios delineados.

—¿Desde cuándo te depilas? —preguntó rompiendo el silencio.

—A veces lo hago. Bueno, cuando quedo con algún tío, en realidad. Me he puesto guapo para ti —rio cual niño tocanarices.

—No tiene gracia, Julen.

—¿Qué te preocupa? ¿Que te guste?

—No creo que me guste ni en un millón de años. ¿Te queda claro?

—Bueno, entonces piensas que va a dolerte.

Paolo se detuvo un instante a pensar en lo que acababa de decir el chico, y entonces agregó:

—No creerás que voy a ser el pasivo, ¿verdad? Porque vas listo si esperas que yo permita que me hagas tal cosa.

—Quizá el guion lo exija, colega.

Al comprobar que al menos en ese sentido la suerte estaba de su lado, sintió alivio y cierto consuelo.

Tras repasar sus líneas, tan escasas como el atuendo de Paolo —que constaba únicamente de una toalla—, fueron llamados al plató.

La escena se desarrollaba en un spa, aunque previamente los dos personajes debían coincidir en el vestuario donde Paolo sería el encargado de mirar con deseo al joven tímido que visitaba el lugar por primera vez. La cámara hizo un recorrido por el pantalón de Julen, deteniéndose a la altura de su pubis mientras él y su compañero se dedicaban miradas como los desconocidos que fingían ser.

—Disculpa —debía decir— ¿es obligatorio usar bañador?

Despojándose de su toalla, Paolo respondió:

—No lo sé. A mí me gusta bañarme desnudo...

Julen reparó en la desnudez de su amigo, a quien nunca había visto en semejantes condiciones. Le gustó verlo así, de hecho sintió excitación adelantándose a lo que ambos tendrían que hacer en breve. Alguna vez había fantaseado con la idea de tener sexo con un heterosexual convencido, uno que jamás hubiese experimentado con otro hombre. A Julen se le antojaba un episodio de victoria, como si hubiera alcanzado un objetivo que a priori se mostraba lejano y muy improbable. Sintiéndose todo un vencedor, procedió a realizar su tarea desde el deleite sabiendo que en realidad todo se trataba de un juego.

Se aproximó a su compañero y, besándolo con vehemencia, acarició su pecho para luego deslizar sus manos hasta las caderas. Estaban muy pegados, tanto que acabaron moviéndose inconscientemente mientras ambos percibían la erección del otro.

—Bien chicos —indicó el director—. Rodamos un par de tomas más aquí, y luego nos desplazamos a la bañera de hidromasaje. Ahora, Paolo, tú le arrancas la camiseta, lames uno de sus pezones, éste —dijo señalando el derecho—, que es el que mejor se verá en el plano, y luego le bajas el pantalón y le acaricias.

—¿Que le acaricie? ¿Te refieres a...? —comentó algo alterado.

—Al paquete, colega. ¿A qué si no?

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