Una cena de empresa memorable (Parte I)
El siguiente relato es producto de una colaboración con mi compi JEGCab
¡Ha sido genial poder trabajar contigo!
¡Espero que les guste, guapérrimos!
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¡Ay Dios! ¿Por qué diablos no consigo recordar qué pasó anoche?
Para poneros en situación, os diré que ayer se celebró la fiesta de Navidad de la empresa, y claro, entre que mi jefe me tiene harto, que mi suegra está en casa y que llevo dos meses castigado sin sexo —esa es una larga historia—, necesitaba evadirme.
La cosa no sería tan grave si no hubiera amanecido en este lamentable estado.
Al parecer, la idea de volver a la oficina tras la cena nos pareció de lo más acertada —como pasamos pocas horas aquí...—, y bueno, la gran noticia es que me he despertado sobre el escritorio de Fabián, el responsable de publicidad y mi pareja en las partiditas de mus que organizamos unos pocos amigos durante los fines de semana. Tengo los pantalones a la altura de los tobillos y, por si fuera poco, un dolor de cabeza olímpico.
Bajé de la mesa con la intención de cubrir mis diminutas vergüenzas y alcancé a ver unas preciosas bragas de encaje rojo.
¿Qué demonios ha pasado? ¿Sexo? ¿Soy tan desgraciado que he tenido sexo y ni siquiera puedo recordarlo?
Intento hacer memoria, pero sólo puedo rescatar el triste momento en que me anudé la corbata en la cabeza. Guadiana y Berta se reían, pero haciendo honor a la verdad la tontería no tenía tanta gracia. Supongo que acabé viniéndome arriba y echando toda la carne en el asador. Es lo que tiene que, para variar, una mujer me haga caso.
Son tan guapas... Guadiana es la chica de contabilidad. Rubia, de grandes ojos verdes y una maravillosa sonrisa que hace más soportable enfrentarme a cada jornada. Berta, una mulata de pechos totalmente ingrávidos, se encarga de la mensajería. Pasa menos tiempo en la oficina, pero verla es, sin duda, todo un espectáculo de la naturaleza.
Las dos forman parte de mis fantasías más oscuras desde que me dieron el puesto, así que el hecho de que sean las únicas mujeres de la empresa convierte la noche de ayer en la más interesante de toda mi existencia.
Por favor, Rodrigo, trata de recordarlo... Bueno, seamos realistas, la posibilidad de haber hecho un trío es, de lejos, menos probable que haber sido abducido por una raza de alienígenas con cráneos cónicos. Así que la única opción disponible es que me lo haya montado con una de las compañeras... ¡Esto se pone interesante!
Guadiana siempre me ha parecido una belleza. Imaginármela de rodillas mientras con esa boquita de piñón conquista mi entrepierna, resulta de lo más excitante. Y respecto a Berta, la muchacha de piel tersa como un tambor, sólo puedo decir que ojalá me hubiera cabalgado como una jinete salvaje, completamente desnuda y jadeando cual fiera indomable.
Por como tengo el cuello y el pecho, la noche debió ser movidita. Infinidad de chupetones y marcas de mordiscos me obligarán temporalmente a no pasearme sin camiseta por casa, no vaya a ser que "la palomita" me pida el divorcio, o peor, que su madre le recomiende matarme.
¿Qué hago con las bragas? Llevarlas a casa, aparte de poco práctico, sería un suicidio. Por ahora, creo que lo mejor será guardarlas en el cajón de mi escritorio.
Sin embargo, cuando me dispongo a guardarlas, encuentro una nota escrita a lápiz y cuidadosamente colocada al lado del retrato de mi mujer: «Cuando puedas devuélveme las bragas, que no las encuentro, golfo.»
Vaya. Debe ser la resaca, pero juro que leer ese «golfo» me ha puesto la libido por las nubes.
Necesito descubrir quién es la dueña legítima de esta prenda. Cuanto antes.
Pero, mientras tanto... Dios, la cercanía de esa prenda cada vez está despertando más mi lascivia, tanto que entre tecla y tecla de mi ordenador mi mente se evade de la ristra de facturas que contabilizar... ¿Quién puede pensar en albaranes o pedidos de mercancía cuando la textura de esa ropa íntima está traspasando ese cajón de mi escritorio? A media mañana ya no puedo soportarlo más, justo después de la pausa del café agarro el periódico que nos traen cada mañana a la oficina y me escapo al cuarto de baño. No tengo ningún interés en leerme las noticias, no me interesan absolutamente nada. Solo necesito camuflar esas bragas para alejarlas de las miradas recelosas de mis compañeros, todavía expectantes a que Fabián y yo les expliquemos dónde nos escabullirnos la noche de la cena con aquel par de lobas. Si ellos supieran... Me congratula imaginarlos con esas miradas envidiosas mientras yo trato de recuperar en mi mente imágenes de aquella noche inolvidable.
Sentado en aquel urinario, con los pantalones nuevamente a la altura de los tobillos, mis ojos recorren ávidamente la suavidad de esa tela. Casi puedo notar el aroma de Guadiana al mismo tiempo que la acerco a mis fosas nasales. Mi palanca de cambios salta de marcha caprichosamente mientras mi mano derecha intenta retenerla en la posición adecuada... A fin de cuentas, no me conviene un exceso de velocidad en estos momentos. Hoy sí que tengo que ser capaz de registrar estos momentos en mi cerebro.
Ya tuve bastante amnesia la otra noche. Solo puedo recordar ligeramente las botellas de vodka y tequila encima del escritorio de Fabián. Ojalá solo hubiera sido eso... Creo que fue Berta la que apareció con aquella botella de Jagger que escondía el jefe en su armario —por cierto, tengo que preguntarle seriamente cómo conocía la existencia de esa botella— y tuvo la idea de jugar a "verdad o chupito"... Guadiana estaba muy interesada en conocer mis conocimientos de "Kamasutra" y las diferentes posiciones que era capaz de experimentar, mientras los ojos expectantes de Berta me observaban divertidos al mismo tiempo que rellenaban mi vaso de chupito. Lo cierto es que nunca he soportado muy bien la bebida, y el Jagger es un líquido inventado por el mismo diablo. Mi mirada cada vez se cerraba más a cada chupito que descendía por mi garganta... Y hablando de bocas, eso es algo de lo poco que sí puedo recordar de aquella noche... No sé en qué momento, pero conseguí entreabrir un poco los ojos y puedo recordar el perfil de esa cabeza ascendiendo y descendiendo sobre mi entrepierna... Mmm... mientras aspiro un poco más el perfume de esa pieza de lencería la imagen consigue perfilarse un poco más en mis recuerdos. Puedo sentir el tacto de esas manos acariciando mi tórax... Esa húmeda lengua rozando puntos sensibles de mi miembro viril que jamás pensé que existieran... Ese cálido aliento envolver mi palo de carne rosado mientras mi líquido blanco asciende imparablemente... ¡Espera! Esto último no me lo estaba imaginando. Tengo que encontrar a la propietaria de esta prenda sin falta.
Ojalá pudiera reconocer si la cabeza que se movía a la altura de mis caderas con el propósito de dejarme sin aliento era rubia o morena, aun así, algo me dice que debo decantarme por Guadiana. Hará cosa de un mes estuvo contándome que fue de vacaciones al pueblo de sus padres, un lugar con costa que habitualmente no tiene muchos visitantes. Dijo que, aunque es muy vergonzosa, la playa le pedía a gritos que se bañara desnuda. Yo tuve que hacer un esfuerzo en ocultar una inoportuna erección, y me da que se dio cuenta, porque no dejaba de acariciarme el hombro mientras hablaba. Reía con esa picardía que la hace irresistible, enarcando los labios con ese dibujo que me pone tanto, como de diablillo con ganas de fiesta. Tiene que ser ella. Está decidido, hoy la invito a tomar un café al salir del curro.
Vale, es la hora. Algunos compañeros recogen sus bártulos mientras se desean buena tarde. Guadiana anda agachada, buscando un par de lápices que se le han caído al suelo, con ese culito respingón en pompa, bien apretado tras el vaquero, haciéndome babear... Estoy seguro de que uno de esos lápices fue el que usó para dejarme la nota. Venga, Rodrigo, tú puedes. Díselo. ¡Díselo!
—Guadi, ¿quieres que te ayude?
—No, tranquilo, Rodri, ya está.
Rodri. Ha dicho Rodri. Un diminutivo así sólo se usa cuando se tiene confianza con alguien. Supongo que una felación une mucho, ¿no?
—¿Ti-tienes planes ahora? —pregunto odiándome por tartamudear tan oportunamente.
—Tenía previsto ir al súper antes de volver a casa... ¿Por qué lo dices?
—Nada, sólo era por tomar un café juntos. Otro día entonces.
—¡Me apetece! Además, aún quedan unas horas hasta que cierre. Me da tiempo.
Ha guiñado el ojo con tanta ternura que creo que me voy a desmayar. En fin, ¡parece que hemos dado en el clavo! Hoy mismo repetiremos, y esta vez, el banquete me lo daré yo.
Acudimos a una cafetería que hay cerca de la ofi, un lugar con motivos victorianos que se me antoja ligeramente pomposo para una primera cita, pero bueno, tampoco podemos pretender la perfección con un plan improvisado.
Está tan guapa con el pelo suelto... Las ondas rubias, casi blanquecinas, se mueven cada vez que se pasa las manos para sacudirlas con suavidad, como si el cabello le molestara en ese estado, libre y sedoso, al margen de la terrible disciplina de siempre llevarlo atado en el trabajo.
—¿Te molesta la melena? —cuestiono en un intento de ser amable.
—Un poco. Esta mañana se me hacía tarde y me he dejado el coletero en casa. Estoy tan despistada últimamente... No dejo de perder cosas.
Ay, princesa, si yo te dijera qué te dejaste olvidado en la pernera de mis pantalones...
—Yo soy igual. Mi mujer dice que se casó con un desastre. A veces no recuerdo dónde he dejado el móvil, la cartera, las llaves, los pantalones...
—¿En serio? —se echa a reír—. Rodri, una cosa es olvidarte las llaves y otra no saber dónde andan tus pantalones. ¿Qué clase de pendón olvida una prenda como esa?
—Bueno, algunas cuando beben son más descuidadas de lo que creen.
—Dios, menudo pedal pillamos, ¿eh? No sé cómo pude levantarme, te lo digo en serio. Andrea me tuvo que despertar porque la alarma sonó y ni me enteré.
—¿Andrea?
—Sí, mi mujer.
—¿Estás casada?
¡Y con una tía, nada menos! Aunque pensándolo mejor, yo también lo estoy y eso no ha impedido que me la tire en plena oficina...
—Sí, llevamos seis años juntas. Pensaba que acabaría soltera de por vida, la verdad, pero mira tú por donde, vas a una boda y terminas conociendo a la que será tu mujer. ¿No te parece curioso?
Bueno, por cómo me la comía anoche no creo que sea únicamente lesbiana. Vamos a quedar bien esbozando una sonrisa.
—Anoche estabas on fire, ¿eh? —me dice juguetona—. Tan desinhibido, bailando, contando los mejores chistes del mundo, escenificando las posturas más raras del Kamasutra sobre la mesa...
Ha puesto su mano en mi muslo. ¿Debo preguntarle por las bragas o paso directamente a la acción?
—Guadi, ¿recuerdas algo de lo que pasó anoche? —pregunto.
—Sí, claro. ¿Tú no, borrachín?
Me lanzo. Vaya si me lanzo. Sujeto su cara con las dos manos y le planto un beso imponente, de esos húmedos y cargados de intención. Ella no se aparta, lo cual viene a zanjar cualquier duda respecto a la procedencia de la lencería roja.
Al terminar de besarla —con mordisco en el labio incluido—, me mira con sorpresa, descolocada del todo. Su cara es un auténtico poema. No sé si porque no me creía capaz de algo parecido sin necesidad de beber o si en realidad está en shock porque su compañero gordo y calvo acaba de comerle la boca en público.
—Rodri, ¿qué haces? —suelta atónita.
—Vamos, Guadiana. ¿No gozaste anoche? Puedo compensarte... No se lo diremos a nuestras respectivas esposas, tranquila.
Sigue en shock, así que añado:
—Si te arrepientes de haberme bajado los pantalones, no pasa nada. Sólo dilo. Pero vamos, de lesbiana no tienes nada, guapa.
—Que yo ¿qué?
—Al menos a mi amigo no le hiciste ascos —digo señalándome la bragueta.
—Puaj, no, ¡ni hablar! ¡Jamás se la chuparía a un tío!
—Estoy un poco confuso —saco el móvil y le enseño la foto de las famosas bragas—. ¿Puedes decirme si son tuyas?
Al final, después de explicarle la situación, porque continuaba mirándome como si estuviera loco de remate, reacciona a carcajadas:
—Por Dios, no. ¡Qué horterada! ¿En serio te has tirado a una tía y no sabes de quién se trata?
Sus risas inundan el local. Varias personas andan mirándonos debido a su escandalosa forma de reír.
—Ya vale —digo intentando no gritarle que es una maleducada.
—Perdona, Rodri. En serio, no era mi intención reírme de ti, pero es que... —detiene su discurso unos segundos y, como si se le hubiera encendido una bombilla en el cerebro, agrega—: Ay Dios, ¡no me digas que es Berta!
—Pues la verdad es que ya no sé qué pensar.
—Aparte de mí, es la única de la ofi que podría usar unas bragas. Y si yo no soy la dueña, por descarte sólo queda ella.
Lo bueno del asunto es que Guadiana ha prometido no contar nada a nadie, y el evento del beso furtivo ya anda enterrado. Muerto y enterrado.
Después de semejante vergüenza, y un chasco añadido al saber que la preciosa rubia cuya imagen he usado cientos de veces para aliviarme en secreto es lesbiana, he decidido irme a casa y descansar un poco.
Tras un recibimiento agrio por parte de mi suegra y de comprobar que mi mujer va camino de ser igual de adusta que su madre, me doy una ducha y me acuesto a dormir.
Pero mi mente no está dispuesta a olvidar el suceso de la oficina, de modo que ahora, en pleno sueño que debería ser reparador y no un modo de mancharme los pantalones del pijama, rescato la imagen de Berta desnudándose frente a mí. Sus preciosos senos me piden que los lama con devoción, así que no tardo en hacerlo mientras ella gime complacida, pidiéndome más y diciendo que le gusto desde hace mucho tiempo. Le doy la vuelta y le quito las dichosas bragas rojas, masajeando sus nalgas y luego pasando la lengua entre ellas. Eso consigue excitarla a niveles extremos, de hecho, completamente fuera de sí, me dirige hasta el escritorio y me baja los pantalones con furia, ansiosa y deseando saborearme. Y cuando lo hace, con esos labios gruesos y húmedos, tan divinos y suaves, me despierta la jodida alarma del móvil.
Ya es hora de volver al trabajo. Maldita sea, ni soñar tranquilo puede uno.
Bueno, con suerte podré verla y averiguar si, aparte de recordar lo sucedido, no se arrepiente de ello y quiere repetir.
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