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Un viaje para Leticia (Parte II)

Leticia estaba algo decepcionada. No consideraba que Matías tuviera que excusarse, al fin y al cabo, ella no rechazó sus besos ni dijo que no en ningún momento. Se acababa de dar cuenta de que su relación con Leo estaba herida de muerte, mas, negándose a asumirlo, telefoneó a su novio:

—Hola. Sí, estos son. Gracias —respondió él mientras alguien parecía dejarle unos papeles sobre la mesa—. Dime, nena.

—¿Estás muy ocupado?

—Bueno, no más que de costumbre. ¿Sucede algo?

Era el momento de hablar, sin embargo, Leticia creyó más interesante apelar a su instinto sexual no satisfecho:

—¿Sabes que llevas meses sin hacerme cochinadas?

—¿Meses? No seas exagerada, anda.

—Sí, meses. Apunto todo en una agenda.

—¿Hasta las veces que nos acostamos?

—Sí. —Después de gemir levemente, agregó—: ¿Te acuerdas de cuando nos toqueteábamos en línea?

—Tenía más tiempo libre por aquel entonces —rio mirando sus papeles.

—¿Qué ha sido de ese compañero tuyo que me vio en pelotas? ¿Tomás, se llamaba?

—Haciendo fotocopias todo el día. Así lo tengo más controlado. Mi vida, no es que quiera cortarte, pero tengo mucho trabajo pendiente. Hablamos luego cuando llegue a casa, ¿vale?

Con el orgullo lastimado, Leticia asumió que ya no era una prioridad en la vida de Leo. En otro momento se hubiera sentido una mimada egocéntrica incapaz de comprender a su pareja, pero ahora sólo podía verse como una víctima y, quizá bajo la creencia de que aquello estaba tocado y hundido, marcó el número de Matías.

—¿Dígame?

Estuvo tentada de colgar, pero entonces visualizó a Leo inmerso en sus papeles y la rabia la condujo a seguir la conversación:

—¿Matías?

—Hola, Leticia. No esperaba tu llamada. ¿Te ha llegado mi regalo?

—Sí, gracias por las flores. No tenías que haberte molestado.

—Ninguna molestia. ¿Te gustaron?

—Son preciosas, la verdad. Aparte de agradecerte el detalle quería decirte que no hay nada que disculpar.

—Me alivia mucho escuchar eso.

—Bueno, Matías. Seguramente estarás ocupado. No te robo más tiempo.

—Nada me apetece más ahora mismo que escucharte.

Ella se ruborizó. Agradecía que alguien le prestase la atención que tanto precisaba últimamente, de modo que, sonriente, continuó la agradable charla:

—Eres un encanto, Matías.

—¿Estás trabajando?

—Sí. Todos andamos ultimando algunos detalles de la fiesta que hay esta noche.

—Es estresante organizar eventos, ¿verdad? Uno nunca se plantea que detrás de una fiesta hay todo un entramado profesional. Debe gustarte mucho tu trabajo, ¿me equivoco?

—La verdad es que no mucho. De todos modos, últimamente no me entusiasman demasiadas cosas.

—¡Pero si estás en la flor de la vida! Madre mía, si yo tuviera tu edad iría a comerme el mundo.

—¿Ah, sí? ¿Qué harías?

—Pues llevo meses queriendo unas vacaciones, pero mi mujer dice que está cansada de tanto viaje. De hecho, lleva como seis semanas con la niña con la excusa de ayudarla ahora que está en exámenes, aunque sospecho que es para perderme de vista —rio.

—¿La niña?

—Bueno, ya tiene 22 años, pero sigo llamándola "la niña" —rio.

—Entiendo. Supongo que los padres siempre ven a sus hijas como niñas. El mío es igual conmigo. —Hizo una leve pausa y agregó—: Así que tu mujer está cansada de viajar... Eso es que habéis visto mucho mundo, ¿no?

—El mundo no es suficiente —declaró—. Está cansada de muchas cosas, supongo.

Mantuvieron un silencio breve, pero explícito. Después de escuchar cómo Matías exhalaba el aire lentamente, susurró:

—Me encantaron tus besos.

—Te hubiera devorado entera.

Echó un vistazo alrededor y tras comprobar que no había nadie cerca, dijo:

—No te haces una idea de las cosas que imaginé al llegar a casa.

—¿Y a qué esperas? Necesito saberlas.

Leticia contó con pelos y señales su fantasía de la noche anterior, no obvió detalle alguno. Escuchar a su interlocutor excitándose por segundos, fue lo más ardiente que había experimentado en mucho tiempo, por lo que, fuera de sí y entre jadeos, solicitó:

—¿Acabaremos alguna vez lo que empezamos?

—Dime dónde estás e iré inmediatamente. Ardo por ti.

Ella rio ante su total disposición, pero después de tocarse un poco por encima de la ropa, recobró la compostura y acabó pidiéndole que parasen:

—Estoy en mi trabajo, Matías.

—Lo comprendo. —Sentado frente al ordenador, contemplaba la grabación que obtuvo el día que la chica jugueteaba con su novio en horas de trabajo. Atendió con deseo a cada movimiento de sus caderas mientras ella estimulaba sus pezones y se mordía los labios. Limitando sus ganas de masturbarse, cerró el archivo y continuó la charla—: Tranquila, reina. Ya nos veremos cuando quieras, no hay prisa.

—Te ofrecería cenar hoy, pero tengo el evento del que te hablaba antes.

—¿Dónde, princesa?

La chica dijo el sitio sin saber que Matías acabaría apareciendo por allí más hambriento que nunca.

Todo estaba listo para empezar. El cóctel, amenizado por un quinteto de Jazz que aguardaba sobre el escenario a que se oficializara la apertura, presentaba una estética tipo años 20, idea que ofreció Leticia a su jefa y que entusiasmó al resto del personal.

Guirnaldas y globos plateados decoraban el local cuyos camareros, ataviados con atuendos típicos de la época, repartían en bandejas canapés y copas a los asistentes. En pocos minutos, el local lucía concurrido y vibrante. Estaba orgullosa de su trabajo y, permitiéndose un descanso, se tomó una cerveza. Algunos de sus compañeros charlaban con los invitados, pasándolo bien de verdad, no fingiendo como acostumbraban en otras ocasiones.

Apoyada en una columna, miró a varios de los presentes que se abrazaban a sus parejas, tan felices como Leo y ella fueron una vez. Ni siquiera fue capaz de enviarle un mensaje para saber dónde estaba a esas horas. «Seguramente se habrá quedado dormido en el sofá para culparte a ti de nuevo de su contractura en el cuello» musitó.

«Sed de ti me acosa en las noches hambrientas.

Trémula mano roja que hasta su vida se alza.

Ebria de sed, loca sed, sed de selva en sequía.

Sed de metal ardiendo, sed de raíces ávidas...

Por eso eres la sed y lo que ha de saciarla.»

No esperaba encontrarse a Matías allí y mucho menos que apareciera susurrándole al oído un poema de Neruda. Lo encontró más atractivo que nunca, entre las notas de "Sing, sing, sing" de Benny Goodman y, sin medir su deseo, lo llevó consigo hasta el almacén donde se guardaban bebidas y otros útiles del bar.

Desesperado, abrió su vestido con ansiedad, quería verla desnuda de inmediato, sin preámbulos ni permisos. Ella le facilitó la tarea, acercando sus manos a las partes de su cuerpo que habían quedado al descubierto y, como si le fuera la vida en ello, le pidió:

—¡Chúpame toda!

No tardó en complacerla. Llevaba meses deseando saborearla y, aunque se sentía sucio al haberla observado sin su consentimiento, celebró estar pasando la lengua por cada uno de sus recovecos.

Extasiada, Leticia gimió sin medir sus gritos, fundamentalmente porque la música en el exterior era el camuflaje perfecto, la ventaja que le permitía abandonar la realidad aquel instante, viendo como aquel hombre la devoraba con ansiedad. Después de unos minutos, Matías le dio la vuelta, recreando la fantasía compartida por ella horas atrás mientras hablaban por teléfono.

—Abre las piernas un poco. Ábrelas para mí.

Ella obedeció y entonces, percibió el afán de su boca entre las nalgas, deleitándose con cada giro, gemido y la humedad que compartían. Matías no podía soportarlo más, así que, permitiendo a su versión más impaciente tomar las riendas, se bajó los pantalones y dejó que la fricción y la humedad hicieran el resto.

—¿Te gusta? —preguntó él gimiendo.

—Mucho mejor que en mi fantasía —respondió con la respiración acelerada.

Y así, entre gemidos y comentarios que pasaban de «me gustas mucho» a «daría todo lo que tengo por seguir dentro de ti», acabaron derritiéndose entre embestidas salvajes y empapados en un sudor impertinente.

—Necesitaba esto —expresó Leticia exhausta.

—¿Quieres más?

Que Matías estuviera dispuesto a repetir, se le antojó como ese postre al que se le hace hueco pese a haber acabado una comida copiosa. En ese momento supo que lo suyo con Leo debía acabar, así que, ni corta ni perezosa, preguntó:

—¿Tú quieres a tu mujer?

Él se quedó callado unos segundos, como si quisiera comprender por qué escogía un instante como aquel para realizar tal pregunta. Sin embargo, se propuso ser completamente honesto con la chica de sus delirios:

—La quiero. Las cosas han cambiado, pero después de tantos años es complicado no seguir queriéndola.

—Eso lo entiendo. Pero ¿la deseas? ¿Quieres seguir con ella?

Matías reflexionó. Amaba a su esposa, mas llevaba años sin arder por nadie como le estaba sucediendo ahora. Aun así, no podía romper su matrimonio por una chica que sólo le causaba erecciones. Brutales sí, pero erecciones, al fin y al cabo.

—Princesa, yo no quiero jugar con nadie. Ni hacer promesas que no voy a cumplir. Te deseo y me gustas muchísimo. Mentiría si dijera que me apetece seguir conociéndote y compartir contigo no sólo sexo, sino experiencias. Pero si lo que me estás pidiendo es que deje a mi mujer, tal vez sea apropiado que tomemos rumbos distintos en este preciso momento.

—No, no es eso lo que quiero.

Abrazándola y besando sus labios con dulzura, preguntó:

—¿Qué precisas entonces?

—Quiero vivir, sentir, disfrutar. No quiero quedarme anclada en un mismo sitio con una persona que no me entiende ni me satisface. Quiero ser, por una vez, quien escoja el camino que recorrer.

—¿Y cuál es la primera parada que deseas hacer?

—Bora Bora —dijo recordando la broma que hizo el día en que se conocieron.

—Buena elección. ¿Quieres que vayamos juntos?

—¿Me llevarás?

—Ven conmigo y te convertiré en la dueña del mundo, preciosa.

—¿Qué dirás a tu mujer?

—Ella comprende que a veces me escape. Eso no es problema.

Leticia sonrió y, convencida de que ese sería el inicio de su nueva vida, se dejó besar aceptando la propuesta y también una nueva sesión de sexo salvaje entre botellines de cerveza y utensilios de cocina.

Lo complicado sería contarle la verdad a Leo.

Pero esa es otra historia.

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