Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

Un pequeño detalle (Parte I)

*Imagen de Pexels (Pixabay)

—Pascu, por última vez: no.

—Pues nene, no sé qué más quieres que haga.

—¿Que no lo sabes? Es sencillo, mi vida: quiero sexo. ¿Tan extraño es lo que pido?

Me puso de los nervios, pero quizá deba empezar explicando por qué llegamos a ese punto.

Pascual es mi marido desde hace seis años, aunque en realidad llevamos juntos toda la vida, como se suele decir. A los diecisiete él me enseñó que no todas las relaciones de pareja tienen que estar compuestas por un hombre y una mujer. Vamos, que me ayudó a salir del armario.

Éramos libres y felices, tanto que a veces me costaba respirar de lo pleno que me sentía. Pero entonces surgió algo que no esperaba: la falta de deseo de mi perfecto Pascu.

Ya no quedaba nada de aquel personaje que, sin pedir permiso, llegaba del trabajo y me hacía la ropa jirones, siempre dispuesto a iniciar una batalla campal en la cama. Por muy deprimente que me pareciera la situación, he de decir que mi amor por él era mucho más fuerte que mis carencias en el sexo, de modo que conforme pasaba el tiempo fui siendo cada vez más consciente de que mi vida sexual se reduciría a gestionar debidamente los megas del teléfono móvil para ver el Pornhub en el cuarto de baño.

Pascu lo sabía. Lo sabía y no le importaba. Al principio me chocó que no le afectase el hecho de que yo me desfogara a base de ver a otros hombres a través de una pantallita. Me entró paranoia creyendo que si él no quería tener sexo conmigo tal vez se debiera al hecho de estar picando flores fuera de casa. No era ese el caso y no voy a entrar a comentar cómo puedo estar tan seguro. Bueno, vale, le conté todo el tema a una amiga y ésta me confirmó, después de perseguirlo una temporada, que no mentía. Soy un imbécil, lo sé. ¿Contentos?

¿Por dónde iba? Ah sí, Pascu había sido honesto. Sin embargo y aun teniendo la certeza de que no podría tener nunca a alguien mejor a mi lado, acabé en los brazos de un compañero de trabajo. No significó nada en absoluto para mí, pero al enterarse, mi marido se enfadó y solicitó un tiempo muerto.

Estuvimos como tres meses a nuestro aire y acabamos concluyendo que no podíamos estar separados, por lo que nos dimos otra oportunidad. Las primeras semanas fueron increíbles, tórridos episodios que a veces, al rescatarlos en soledad, me aceleraban el organismo extrayendo mi versión más caliente.

Pero tal y como imaginaba, volvimos al mismo ritmo que antes. O sea cero ritmo. Pese a que me prometí no cometer los mismos errores que en el pasado, debo reconocer que me está costando controlar mis impulsos. El otro día en el supermercado, un muchacho con barba no me quitaba ojo de encima. Estaba buenísimo, las cosas como son, con la tez acaramelada, los ojos verdes y un culo que rompía las leyes de la gravedad, consiguió que, degustando unos quesos de muestra, me atragantara hasta el punto de precisar atención médica. Que a todas estas, cuando llegó el médico a ver cómo estaba, yo sólo quería que me bajara los pantalones y empezara a sobarme.

Durante mucho tiempo pensé que era un enfermo, un adicto al sexo que requería atención específica y alejarse todo lo que pudiera de los jóvenes chocolateados, pero he llegado a la conclusión de que mi ansiedad se debe precisamente a la falta de "comida" en casa.

Haciendo a un lado las necesidades de mi pareja, me abalancé como un loco a sus piernas, desnudándolo pese a que él no dejaba de decirme que no tenía ganas, lamiendo y mordiendo sus glúteos con la esperanza de que finalmente cediera a mi descontrolado apetito. Durante unos minutos la cosa parecía estar funcionando, Pascu jadeó un par de veces y creí que por una vez la suerte estaba de mi parte. Sin embargo, mi erección nada tenía que ver con la suya, y supe entonces que lo mejor era dejarlo estar.

—¿Por qué paras? —me dijo sabiendo la respuesta.

—Me gusta hacerlo con alguien que esté vivo. No te ofendas, cariño.

Y entonces sucedió lo que precisamente no quería. Vi a mi marido llorar. Estaba frustrado y seguramente recordando que se había casado con un hijo de puta desleal. Me sentí un mierda, por lo que, aparcando la libido a un lado, le mentí:

—No pasa nada, nene. El sexo no es tan importante.

—Kike, acabaré perdiéndote y no quiero que eso pase.

Después de unos minutos abrazados —y aun desnudos pero con el bajón del siglo entre las piernas—, surgió un tema con el que no contaba:

—Podríamos probar con otra persona —dijo él ya más calmado.

—¿Cómo que con otra persona?

—Sí. Pero sin sentimientos de por medio. Sólo sexo.

—No sé si es buena idea, Pascu.

—¿Por qué no?

—O sea, no me deseas a mí pero sí estarías dispuesto a hacerlo con alguien que no sea yo. ¿Es eso lo que dices?

—Me refería a que lo hicieras tú.

Mantuve silencio unos segundos y agregué:

—No creo que nos convenga algo así. Hemos sufrido mucho con lo que pasó. Yo quiero sexo contigo, no que te parezca bien que me tire a alguien y que luego surjan malos rollos y reproches. O que te pongas a preguntarme quién de los dos me gusta más y esa clase de cosas.

—¿Y si yo estuviera delante?

Eso no me lo esperaba. ¿Mi marido quería mirar cómo me tiraba a otro tío? Me dejó muy confuso pero he de admitir que la propuesta estaba causando estragos en mi entrepierna.

—¿Y cuánto nos va a costar eso? Los servicios de lujo son escandalosamente caros. No sé si podemos permitirnos un gasto así ahora mismo —expuse cubriéndome con la sábana.

—Podríamos contar con alguien que conozcamos.

Ninguno de mis amigos hubiera querido hacer algo así, de modo que debía estar refiriéndose a alguno de los suyos, cosa que tampoco me entusiasmaba ya que la mayoría de ellos eran bastante afeminados y a mí me gustan más bien los hombres rudos. Como él.

—Si consigo a alguien que no vaya a darnos problemas, ¿estarías dispuesto a hacerlo? —preguntó Pascu.

Tenía mis reservas, pero acabé asintiendo. La verdad es que necesitaba una dosis de sexo satisfactorio y, creyendo que aquel plan no surgiría o que para cuando estuviéramos dispuestos a llevarlo a cabo nuestra situación habría cambiado, me acosté a dormir. Cuál fue mi sorpresa, que a la tarde siguiente Pascual me tenía preparada una encerrona épica.

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro