Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

Pilas, muchas pilas (Parte I)

Soy un mirón. Sé que eso está muy mal, pero he de decir que sólo una persona es la víctima de mi escrutinio: mi mujer.

Hace semanas que la observo en silencio mientras usa un vibrador. Yo ni siquiera sabía que poseía uno y desde luego nunca imaginé que Alma fuera amiga de guardar esa clase de secretos. Reconozco que al principio me sentó fatal. Sentí que mi masculinidad se deshacía en cientos de pedazos, mas lejos de dejarme ver y armar una escena exigiendo una explicación, continué atendiendo al evidente placer que sentía.

¡Qué gemidos, qué entusiasmo! Juro que no la reconozco cuando está entretenida con su amigo giratorio. No sé cuántas pilas debe estar gastando a la semana, aunque la verdad, me da igual.

Me sorprende que todavía no me haya descubierto espiándola porque, francamente, también yo disfruto de la vista y, claro, más de una vez me dejo llevar con las consecuencias que eso acarrea. Luego tengo que hacer malabares para que no me pille en mi escondite de voyeur. Cualquier día daré un paso en falso y acabaremos discutiendo, pero por ahora todo esto me parece excitante y liberador.

Ojalá pudiera decirle cuánto me gusta verla satisfecha y tan relajada. No recuerdo cuándo fue la última vez que la vi sonreír y, pese a que nuestro matrimonio pasa por un momento delicado, sigo queriéndola.

Conozco a mi mujer desde que éramos unos críos. Íbamos juntos a catequesis —madre mía, si la llega a ver ahora doña Jimena gozando con su amigo danzarín seguramente la haría tragarse la pila bautismal— y también contábamos con algunos amigos comunes, en su mayoría compañeros del equipo de baloncesto en el que yo jugaba por aquel entonces.

Era tan dulce... Junto a ella me sentía poderoso, invencible, un fuera de serie capaz de superar cualquier obstáculo que hallara en el camino. Sin embargo, de un tiempo a esta parte, siento que la estoy perdiendo. Y no hay una emoción más agridulce que saber que algo que amas se aleja progresiva e inexorablemente.

Debió suceder que, mientras yo andaba enfocado en evitar que mi socia me robara a manos llenas, Alma empezó a aburrirse de llegar a casa y encontrar de nuevo un mortal y apabullante vacío. Y supongo que antes de ponerme los cuernos prefirió engañarme con un objeto capaz de sacarle una sonrisa —además de unos cuantos orgasmos—.

Por la hora que es ya debe estar poniendo en marcha a su amante de siete velocidades y yo aún en este atasco monumental. Tiene gracia que prefiera mentir a mi mujer para verla furtivamente a decirle que hoy, por variar, llegaré antes a casa, que de hecho llevo haciéndolo toda la semana. ¿Qué diablos estoy haciendo? ¿Por qué coño no me dejo ver y sin hacer preguntas le enseño a ese juguete lo que de verdad le gusta a mi esposa? Pues porque soy débil y patético. Si alguien pudiera verme en este momento, aparte de pensar que soy ridículo, identificaría que el problema fundamental en este matrimonio es la falta de comunicación. No sé por qué demonios no soy capaz de decirle: «Nena, qué bien lo estabas pasando antes en el cuarto de la limpieza. Cuando quieras te ayudo yo con ese juguete.»

Pero no, ¿qué opción escojo? La difícil. ¡Por supuesto! ¡No esperaba menos de mí!

Finalmente llego y, tal y como esperaba, Alma está tan entretenida que no escucha cómo abro la puerta. Ahora que lo pienso, voy a tener que contratar una alarma o algo.

Me sitúo en mi punto habitual de espionaje y, madre mía, ¡cómo me ha puesto en un segundo! Anda con una bata de seda de color turquesa, la que se ponía los fines de semana el verano pasado, y debajo, un picardías que se supone tiene que ir anudado al cuello bajado hasta la altura del ombligo. Tiene unas tetas increíbles, no sé por qué se queja de que si las odiosas estrías, que si están muy caídas... Yo sólo sé que las chuparía hasta borrarle el ADN.

Hoy parece que está probando una velocidad distinta. Se estremece al llegar al cambio de marcha como si una entidad fantasma estuviera lamiendo su espalda provocando temblores y jadeos al tiempo que sus pezones se erizan —perfectos para la degustación de un degenerado como yo—.

Siento que una corriente eléctrica me recorre el organismo, tan impaciente y veloz que apenas puedo pensar con claridad. De vez en cuando pasa la lengua por sus labios, como si supiera que estoy siendo testigo de su perfecta expresión, como si recordara cuánto me gusta verla hacer eso. Antes, cuando la cosa se ponía calentita, se metía el dedo en la boca y luego lo pasaba húmedo hasta el cuello porque sabía que así me ponía como una moto, pero hace meses que no nos acostamos. Perdimos la chispa, supongo.

Y ya está llegando al clímax, porque encoge los pies como suele hacer cuando tiene un orgasmo. Si supiera cuánto me gusta verla en pelotas no andaría cerrando con llave el cuarto de baño cuando se ducha... Un momento, ¿está usando el juguete mientras yo estoy en casa? Claro, por eso se encierra. ¡Es una adicta!

Debo alejarme si quiero evitar ser descubierto. Simulo que acabo de llegar y ella se comporta con total normalidad.

—Qué pronto has vuelto. Creí entender que hoy te retrasarías —comenta abrochándose el batín—. ¿Hubo algún problema en el trabajo?

—La misma rutina de siempre —respondí evitando sus ojos.

—Ya... Bueno, ¿has comido algo?

Descalza, camina hasta la cocina y coge unas uvas de la nevera. Siempre come después del sexo, bueno, más bien devora como si llevara días sin ingerir nada. Quién sabe cuántas comidas anda haciendo al día últimamente...

—¿Qué? —me dice con la boca llena—. Estoy a tope con el Fitness.

—Te creo, te creo —respondo entre risas—. Quemando un porrón de calorías, ¿eh?

Ella sonríe y se limpia los labios con una servilleta. La bata le cubre levemente las piernas. Suele quejarse de que sus muslos son demasiado grandes, a mí me la suda cómo son. Sólo sé que me dan ganas de agarrárselos y elevarla para tirármela sobre la barra de la cocina mientras le rompo ese ridículo conjunto.

—¿Qué estás pensando? —pregunta sabiendo perfectamente la respuesta.

Acto seguido, le quito la bata y rasgo su picardías dejándola completamente desnuda sin mediar palabra. En otro momento se habría quejado por las formas, pero ahora parece estar disfrutando del curioso giro que está dando esta historia. Le doy la vuelta y le muerdo las nalgas. Estoy hambriento y enfadado al mismo tiempo, cosa que lejos de perjudicarme me otorga puntos. A mi mujer ya no le van las menudencias ni los amantes delicados, así que saboreo cada centímetro de piel que tengo frente a mí con ansiedad. Ella gime y me voy excitando por segundos.

—¡Oh, por Dios, qué maravilla! —grita fuera de sí.

Supongo que los vecinos deben de estar alucinados, pero ahora mismo yo sólo quiero que grite, y para ello continúo de rodillas mientras levanto una de sus piernas. Sabe distinto a otras veces, quizá sea el gusto residual de esa cosa de plástico que se mete a todas horas.

Me quito los pantalones y me pierdo entre sus piernas. Jadeo como un loco, descontrolado, mordiendo su cuello cual animal indómito. Se queja pero entre risas, pidiendo más, curvándose para facilitarme el trabajo.

—Cariño —suelta intercalando fuertes respiraciones—, ¿dónde diablos has aprendido a hacerlo así de bien?

—¿Y tú? ¿Desde cuándo juegas con tu amiguito?

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro