Noruega, amada patria (Parte II)
Accedo a complacerle, y después de quitarme la blusa muevo las caderas con suavidad, incrementando el ritmo conforme pasan los minutos. Y entonces, sintiéndome una diosa de poder ilimitado, beso los labios de mi acompañante mientras él respira con fuerza, moviendo su cuerpo para pegarse más al mío.
—Voy a tener que cambiarme de pantalones —me dice entre besos.
—¿Ya? Espera, ¿qué?
—No, mujer —ríe—, esta humedad no es mía sino tuya.
Y de diosa pasé a niñata virgen moja pantalones. Pero eso a Kirk no parece disgustarle, más bien todo lo contrario porque, tras pasar los dedos de nuevo por mi sexo, se los mete en la boca y con voz sucia dice:
—Qué bien sabe esto... ¿Quieres hacerlo?
Que si quiero dice... Bendito ingenuo.
Le desabrocho la camisa y araño levemente sus pectorales, tan turgentes que parecen la tela de un tambor tribal. Él juguetea con mi abdomen, le gusta bordear mi ombligo con la mano izquierda mientras con la derecha deambula entre mis nalgas.
No retraso más el tema de querer quitarle el pantalón y, en una situación que se torna de lo más ridícula, acabo bajando del asiento de la forma menos erótica posible. Él se ríe mientras desabotona sus vaqueros y después de exhibirse desnudo sabiéndose la tentación más dulce del puto edificio, solicita:
—Ven, pruébame.
Me aferro a su proporcionado paquete antes de que llegue a pronunciar la p de "pruébame". Sujeta mi cabeza con contundencia, como si temiera que me cansara antes de tiempo —echo a reír mentalmente como una desquiciada ante la estúpida idea de dejar esta tarea a medias—.
—Dios, qué bueno... Nunca me la habían comido así —dice jadeando.
¿Perdona? ¿Me está haciendo un cumplido en algo que probablemente cualquiera, y repito, cualquiera podría hacerle mejor?
Debo de estar soñando. Esto es demasiado bueno para ser verdad. Quizá sea por ello que, en un arrebato de valentía, echo la vista arriba y le expongo una mirada cargada de lascivia. En el momento en que sus ojos y los míos se cruzan, recibo una descarga de energía, como si sus azulados iris tuvieran la capacidad de proyectar feromonas que me ordenan ser complaciente hasta niveles que desconozco.
—Vayamos hasta la mesa —dice mi Balder particular.
Procedo a sentarme frente a él, cuando agrega:
—No, reina. Quiero verte por el espejo.
Menudo escalofrío... Tengo toda la piel erizada, hasta el punto de que algunos contactos, por suaves que sean, acaban doliendo un poco. A la mierda, quiero que duela, ¡quiero que duela!
Accedo de nuevo a hacer lo que pide y reconozco que su idea está siendo extramotivadora. Ver su expresión al penetrarme eleva mi libido —creía que ya andaba en mi tope, pero sorprendentemente ésta no tiene fin—.
Comienza siendo muy delicado. Besa mi espalda a ratos, susurrándome cosas en su lengua natal. No me entero de nada, es posible que me esté dedicando insultos innombrables, pero qué diablos, que diga lo que quiera.
Empieza a embestirme con fuerza y, debido a que mis gemidos deben de estar percibiéndose hasta en Indonesia, cubre mi boca con una mano sin detener su ya acelerada actividad.
Me tiene loca. Nunca un tipo me había dedicado tanto brío. Está a punto de llegar al final y susurra:
—Mírate, quiero que te mires mientras acabo.
Quise responder que puestos a elegir prefería mirarle a él, pero he de admitir que su propuesta es interesante. Contemplarme de tal forma, siendo el objeto de deseo de alguien a quien considero muy fuera de mi alcance, otorga a la experiencia un plus. No hay mejor bálsamo para un ego sufrido que comprender que todos tenemos algo bueno que ofrecer —por escaso o extraño que sea—.
Al llegar al orgasmo, Kirk controla el impulso de gritar. Aprieta con tal fuerza los labios para ello, que creo que se le va a partir la mandíbula. Al cabo de unos segundos echa a reír. Está feliz y satisfecho, no creo que más que yo, pero parece que esta improvisada sesión afectiva ha sido para bien.
Finalmente se separa de mí. Temía que este momento llegara, pero bueno, tampoco iba a tener al hombre ahí dándome por toda la eternidad. Sabía que tarde o temprano se acabaría el delicioso pastelito. La cuestión es que este instante se me torna algo incómodo, porque es quizá ahora, mientras ambos tratamos de recobrar la compostura, cuando nos replanteemos si esta ha sido una buena idea. El trabajo y la vida continuarán. Él en su plató y sus posados veraniegos para las revistas, y yo con las esponjitas y los polvos antibrillo.
Pero antes de que se marche con lo que para él ha debido de ser un encuentro esporádico de tantos, uno quizá hasta intrascendente, me besa y comenta:
—Siempre has sido mi maquilladora preferida, Niurka.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro