Noruega, amada patria (Parte I)
*Imagen de Slightly_different (Pixabay)
Me propuse ser toda una profesional. De veras que lo hice. Pero aquella boca perfecta repasaba sus líneas y yo sólo podía contemplar el movimiento de los labios, imaginando que a través de éstos salía mi nombre entre gemidos y peticiones subidas de tono. Kirk Solberg, tal y como se le conocía en el mundo de la televisión, era el presentador más sexy del canal. Con una preciosa melena que le llegaba a los hombros y el mejor par de hoyuelos que he visto en mi vida, se ganó el beneplácito de los productores del programa y también el de la audiencia. Cada semana su espacio ganaba más y más adeptos, algo que, aparte de su atractivo, se debía a su asombrosa personalidad. Aun siendo extranjero, contaba con una dicción perfecta y, gracias a su afable conducta, logró escalar hasta la cima profesional sin necesidad de pisar cabezas.
De hecho los medios amarillistas, pese a sentirse increíblemente atraídos por el popular personaje, solían respetar su intimidad, así que en raras ocasiones las revistas ofrecían fotografías suyas en compañía de parejas o realizando actividades cotidianas como salir con amigos. Eso sí, cada verano aquel noruego apolíneo acababa en las portadas luciendo palmito en la playa —aunque yo lo llamaría más bien "palmazo"—. Durante algún tiempo me dediqué a guardar esos recortes en una carpeta que bauticé como "el pecado nórdico". A veces, antes de acostarme, abro el maldito archivador y me dejo llevar pensando que ese vikingo es un salvaje dispuesto a aplicarme disciplina. Y yo, armada de una esponjita y polvos antibrillo, sólo alcanzo a asentir, puesto que el resto de mis funciones vitales se concentran en mantener la saliva dentro de la boca.
Ser maquilladora en el Canal 28 puede parecer un trabajo poco ambicioso, aunque para ser justos el sueldo no es nada desdeñable, y confieso que después de ver a Kirk lo habría hecho gratis.
Recuerdo el primer día como si fuera ayer: llevaba unos pantalones vaqueros grises, ajustaditos, destacando sus fuertes piernas y un paquete considerable. Sonriendo, preguntó si era nueva, y yo, en mi versión más anodina y absurda, fui atendiendo a sus comentarios con monosílabos y sonrisas bobaliconas. Aquel día constaté que Dios existe y que su Creación había llegado al máximo nivel de excelencia. Eso al menos en el caso de Kirk, en otros, como por ejemplo el mío, se presentan demasiados fallos de sistema... ¿Qué se le va a hacer?
Cada viernes me perfumo sabiendo que ese es el mejor día de la semana, el día que aparece mi querido vikingo. Y servidora, aun consciente de que ni en un millón de años un tipo así va a fijarse en una marca blanca habiendo firmas exquisitas a su alcance, me esmero en parecer lo más atractiva posible, dentro de mis limitaciones, claro está.
—Hola Niurka, ¿qué tal tu semana?
Esa voz... Es firme y serena, tan agradable al oído que siento calidez hasta en los tobillos.
—Bien —alcanzo a decir.
¡Dios qué me pasa! ¡No me soporto!
—Hoy tenemos mucho calor en plató. Me temo que tendrás más trabajo que otros días... Menudo tormento soy para ti, ¿verdad?
¿Qué ha dicho? Es igual. Madre mía, qué boca... Juro que me sentaría encima de él y lo montaría hasta hacerle sangre, pero obviamente, en lugar de trasladarle esa versión desatada de mí misma, niego con la cabeza mientras sonrío. Debo parecerle igual de interesante que una loncha de pavo. Pavo desgrasado, cabe destacar.
—No sé si alguna vez te lo he dicho, pero me encanta ese perfume que llevas.
Creo que se me va a salir el corazón del pecho —mi escaso e irrelevante pecho—, aunque por obra y gracia del destino, soy capaz de responder con una oración completa:
—Muchas gracias, es de Guerlain.
—Es realmente delicioso.
Sin querer me he acercado más de la cuenta al reposabrazos del asiento. Estoy percibiendo su mano muy próxima a mi... Bueno, ya sabéis. Lo extraño es que no se haya quemado con la temperatura que hace ahí abajo, debe de tener la piel ignífuga o algo así.
—Bonito collar. ¿Es un colibrí?
Se me ha abierto el botón de la camisa. Ando con mis minúsculas tetas a un palmo del cuerpo del hombre más sexy del mundo y las está viendo. ¡Las está viendo! No son mi mejor atributo —en realidad no tengo ninguno— pero extrañamente, lejos de cubrirme, continúo mi tarea como si no me hubiera dado cuenta de que prácticamente las llevo fuera. Él las mira. Las está mirando con cierta curiosidad y, aunque estoy planteándome si esto forma parte de una realidad paralela que mi subconsciente más cochino acaba de crear, percibo que se muerde el labio inferior.
Cielos, acabo de mojarme.
Eleva los dedos de su mano y me acaricia el muslo por debajo de la falda. Estoy tan sorprendida que, aun sin querer moverme, doy un respingo y Kirk se disculpa:
—Lo siento. No suelo comportarme de esta forma. Estoy avergonzado, no volverá a suceder.
—¿Cómo que no? —pregunto inmediatamente—. Continúa. No querrás salir en pantalla con el mismo maquillaje que el cantante de Kiss, ¿verdad?
¿Qué ha sido eso? ¿Lo he dicho yo?
Vivir para ver...
En actitud muy determinante, el tipo en quien pienso para masturbarme día sí y día también, me baja la ropa interior y explora con sus dedos sin dejar de mirarme a la cara. Quizá esté soñando, pero, joder, de ser así no pienso abrir los ojos ni aunque un tsunami arrase mi cuarto.
—Qué suave y mojadito —susurra—. Me encanta.
Mi timidez regresa con sus amigos "ah" y "um". No puedo dejar de gemir y, como una estúpida, continúo con la esponjita y los polvos antibrillo en las manos, petrificada. Atento y con un extraordinario bulto en su pantalón, me quita los útiles de maquillaje lanzándolos al suelo y me coloca sobre él:
—Veamos qué hay tras esta blusa.
No sé qué me pasa. Jamás he estado tan desconectada de la realidad. Es decir, cualquiera podría entrar en el camerino y encontrarnos en plena faena y, sin embargo, me da completamente igual.
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