Lo que pasa en la oficina se queda en la oficina (Parte II)
Me pregunto qué asunto trataremos en su despacho justo el día que parece estar poseída por el demonio. Algunos compañeros evitan mirarme, como si al hacerlo estuvieran condenados al despido. Sólo deseo que Belinda no haya esperado a este momento para echarme de la empresa. Sería muy cruel por su parte hacerme creer que mi error estaba perdonado y mandarme a freír espárragos tan sólo un par de meses más tarde.
Miguel Ángel no ha tardado en aparecer. Secándose la frente con una de las mangas de su jersey, da unos toques sobre la puerta y entra. Acto seguido, Belinda se dedica a bajar las persianas. ¿De qué estarán hablando? ¿Qué es tan importante como para mantener una charla con las persianas echadas? ¿Acaso están hablando sobre la eficiencia de los empleados? Lo cierto es que no me extrañaría que ambos se hubieran hecho amigos, unos que cotillean sin parar porque prácticamente todos los días se ven en el despacho. No dejo de darle vueltas al tema y me aterra que Miguel Ángel esté aconsejándole que me despida. Si no, ¿por qué habría de pedirme que acuda en unos minutos?
El cuarto de hora ha pasado y toca enfrentarme al asunto en vez de salir corriendo, que es lo que me pide el cuerpo. Este ridículo terror tiene que desaparecer, de manera que doy dos toques a la puerta y Belinda me dice que pase.
Cierro inmediatamente, pues Miguel Ángel está de pie con los pantalones por los tobillos, atento a cómo la jefa se acaricia bajo la falda con una de sus piernas sobre la mesa. Estoy tan alucinado que soy incapaz de emitir palabra alguna. En lugar de hacer preguntas, me quedo a cierta distancia y no pierdo detalle de la excitante estampa que tengo enfrente. Belinda tiene la blusa abierta sin sujetador y reparo en sus senos, pequeños y con los pezones de color rosa, justo como a mí me gustan. Busco bajo su falda y no veo lencería de ninguna clase. No es que me importe demasiado, pero me la imaginaba con algún conjunto de encaje blanco, uno bien justito. De pronto me da por mirar a Miguel Ángel y mientras con una mano se da cariñitos a sí mismo, sujeta con la otra algo que parece una prenda. Oh, justo lo que andaba buscando hace unos segundos...
—¿Tú también eres un fetichista? —me pregunta ella.
—¿Q-qué? —alcanzo a decir dejando en evidencia mi turbación.
—Este me está dejando sin bragas. Cada vez que viene se lleva unas... ¿Tú qué vas a querer a cambio de verme?
¿De verdad cree que tiene que darme algo para que la mire? ¿Qué clase de carencia debe de tener para depender de un tipo tan poco agraciado como Miguel Ángel?
—No, no quiero nada, gracias. De hecho, no sé si debería estar aquí.
—¿No te gusta lo que ves? —comenta con cierta decepción—. No pasa nada si no soy tu tipo, Jairo.
—Oh, por Dios —declaro rápidamente—, no se trata de eso.
—¿Eres gay? —cuestiona el portero.
—Pues no, pero Miguel Ángel, casi prefiero que no me hables estando así.
—Entonces no entiendo por qué no te callas de una jodida vez y haces lo que ella te pide.
—Tú sigue a tus cosas, querido —sentencia Belinda consiguiendo que el degenerado se calle aspirando el olor de la prenda que sujeta—. Jairo, ¿te parece inapropiado ver a tu jefa de esta manera?
—Francamente, sí.
—Tengo dos cosas que agregar —hace una pausa para gemir y continúa—: Uno, quizá no sea demasiado ortodoxo, aunque darte un cheque después de haberme robado tampoco lo fue. Y dos, el bulto de tu pantalón no parece estar de acuerdo con lo que dice tu boca.
Mierda, con cada palabra que suelta por esos labios jugosos mayor se vuelve mi erección. Me da un corte terrible tener público, pero ¿cuántas veces voy a verme en una oportunidad como esta?
Liberado de prejuicios y vergüenzas, finalmente me dejo llevar. Mis manos titubean un momento, pero acaban acariciándome por encima del pantalón. Esta mujer va a conseguir que pierda la cabeza. Tengo la entrepierna ardiendo, así que decido bajar la cremallera con la esperanza de que se enfríe un poco.
De mis calzoncillos, el que llevo puesto es posiblemente el más soso, el desgastado que sólo me pongo cuando me he retraso a la hora de hacer la colada. Oh, Belinda, hija de mi vida, qué buena estás... Tengo que calmarme un poco, si no este juego va a durar lo mismo que una chuleta en la jaula de los leones.
Belinda cambia de postura y, apoyada sobre su silla, de espaldas, muestra una maravillosa panorámica. Se acaba de convertir en mi golosina favorita. La verdad es que no imaginaba que tendría esos glúteos tan tonificados, es un hecho que llevar ropa puesta la perjudica.
Criatura, deja de mirarme así, no puedo soportarlo. Su expresión es realmente agradable, está disfrutando y dirige sus pupilas hacia mí todo el tiempo. Miguel Ángel ha pasado a un segundo plano y la jefa ha decidido qué es lo que quiere.
Se sube a la mesa y tras abrir sus piernas como una bailarina exótica, me dice:
—Pruébame. Ahora.
Obedezco sin rechistar y apuro el movimiento de mi lengua hasta encontrar la fórmula que parece satisfacerla. Apenas soy consciente de que al otro lado de la puerta hay varios compañeros que podrían entrar en cualquier momento y encontrarnos en plena faena. Mi corazón vuelve a estar acelerado, pero es muy distinto a lo que sentía cuando me llevé un dinero que no me pertenecía. Sin medir mi deseo, acabo besándola y quitándome toda la ropa.
Estoy completamente en pelotas y, joder, no me importa lo más mínimo. Belinda está realmente entusiasmada, tanto que hasta se ha olvidado del portero y sonríe con descaro. Elevo una de sus piernas hasta mi pecho, acariciándola con suavidad. Pronto percibo su piel erizada y paso mis dedos por la superficie despacio, consiguiendo que ella se impaciente. Tomo su pie y lo beso con lujuria, cosa que parece excitarla a muchos niveles. Ríe complacida, es algo que siempre me ha gustado en las mujeres. No se trata sólo de congeniar en la cama, sino de dominar un lenguaje muy concreto. Y Belinda es cum laude en esta asignatura.
—Adentro...
Acaba de decir eso con tal deseo que no sé si puedo soportarlo. Muerdo su cuello, se estremece, me araña la espalda a ratos. Me gusta mucho su calor. Siento que me envuelve con su humedad, que me arrastra a su delicioso mundo secreto lleno de extraordinarios e inconfesables placeres, y reparo entonces en sus pecas. Quiero contarlas todas, memorizarlas para siempre, como si éstas fueran una especie de código que me permitirá el acceso a su cuerpo una vez más.
Ni yo me lo creo: la diosa Belinda acaba de chillar sin temor a ser descubierta y, aferrada a mí, celebra haberme invitado a la fiesta. Es cuando busco con los ojos a Miguel Ángel que, relajado y ya con el pantalón puesto, ojea algo en su teléfono móvil.
—Ha sido brutal. ¿A ti te ha gustado? —pregunta ella.
—Claro, me apetecía desde hacía mucho.
—Señorita Hernández, ¿puedo irme ya? —solicita el portero.
—Sí, querido. Muchas gracias.
—Aquí tiene su móvil.
El tipo dice esto último entregándole el teléfono. Ella asiente, le da las gracias una vez más y pone un pendrive sobre la mesa. Miguel Ángel lo toma y tras introducirlo en el bolsillo de su chaqueta, se despide con cierta timidez, como si vernos desnudos hace escasos minutos hubiera sido un espejismo.
Ya vestida, Belinda no deja de mirar el móvil sonriendo con picardía.
—¿Qué miras, un meme? —comento desde la curiosidad.
—Algo así. ¿Quieres ver?
Me asomo aún abrochándome la camisa y entonces veo lo que ha hecho el cabrito de Miguel Ángel: ¡Me ha grabado en vídeo! Y joder, ¡salgo ridículo!
—¿¡Qué diablos pretendes hacer!? ¿¡Chantajearme!?
—¿Con qué iba a chantajearte, Jairo? No tienes pareja ni le debes explicaciones a nadie, por lo que un vídeo donde practicas sexo con tu jefa es más perjudicial para ella que para ti —responde tranquila.
—¿Y entonces? ¿Por qué grabarme?
—Me gustaba la idea de tener un recuerdo... Pero si te parece mal, lo borro ahora mismo.
Tengo la sensación de que miente. ¿Cómo va a querer esta pedazo de mujer un vídeo donde su escuálido empleado se la tira sobre una mesa? ¿Por mero placer? No me lo creo. La gente como yo no tiene esa suerte, en su lugar ha de hacer frente a las facturas del dentista y soportar los asquerosos babeos de una casera borde.
—¿Estás enfadado conmigo? —pregunta preocupada.
—No me gusta llevarme sorpresas, eso es todo.
Acto seguido, me besa y de nuevo pierdo la noción de la realidad. No sé qué fuerza posee esta mujer, pero estoy convencido de que si me pidiera saltar a un abismo, lo haría sin contemplaciones.
—¿Qué había en el pendrive? —digo interrumpiendo el beso.
—¿Necesitas saberlo?
—No lo necesito, pero me gustaría.
—Miguel Ángel nunca ha sido un buenecito. Un día lo pillé observando la actividad del baño de recepción. Varias chicas andaban intercambiándose prendas y al parecer a una de ellas le gustó la blusa de la otra y, en cueros, acabaron adulándose mutuamente por su buen gusto al vestir. El caso es que nuestro portero, un hombre casado, por cierto, no andaba en su lugar de trabajo y me extrañó. Me asomé al trastero y allí estaba él viendo a través de un ordenador portátil las imágenes de lo que parecía ser una cámara escondida en el servicio. Monté en cólera. Juro por Dios que nunca me he puesto tan nerviosa. Sin embargo, lejos de hacer lo que él esperaba (que lo despidiera inmediatamente), regresé sobre mis pasos y me encerré en el despacho. No sé si sabes que tengo instaladas cámaras de seguridad por todas partes, excepto en el baño como es obvio y, adelantándome a las absurdas excusas que pondría Miguel Ángel para evitar más reprimendas, me aventuré a revisar los vídeos captados por el sistema de vigilancia para comprobar desde cuándo llevaba haciendo esa cochinada. Averigüé que había pasado más de un año divirtiéndose a costa de las féminas sin que éstas se dieran cuenta. Pedí que se personara aquí y con lágrimas en los ojos comenzó a justificarse balbuceando chorradas del tipo: «soy un enfermo», «necesito ayuda», «por favor no me denuncie».
—Eso, ¿por qué no lo denunciaste?
—Bueno, no me enorgullezco, pero quise aprovecharme de la situación. Primero, le enseñé el vídeo donde le pillaba con las manos en la masa. Segundo, le mostré cómo lo pasaba al pendrive que viste antes. Tercero, siempre me dio morbo la idea de masturbarme frente a un empleado.
Me quedo atónito. Es tan manipuladora que me aterra y al mismo tiempo me pone a mil.
—No me mires así. He matado varios pájaros de un tiro. Por un lado Miguel Ángel ya sabe que no debe volver a portarse mal si no quiere acabar en la cárcel. Ya es consciente de que puedo comprobar si vuelve a las andadas en cualquier momento. Y por otro, he cumplido una fantasía.
—¿Y por qué devolverle el pendrive? ¿Por qué justo hoy?
—Aparte del hecho de empezar a aburrirme del juego, me estaba quedando casi sin ropa interior —ríe—. Y desde hace algún tiempo me vengo fijando en ti. Le dije a Miguel Ángel que grabara todo cuanto sucediera una vez entrases. Me arriesgué, he de decirlo, ya que podían haber sucedido dos cosas: que te gustara mi rollo y participases, o que me rechazaras categóricamente. Con un vídeo podría tenerte pillado en caso de que quisieras denunciarme por acoso o una burrada de esas. Pero supongo que no me equivoqué contigo...
—No te equivocaste, no. Aunque para la próxima preferiría que fuéramos sólo dos en este despacho.
—Hecho.
Bueno, ahora soy el niño bonito de la oficina. Sospecho que mis compañeros saben que tengo un idilio con la jefa, pero me da absolutamente igual. Me paso la mitad del tiempo tocándome las bolas y la otra mitad teniendo sexo con una tía que me flipa.
Jamás me gustó tanto un trabajo.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro