Lealtad y otros principios (Parte II)
No estaba orgulloso de haberse estado excusando con un volumen de trabajo insólito, pero tan confuso estaba que lo consideró mejor que acostarse con ella inmerso en tal neblina emocional.
Esa noche no cenó. Apenas podía tragar debido a la tensión, de manera que se tumbó en la cama con la esperanza de que las horas transcurrieran rápido para así concentrarse en el trabajo. Mientras estaba en la tienda, con la mente ocupada y sin tiempo para pensar, se hallaba tranquilo. Sin embargo, al llegar a casa comenzaba a revivir el instante del armario, estremeciéndose cuando rescataba el recuerdo del tacto de Xavi, el chico de cabello largo y rizado que había desbarajustado su mundo.
En la cama, dio vueltas unas horas, agregando a su recuerdo escenas que nunca se produjeron. La fantasía lo situaba desnudo frente al joven, dejando que éste pasara la yema de sus dedos por donde quisiera, mientras le decía cuánto le había gustado besarle en la fiesta.
Cuando advirtió una poderosa erección presionándole el bóxer, decidió romper con aquella ridícula ansiedad y buscó su nombre en la agenda.
Era tarde, más de las doce de la noche, por lo que llamarle no entraba en sus planes. «Será mejor enviarle un mensaje. Pero, ¿qué coño le voy a decir? ¿Quieres quedar conmigo ahora que creo que me has vuelto gay?»
Pese a su agobio, se rio de semejante pensamiento. A veces podía llegar a ser un auténtico imbécil, pero sin duda ahora estaba siendo un niñato estúpido, uno que además tenía claras tendencias homófobas.
«¿Me gustan los rabos? —se preguntó—. ¿Desde cuándo? Hasta dónde yo sé siempre te han molado las tías. ¿Qué diablos vas a hacer con un tío? Ni siquiera sabes cómo es la mecánica del sexo con otro hombre. Dios mío, ¿es que no te oyes? ¿Qué clase de locura es esta? A la mierda».
Sentado en la cama, comenzó a redactar un mensaje. Era largo, con infinidad de puntos suspensivos y signos de interrogación. Tras pensarlo detenidamente, borró el texto y se limitó a preguntar: «¿Quedamos? Soy Armando».
Esperó unos minutos y sopesó intentar dormir. Andaba ya arrepintiéndose de haber enviado el mensaje, cuando Xavi respondió: «¿Cuándo y dónde?»
El corazón se había propuesto atravesarle el pecho. ¿Cuándo fue la última vez que se emocionó tanto con una respuesta? Nunca tuvo problemas para ligar, claro que las cosas ahora eran distintas.
«¿Estabas dormido? —tecleó de inmediato—. Espero no haberte despertado...»
Tenía la boca seca y el pulso a toda marcha. Alterado, recorrió el habitáculo más veces de las que pudo contar, esperando la respuesta de un Xavi que parecía estar tomándose su tiempo para decir algo.
«Tranquilo, estaba estudiando —contestó al fin—. ¿Para qué quieres verme?»
Armando evaluó la situación. No sólo debía lidiar con un deseo inédito golpeándole las entrañas, sino con el hecho de tener una novia que merecía un mínimo de respeto. El rostro de Zaida se le atoraba en la garganta, y por un momento la imaginó enterándose de la deslealtad que no sabía si llegaría a cometer, pero que deseaba desde lo más profundo de su ser. Al margen de si se arriesgaba a dar el paso, una cosa estaba clara: no quería dañar a su novia. Y eso implicaba en primera instancia descubrir qué le estaba pasando. Sólo así podría ser honesto con ella y consigo mismo.
«¿Hola?» preguntó Xavi después de varios minutos de espera.
«Me gustaría que habláramos de lo que pasó en la fiesta. Cuanto antes mejor» declaró sin rodeos.
El chico dijo que no había problema y que, si tanto le urgía hablar, que podían verse en media hora en un local próximo a su casa.
Armando, que esperaba una quedada, aunque no tan repentina, se personó en el lugar pensando que sería muy útil para aclarar las ideas.
Pidió una cerveza y al ver que su cita se retrasaba quince minutos, comenzó a impacientarse. De pronto se sentía vulnerable y hasta ridículo por estar allí solo. A punto estaba de pagar la cuenta, cuando el muchacho apareció agitado, disculpándose por llegar tarde.
—Lo siento muchísimo, de veras —se excusó—, pero no contaba con que el transporte a esta hora es un desastre.
El cabello le caía húmedo, en bucles llamativos que resaltaban sus ojos grandes. A Armando le encantó verlo así, tan natural y sonriente.
Después de restar importancia a su retraso, se dedicó a escucharle. Hablaba de su día con total normalidad, como si no le intrigaran los motivos por los que se habían citado.
—¿No quieres saber por qué quería quedar contigo?
—Bueno, creo que ya me hago una idea —dijo sonriendo con picardía—. Según tu mensaje querías hablar de algo que pasó en la fiesta. ¿Me equivoco?
—Xavi, no hagas como si nada. En serio, estoy terriblemente confuso ahora mismo.
—¿Qué te preocupa?
—Pues es obvio, ¿no?
—¿Dudas de tu sexualidad? ¿Es eso? ¿Te preocupa ser gay?
Hasta ahora, esa palabra sólo había surgido en sus pensamientos, por lo que escucharla en la voz de alguien se le antojó un paso vertiginoso y hasta sofocante.
—Técnicamente me besaste tú —espetó contrariado.
—Pero debió gustarte, por poco que fuera. Si no, no me habrías escrito.
—¿Tú crees que...?
—¿Qué? ¿Que eres marica?
—¡Shhh! No levantes la voz, maldita sea.
—Chato, si no lo sabes tú...
—Pero yo nunca me he sentido atraído por hombres, es decir, siempre he salido con chicas, joder, ahora mismo estoy viendo a tres tías al fondo del bar que me parecen atractivas. En cambio, por más que mire, ningún tío me llama la atención. Excepto tú, claro está.
—Me siento halagado —comentó entre risas—. Pero ¿qué quieres que haga? Aparte de echarte un polvo, imagino.
—¿Qué? ¿Cómo que un polvo? No, no quiero eso. Digo, no sé. Perdona, esto ha sido una estupidez.
Sacó el dinero de su cartera dispuesto a pagar las bebidas y Xavi lo detuvo con un gesto suave, acariciándole la mano. Armando estaba estresado y aquel contacto supuso una relajación instantánea.
—Tienes que calmarte —agregó Xavi—. No es el fin del mundo. Por suerte para ti ya no nos arrojan vivos a la hoguera.
—Oye, no es ese el problema. No me da miedo asumirlo, sino enfrentarme a las personas que se verían afectadas por esto.
—¿Y quiénes son? ¿La novia que sugirió jugar a la botella con la excusa de meterle la lengua hasta la campanilla a otro pavo? ¿Cuánto hace que no la ves? ¿No crees que ella podría estar haciendo lo mismo que tú en este momento?
—¿Qué es lo que estoy haciendo, según tú?
—Sólo digo que no necesitas una excusa para dejar a alguien. Algunos tíos, sobre todo vosotros los heteros confundidos, creen que deben tener una pieza de repuesto antes de cambiar la original. Y la experiencia me ha enseñado que eso nunca resulta bien.
—¿Me estás diciendo que estoy aprovechando el morreo que me diste para dejar a mi novia? No tengo quejas respecto a ella. En serio, somos felices.
—Pero aun así la sola idea de acompañarme a mi piso te la pone dura, ¿no es verdad?
—Mierda, sí.
Los chicos salieron del local dispuestos a seguir con la cita en el piso de Xavi que, consciente de que ese encuentro se produciría, se adelantó a los acontecimientos y se aseguró de tener preservativos y lubricante a su disposición.
Las rodillas de Armando se movían frenéticas, algo que, por extraño que resultara, lo hacía más atractivo a ojos de su acompañante.
Xavi se plantó delante de él y, después de desabrocharse los pantalones, dijo:
—¿Tienes hambre?
Acto seguido, se desnudó completamente y tomó las manos del chico para posarlas sobre su abdomen, pero Armando no parecía estar muy por la labor.
—A ver, ¿qué te pasa? —preguntó ligeramente molesto.
—Perdona, en serio. Tienes que comprender que para mí todo esto es demasiado. Yo... Por Dios, es la primera vez que un tío se desnuda así en mis narices. No estoy acostumbrado.
—Pero ¿te gusta o no? Porque me siento un poco ridículo ahora mismo, la verdad.
Sí le gustaba, y mucho. De hecho, atendió a cada detalle de su cuerpo, y percibir su tacto fue como palpar algo glorioso y suave; igual que si acariciara a una entidad sagrada.
En lugar de transmitirle con palabras lo mucho que le excitaba tenerlo desnudo frente a él, reaccionó quitándose la ropa y besándolo con vehemencia, olvidando de golpe la realidad que le aguardaba tras la puerta del recibidor.
No había olvidado la calidez de esos labios, hubiera sido una tarea imposible, después de todo. Deambuló por el interior de su boca con deleite, dejando que las lenguas conectaran húmeda y cálidamente.
No tardaron en acariciarse ansiosos, desesperados por memorizar la piel del otro en una batalla dulce y pasional.
Armando, que decidió seguir su instinto por poca experiencia que tuviera con los hombres, volteó al chico y, levantando su cabello, decidió explorar con la boca desde la nuca hasta la cintura. Los jadeos de Xavi contaminaban el ambiente, intensos, ávidos de placer, cosa que le excitó sobremanera. Fue cuando el muchacho tomó sus manos y las pasó por su sexo, rígido, preparado para iniciar la acción:
—¿Ves el cajón que hay en la mesa a tu izquierda? —susurró Xavi.
—Sí, ¿necesitas que te alcance algo? —preguntó sin dejar de rozarse.
—Necesito que te pongas un condón para que me la metas urgentemente.
No se hizo esperar. Tras prepararse sujetó al chico con fuerza, embistiéndolo ansioso. Contemplar que en el rostro de su compañero no había dolor sino placer le pareció reconfortante. Fue entonces inevitable pensar en cómo era el sexo con Zaida. Pensaba que hallaría diferencias notables entre Xavi y ella, pero a decir verdad no resultaron tan distintos, al menos en la cama. Los dos eran amantes ardientes y generosos, cualidades que Armando valoraba mucho a la hora de establecer una relación. Sin embargo, no tenía muy claro qué esperaba del hombre que tenía frente a él.
—¿Te está gustando? —le preguntó Xavi.
—Sí, claro.
—¿Imaginabas así el sexo con un hombre?
—La verdad es que es prácticamente lo mismo que con una mujer.
—Yo creo que hay diferencias notables —dijo riendo.
—¿Qué diferencias? —Se interesó sin dejar de moverse.
—Diría que yo te causo curiosidad. En cambio, a Zaida la quieres. Esa es la mayor diferencia.
El orgasmo llegó justo en ese momento. No fue casual. Armando trataba de contenerse para alargar la situación lo máximo posible, pero en cuanto escuchó el nombre de Zaida y zanjó su crisis comprendiendo que sólo se trataba de simple atracción física, exhaló el aire con contundencia y declaró:
—Sí, esa es una diferencia notable, desde luego.
Xavi se vistió mientras su ligue intentaba recomponerse. Estaba harto de vivir lo mismo continuamente, por lo que quiso cerrar aquel capítulo antes de que le afectara igual que otras veces.
—Bueno, ya tienes tus respuestas. Ahora vete —dijo empleando un tono borde.
—¿Estás enfadado conmigo?
—No. El enfado es con mi versión más patética.
—Yo no pretendía ser un egoísta —expuso vistiéndose—. Puedo ayudarte a acabar.
—No, no se trata de eso. Es que estoy cansado de ser un parche.
—¿Un parche?
—Sí, un parche. Muchos tíos me usan para eso.
Armando seguía sin comprender a qué se refería. Tomó su mano y dijo con suavidad:
—Sinceramente no comprendo qué me ha pasado contigo.
—Lo que a muchos heteros. Cuando empiezan sus dudas existenciales se encuentran con un Xavi y se ponen a prueba. Todos acaban regresando a sus casas confirmando su heterosexualidad. Y aquí me quedo yo sintiéndome un puto consolador de un solo uso.
—Pero a mí me ha gustado. Quiero decir, que no puedo ser heterosexual y sentirme atraído por ti. Es evidente que no me conozco a mí mismo aún. Amo a Zaida, de eso no cabe duda, no necesitaba reafirmarlo a través del sexo con un tío.
—¿Vas a decirme que he sido importante o una memez parecida?
—Pues sí. He vivido todos estos años creyendo que sólo había una dirección, y acabo de darme cuenta de que no es así, al menos para mí. Evidentemente voy a decirle a Zaida que me he acostado con un hombre y asumiré las consecuencias de mis actos.
—Ahí está el tema, Armando —comentó mirándole a los ojos—. Vas a decirle que te has acostado con un hombre cuando simplemente podrías confesar que has sido infiel. ¿No entiendes que vas a destrozarla con semejante confesión?
—Pero es la verdad, Xavi.
—Zaida no sólo sufrirá la decepción de unos cuernos, sino que su autoestima se verá afectada por el hecho de que tu deslealtad ha sido con un tío. No la hagas pasar por eso.
De vuelta a casa, Armando pensó en las palabras de Xavi. ¿Tenía razón? ¿Era preferible contar sólo una parte de la verdad?
Esa tarde, agotado después de una jornada laboral matadora, decidió llamar a Zaida para quedar y contarle lo sucedido.
Ella apareció sonriente, feliz de abrazarle después de una semana sin verse.
—Pareces cansado —dijo—. ¿Están las cosas muy mal en la tienda?
Armando negó con la cabeza y acabó llorando. La culpabilidad le invadía el pecho mucho antes de pasar la noche con Xavi. Todo era nuevo y complicado de explicar, así que, mientras su novia le acariciaba preguntando qué estaba pasando, decidió ser honesto:
—He tenido un lío.
—No te entiendo. ¿Un lío? —preguntó confusa.
—Te he engañado. Ayer. Lo siento muchísimo...
Zaida dejó automáticamente de darle consuelo y, apartándose de él en un ejercicio de contención, quiso saber más detalles al respecto:
—¿Con quién?
Armando echó a llorar de nuevo, desesperado y con un nudo en la garganta. Habría sido mucho más fácil hacer caso a Xavi y mentir a su novia, pero finalmente compartió la verdad.
Alterada y con el corazón roto, la joven le gritaba que era un capullo insensible, que cómo podía haberle sido desleal si ambos se hallaban en un momento dulce de la relación:
—Por eso has estado tan raro esta semana... ¡Me evitabas! ¡Pensaba que me querías!
—Y te quiero, pero estaba confuso y necesitaba darme cuenta de qué soy. No quería hacer daño a nadie y mucho menos a ti.
—Es increíble que me estés pidiendo perdón por haberte acostado con un hombre y sin embargo sigas sin darte cuenta de que no es eso lo que me molesta.
—¿Y qué te molesta entonces?
—Puedo perdonarte una deslealtad. Ese no es el problema. La cuestión es que tú me has vendido una relación y unos códigos en los que en realidad no crees. ¿Cómo voy a creer en ti a partir de ahora, si ni siquiera has sido honesto contigo mismo?
—Pero yo nunca me había sentido atraído por un tío. ¿Qué querías que hiciera?
—¡Hablar conmigo antes de hacerme trizas el alma, gilipollas!
—Como si fuera tan fácil, cariño. No es como si de pronto te comento que me gustaría probar la pasta integral en lugar de la normal. Se trata de que un tío me atrajo. No puedes decirme que lo habrías comprendido porque ni yo mismo acabo de aceptarlo.
—Es peor haberme enterado de esta manera, Armando. No hubiera puesto el grito en el cielo porque de pronto te haya gustado un tío. Hablar de ello quizá hubiera normalizado las cosas, incluso habría generado mayor confianza entre ambos. Pero ahora... Ahora está roto.
Zaida le besó la mejilla y le agradeció los buenos años de relación que habían compartido.
—Ahora voy a irme, ¿vale? —expresó llorando—. Te quiero muchísimo, pero has de entender que no podemos estar juntos si no tenemos confianza mutua. Tú has demostrado no tenerla a la hora de contarme qué sientes, y yo no sé si podré volver a fiarme de ti.
Armando aceptó su decisión. Descubrir que su pareja no le estaba dejando por prejuicios implicaba que la ruptura no fuera tan amarga. Acababa de entender que una deslealtad va mucho más allá de encuentros físicos o de preferencias: la lealtad es un código entre personas. Y él la había fracturado por culpa de sus miedos. Zaida y Xavi le dieron una lección de vida inolvidable, así que se propuso aprender de sus errores y procurar que su próxima relación tuviera sólidos principios de fidelidad, fuera con un hombre o con una mujer.
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