Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

Lealtad y otros principios (Parte I)

Armando no estaba para bromas, acababa de discutir con su padre y sólo tenía ganas de mandar todo a la mierda. Sin embargo, Zaida no merecía una mala contestación, por lo que, reprimiendo sus tensiones, el chico se mostró afectivo y aparentemente sereno:

—Cariño, no sé si tengo ganas de ir hoy a la fiesta.

—¿Qué te pasa? —preguntó ella preocupada.

—El viejo, que se cree que por ser mi padre puede gritarme delante de los clientes.

—¿Otra vez jaleo en la tienda?

—Ya sabes cómo es —respondió intentando no ahondar en el tema.

—No te preocupes, vamos a la fiesta —dijo mientras le daba besos en el mentón—, nos tomamos unos chupitos y así te olvidas del mal rollo. ¿Qué me dices?

Le costaba negarse a las peticiones de Zaida, la muchachita pequeña a la que siempre le pedían el carnet para confirmar que fuera mayor de edad. La situación la sacaba de quicio, cosa que a él le parecía desternillante. Cuando se enfadaba arrugaba la naricilla y, entonces, en lugar de parecer más adulta, su aspecto se volvía más aniñado. Armando la encontraba encantadora, muy tierna y delicada en las distancias cortas, pero una fiera desalmada si se sentía en peligro.

Se dio una ducha, corrigió algunas líneas de la barba con la maquinilla de afeitar eléctrica y estrenó unos pantalones nuevos. Estaba en su mejor momento físico, pero esa noche lucía especialmente guapo, algo que no pasó inadvertido para su novia:

—Madre mía, cariño, ¿es que pretendes ligar con media fiesta esta noche?

—¿No te gusta?

Zaida sonrió. Le encantaba ver que aquel chico de metro noventa y seis se volvía pequeñito cuando se hallaba vulnerable. Besó sus labios con ternura y susurró:

—Cuando volvamos voy a echarte un polvo olímpico.

—¿Tiene que ser después?

La propuesta fue de lo más atrayente, por lo que ambos se pusieron manos a la obra, arrastrando algunos portafotos en su baile improvisado mientras las risas invadían el ambiente.

Armando lo encontró revitalizante, un liberador escape de las tensiones acumuladas en el trabajo con su padre. Le encantaba volver loca a su novia, levantarla por los aires a su antojo; ser capaz de dominar al menos una sola cosa en su vida.

Después de subirla sobre la mesa, le quitó los pantalones y la saboreó con ansiedad. Él sabía que debía excitarla lo máximo posible, de lo contrario, los contactos se volverían dolorosos. La chica era muy pequeña, o tal vez él muy grande, en cualquier caso, ambos se entendían muy bien en la cama, incluso se dedicaban palabras malsonantes cuando mantenían relaciones. Era un juego, uno que se había convertido en la tónica de los últimos meses.

Tras ponerla boca abajo, levantó sus piernas y la penetró con fuerza. En otro momento hubiera limitado su ímpetu, pero ese día liberó su furia a través de un lenguaje corporal intenso, rozando la violencia.

—¡No tan rudo, cabrón! —pidió la muchacha con dificultad.

—¿Qué has dicho, petarda? —preguntó embistiéndola de nuevo.

—¡Fresa! ¡Fresa, joder!

Era la palabra clave. Si alguno de los dos la pronunciaba, lo pactado era cesar la actividad.

—Pensé que te estaba gustando —dijo él—. Lo siento, ¿estás bien?

Zaida se vistió y después de un silencio tenso, expuso:

—Es increíble que logres ponerme tan cerda, pero por Dios, ¡casi me partes por la mitad!

Armando sonrió y volvió a disculparse. Él jamás le haría daño, al menos no a propósito. No echaba en falta a una compañera dulce, de hecho, siempre halló más atractivas a las mujeres intensas, las que no dejaban de sonreír por temor a arrugarse. Estaba harto de gente que se preocupaba más de hacerse la foto perfecta que de establecer un vínculo profundo. Zaida encajaba en sus preferencias, de eso no cabía duda, sin embargo, de un tiempo a esta parte se sentía vacío.

No era algo de lo que hablara con nadie. Eso hubiera herido a su novia y, por tanto, la posibilidad de expresarse al respecto quedó descartada. Achacaba aquella angustia al hecho de sentirse atrapado en un trabajo que no le gustaba, a seguir viviendo con sus padres por no disponer de suficientes recursos, y quizá también a su incapacidad de tomar decisiones. «Eres un cobarde de mierda» se lamentaba.

Antaño hubiera querido estudiar fotografía, su pasión más oculta. Le encantaba irse a la montaña y capturar momentos que sólo la naturaleza puede brindar: paisajes multicolor, puestas de sol inolvidables... Cámara en mano, hallaba la paz que su vida rutinaria no le ofrecía, sintiéndose libre, desnudo y en equilibro.

No fue fácil encontrar aparcamiento. Decenas de conductores competían por las últimas plazas disponibles en la concurrida calle, algo que estaba poniendo nervioso a un Armando cabreado con el mundo.

—No te preocupes, cariño —expuso ella con paciencia—, acabo de ver un hueco, y pienso meterme, así me vaya la vida en ello.

Pese a que el poco espacio prometía una incómoda maniobra para salir del coche una vez estuviera aparcado, la pareja celebró haber llegado al fin.

—Lo reconozco, era un aparcamiento difícil —declaró Armando—. Si de mí hubiera dependido, aún estaríamos dando vueltas.

—Veo que la falta de espacio te parece un problema con el coche, pero no con algunas partes de mi cuerpo.

Él largó una carcajada y la besó. Quince minutos más tarde se encontraban en un piso plagado de gente y música a todo volumen.

—¡Habéis venido! —exclamó Carol, una amiga de Zaida—. Venid a por unas copas. Os presentaré a mis compis.

Sobre un sofá, dos chicos y otra muchacha parecían mantener una conversación animada. Uno de los jóvenes, de cabello largo y ojos claros, era sin duda el protagonista del momento. Gesticulando con gracia, los demás atendían a su discurso desternillados de la risa, dejando en evidencia quien era el alma de la fiesta.

—Chicos, saludad a Zaida y a Armando. Portaos bien con ellos, ¿eh? —indicó la anfitriona.

No fue difícil hacer buenas migas con ellos. En cuestión de minutos, Armando y su novia se encontraban bebiendo cervezas y contando chistes, pasando un rato tan agradable como necesario. Y lo que empezó siendo un compromiso al que debían asistir para no quedar mal con una amiga, terminó convirtiéndose en una noche divertida e inigualable.

A eso de las cinco de la mañana, la mayor parte de asistentes ya se había marchado. Sin embargo, eso no influyó a la hora de pasarlo bien, de hecho, conforme el ambiente se fue serenando, más agradable se volvía el encuentro.

—Parece que ya sólo quedamos seis —intervino uno de los chicos—. Se acabó lo que se daba, ¿no?

—¿Y eso por qué? —dijo otro—. Hay muchas cosas que podemos hacer siendo seis: echar una partida a la consola, jugar al Trivial, hacer una competición en el Guitar Hero...

—¿Y qué tal si jugamos a la botella? —dijo Zaida.

La sorpresa fue generalizada, aunque pocos minutos más tarde se habían sentado en el suelo, alrededor de una botella de cristal vacía y riendo, más por la vergüenza, que por lo divertido del asunto.

—Muy bien, ya estamos todos en nuestro sitio. ¿Quién la gira primero? —comentó una de las chicas.

—¿Y eso cómo va? —preguntó Armando—. Es decir, ¿cómo se juega?

—Pues giras la botella y besas a quien te toque —respondió su novia.

—¿A cualquiera? —cuestionó asombrado.

—Sí, por Dios, no es para tanto...

—Podríamos incluir algo más en el juego —expresó otro de los chicos—. Por ejemplo, si te toca tres veces con la misma persona, tienes que meterte en ese armario de ahí —expuso señalando el mueble— y hacer lo que os plazca mientras los que están fuera hacen una cuenta regresiva.

Armando lo encontró una locura, pero el entusiasmo del resto lo indujo a aceptar las normas y participar en algo que a priori no le hacía demasiada gracia. Echó un vistazo a Zaida y el hecho de que se mostrara tan abierta a la experiencia le pareció ligeramente decepcionante. No era gran cosa, pero sentía que de algún modo él no era suficiente y, sólo por eso, se le estropeó lo que había empezado siendo una gran noche.

O quizá no.

Empezaron los giros de botella y, como si de pronto aquel grupo de veinteañeros hubiera regresado a la adolescencia, comenzaron las risitas nerviosas y los besitos inocentes. Carol, la anfitriona, y Chema fueron los primeros en tener que visitar el armario. Después de que los demás contaran del 20 al 0, entre risas y más de un comentario soez, la pareja salió con evidentes signos de haber aprovechado el tiempo. Fueron los botones del pantalón del chico los que dejaron en evidencia aquel contacto.

Zaida estaba deseando que le tocara pronto, lo cual cabreó a Armando hasta límites que desconocía. «¿Desde cuándo es tan salida? —se preguntó celoso—. Ni que llevara siglos sin sexo...»

Finalmente le tocó con Gabi, el más joven de los presentes. Su aspecto aniñado no suponía un problema para el ego de Armando, pero ver cómo su novia corría feliz hasta el encuentro con él le sacó de quicio. Aun así, intentó que no se le notara el furioso ataque de celos con el que lidiaba internamente.

Al salir, vio que Zaida estaba despeinada. «Se han besado» pensó. Apretó las mandíbulas con fuerza, deseando que el maldito juego se terminara pronto.

Y llegó su turno, pero como si el destino se estuviera riendo de él, al girar la botella le tocó besar a un chico.

—Vamos, no me van las vergas —dijo molesto—. Dejad que pruebe de nuevo.

—¡Si te ha tocado Xavi, es a él a quien tienes que besar! —expuso Carol.

—Pero no es justo —reclamó—. Tengo derecho a que me toque al menos una chica.

—Por el amor de Dios —resopló Xavi—, acabemos con esto de una vez.

Se acercó y le dio un beso simple en los labios, aséptico, sin alma. Sin embargo, los demás gritaron con ánimo burlón. Armando ni siquiera lo miró a la cara, se limitó a intentar restarle importancia y a seguir con su turno. Esta vez intentó apuntar con la botella a la tercera chica que se hallaba en el grupo, Lía. Era guapa, de bonita sonrisa y pecho voluminoso. No la escogía por eso, sino porque sabía que a Zaida le molestaría ver cómo se morreaba con una mujer de sus características.

Y esta vez el azar estuvo de su parte. Preparado para darle un beso de película, se aproximó a Lía y, tomándola de la nuca, saboreó su boca consciente del cabreo que causaría en su novia.

Zaida, en cambio, no mostró desencanto. Para ella aquello no era más que un juego, de modo que siguió la partida sin sentirse mal por la pasión con que Armando besaba a otra.

Para él eso no implicaba nada bueno. Esperaba advertir un atisbo de incomodidad en ella, por lo que no hallar ni un indicio de celos minó un poco su autoestima. «¿Es que no le importa? Yo ardo de rabia y ella está como si nada. ¿Tan segura ve la relación?»

El juego continuaba y, para rematar la jornada, volvió a tocarle Xavi.

—¡Oh, no! ¿En serio? —se lamentó.

El chico se acercó, pero esta vez prolongó más el beso. Fue igual de tonto que el anterior, sólo que permanecieron en contacto unos segundos más.

Pasados unos minutos sucedió lo que más temía: otra vez Xavi en el objetivo de la botella. Eso significaba que debían meterse en el armario entre comentarios jocosos y el ego lastimado.

Al cerrar la puerta, Xavi se interesó por cómo estaba:

—¿Todo bien, tío?

—Sí. Bueno, no del todo.

—¿Qué te pasa? Tienes cara de perro desde hace media hora.

—Me molesta que Zaida disfrute tanto este juego. ¿Soy un troglodita por pensar así?

—Claro que no.

«17, 16...» gritaban los demás.

—Creo que deberías divertirte —añadió—, pero no en plan lomo plateado, sino de buen rollo.

—Me divertí besando a Lía —dijo riendo—. Aunque hubiera sido más guay ver a Zaida roja de celos.

«12, 11...»

—¿Tienes el móvil ahí? —preguntó Xavi.

Armando lo sacó de su bolsillo y, con expresión interrogante, lo extendió hasta él.

—Apunta, voy a darte mi número.

«9, 8...»

Armando ingresó su nombre en los contactos y Xavi agregó:

—Luego agradecerás tenerlo.

«5, 4...»

—¿Y por qué, si se puede saber?

—Porque querrás volver a verme después de esto.

Xavi lo besó, pero esta vez con total intención. El beso, húmedo y cálido, no causó la reacción que esperaba. Contrario a lo que parecía, Armando permitió que le metiera la lengua mientras pasaba la mano por debajo la camisa. Fueron sólo unos segundos, y, sin embargo, hizo que perdiera el contacto con la realidad.

«1 y ¡tiempo!»

Ambos salieron tranquilos, como si no hubiera pasado nada, incluso Xavi bromeó como si acabara de abrocharse los pantalones, algo que logró las risas del grupo.

El juego siguió una media hora más, pero sin grandes sorpresas. Armando tuvo la oportunidad de volver a besarse con Lía, pero esta vez no invirtió tantas ganas como en el primero. Ante la expresión confusa de Zaida, que daba por sentado que su novio estaría deseando volver a probar los labios de la muchacha, se disculpó diciendo que estaba cansado y que lo mejor sería volver a casa.

El trayecto en coche se volvió denso, invadido por un silencio que delataba que algo no iba bien. A Zaida le dio la impresión de que Armando estaba enfadado y, considerando oportuno restarle importancia al juego, dijo:

—Vamos, cariño. No ha sido para tanto. Si al final te has aprovechado tú más que yo de todo esto...

—¿Yo? ¿A qué te refieres?

—A Lía, ¿o me vas a negar que te gustaron sus peras?

—Por favor, no digas tonterías.

—Oye, que no me importa. Hasta yo se las habría manoseado si hubiéramos tenido que compartir el armario.

—¿Podemos hablar de otra cosa?

Estaba nervioso. El último beso con Xavi fue extraño, aunque poderoso. Era la primera vez que besaba a un hombre y, lejos de sentirse asqueado, le gustó. Sin embargo, en lugar de verlo como una simple experiencia, para Armando se volvería un auténtico martirio. Durante los siguientes días no dejó de rescatar ese beso en un bucle obsesivo y repleto de culpabilidad. Había estado evitando a Zaida esa semana, creyendo que no era honesto por sentirse de aquella forma.

*Imagen de Steve Johnson (Pixabay)

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro