La asignatura pendiente (Parte II)
—¡Nada!
—Levanta las manos.
—Por favor, señorita Álvarez, no me pida eso.
—¿¡Cómo diablos has robado!? Si has estado todo el tiempo conmigo. ¡Ni me he dado cuenta!
—¿Qué? ¿Robado? No, no he robado nada.
—Pues si no has robado nada, levanta las manos.
Creyendo que debía obedecer, corrigió su postura y dejó en evidencia su erección.
Ella, un poco confusa, pues tardó unos segundos en comprender qué trataba de ocultar el chico en realidad, suspiró y dijo:
—¿En serio? ¿Eso es todo?
Marcos asintió muerto de la vergüenza, con la cara completamente roja y deseando que aquella tarde extraña terminara cuanto antes.
—¿Y se puede saber qué te ha excitado tanto?
La pregunta lo pilló por sorpresa. No esperaba que la profesora quisiera indagar al respecto, así que, de perdidos al río:
—Sinceramente ha sido su escote.
—¿En serio?
—Intenté no mirarle la lencería, pero el turquesa es mi color favorito —se excusó mirando al frente.
Sonriendo, Úrsula encontró la situación de lo más graciosa. Y, por supuesto, no dejó pasar la oportunidad de alimentar su ego:
—¿Quieres verla bien?
—¿Qué? ¿El qué?
—La lencería. Puedo abrirme la blusa, si quieres...
«¿Estás tan cachondo que tienes alucinaciones?» se dijo. Sin embargo, antes de pedir que la mujer repitiera lo que acababa de decir, atendió a que ésta se desabrochaba hasta el último botón de la camisa.
Y ahí estaban, los turgentes senos elevados levemente por un sostén de encaje.
—Normalmente no llevo sujetador —agregó ella—, así que me alegro de que lo encuentres excitante.
—Vaya —dijo ensimismado—. Es muy bonito, sí.
—¿Tienes suficiente con la lencería o necesitas ver más?
—Perdone, ¿qué?
—Que si quieres que me las saque...
Marcos asintió con los ojos desorbitados y frenando una imperiosa necesidad de llevarse las manos a la bragueta.
La señorita Álvarez se tomó su tiempo para quitarse la blusa y desabrocharse el sujetador. Dejó que la prenda se escurriera con suavidad, dejando finalmente al aire esos pezones con los que tanto había fantaseado el chico que, al verlos, resopló con fuerza.
—Adelante, tócate —invitó ella.
Mientras lo miraba con curiosidad, se acarició los pezones ladeando levemente la cabeza en pos de apreciar mejor lo que el chico ocultaba bajo el pantalón.
Marcos casi babeaba, y el hecho de poder masturbarse con total libertad prometía un orgasmo sísmico.
Al ver que el joven se tocaba con ahínco, la profesora se apretó ambos pechos, masajeándose y excitando cada vez más al inexperto personaje.
—¿Te gustan? —preguntó erotizando la voz.
—Uf, mucho.
El chico apenas podía hablar. Estaba demasiado concentrado en tocarse con las dos manos, cosa que no sucedía con frecuencia. El miembro había crecido bastante, lo suficiente para tener que abarcarlo de esa forma.
Sintiéndose una diosa, Úrsula susurró:
—¿Quieres probarlas?
Pese a que Marcos las hubiera mamado como un animal, no tuvo tiempo de responder. El orgasmo llegaba ronco y con espasmos, eyaculando con tanta fuerza, que manchó el cristal delantero.
—Qué rápido ha terminado la fiesta —dijo ella.
—¿Qué? Lo... Lo siento mucho, ¿es que usted quería...?
Entregándole unos pañuelos, pidió:
—Limpia tu desastre.
Obedeció de inmediato y supo que jamás aprobaría la asignatura.
Así que, ahora que pisaba por primera vez la casa de su novia, las cosas se habían vuelto cuando menos complicadas. ¿Qué probabilidades había de que su suegra fuera la señorita Álvarez?
El mundo le estaba poniendo una prueba y, convencido de que debía superarla, enfrentó la situación con estoicidad. «No va a ser nada fácil —se decía—. Dejaste a esta mujer con las ganas de un buen polvo, pero por aquel entonces eras un niñato egoísta. Sólo has de explicarle que has madurado y que quieres de verdad a su hija. Y por favor, no hables de sus tetas. No lo hagas.»
La mesa, cubierta con un mantel brillante en tonos plateados, lucía una estampa inmejorable, exponiendo apetecibles entrantes y un centro floral muy vistoso.
—Qué mesa más bonita —dijo Marcos—. Y qué pinta tienen esos canapés...
—¿Sólo vas a mirarlos? —soltó Úrsula de golpe—. Cómete uno al menos.
«Qué difícil va a ser esto» pensó avergonzado. Aun así, sonrió y se dedicó a cenar entre charlas afables que se sucedían a su alrededor. Evitó mirar a la mujer más de lo necesario, pero las veces que lo hizo percibió un odio profundo en sus ojos. Recordaba el episodio, era obvio. Hasta ese instante, Marcos confiaba en que ella no le hubiera reconocido, pero tal y como lo escrutaba, su metida de pata tres años atrás había dejado huella, una como las del Yeti —grande y fea—.
Mientras tanto debía guardar la compostura delante de Davinia, quien ajena a la debacle mental de su novio, consideró interesante meterle mano.
Marcos tragó saliva e intentó que no se notara su aventura navideña bajo la mesa. Estaba disfrutando y a la vez pasando un mal rato. «Una erección inoportuna... ¿Te suena de algo?» Pensó desde el sarcasmo.
Dio un par de manotazos leves sobre los dedos de su novia, consiguiendo que ésta se detuviera mientras se reía y comía dulces en actitud burlona. Al otro extremo de la mesa, se hallaba un panorama bien distinto. Úrsula, que apenas había comido, se mantuvo callada y con la espalda completamente recta, al más puro estilo de la señorita Rottenmeien.
Marcos tragó saliva. Incómodo, pidió permiso para dirigirse al cuarto de baño. Al menos allí podría resoplar sin ser escrutado. Se miró frente al espejo, y la vergüenza hizo que se planteara abandonar aquella casa. «No puedes hacerle eso a Davinia» se reprochó.
Mojó su cara en agua fría y, en voz alta, hizo la promesa de estar a la altura.
—Eres como yo —dijo Úrsula cerrando la puerta de nuevo—. No te secas con la toalla, sino con papel higiénico.
—Bu-bueno, soy algo escrupuloso —sonrió al borde de un infarto.
—Muy ecológico no es, que digamos. Aunque ¿cuál de las dos opciones sería menos agresiva con el medio ambiente? ¿Usar el papel una sola vez, o lavar la toalla en una lavadora? ¿Talar árboles o contaminar el agua? ¿Tú qué piensas?
—¿Secarnos al aire? —suspiró—. Oiga, señorita Álvarez, me siento fatal por todo esto.
—¿Por qué? ¿Por usar papel?
—Sé que está incómoda. Yo estoy incómodo. La situación es incómoda de cojones, pero quiero a Davinia. Ella no tiene ni idea de qué sucedió, así que podemos empezar de cero y tratarnos como suegra y yerno sin necesidad de recordar aquel vergonzante episodio.
—¿Fue vergonzante?
—Yo quería que me tragara la tierra...
—Pero te fuiste satisfecho a casa, ¿verdad?
—¿No fue evidente?
—Yo sólo sé que me debes un orgasmo. Y a menos que quieras que le cuente a mi hija que conocí tu faceta de eyaculador precoz, yo diría que tenemos algo pendiente.
Asombrado y creyendo que su cabeza le estaba jugando una mala pasada, declaró:
—Vaya, yo creía que la deuda se había saldado con mis suspensos en inglés.
—No, Marcos, esos te los ganaste tú solito.
—¿Cómo puedo compensarla? ¿Quiere que pinte la puerta del garaje? Tiene ya algo de óxido en la parte superior... O puedo arreglarle la luz de la entrada, que está fundida...
—Quiero mi orgasmo.
—Pues creía que hablaba en sentido figurado... Pero ya veo que no.
La mujer se aproximó a él lentamente, cosa que puso nervioso al chico:
—¿Es que no quiere a su hija? ¿Cómo cree que se sentirá si se entera de esto?
—No tiene por qué enterarse.
Úrsula se levantó el vestido y bajó levemente su ropa interior. Apoyó entonces el trasero en el lavamanos y con una mirada transmitió a su acompañante que estaba lista para redimirle.
—Si consigo que tenga un orgasmo, ¿dejará de tratarme como a un perro?
—¿Tú qué crees? —jadeó tocándose.
El chico, que se excitó bastante con la expresión de la mujer, desabrochó sus pantalones y se aproximó lo suficiente para bajarle los tirantes y acariciarla con esmero. La que antaño había sido su profesora más rígida, ahora se mostraba relajada, con un rostro amable.
—Parece que con los años has adquirido cierto rodaje —susurró ella—. Lo haces bien...
—Usted siempre me gustó —comentó entre besos—. Pensaba en sus tetas todas las noches.
Marcos estaba ya a punto de penetrarla, cuando la mujer lo interrumpió diciendo:
—Espera un segundo. Traeré un preservativo. No te muevas.
Él aguardó tocándose para mantenerse igual de activo, pero cuando Úrsula apareció, no lo hizo sola.
Atónito, vio cómo Davinia y varios familiares lo veían semidesnudo al otro lado de la puerta.
—¿¡Qué diablos haces!? —gritó la chica horrorizada.
Marcos no pudo responder, estaba más preocupado por subirse los pantalones y buscar un modo de salir del entuerto.
—¿Ves, cariño? —intervino Úrsula— No puedes fiarte de ninguno.
—No es lo que parece, amor —dijo Marcos, una vez logró vestirse.
—Ni se te ocurra tratar de excusarte. Toquetear a tu suegra, el día que te traigo a casa para presentarte a mi familia... Joder, ¡en la puta cena de Navidad! ¡Lárgate! ¡No quiero volver a verte!
Y así, Marcos comprendió que jamás, bajo ninguna circunstancia, debía dejar a una mujer insatisfecha.
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