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L&J (Parte II)

Estaba acostumbrada a ser la estrella en el dormitorio, la experta que hacía a los tipos perder la cabeza. Sin embargo, con Jorge era distinto, quizá porque éste no pensaba tanto en sí mismo sino en evitar que saliera corriendo después de sus encuentros.

—¿Te gusta, nena? —dijo él en voz baja—. Tú dime qué quieres y yo lo hago.

«Uf, ¿por qué eres tan jodidamente delicioso?». Laura se debatía entre seguir gimiendo o responder, y abogó por asentir para no salirse de su habitual patrón de autocontrol.

El chico sacó sus dedos un segundo y después de lamerlos volvió a introducirlos con suavidad. Ella lo encontró tremendamente excitante, por lo que tras unos cuantos besos, pidió:

—Ponte encima.

Normalmente Laura era la dominante en el sexo, pero ese día quería ser dirigida, dejar que otro marcara el ritmo.

Jorge no tardó en acomodarse, aunque antes solicitó atar sus manos y piernas dejándola a su merced. Llevaba algunas semanas fantaseando con la idea y ver que Laura no se oponía a la propuesta elevó su ya desmesurada libido.

Besó su boca con vehemencia, mordiendo sus labios y la barbilla. Y de ahí, los besos comenzaron a expandirse a lo largo del cuerpo: hombros, brazos, muñecas, pezones, abdomen, caderas...

—¿Qué me has hecho, nena? —declaró pasando la lengua por su sexo—. Cuando estoy contigo pierdo el control...

Estremeciéndose por el contacto, Laura ya no medía el volumen de sus gemidos. De hecho, cuando el muchacho andaba ya rompiendo el envoltorio del preservativo que pretendía utilizar, pidió:

—Espera, antes quiero probarte...

No la hizo esperar, subiendo hasta la altura de su pecho se apoyó con los brazos en el cabecero mientras ella le saboreaba ansiosa, desde un deseo colosal.

Ya no podían más. Debían culminar aquello de inmediato, pero antes, Jorge tuvo la necesidad de desatarla. Ella se colocó boca abajo, apartando su larga melena para contemplarle en acción. Sin embargo él, después de probar durante unos minutos en tal postura, le pidió con voz melosa:

—Date la vuelta, quiero verte bien.

Sudando, los amantes acabaron rompiendo la cama, aunque aquel imprevisto no los hizo frenar. Entre risas, continuaron su baile ardoroso ajenos a los golpes de los vecinos que, a gritos, solicitaban un poco de silencio.

—Georgie, los viejos de al lado se están quejando. Contrólate... —dijo con evidente sarcasmo.

—Es usted una descarada, señorita —comentó tapando su boca—. Y por eso ahora el poli le va a dar una lección.

Ninguno de los hombres con los que se había acostado era capaz de aguantar ese ritmo, de hecho Jorge se coronó desde el primer encuentro como el rey del sexo satisfactorio. Pero Laura no tenía intención de trasladárselo por temor a que se volviera un engreído insufrible cuyo nivel acabase menguando con el paso del tiempo. Prefería hacerle creer que no era su mejor opción, incluso si eso infería negativamente entre ambos a la larga.

No eran esas sus preocupaciones en ese instante. De hecho, prácticamente llegando al éxtasis, preguntó a su compañero si podían hacerlo de pie, a lo que él reaccionó con rapidez y sin ningún inconveniente.

—¡Joder, eres un toro! —soltó gratamente sorprendida.

A pesar de estar sudando, Jorge continuó la tarea sin bajar la intensidad de sus embates, en ocasiones respirando con fuerza debido a la alta excitación.

—¿Ti piace? (¿te gusta?)

Era sin duda el mejor amante que había tenido, pero a la hora de charlar de antiguos novios o relaciones esporádicas solía evitar hacer comparaciones, fundamentalmente porque no estaba lista para asumir que aquel hombre era el compañero ideal.

Al acabar y asustada ante la idea del compromiso, se despidió con su habitual aspereza.

—Bueno, ya se acabó la fiesta —dijo resignado.

—Ya sabes lo que hay.

Abrochándose los pantalones, Laura reparó en un cuaderno ubicado sobre la mesa de noche.

—¿Qué es esto? «Siento ser sólo Jorge» —declaró leyendo la portada.

—Nada. Déjalo donde está.

—¿Es un diario? —preguntó intrigada.

—Laura Rivas, no te atrevas a abrirlo —advirtió con seriedad.

—Es que el título es irresistible...

Jorge le rogó encarecidamente que se lo devolviera. No tenía intención de leer sus reflexiones privadas, pero al verlo tan incómodo quiso dejarle claro que jamás invadiría su intimidad.

—Joder, ¿crees que en realidad soy tan cotilla?

—Laura...

—No, en serio. Me parece increíble que pienses que soy incapaz de respetar tu espacio.

—Laura...

—Aguanta un segundo. ¿Por qué crees que no me quedo nunca en tu casa? Analízalo, Jorge, ¿por qué puede ser?

—¡Laura, escúchame!

—¿¡Qué!?

—El condón está roto.

Laura entró en pánico. Convencida de que tener un hijo no deseado sólo podría empeorar la situación, se apresuró a salir directa al centro médico más cercano. Una vez llegaron a urgencias, estando él sentado mientras aguardaba turno y ella caminando en círculos a lo largo de la sala, concluyó que aquella relación no tenía demasiado futuro. Jorge estaba tranquilo, como si el hecho de poder tener descendencia no supusiera un revés en su vida. Para Laura, en cambio, el concepto de crear una familia llevaba impresa una verdad lacerante: el fin de su libertad. Y quizá fuera egoísta aquel planteamiento, pero encontraba más honesto rechazar la idea de la maternidad que fingir que era feliz sucumbiendo al sistema social establecido: «Ya es suficiente fastidiarte la vida a ti misma».

—Bueno, ya tienes lo que necesitabas, ¿no? —dijo él una vez salieron de la consulta.

—¿A qué viene ese tono?

—Estoy cansado, eso es todo.

La mentira se olía a kilómetros, pero Laura se limitó a seguir andando. Ya frente a su portal, el chico le dio un beso en la mejilla dispuesto a despedirse.

—Sabes que los bebés no se engendran con los besos en los labios, ¿verdad?

—Mierda, Laura, ¿por qué tienes que frivolizar con esto?

—¿En serio? ¿Estás cabreado porque he rechazado tu semillita?

—No, nena. Ese no es el motivo.

—¿Y cuál es?

—El enfado es conmigo mismo.

—¿Necesitas que traiga unas tenazas para sacarte las palabras o qué?

—Siempre haces lo mismo, Laura. Y aun así yo vuelvo a dejarme llevar, incluso sabiendo que acabarás destruyéndome.

—Yo te lo advertí —sentenció con dureza.

Jorge permaneció en silencio. Estaba realmente dolido, pero en el fondo ella tenía razón.

—Sí, lo hiciste —respondió después de tragar saliva.

—Entiendo que no quieras seguir viéndome. Lo que menos pretendo es herir a nadie.

—Estoy demasiado enganchado. Tú lo sabes y, no sé cómo coño lo haces, pero siempre consigues que vuelva. Incluso si ello implica que mi dignidad acabe bajo tus pies. No me gusta esta visión de mí mismo, no me gusta andar colgado de esta forma. Y la culpa no es tuya, sino mía. Necesito alejarme un tiempo, sentir que vuelvo a tener el control.

Ella lo miró unos segundos y después de besarlo con fuerza, agregó:

—Tu cama está rota. Ayúdame a romper la mía.

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¡Hola guapérrimos!

Laura y Jorge son probablemente dos de mis personajes más intensos, por lo que me pareció justo incluirlos en esta lista de relatos. Para aquellos que aún no conozcan su historia, los invito a pasarse por "Siento ser sólo Jorge", obra disponible en mi perfil de Wattpad.

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