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L&J (Parte I)

Le gustaba Jorge. Y mucho. Por más que tratara de mostrarse insondable, el tierno agente se había ganado un puesto si no único, fundamental en su corazón. A veces su orgullo la conducía a ser áspera y poco afectiva con él, pero ciertamente se había acostumbrado a su presencia, a sus caricias y a que fuera la persona más paciente y sensible que conocía.

Todo empezó sin planearlo, movida por una fascinación muda que durante meses intentó ignorar. Jorge era dulce, listo y tremendamente sexual, ingredientes que lo convertían en una elección casi perfecta. Se percató del interés del chico casi de inmediato. Siempre fue muy intuitiva en ese aspecto, era capaz de desnudar la mente de cualquier hombre que sintiera un mínimo de atracción por ella, como si estuviera dotada de un poder que siempre la situaba en una posición de ventaja respecto al género masculino.

En realidad pocos hombres podían resistirse a su magnetismo. Quizá por ello estaba harta de mantener relaciones vacías y poco duraderas. Su sólida coraza protegía a una muchacha inteligente y triste, muy al tanto de esas cosas feas que caracterizan a la sociedad. No necesitaba ser policía para conocer el lado oscuro de la calle, pues años atrás tuvo que soportar en carne propia infinidad de desencantos e injusticias. Si algo positivo se podía sacar de su situación personal, era haberse vuelto fuerte y decidida, la clase de persona que siempre quiso ser.

Independiente y liberal, Laura no limitaba su deseo. El jovencito, que no sólo la encontraba despampanante y perfecta, la idolatraba hasta límites que ni imaginaba. A esas alturas ya era demasiado tarde para deshacer lo que parecía el trabajo de una poderosa e imbatible hechicera, por lo que, resignado —pero con una sonrisa en los labios—, se limitó a besar el suelo que ella pisaba.

Fue muy fácil encariñarse y, pese a que tras cada encuentro Laura se prometía a sí misma romper un círculo que consideraba poco beneficioso, volvía a aferrarse al cuerpo de su compañero sabiendo que al regresar a casa se maltrataría de nuevo por haber sucumbido.

Últimamente el chico le pedía dar un paso más allá de los simples encuentros carnales, cosa que ella esquivaba siempre que podía. No era sencillo enfrentarse a los ojos de cachorro abandonado que exhibía cada vez que quedaban juntos en su piso y le pedía pasar más tiempo a su lado. Jorge no merecía sus desplantes, pero quizá desde su posición de enamorado incondicional no era consciente de lo complicado que era para alguien como Laura ignorar sus inseguridades.

Llegó veinte minutos tarde, como era lo habitual. Dispuesta a tocar el timbre, se reprochó en silencio no ser más organizada.

El muchacho abrió la puerta y de inmediato el olor de la cena la recibió cálidamente, como si aquella salsa cocinada a fuego lento la abrazase con afecto.

Después de quedarse absorto con su imagen unos segundos, la invitó a pasar y le ofreció vino. Los platos de Jorge nunca la decepcionaban, pero esa noche se superó a sí mismo. Se concentró en el ambiente: luz tenue, música de Scorpions, esencia de vainilla en un quemador... Le encantaba que la mimara, saber que de algún modo era una relación segura; un vínculo certero con la estabilidad. No era justo para él andar siempre esperándola, aunque la intención de Laura nunca fue jugar con sus sentimientos.

«Qué bueno está», pensó al verlo servir la comida. Jorge hablaba sin parar, en cambio ella sólo podía visualizar su cuerpo bajo la ropa, deseando olerlo de cerca y agarrarle esos glúteos que conseguían llenar cualquier pantalón. «Madre mía, qué culazo... Es de lo mejorcito que guardas bajo el uniforme».

—¿Te apetece repetir? —preguntó ajeno a su deleite y dispuesto a servirle más comida.

—¿Aún no hemos empezado y ya hablas de repetir? Me gusta cómo se presenta la noche.

—Así que la niña tiene ganas de fiesta... —dijo tras beber un poco de vino—. Llevo toda la tarde en la cocina y ella sólo quiere mi cuerpo.

—Oh, pobrecito... Laura no te valora ¿eh?

—Soy un tipo sin suerte —declaró con picardía.

—Eso, en modo víctima me pones más —agregó riendo.

Laura se levantó y, después de apartar el plato y los cubiertos, apoyó su trasero en la mesa colocando las piernas sobre los hombros del muchacho.

—Dios, qué loco me tienes...

Con inmediatez y armado de su característica fuerza, Jorge la cargó hasta la cama, aunque antes de tumbarla se dedicó a besarle cuello y decirle en voz baja esas cosas que sacaban su lado salvaje. Le encantaba verla fuera de control, que por una vez permitiera a su yo oculto dejarse llevar sin pensar en lo que sucedería después.

—Tu sei perfetta... —susurró interrumpiendo sus besos.

«Qué poco me conoces para pensar que soy perfecta», pensó ella.

—Vaya unas tetazas, nena —comentó acariciándolas—. Podría pasarme así la noche entera.

—Al final acabarás borrándomelas... No sé qué diablos ves en ellas.

—¿Bromeas? Son suaves y cálidas... Y joder, enormes, me chiflan.

—¿Eso es lo que más te gusta de mí? —preguntó riendo.

—No, hay cosas que me gustan mucho más.

—¿Cómo cuáles?

—Señorita, no sea tan engreída. Además, fue usted quién dijo que no quería seguir comiendo. Y yo tenía hambre, ¿comprende?

Laura pretendía continuar la charla, pero en cuanto sintió los dedos del chico deslizándose hasta el interior de sus muslos, se limitó a mirarlo complacida. A menudo se dedicaba a tocarla sin esperar nada a cambio. Esa era otra de las cosas que más le gustaban de Jorge, pero sin duda encontraba mayor placer en esa expresión suya, la lujuria escondida en su mirada de chico bueno; ese lenguaje que sólo ambos comprendían en la intimidad.

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