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El poder corrompe (Parte II)

—No se corte. Póngase cómodo —sugiero.

—¿Te molesta que me toque, Margot?

—A mí no.

—No me denunciarás por acoso sexual, ¿verdad?

—Por Dios, hágalo ya —digo cansada.

Vaya, está depilado. Me lo imaginaba más con el vello recortado, pero bueno, no está mal el asunto. Y sí, la tendencia política se percibe en la dirección que toman algunas partes del cuerpo. Ésta va hacia la derecha, sin duda alguna.

—¿Cuántos políticos has visto haciendo esto? —me pregunta.

—Usted es el número tres.

Sorprendido, se ríe y asiente sin dejar de mirarme.

—¿Quiere que pulse el botoncito para tener intimidad? —digo señalando el espacio entre nosotros y el conductor.

Responde afirmativamente y cierro la dichosa ventana. Está jadeando con sosiego, gimiendo en voz baja como si supiera cuánto me pone esa cerdada.

—¿Qué llevas debajo de la falda? —dice el muy golfo.

Me quito el cinturón de seguridad y, de rodillas sobre el asiento, me levanto la ropa para que vea mis preciosas bragas de encaje blanco.

—Uf, qué cosa más bonita —expresa acariciándome las piernas con la mano que le queda libre.

Me acerco a sus labios y antes de pasar mi lengua por ellos, susurro:

—¿Está usted seguro de querer metérmela?

Me besa desesperado. La boca le sabe a café. Me gusta. Está apretándome el culo con las manos y sus dedos traviesos acaban apartando la lencería. Al ver lo que oculto debajo, sonríe y lo mira embelesado, como si no hubiera visto un coño en su vida.

—Esto promete divinidad en todas sus versiones —dice al fin.

Me monto sobre él para que se calle y consigo mi propósito. La verdad es que estamos echando un buen polvo, de esos que empiezan con suaves movimientos y acaban con sacudidas importantes.

—¡Madre mía! —grita sin temor a que alguien le escuche—. ¡Eres una diosa, joder!

Pobrecillo, si esto le parece de diosa, qué pensaría al verme practicando la postura de la carretilla.

Y tal como me temía, el líder de las cavernas acaba su demostración de la virilidad en menos tiempo del que pretendía.

—Ha sido increíble —susurra abrochándose los pantalones—. La próxima vez me dedicaré a darte placer sólo a ti. Te lo prometo.

No sé qué me hace más gracia, si que esté dando por sentado que vamos a acostarnos de nuevo, o que a lo largo del día haga tantas promesas sin intención de cumplir ni una sola de ellas.

—Tranquilo. Ha estado bien.

—Eres maravillosa —dice dándome un beso en la mejilla.

Casi me siento culpable por lo que tengo previsto hacer. Pero es el instante preciso.

—¿Sabe, señor Valles? Llevaba algún tiempo queriendo tener una sesión de sexo con usted.

—¿Sí? ¿También tú imaginabas cochinadas conmigo?

—Muchas —comento riendo—. De hecho, planifiqué mentalmente cada una de las cosas que haría cuando se diera la ocasión.

—Cómo me gusta que seas tan meticulosa.

—Huy, no lo sabe usted bien. ¿Ve esto? —digo sacando un bolígrafo del bolsillo frontal de mi chaqueta—. Es una cámara espía.

—¿Cómo dices? —pregunta separándose de mí.

—¿Sabe lo que esta profesión puede causar en las personas que la ejercen? A mí al principio me afectaba mucho ver cómo ustedes los políticos se pasan las necesidades del pueblo por los santos cojones... Incluso tuve que medicarme. Ahora estoy mejor. He aprendido a lidiar con ustedes, la basura que promete y promete y promete sin cumplir ni una puta palabra.

—¿Qué es lo que quieres? ¿Dinero? —expone enfadado.

—No, Elías. Claro que no. Cobro muy bien, la verdad. No se ponga nervioso, ¿quiere?

Me subo de nuevo sobre él y, besándole, continúo mi exposición:

—Usted me gusta de veras. Me pone mucho cuando hace los discursos con esa voz firme, sin titubear, enfrentándose a la oposición como un emperador romano, tan fiero y contundente que ninguno de sus rivales le llega a la suela de los zapatos.

—Joder, Margot. ¿Y por qué me haces esto entonces? —pregunta sujetándome por la cintura.

—Sé que va a ser presidente. Tiene todo lo necesario para ello y yo haré que logre llegar al puesto. Puede conseguir el cargo y llevar a cabo cada una de las promesas electorales que ha hecho.

—Lo intentaré preciosa —expone a punto de besarme.

—No me ha entendido. No es una forma de hablar. Lo va a hacer. Va a cumplir todas sus promesas o de lo contrario sacaré a la luz lo que ha pasado en este coche.

—Venga ya, Margot... Es imposible que pueda cumplir todo. Imposible.

—¿Usted quiere volver a tener sexo conmigo?

—Sí, claro.

—Pues no me haga perder la paciencia, señor Valles.

—¿Y cómo diablos quieres que haga eso que me pides? No puedo, aunque quisiera, me echaría encima a mucha gente. Gente poderosa.

—No me cuente su vida. Y hágalo. Ya estamos llegando al colegio. Sea amable, sonría y disfrute con los niños.

La campaña electoral fue dura, pero tal y como vaticinaba Margot, Elías llegó a la presidencia. A lo largo del primer año en el cargo, cada vez que debía tomar una decisión, Margot le enseñaba el bolígrafo. De esa forma se aseguró de que el político hiciera cambios necesarios, al margen de estar ganándose unas cuantas enemistades. Fue así como Valles se convirtió en el primer presidente que cumplía todas y cada una de las promesas que había realizado en sus mítines. Y es que, al margen de estar probando de su propia medicina, el sexo puede ser una herramienta muy, muy convincente.

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