El poder corrompe (Parte I)
Cada día igual. Quizá debas a empezar a asumir que no tardas diez minutos en arreglarte. Ni treinta, chata.
Al menos ya tienes todo organizado: el conductor en la puerta, los cuatro periódicos, tres copias del discurso y un café solo con azúcar de caña. ¿Cuántos paquetes de ese dichoso azúcar ecológico has comprado este mes? Por lo menos una tonelada. ¿Es que no puede tomarse el café como un ser humano normal y no garrapiñado como esas almendras de las ferias?
Pero claro, luego le ves y todas sus chorraditas te parecen nimiedades, tonterías que lo vuelven más enigmático y atractivo. Qué bueno está el jodío, con esos aires de grandeza que le quitarías a bofetadas mientras te lo tiras en el Congreso, delante de todo el mundo. El muy arrogante acabaría diciéndole a los presentes que no es lo que parece, que en breve su particular exposición cobraría un sentido, mientras le das con las tetas en la cara y gimes a todo volumen.
Desde que se deja la barba está más interesante, como esos papaítos que parecen serios y fieles hombres de familia paseando carritos de bebé por el parque. Dan la sensación de estar felizmente casados hasta que te miran con lascivia y luego se cercioran de no haber sido descubiertos en su indiscreción. Todos son iguales. Eso por descontado. Pero hay que reconocer cuando uno de ellos merece un buen revolcón. Y en el caso del señor Valles, quizá hasta dos.
El bombón se llama Elías Valles, presidente de un partido que se promociona con discursos moderados y progresistas, aunque en realidad sea completamente lo opuesto. Como todo lo que hacen y dicen sus componentes. Todo lo contrario. Si alguno comenta la intención de subir las pensiones, en realidad pretende reducirlas. Y si alguien alude a la urgente necesidad de luchar contra el cambio climático, sólo está deseando vivir de los regalitos en forma de sobre de esas empresas que contaminan a destajo. Eso sí, tú debes adquirir consciencia y no tirar una puta botella de plástico a un contenedor que no sea amarillo. Porque el único culpable de que una tortuga tenga 101 trozos de plástico en el estómago es sólo tuya.
Ese es mi día a día. Ya tengo asumido que por mucho que una sola persona pretenda cambiar las cosas, es cuestión de tiempo que acabe podrida como el resto. No se trata sólo del dinero. Creo que tiene que ver con el poder. Sí, ese estatus que te permite saltarte colas, salas de espera e impuestos. Oh, por Dios, no me diréis que a estas alturas esperáis que un político pague lo que le corresponde. JAJAJAJAJAJAJA.
En fin, Elías es un tiparraco, como el resto. Un tío casado con la perfecta mujer florero que sólo se dedica a criar a sus niñas —futuras esposas florero también—, que delante de los medios se muestra como un individuo de férreas convicciones familiares, y luego en privado babea cuando su asistente —o sea yo— se pone una blusa sin sujetador.
Es cuestión de tiempo que acabemos a lo Mónica Lewinsky y Bill Clinton, porque pese a que lo encuentro un patético aspirante a la presidencia nacional, reconozco que me pone bastante bruta.
Hoy tenemos que ir a un colegio a hablar de la importancia de la educación, el compromiso con los niños y bla bla bla... Lo de siempre. Mucho soltar retahílas al respecto y poco dar soluciones. Habrá una ronda de preguntas de los menores, y la verdad es que me apetece un montón ver cómo lo ridiculizan luego en la prensa. No debería alegrarme por estas cosas, pero es que pone carita de perro abandonado cuando eso pasa, lo cual también me pone cachonda. Qué queréis que os diga. Soy un veneno, ¿vale?
Ya viene. Lleva ese traje azul marino que le resalta el culo. Bien escogido, Elías. Sobrio pero sexy. Es un buen sistema para ganar adeptos. Gemelos a juego con la corbata. Eso es nuevo. Normalmente no los lleva, claro que el colegio al que vamos tiene fama de ser un centro elitista. Es un gesto discreto, pero evidente para quien tiene poder adquisitivo y anda fijándose en esas cosas.
—Hola Margot —dice sonriendo levemente.
—Buenos días, señor Valles. Tenga su café —respondo mirándole la boca. Me sorprende seguir siendo tan discreta, dado mi historial. Y el suyo.
El año pasado me enteré de que andaba tirándose a una becaria en horas de trabajo. Qué pensarían sus votantes si se enteraran de tamaño escándalo... Cuando la chica empezó a ponerse pesada, en plan llamando a su casa y solicitando su atención como sólo una mimada lo haría, la mandó a paseo. Eso sí, con una jugosa paga para ganar su silencio, cosa que no objetó nadie.
Elías es una comadreja, de eso no cabe duda, pero huele bien y se convierte en un dios con voz aterciopelada en las distancias cortas. Él lo sabe, por eso tiende a usarla cuando le entrevistan mujeres, o cuando en los mítines las señoras se dedican a pellizcarle por todas partes al son de «presidente, presidente».
Vaya, lo de hoy es nuevo. Me subo al coche y percibo que me mira las piernas. Tiende a mirarme más el escote, aunque para ser justos hoy no tiene mucho que ver. Si supiera las bragas que llevo debajo...
—¿Qué dicen los diarios hoy? —pregunta tras saborear su café, satisfecho y desabrochándose el botón de la americana.
—Siguen centrados en los corruptos de la oposición.
—Estupendo. Con las elecciones a la vuelta de la esquina, conviene que la opinión pública continúe machacándoles. Al menos dos o tres días más.
—¿Quiere que llame al director de las noticias del canal tres?
—Buena idea, Margot. Si se pone tonto, coméntale el tema de su novio secreto.
—Sí, creo que esa no es una noticia que quiera compartir con su mujer.
Míralo cómo se ríe. La alimaña extorsiona y chantajea cada vez que se le antoja y encima se permite el lujo de celebrar su trapacería como si contara un chiste tronchante.
Perdonad, pero es que acabo de flipar... ¿Se le ha puesto dura? ¿De verdad?
Lo más triste es que ni siquiera ha sido por imaginarse mis bragas, sino por sentirse el macho dominante del Congreso. Le pone cachondo joder a los demás. Me pregunto si en la cama le irá lo de ser sumiso. Me encantaría verlo en pelotas, a cuatro patas mientras recibe nalgadas por haber sido un tipo malo. Politicucho de mierda...
Sí que le dura la erección. Llevo ya un buen rato al teléfono con el director de informativos, y él sigue con el tema por todo lo alto.
—Parece que no comprende que andamos en plena campaña... —expongo con paciencia. Mientras el tipo se excusa diciendo que ellos se venden al público como una de las cadenas más neutrales en lo que a condiciones políticas se refiere, me fijo en el paquete de mi acompañante, cada vez más hinchado y apetecible—. Escuche señor Andrade, soy una persona pacífica y comprensiva, pero no querrá verme estresada, se lo aseguro... No, déjeme terminar. Hay un chico que se llama Alberto Marín, no sé si le suena. Es muy jovencito y guapo, tiene bonitas posaderas y un affaire con un destacado director de noticias... Pero cálmese, aún no he llegado a la mejor parte... Bien, lo mejor de la historia de ese muchachito es que tiene tendencia a hacerse fotos con el móvil, una moda como otra cualquiera si tenemos en cuenta que la mayoría de los chicos de su edad necesitan un testimonio gráfico de todo cuanto hagan, desde comprarse un suéter hasta comerse un... Bueno, comerse a un director de informativos. Lo mejor de todo, es que, pese a que nos digan que el contenido de nuestros teléfonos es algo completamente privado, la realidad es bien distinta. Y le sorprenderá lo fácil que es para ciertos sectores hacerse con una imagen que vale más que mil palabras. ¿Qué pensaría la esposa de un director de informativos si viera una fotografía de su marido en pleno orgasmo mientras un chico le realiza la mejor felación de su vida? ¿Sabe lo mejor, señor Andrade? Que no sólo existe una foto, sino dos vídeos. Y son tan explícitos y nítidos que a servidora le han sacado los colores. Con eso se lo digo todo.
El hombre está gimoteando al otro lado de la línea. De verdad, ¿para qué se casa la gente? Lejos de sentir lástima, conecto el manos libres y así Elías puede escuchar la derrota del pobre miserable en vivo.
—Pero, señor Andrade, no se deprima —continúo—. Su secreto estará a salvo si sigue hablando unos días más del caso de corrupción del partido que usted y yo sabemos. Nada más.
Logrado el objetivo, cuelgo sintiéndome mal por ser una puta desalmada. Elías no me felicita, lo cual es extraño, pero supongo que para eso me paga. Aun así, me ha parecido toda una desconsideración por su parte, de modo que mi versión más impertinente espeta:
—¿Sabe una cosa? Para evitar sucesos como este, máxime a punto de tener una cita con menores de edad, lo recomendable es ponerse un pantalón menos apretado. O tal vez aliviarse antes de salir de casa. Es usted el presidente de un partido, no un depravado que se excita con la idea de ir a un colegio.
—¡Margot! ¿Cómo puedes decir algo así? Tengo hijas, por el amor de Dios.
—Lleva media hora en ese estado, y como no sea que le da placer el aire que entra por el hueco de las ventanillas, no encuentro otra explicación.
—Me enciende tu modo de conseguir las cosas —suelta en voz baja.
Ah, muy bien. Le pone cachondo que sea una cabrona chantajista.
—Me sentiría más halagada con un aumento —respondo sin inmutarme.
—¿Te incomoda que diga esa clase de cosas?
—Señor Valles, soy asesora de imagen, y mi especialidad es la política. ¿Cree que la idea de excitar a un hombre del que conozco todos sus trapos sucios va a suponer un conflicto para mí?
—No, claro que no. Creo que más bien sucede todo lo contrario.
Estupendo, ha logrado silenciarme. Qué bueno está el hijo de la gran puta. Hoy tiene un aire a lo Clark Kent con las gafitas y el traje apretado. Me dan ganas de abrirme de piernas y enseñarle la kriptonita, a ver si consigue cerrarle esa maldita boca de engreído que tiene.
—Los hombres sentimos una atracción inevitable hacia el poder —expone con cinismo—. Debe ser algo biológico, químico. El liderazgo implica a veces hacer cosas difíciles, incluso inmorales si la situación lo exige.
—¿Como sacar a la luz la homosexualidad reprimida de un individuo que no le ha hecho nada?
Para, Margot. Este tío te paga el sueldo.
—Si es necesario, por supuesto. No es ningún angelito. Tiene una familia en casa y se dedica a acostarse con un chico que podría ser su hijo. En secreto. Ocultándose en la sombra como si fuera un criminal. ¿De qué tiene miedo? Te lo diré. Tiene miedo a conocerse a sí mismo. Eso no le pasa a un líder.
—Y usted no oculta nada, ¿verdad? —Cuestiono con cierta ironía.
—Yo soy un mujeriego. Lo tengo asumido. No es algo que ande contándole a todo el mundo, pero no me escondo como Andrade. Ni me niego a mí mismo.
—Supongo que su mujer estará muy contenta con esa desbordante personalidad, ¿no?
—Ella sabe lo que hago. Su única condición es no ser sustituida, y eso no pasará.
—Entiendo.
Me gustaría partirle la cara, pero ese es su estilo de vida y no soy quien para juzgarle. No en ese sentido.
Me mira fijamente, como si esperase algo más que un simple «entiendo» por mi parte. Pero no agrego nada y me limito a sonreír.
No puede ser. ¿Se está tocando el rabo por encima del pantalón?
Vivir para ver.
*Imagen de Mahesh Patel (Pixabay)
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