El cine (Parte II)
Sin embargo, permitió que siguiera percibiendo los centímetros que dibujaban su mano y, no conforme con eso, acabó indagando bajo la chaqueta que cubría su regazo. No daba crédito. Alterada, pero tratando de mantener la calma, cruzó las piernas en un intento de evitar que Martín se enterase del asunto. El chico estaba acariciando sus muslos, levantando levemente su falda y jugando con la costura de sus panties. Y sin poder evitarlo —o más bien sin querer hacerlo—, acabó permitiendo que apreciara su humedad. El pantalón de Iván ya no podía esconder sus pretensiones, de modo que, excusándose, dijo que tenía que ir al servicio.
Quedarse al borde de un orgasmo no entraba en sus planes, así que Lara no tardó más de dos minutos en seguir sus pasos. Era una soberana locura, pero en ese instante el deseo se imponía a la razón, por lo que permitiendo a su parte más instintiva tomar las riendas, fue a paso firme hasta el cubículo más alejado de la puerta que halló en el baño de señoras. Por alguna extraña razón, creía que Iván acudiría a la cita, pero a medida que pasaban los minutos, concluyó que su fantasía no iba a producirse. Y era completamente lógico. Quizá el chico se hubiera arrepentido en el último momento, al fin y al cabo, ella era la novia de su amigo, y puede que el paseo hasta el servicio de caballeros le ayudara a ver las cosas con mayor claridad.
Estaba dispuesta a regresar a la sala y comportarse como alguien responsable cuando, sin previo aviso, alguien la sujetó con fuerza, cubriéndole la boca.
Iván le dijo al oído que estuviera tranquila, que sólo pretendía llevarla consigo hasta el aparcamiento.
Y en el interior del vehículo se desató la lujuria.
Apenas había espacio en el coche, aunque incluso dentro de una jaula para chinchillas habría probado infinidad de posturas con aquel tipo. Tras quitarle la camiseta y deambular manualmente por cada uno de los surcos que dibujaban su abdomen, Lara se dejó llevar sin pensar en las consecuencias de sus actos. ¿Qué diría a su novio cuando regresara? ¿Sería capaz de mirarlo de frente sin sentirse una mala persona?
Rumiaba esas y otras tantas cuestiones cuando Iván lamió el interior de sus muslos y, entonces, como si se hallara presa de un encantamiento, olvidó la vida a la que correspondía.
—Dios, qué bueno está esto... —susurró concentrado en la tarea.
Paralizado el mundo y por ende ignorando cualquier atisbo de cordura, se aferró a su acompañante y probó el dulce y ardiente néctar de un estambre tan prohibido como efímero.
Al acabar y mientras se vestían, charló con Iván para compartir una coartada donde un pequeño imprevisto con el coche podría ser la salvación a la hora de explicar su ausencia en el cine. Sufrir un atraco cuando se dirigían hasta el vehículo para rescatar su abrigo y luego solicitar ayuda a los miembros de seguridad del centro comercial le pareció una idea bastante creíble, aunque en realidad aquello no tuviera ni pies ni cabeza.
La película casi estaba terminando y, pese a que Martín no preguntó nada, Lara tuvo la necesidad de explicarse:
—Cariño, ni te imaginas qué ha pasado...
—Ya me lo cuentas luego que quiero saber cómo acaba la peli.
De pronto sintió que su novio prefería conocer el desenlace de una estúpida película antes que oír lo que tenía que decirle. Cualquier otra persona en la misma situación no sólo hubiera hecho preguntas sino que hasta quizás habría salido a comprobar si todo iba bien con su pareja. «Le importas lo mismo que ese cubo de palomitas. ¿Cómo vas a sentirte culpable después de ver por ti misma lo poco que le preocupa que una banda de albano-kosovares haya podido raptarte?»
Molesta, pasó los últimos minutos de la película reprochándose no sólo lo sucedido con Iván, sino intentando localizar los motivos que la mantenían junto a Martín.
A la salida sintió un escalofrío. Sus medias no pudieron aguantar el aparatoso baile íntimo que acababa de marcarse con un desconocido en el asiento trasero de un coche, de modo que las piernas desnudas al contacto con el aire procedente del exterior, no pudieron evitar la tanda de ligeros temblores.
—¿Y tus panties? —preguntó Martín, extrañado.
—Se formó una carrera y los tiré a la basura del baño.
Simplemente asintió. Era obvio que no se había creído esa patraña, pero Lara estaba tan enfadada, que ni se molestó en ser más convincente. Juntos avanzaron hasta la salida y cuando Iván intentó despedirse, Martín extrajo unos billetes de su cartera. Mientras se los entregaba, dijo:
—Mil gracias por este favor, amigo.
—De nada. Para la próxima ya sabes cómo localizarme. Hasta luego, Lara.
El chico sonrió y se dirigió hacia su coche. Confundida y algo descolocada, atendió a la cara de satisfacción de su novio y preguntó:
—¿Qué es lo que ocurre?
—Feliz cumpleaños.
—¿Qué?
—¿Creías que iba a olvidarlo? Ya son más de las doce, así que sí, feliz cumpleaños, morenaza.
—¿Quieres decir que tú...? ¿Has pagado a ese tío para que...?
—No quiero que mi novia se aburra. Hala, para que luego te quejes.
Fue entonces cuando comprendió lo mucho que le gustaba estar con Martín.
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