El cine (Parte I)
Nunca fue fácil para Lara adaptarse a la ciudad. Toda su vida estuvo bajo el escrutinio familiar en un pueblo en el que la libertad era considerada un lujo que no todo el mundo podía permitirse. A pesar de ello, la joven llevó a cabo su formación profesional lo más lejos posible, sabiendo que de quedarse en casa nunca alcanzaría el nivel que se había propuesto.
El barrio en el que ahora vivía era un lugar bullicioso donde la frenética actividad de vehículos y viandantes no cesaba ni siquiera de noche. Observó a través de la ventana el ir y venir de luces que arrastraban consigo sonido de neumáticos sobre la carretera. En función de lo grave o agudo que fuera el ruido, era capaz de adivinar si lo que se trasladaba sobre el asfalto se trataba de un coche pequeño, una furgoneta o un camión.
Curiosidades acústicas aparte, a veces se sentía tremendamente sola, y no era porque no tuviese a quien llamar para paliar esa soledad. El muchacho con el que salía, Martín, no era un mal chico, pero sí un tedio. Aburrido, solía comentarle cada avance en sus clases de cocina cuando Lara en realidad sólo quería agregar acción al noviazgo. ¿Para qué querría ella saber la temperatura exacta a la que debe cocinarse un filete? De un tiempo a esta parte, sus preocupaciones se reducían a una única cosa: sexo. Jamás se lo había comentado a nadie, ni siquiera a él. El tema siempre se consideró un tabú entre los suyos y, fantaseando con un compañero que realmente pudiera satisfacerla, dejaba volar su imaginación cuando, por enésima vez, "el misionero" era la postura de la semana. El chico, cuyos intereses abarcaban desde la cocina hasta los videojuegos, hacía lo que podía, pero eso no era suficiente. A menudo solía sentirse culpable por imaginarse a sí misma abandonándolo. Engañarlo con otra persona no era una opción, así que, mientras él se dedicaba a asistir a clase, se quedaba sola en su piso viendo porno sofisticado y comiendo chocolate entre horas.
No haber conseguido un trabajo a esas alturas tampoco facilitaba las cosas. En cuestión de meses, había desarrollado una adicción considerable a autocomplacerse físicamente. Quizá estuviera relacionado con el hecho de sentirse lejos de sus objetivos en la vida, pero lo cierto es que los orgasmos ayudaban a digerir mejor la aburrida existencia que el destino le había impuesto.
Tras la ducha, se percató de la hora que marcaba el reloj. Debía apurarse si quería llegar a tiempo a ver la película. No le apetecía en absoluto, pero Martín solicitó con tanta ternura ir esa noche al cine que no pudo negarse. Después de mirar el espejo y comprobar que, de nuevo, su cuerpo no se ajustaba a la idea que tenía de sí misma, caminó hasta la estación de metro.
Una vez llegó al sitio, comprobó que Martín estaba acompañado:
—Hola, morenaza —dijo antes de besarla—. ¿Qué tal el transporte? Hoy leí en la prensa que había huelga en algunos servicios.
—No hubo ningún problema —respondió atendiendo al joven situado al lado de su novio.
—Él es Iván —susurró—. Es nuevo en la ciudad y me dio lástima dejarlo solo. No te importa, ¿verdad, cariño?
—Supongo que no.
—Te compensaré. —Y acercándose al chico, expresó—: Iván, te presento a Lara, mi novia.
—Es un placer —comentó, levantando la mano a modo de saludo.
Iván era alto, algo delgado pero de cuidadas maneras. De tez acaramelada y cabello rizado, resultó tan exótico como atractivo a una Lara cuya libido causaba estragos en silencio. Obviamente, no tenía intención de ligar con un amigo de su novio, pero eso no era óbice para imaginarlo como su madre lo trajo al mundo.
Una vez sentados en las butacas de la sala, con Martín situado en el centro, se percató de las suaves y preciosas manos del chico. Tenía una sonrisa encantadora y sus ojos verdes contrastaban perfectamente con el cálido tono de piel. «¿Qué te está pasando? —pensó, sudorosa—. Es el amigo de tu novio, por el amor de Dios. Deja de mirarlo como si quisieras comerle la boca».
Al fin se centró en la pantalla, estudiando la atronadora publicidad que adelantaba los próximos estrenos cinematográficos. Apenas podía prestar atención a las historias debido al sonoro banquete que degustaba Martín: bolsas de frutos secos, refresco y un cubo de palomitas de maíz más grande que su regazo. Tras solicitarle en voz baja que no hiciera tanto ruido, vio que un acomodador reclamaba el asiento en el que Iván estaba sentado porque una pareja aseguraba que se había producido un error. Después de comprobar que, en efecto, se había equivocado de butaca, decidió sentarse al lado de Lara. Su novio se habría desplazado, pero debido al festín acumulado sobre sus rodillas apenas podía moverse. Lara trató de obligarlo, mas Iván la frenó con suavidad. Su aroma se instaló de golpe en sus sentidos. La poderosa fragancia que invitaba a explorar los placeres más censurables interfería en la atención que supuestamente debía prestar al film.
«Cómo huele este hombre, por favor... En cambio, Martín por enésima vez ha vuelto a salir de casa sin ponerse una triste colonia. Fíjate, su chaqueta sigue oliendo a tabaco a pesar de que ha jurado y perjurado haber dejado de fumar». Sujetaba el abrigo de su compañero, aunque habría percibido ese detestable olor a metros de distancia.
De repente, se fijó en los movimientos de Iván. Parecía incómodo en un asiento que claramente acogería a un obeso sin problemas. Veía la película acariciándose la barbilla en un gesto que le pareció de lo más sensual. Después de mirarlo de forma furtiva, halló sus ojos iluminados por el resplandor de la pantalla y le sonrió con amabilidad. Algo avergonzada, respondió del mismo modo y fingió atender al argumento. Veinte minutos de emisión y aún no había comprendido ni un ápice de lo que estaba sucediendo en la trama. Entonces, advirtió una mano a escasos centímetros de la suya. Apenas la rozaba, pero podía apreciar el calor que emanaba. Tímidamente y después de varios amagos de contacto, al final Iván acabó acariciándola. No fue accidental, lo hizo con total intención. Por un instante, Lara sintió que debía apartarse, demostrarle a aquel desconocido que estaba atravesando una linde vedada. ¿Qué clase de persona se arriesga a recibir un puñetazo acariciando a la novia de un amigo?
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