Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

El ascenso (Parte I)

*Imagen de Cloudhoreca (Pixabay)

«No hace falta que pongas el micro. Me conformo sólo con verte, cariño.»

Tenía previsto seguir tecleando, pero su novia acababa de quitarse la camiseta y prefirió usar las manos para otras cosas. Llevaban al menos dos semanas jugando en línea mientras él se hallaba en el trabajo. No es que mantuvieran una relación a distancia, sino que los años de convivencia empezaban a mermar la pasión y, como niños aburridos, se aventuraron a conocer juegos nuevos.

La idea de conectarse cual desconocidos para practicar cibersexo había surgido una tarde que, en una celebración familiar, se criticó duramente a las parejas liberales. Mientras unos argumentaban que desear a otras personas estando en una relación era signo inequívoco de una ruptura inminente, otros sostenían que la fidelidad no era más que un pacto entre personas, por lo que, si éstas lo consideraban oportuno, el hecho de practicar sexo con terceros no implicaba una deslealtad. Entre aquel barullo ensordecedor, Leticia y Leo concluyeron que cada pareja tiene sus códigos. Para ellos el concepto de relación no era compatible con tener amantes, ni siquiera consentidos, pero usar la imagen de otras personas para lograr una excitación no parecía incómodo. Y aunque el porno funcionó una temporada, no fue tan satisfactorio como jugar a que eran extraños en un chat de sexo.

Leo, el chico comprometido y responsable, había hecho a un lado su poderosa vergüenza y accedió a emplear parte de su tiempo en el trabajo —justo el instante en que la mayoría se iba a desayunar a la cafetería situada al otro extremo de la calle— para liberar su libido en el despacho.

Leticia estaba desnuda de cintura para arriba y había comenzado a echarse aceite corporal en los senos. Jugueteó con ellos tranquilamente, sabedora de cuánto gustaba eso al chico. El líquido se derramaba despacio, como cuando se libera sirope sobre un helado. Mientras lo extendía a lo largo del torso, jugueteaba con su lengua.

Él ya había empezado a tocarse por encima del pantalón. No era la primera vez que veía aquellos pechos desnudos, es más, los había visto, tocado, saboreado y olido en multitud de ocasiones, pero la nueva perspectiva proporcionaba un extra de erotismo, como si la que estuviera viendo a través de la pantalla se tratara de otra mujer. La travesura se le antojaba perfecta y deliciosa, un cambio de tónica que le excitaba hasta el punto de tener que bajarse la cremallera por temor a que su paquete explotara debido a la presión.

«Quítate las bragas, que ya sobran» tecleó impaciente.

Ella sonrió y acto seguido hizo lo que le pedía. Se había dado la vuelta para bajar la prenda despacio, dejando que Leo se deleitara mirándola en la postura más le gustaba. Rio ufana, sabiéndose deseada y con el completo dominio de la situación, y ese era un placer mucho mayor que el propio sexo.

La erección de Leo pedía a gritos un contacto, por lo que, ni corto ni perezoso, apartó con cuidado su ropa interior y se procuró un masaje enérgico. Andaba tan concentrado en la tarea que no reparó en la presencia de alguien en el despacho. Su compañero más cotilla, Tomás, había entrado con su habitual sigilo, siempre dispuesto a hacer las disparatadas bromas a las que ya tenía más que acostumbrados a cuantos le rodeaban. Leo y él mantenían una relación más bien cordial, en cuanto lo escuchaba charlar con alguien en la máquina de café, solía esbozar una sonrisa educada y seguía su camino. No quería establecer un vínculo con alguien que, según las malas lenguas, sería despedido en los próximos meses.

El bromista estaba viendo perfectamente la pantalla. No perdió detalle de la chica que se contoneaba con soltura mientras su compañero se la machacaba en horas de trabajo. Sin medir su tono, expresó:

—¡Menudas tetas!

Sobresaltado y muerto de la vergüenza, Leo cubrió sus partes deseando que aquello no fuera real. Quiso excusarse pero era más que obvio lo que estaba sucediendo, de modo que tras un par de risas nerviosas, se limitó a decir:

—Por favor, no lo comentes con nadie.

«Se lo va a decir a todo el mundo, necio» pensó sintiéndose imbécil.

—Nada, tranquilo —indicó sin dejar de mirar a la muchacha—¿Y esta tía tan buena? Joder cómo se lo está pasando...

—No sé —se apresuró a decir—, una putilla del chat.

Se arrepintió nada más pronunciar aquellas palabras, pero creyó oportuno mentir antes que contar la verdad.

—Macho, es súper guapa y tiene un cuerpo de infarto —expresó Tomás embelesado—. No me extraña que no pudieras controlarte, yo habría hecho lo mismo.

—¿Incluso en el trabajo? —preguntó atónito.

—Se me abre de piernas un bombón como ese y hasta en el funeral de mi padre me la sacaría.

No debería haberle hecho gracia el comentario, pero aun así se rio. Encontró curioso que un compañero de trabajo estuviera alabando así a su novia. En otro momento de su vida le habría roto la cara a alguien que se permitiera el lujo de mirar con tanta devoción a Leticia, pero técnicamente la chica de la que hablaba Tomás no era ella; la mujer por la que babeaba aquel botarate era una extraña que había conocido por obra del azar en un chat de sexo.

—Leo, te ha escrito algo.

Con el corazón a punto de estallar, se aproximó con suma urgencia para cerrar la ventana.

—Perdona tío —indicó Tomás—, te he cortado todo el rollo con el mujerón. Joder es que llevo meses sin ver a una tipa desnuda, quiero decir, desde que me dejó Enma no había visto unas tetas... En vivo, claro. No sé si me explico.

—Te entendí.

—Es que las actrices porno no cuentan. Pero esta chica está ahí tocándose para ti en exclusiva. Me parece una maravilla que no debes desaprovechar.

El joven iba a abandonar el cuarto, cuando de pronto, Leo soltó:

—Quédate. Total, ella no sabe que somos dos.

Era una situación extraña, la más extraña que se había encontrado, pero pese a este hecho, Leo quiso aprovechar los caprichos del azar —y en parte también de su imprudencia— para seguir experimentando los límites del placer.

El sujeto, descamisado en cuestión de segundos, se aproximó a la pantalla y casi babeando susurró:

—Por Dios, me voy a poner morado...

Leo comprobó que nadie estuviera pululando en los pasillos y cerró la puerta de nuevo. Su compañero se tocaba con brío, ensimismado con la imagen de Leticia que, ajena a su presencia, seguía desinhibida y sin complejos creyendo exponerse únicamente a su novio en posturas un tanto atrevidas.

Para Leo, aun siendo excitante, la situación se le antojó una deslealtad. Ella tenía derecho a saberse observada por un extraño, uno que se masturbaba con tanta fuerza que de un momento a otro acabaría gritando como un mono. No estaba orgulloso de su conducta, pero lo cierto es que jamás estuvo tan excitado.

Tomás soltaba comentarios cada vez menos inteligibles, pero su expresión hablaba por sí sola. La imagen de Leticia era una golosina para el desvergonzado personaje que, al margen de estar junto a un compañero de trabajo, se procuraba un orgasmo memorable.

Ambos, concentrados en sus respectivas tareas, disfrutaban de la panorámica y las lascivas expresiones de la protagonista en pantalla. Miró a su novia como la actriz imponente a la que todos los hombres desean y, de un modo tal vez algo arcaico, se sintió el ufano dueño de aquel cuerpo.

Nunca fue un hombre que destacara en nada, de hecho solía pasar bastante inadvertido en cualquier entorno, pero en ese instante se sentía poderoso, el rey que había logrado quedarse el tesoro que otros codiciaban. Luego miró la ridícula expresión de placer en la cara de Tomás y pensó: «compitiendo con esta fauna, no sé si debes sentirte tan triunfador.»

—Buah, tío —jadeó su compañero—, menuda hembra. Me la follaría hasta la extenuación.

Era un patán, pero a Leo le hizo gracia que tuviera la capacidad de ser tan sincero. Para él la comunicación era todo un misterio, de hecho tenía problemas a la hora de expresar sus emociones. Los suyos solían reprochárselo y, de alguna manera, encontraba la situación bastante terapéutica.

Al acabar y en pleno éxtasis, Tomás se abalanzó sobre el teclado y escribió: «Nunca había visto a una tía tan buena como tú. Vaya polvo te echaría.»

A Leo le tembló todo. El comentario, viniendo supuestamente de un novio, no debía tener demasiado sentido para Leticia, pero ésta no reaccionó con desconfianza. Tras despedirse de ella, el chico sugirió volver al trabajo, cosa que su compañero no tuvo problema en aceptar. Aun así, antes de marcharse, dijo:

—Oye, si algún día vuelves a cascártela con esa pava, avísame. Joder, ¡vaya yegua!

—Adiós —expresó sonriendo pero incómodo.

¿Cómo se le había ocurrido permitir tal cosa? Ahora decenas de pensamientos le atosigaban a un volumen ensordecedor. Vergüenza y sobre todo culpabilidad eran los términos que más le preocupaban: ¿Qué pensaría Leticia si llegara a enterarse de aquella jugada? ¿Se salía acaso de lo pactado entre ambos?

Claro que se salía. Ella no había dado su consentimiento: «Dios, has vendido a tu novia» —se dijo sacudiendo la cabeza.

Durante días, lidió con el peso de su secreto, deseando que el tiempo pasara y que la circunstancia desapareciera de su mente por arte de magia. Incluso rechazó, a base de excusas, volver a conectarse con Leticia desde el trabajo. Sabía que más tarde o más temprano ella haría preguntas, que aun sin ser pillado en su mentira, acabaría sospechando que le ocultaba algo.

La tarde estaba siendo calurosa, hasta el punto de querer arrojar la chaqueta por la ventana. Agradeció poder meterse en el coche y poner el aire acondicionado. No contaba con que, al llegar a casa, Leticia le tenía preparado el mismísimo infierno sobre las sábanas.

A besos, acabó llevándose al chico pasillo adentro, susurrando todas las cosas que pretendía hacerle en la cama.

—Así que ya puedes ir quitándote esos pantalones —dijo ella entre risas.

Leo obedeció. Ya desnudo, se tumbó junto a ella en la cama y se dejó acariciar sin oponer resistencia, liberando más de un jadeo mientras dejaba caer la cabeza sobre la almohada.

—Un poco de sexo convencional nos vendrá bien —expresó Leticia besando su abdomen.

—¿Sexo convencional? —alcanzó a decir gimiendo.

—Sí, claro. No todo van a ser videollamadas y pajas en el trabajo, ¿o sí?

Y entonces surgió el gatillazo. Para alguien que acostumbraba a ser tan nítido, ocultar un secreto de tal índole implicaba un serio esfuerzo por su parte. Trató de justificar la vergonzante situación con una «extenuante jornada de llamadas y quejas», cosa que ella aceptó sin mala cara y demostrando madurez.

Pese a que el gesto fue acompañado de un simple «no pasa nada, buenas noches», para Leo se volvió toda una odisea nocturna. Empezó a pensar que tal vez ella sospechaba cosas, no que supiera exactamente lo que había sucedido en el despacho, sino que su incapacidad para rematar la faena se debiera a una falta de interés. Si Leticia llegara a ver aquello como el resultado de andar buscando en otras el cariño, su relación se iría a pique.

Claro que luego reflexionó al respecto y sintió que estaba sometido a una enorme presión. No sólo se trataba de andar ocultándole a su novia lo sucedido junto a Tomás en el despacho. En realidad llevaba cuatro meses disputándose el ascenso con Noelia, la favorita del jefe con diferencia.

Mujer casada, de fuertes convicciones religiosas y madre de dos hijas, Noelia era sin duda la más oportuna para el puesto, teniendo en cuenta que ambos trabajaban en una empresa cuyos productos tenían como objetivo a las familias. Todo cuanto tuviera que ver con padres y bebés, era campo de análisis para la compañía, así que, en ese sentido, su compañera le llevaba ventaja. Únicamente había que escucharla soltar ideas para nuevas campañas. Se desenvolvía con tal holgura que todo el mundo imaginaba quién acabaría erigiéndose como jefa del departamento. Aun así Leo no perdía la esperanza, entre otras cosas porque él y el jefe solían intercambiar chistes. Ambos se llevaban muy bien, lo cual podría considerarse un punto a su favor. Claro que a la hora de la verdad, alguien que piense en lo mejor para su empresa optaría por la madre comprometida que cuenta con montañas de inspiración en su propia casa antes que un tipejo cuyo único valor reside en la calidad de sus gracias.

La jornada comenzaba como siempre: café, ordenador encendido y leve ventilación del despacho con las ventanas abiertas a una calle ruidosa y repleta de polución.

Matías, el jefe, no acudía a la oficina a diario, por lo que su presencia era siempre por sorpresa. Aquella mañana no fue menos, con un sigilo inusitado, apareció en el despacho de Leo justo cuando éste andaba haciendo unas fotocopias. Su inesperada presencia consiguió que las hojas acabaran esparcidas a lo largo del suelo y que su ya pálido rostro se volviera más blanquecino por segundos.

—¿Qué te pasa, Leo? ¿Te asusta este viejo? —dijo Matías entre risas.

—Me pilló desprevenido, señor —expresó más tranquilo y recogiendo los papeles—. Y además, ¿de qué viejo habla?

A su jefe le hacían gracia esa clase de piropos justo ahora que se hallaba con un pie en la jubilación. Evitando las famosas crisis que acompañan a los mayores de 65, sentía que aún era capaz de entenderse con gente que no correspondiera a su generación, cosa que lo rejuvenecía a muchos niveles.

—Colega, mira lo que me ha mandado mi hermano, te vas a morir de risa...

Tomás no vio al jefe hasta que entró de lleno al despacho. Advirtiendo su desprecio, decidió regresar sobre sus pasos diciendo que ya volvería en otro momento.

—Qué ganas tengo de echar a ese imbécil —escupió Matías con asco—. ¿Acaso sois amigos?

—No —dijo con rotundidad—. Además ya le he dicho que en horario laboral no me entretenga con virales del Whatsapp.

Se sintió mal arrojando basura sobre Tomás. Era un vago, todos lo sabían, pero quien empezó a entretener al otro con asuntos no relacionados con el trabajo había sido él. Aun así, pensó que cuanto antes fuera despedido, antes podría olvidar el bochornoso evento que llevaba días robándole el sueño.

—Bueno, iré a ver a Noelia que quiere decirme unas cosas —comentó Matías aproximándose a la puerta—. No olvides que el viernes hay cena de empresa. No puedes faltar.

—Gracias por recordármelo, señor. Desde que se cerró la última campaña estoy tan metido en ella que había olvidado la cena.

—Repito, Leo: no puedes faltar.

—Allí estaré.

—Ya es hora de conocer a tu novia, Lidia se llamaba, ¿no?

—Leticia —se apuró a corregir—. Pero no comprendo a qué se refiere.

—Le dije a Noelia que viniera con su marido y las niñas. Y me gustaría que tú vinieras con tu novia. No se puede dirigir una empresa de estas características sin contar con una familia sólida. Quiero saber en qué manos dejaré la compañía, ¿me explico?

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro