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Cuestión de altura (Parte I)

Siempre he creído que la vida guarda poesía más allá de sus hoscas fórmulas, un lenguaje invisible que se acaba comprendiendo con el pasar de los años. Y así ha sido en mi caso, sólo que, lejos de servirme como nexo de unión con otras personas, me ha vuelto un sujeto complicado.

Por suerte, mis pocos amigos no me consideran un bicho raro, aunque más de una vez me han dicho que use otras palabras para hablar, sobre todo cuando pretendo conocer a alguna chica.

Yo creo que mi manera de expresarme no es el problema. Tampoco mi visión profunda de las cosas. No todo el mundo piensa en el sexo como un intercambio banal y caduco, algunos seguimos creyendo que es un modo de expresión que conecta a dos personas a muchos niveles, así que a eso me aferro. Lo que pasa es que, pese a la madurez que demuestro, no he conseguido acostarme aún con ninguna muchacha. Y he salido con algunas, pero a la hora de la verdad acaban rechazándome. Hasta hace poco no comprendía por qué. Por mensaje todas parecen encantadas de charlar conmigo, incluso me dicen que les resulto agradable y simpático. El problema es cuando en las citas intento acortar distancias, y bueno, aunque he intentado engañarme a mí mismo pensando que tal vez ellas no estuvieran preparadas o cosas por el estilo, sé que se debe a mi escasa altura.

Ahorraos el discurso, eso de que «alguien acabará valorando mi interior» o que «aún no ha aparecido la chica adecuada» se lo podéis decir a un niño que tenga inseguridades sociales. No es ese mi caso. O sea, no voy de creído por la vida, ni mucho menos, pero sé que, al margen de mi baja estatura, tengo cosas buenas que ofrecer.

Soy el más bajo de mi entorno, tanto que a veces me cuesta llegar a algunos estantes en el súper, incluso en el trabajo tengo que usar una banqueta para alcanzar los archivadores. Y no solamente soy pequeño, también soy delgado, muy menudo, en general.

Mi mejor amigo, Germán, mide 1'85. ¡Qué cabronazo suertudo! Ojalá me pudiera regalar algunos centímetros, en serio. Supongo que su novia no estará con él únicamente por ese motivo, pero estoy seguro de que ella no iría cogida de su brazo tan sonriente por la calle si éste midiera 1'57. Y no me digáis que no todo el mundo se rige por los mismos patrones porque es una mentira como una catedral.

Está claro que todos tenemos nuestras preferencias, pero jamás he escuchado decir a una chica que prefiere a un tío bajito y enjuto. Hay mujeres que los prefieren musculados o fofisanos, peludos o sin vello, rubios o morenos, pero ninguna dice: «Mi sueño es acabar con Pulgarcito.»

Quedé con Germán y Aroa, su novia, para ir a ver una película. Estuve a punto de rechazar la propuesta, ya que no me apetecía que la chica me viera pedir las alzas que se dan a los niños por si alguien más alto se sienta delante. No pienso volver a pasar la vergüenza de solicitarlas, por lo que, si un toro de dos metros me bloquea la visión, emplearé 120 minutos a poner en orden mi correo electrónico o a leer las historias que tengo pendientes en Wattpad.

Aroa quiere ir a comprar golosinas, así que sigo a los tortolitos mirando mis deportivas minúsculas. Las de Germán parecen barcas al lado de las mías. En comparación, sus pies parecen los de Big Foot, lo cual, por extraño que parezca, me hace reír. Podría pisarme y me quedaría atascado entre los relieves del dibujo de sus suelas sin que nadie se diera cuenta...

La tienda está a reventar, no me extraña. Hoy se estrena la última película de Marvel y decenas de niños y adolescentes corretean por el espacio. Algunos de ellos son más altos que yo, y me vuelve a dar la risa, claro.

—Desde luego, que tengamos que encontrarnos por casualidad en un cine —dice una chica.

—¡Eli! —exclama Aroa abrazándola—. ¡Qué alegría saber de ti! ¿Cuándo has vuelto?

—Hace tres días... Mañana tenía pensado llamarte.

A medida que avanza la conversación me voy enterando de que Eli vivía en Irlanda y que, después de un despido masivo en la empresa para la que trabajaba, ha decidido volver con su familia.

—Te presento a Germán, mi novio —dice señalándolo—, y este es Dimas, un amigo.

De nuevo una chica tiene que agacharse para darme dos besos y, aunque intento esbozar una sonrisa educada, ha debido notárseme la incomodidad.

—Me encanta el color de tu camiseta —me dice—, soy adicta al verde.

Asiento con educación, aunque en realidad no me la compré por ser verde, sino porque era la única de la tienda que no me llegaba a las rodillas.

—Tenemos que irnos ya a la sala si no queremos perdernos los tráileres.

Las chicas van por delante mientras Germán y yo las seguimos. Mis descarados ojos se posan en el culo de Eli, una mujer que, aparte de superarme en altura, también lo hace en masa corporal. No es que ella sea ancha, es que yo soy muy estrecho, que es muy distinto.

—Cierra la boca o acabarás resbalando con tus babas —me suelta.

—¿Qué? —pregunto despistado.

—Que te cortes un poco o la espantarás.

—¿A quién, a Eli? Pfff —echo a reír—. Creo que no te has dado cuenta de lo lejos que está esa chica de mi alcance.

—¿Acaso no has visto cómo te ha sonreído?

—Germán, te agradezco que seas tan buen amigo, en serio, pero dudo mucho que Eli sienta devoción por los liliputienses.

—Tu problema está aquí —dice señalándome la frente—. Tu altura dejará de ser un impedimento en cuanto dejes de menospreciarte.

Ya estamos en la sala y, por suerte, no hay ningún alto tapándome la pantalla. Germán no se sienta a mi lado, sino que, con fina discreción —léase el sarcasmo—, se coloca en un extremo junto a su novia, dejándome a mí al lado de Eli.

Primer tráiler. Un par de chiquillos andan dando voces, cosa que me pone de los nervios. Sin embargo, no puedo quejarme del ruido porque aún no ha empezado la peli.

—Esos críos... —susurra Eli—. ¿Es que una no puede tener interés por otras películas?

Sonrío. La verdad es que es una chica guapa, con esa melena rizada que le llega hasta la cintura y las piernas largas, eternas, diría yo. Sus ojos brillan con la luz que proyecta la pantalla, y el carmín de sus labios se me antoja una capa de caramelo derretido de insuperable delicia.

Vale, estoy salido. ¿Qué queréis que os diga? Intuyo su pecho bajo el suéter y no puedo evitar imaginarme con la cabeza en medio. Soy un ser deplorable, lo admito.

Aun así, mantengo la compostura, recordándome que, incluso sentados en las butacas yo tengo que elevar un poco la vista para verle la cara.

Oh, por Dios, maldita sea. Un pavo como Hulk se ha sentado justo delante de mí. No veo una mierda.

Resoplo y ella, que se acaba de dar cuenta de por qué, me susurra:

—¿Quieres que cambiemos posiciones?

Pese a que me da una vergüenza extrema, asiento y celebro no tener que perderme la película.

—Así mejor, ¿no? —agrega.

—Sí, muchas gracias.

—De nada, little boy.

¿¡Little boy!? ¿Me acaba de llamar little boy? Lo sabía, era demasiado bueno para ser cierto. Me parece fatal que me diga algo así en mi propia cara, aunque no voy a dejar que esto me afecte, así que veré la película y mañana será otro día. Total, no creo que vuelva a ver a esta tipa nunca más.

Una cosa es querer estar sereno y otra es estarlo de verdad. Soy de esas personas que, por mucho que lo intenten, no pueden evitar dejar de manifiesto su verdadero estado de ánimo. Y ahora me siento un poco humillado, la verdad. Por eso, aunque me haya propuesto restarle importancia al comentario de Eli, mi pierna izquierda no deja de subir y bajar, frenética, quisquillosa.

Y ha debido molestarle porque, sin mediar palabra, acaba de ponerme la mano en la rodilla, mirando al frente en todo momento.

Creí que la quitaría enseguida, pero ahí sigue, esta vez acariciándola con mimo. Me quedo mirándola unos segundos, como si pudiera transmitirle de esa forma mi desconcierto. Sin embargo, está subiendo la mano y la pone, sí, justo en el paquete.

Me ruborizo un poco, dando un ligero respingo. Ella se ríe y me dice al oído:

—Parece que no tienes todo tan pequeño, ¿no?

He empezado a sudar. Ha dejado de sobarme, por fortuna, de lo contrario no sé si hubiera podido seguir en silencio. La película ha dejado de interesarme de golpe, como es lógico.


*Imagen de Pexels (Pixabay)

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