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VI

     Desde ese día siento que soy dos personas, una que hace maldades y otra que se lleva las culpas.

[...]

     Cada vez que salgo de esa consulta siento que necesito estos pequeños minutos donde desmoronarme y que nadie me vea, ni yo. Donde solo pueda llorar sin sentirme débil por ser tan inútil.

     No puedo hacerlo en mi habitación del motel, porque ya no me sentiría seguro ahí. Tampoco puedo en la calle, donde la gente pasa. Ni mucho menos en el apartamento de Anne, estoy seguro que me daría otras pastillas y esperar lo mejor.

     Me dijo que habría una consulta especial mañana, que no era pagada, porque era un supuesto favor que le hacía a las personas que asisten y a los ciudadanos afectados. Terapia en grupo, era obvio. Me había dado una pequeña tarjeta donde se veían sus datos de psicóloga y unos pequeños horarios con enfermedades junto a ellos. Sesiones con personas compartiendo un mismo problema, todos muy complejos, entre las que hacían unas doce horas de trabajo. En la pequeña tarjeta me marcó la primera de todas las reuniones. Era a las ocho de la mañana, un par de horas después de cuando usualmente voy a trabajar. No tenía un nombre en específico como el resto de las sesiones del día. No me quedé pensando el por qué, mucho tenía ya en mente para preocuparme por esas minucias.

     No quiero contarle mis problemas a más gente. Anne intenta animarme en sus consultas y termino con este vacío cuando salgo de ellas. Estoy seguro que no todos esos pacientes han intentado suicidarse sin querer, o comerse un cerdo crudo en mitad de la calle, ¿tan siquiera han dañado a alguien? Simplemente no me siento cómodo con esto. Solo quiero pasar de página y evitar caer de nuevo en el tema. Estoy cansado de todo, obviamente es culpa de mis padres y tengo que aguantarme su egoísmo.

     Es culpa de los del pueblo por seguirles el ritmo, de Anne por no haberme controlado antes. Pero mía no, ¿cómo va a tener la culpa la misma víctima?

     —Estupideces, fueron ellos —entraba en mi habitación por fin, al menos esa cama podría aliviarme un poco el cansancio—. Y tampoco es esquizofrenia, es paranoia, ¿cierto? Anne es una pésima psicóloga.

     Hablaba solo más de lo normal, se siente muy relajante. Es como contar tus problemas a alguien que te entiende totalmente.

     —Pero puede que la terapia sí me ayude, o por lo menos hablar con la doctora al respecto de lo que pienso. Aunque no pienso dejar que me siga tratando de mala manera.

     »No quiero de verdad perder los papeles delante del hijo de Julia, o de ninguna otra persona.

     »Aunque a mis padres...

     »No me molestaría que les ocurriera algo por mi culpa.

     No los he visto desde que se largaron de la ciudad. No los voy a llamar, sé que todo fue una alucinación, pero es hora de dejar de creer en lo que dicen. Me abandonaron, no importan sus motivos. Si de verdad quisieran traerme, hubieran tomado el dinero de los ahorros.

     Mi vida es un asco en estos momentos, podría escribir un libro de lo que me ha pasado y sería probablemente de lo más interesante, pero ese sueño ya no existe.

     —Es hora de abrir los ojos, Niall.

     Perdí dos años de mi vida intentando que algo llegara a mi cabeza para empezar a escribir. En cambio, llevo un mes en esta ciudad y pude conseguirme un trabajo estable que me permite mantenerme sin necesidad de otros. En esos dos años tal vez pude montar mi propia empresa o un pequeño negocio como mínimo. Estos días he estado pensando; en realidad sí tuve eso en cuenta, sabía que habían otras oportunidades a parte del libro, pero seguí con el asunto para demostrar que tengo razón, porque solo quería su aprobación. Levantar sus miradas del suelo y hablarme como familia que somos, por lo menos que me dijeran que yo al final estaba equivocado.

     Tengo miedo de estar solo en la oscuridad.

     No tengo a nadie que me ayude, Julia solo me da ánimos para seguir. Anne me demuestra que la oscuridad es mucho más de los pocos metros que imaginaba. Ben era el único que me tomaba de la mano y me sacaba de ahí con una linterna.

     —Tal vez deba llamarlo.

[...]

     —¿Hola? ¿Niall? —Se escuchaba un hilillo de música en el fondo y sus voz se entrecortaba por la cobertura—. ¿Pasó algo?

     —Nada —respondí—. Solo quería saber cómo estaban y charlar un rato.

     —Niall, me encantaría, pero ando un poco ocupado en estos momentos —giró su teléfono hacia la melodía, intentaba que escuchara dónde estaba: música fúnebre—. ¿Es algo importante de lo que quieres hablar?

     —¿Le pasó algo a Emily? —La novia de Ben, pensé lo peor.

     —No, tranquilo —podía escuchar también su tristeza, aún con la música y la cobertura en mi contra—. No es alguien de quien te debas preocupar.

     —¿Y tú estás bien?

     —No mucho, Niall —respondió—. Te tengo que dejar.

     —Ben —dije rápidamente antes de que finalizara la llamada—, ¿podrías llamarme cuando estés libre? En serio te extraño.

     No me contestó a eso último, simplemente colgó el teléfono.

     Tal vez pueda acampar unos días en la oscuridad, pronto vendrá Ben y me ayudará, siempre lo hace.

     —Volviendo a lo de la consulta, tal vez debería llamar mañana al trabajo y decir que voy a faltar —dije en voz alta, interrumpiendo mis pensamientos.

     Puede que mañana haya gente que me cuente que sus experiencias no son bonitas tampoco, que tal vez se imaginan a su familia muerta sin previo aviso. ¿Cómo saben si lo que ven es real o no?

     ¿Cómo sé si esto que ando viviendo es real?

     —¿Crees que sea real?

     —Claro que sí —respondió.

     Él es la razón por la que hablo en voz alta casi siempre, siento que algo dentro de mí me responde a todo, aunque tristemente es mi subconsciente. No se siente como esa persona que toma control de todo en ocasiones. Él es bueno, me escucha y me responde siempre entre risillas, sé que intenta ayudarme, pero se siente muy falso todo. Aunque de seguro ando delirando, es mi subconsciente, ¿qué iba a ser falso ahí?

     —¿Crees que mañana pierda el control?

     —Intentaré que eso no pase.

[...]

     Llegó la mañana siguiente. Había despertado un par de horas antes de la sesión, es la costumbre del trabajo y, aunque al principio me costaba mucho madrugar tanto, ahora es inevitable que suceda. Decidí pasar los primeros minutos mentalizándome de que debía contar problemas que ni yo mismo entiendo a un grupo de tal vez cincuenta personas.

     Tomé un poco del papeleo del periódico que tenía hace dos días y terminé todo lo que pude, supuestamente no iba a trabajar nada hoy, pero era eso o tomarme un bote de pastillas para calmarme un poco los nervios. Al menos me distraje, tal vez más de la cuenta.

     Tomé el primer conjunto que encontré y me vestí con él, el único traje sobrio que me he comprado, justamente para ocasiones así de importantes. Aún me quedaban minutos antes de las ocho, por lo que decidí ir caminando. Tenía en alquiler esta bici con la que me era más fácil ir a la oficina, en esta ciudad no hay muchos medios de transporte público, y los pocos que habían no conectaban el camino de mi habitación hacia allí. Decidí dejar de pagar la renta de la bicicleta, era un poco cara y podía empezar a ahorrar para comprarme una de segunda mano.

     Justo como el primer día, las calles parecían devorarte con su ambiente. Cambié un poco la ruta, la primera impresión que quería dar no era llegar oliendo a frituras. La zona comercial era una idea más agradable, podía pasarme horas viendo a través de las vitrinas todo tipo de cosas que no me molestaría comprar.

     Pero me seguía preocupando esa consulta. Sigo pensando que me va a ser difícil abrirme ante tanta gente, no puedo mirarlos a todos mientras cuento mi historia, tal vez haya uno que se ande riendo y no me pueda dar cuenta. Aunque mi nube de dilemas se esfumaron por un segundo, noté que todos me observaban por donde caminaba.

     —¡Mierda! —susurré.

     El mercado de la ciudad, o por lo menos el de esta parte. No sé si es el que decidí perturbar ayer, pero las caras de ellos no me hacen pensar lo contrario. El carnicero del pequeño puesto de la esquina me intentaba asesinar con la mirada, los fruteros y la señora que vendía vegetales tenían esta expresión de pocos amigos. Incluso había una madre que apartó a su hijo del camino, lejos de mí.

     Cambié la dirección hacia el puesto del carnicero, probablemente es el que más daño haya sufrido de mi ataque. Me iba a disculpar, incluso podía pagar el cerdo, pero él tomo una piedra y la lanzó contra mí. Si hubiera estado un poco más cerca, me hubiera dado.

     —Aléjate de aquí, rarito. —Se llegaba a escuchar desde detrás de su mostrador.

     El resto estaba a punto de imitar lo mismo, así que salí corriendo. Un verdadero espectáculo, incluso las personas que estaban saliendo de las tiendas pudieron ver lo que pasó. Siento sus miradas clavadas en mi espalda, mientras me alejo lo más rápido de allí.

     Me falta el aire, no puedo seguir más. Siento que me voy a caer, pero estoy subiendo las escaleras del edificio de Anne. Es un ataque de pánico, como los que tenía en el pueblo, si me dejo caer y nadie viene puede ser un gran problema. No era un esfuerzo muy grande, estaba a unos metros de su entrada. Empecé a jadear en voz alta, tal vez me escuchaba y saldría a ayudarme, pero mi última y única opción fue derrumbarme con todas mis fuerzas contra la puerta. No pasaron unos segundos hasta que abrió.

     Le costó un poco comprender la situación. Sentí que le pidió a algunas personas que se apartaran, me recostó en su diván e intentó hacer que me calmara. Poco a poco fui recuperándome.

     En Leeds tenía los mismos ataques, pero mayormente sabía cuándo venían. Como siempre estuve encerrado en casa, pues era tan fácil como subir a mi habitación a tumbarme en la cama. Contaba muy profundamente, pero lo importante era el inhalador que tenía para estas ocasiones. De pequeño sufría asma y tenía una colección entera de estos por si pasaba algo algún día. La verdad, no sabía si estos eran efectivos contra ataques de este tipo pero, en mi caso, me calmaban.

     No lo traje en este viaje porque en los últimos días allí, dejaron de ocurrir. Aquí supuestamente iba a tener a mis padres por si pasaba algo, pero cuando se fueron, se me había olvidado por completo el tema.

     La vista dejaba de ser borrosa en aquel apartamento, podía ver a mi lado a Anne, agitada por la situación. Al otro lado estaban estos tres chicos, parecían bastante jóvenes.

     —¿Te encuentras mejor? —Me ayudó a levantarme con mucho cuidado.

     —Sí, lo siento —respondí.

     —Pensé que habías dicho que ya no te sucedían.

     —No lo hacen —empecé a observar de reojo a esas personas en la habitación, al parecer se habían preocupado lo suficiente, pero no decían ni una palabra—. Pasé por el mercado a disculparme por lo de ayer y casi termino herido.

     —No tenías que hacerlo. —Se lamentaba con gestos de mi acción—. La policía explicó lo sucedido, ni tan siquiera eres tú el que quería hacer eso.

     »Deja de culparte tanto por todo, Niall, así no podemos empezar la terapia

     Asumí que los chicos también venían por sus problemas, pero me esperaba un grupo más grande. Anne nos dijo de tomar asiento. Me alivié mucho de solo ser cuatro personas, y ninguno de ellos parecía de esos que te juzgan por todo.

     —¿Por qué no se presentan primero? —inició Anne.

     Eran dos chicos y una chica. Ella era bastante bonita, tenía un pelo rojo bastante deslumbrante.

     —Hola, Niall, me llamo Lilith. —expresó ella.

     Los otros chicos no tenían mucho que los resaltara, el más bajo tenía el cabello oscuro y le llegaba a cubrir los ojos si bajaba la cabeza, aunque él lo apartaba, al parecer le molestaba.

     —El que necesita un corte de pelo se llama Douglas.

     El otro era bastante alto, incluso más que yo. Su pelo era de un marrón claro, casi como el mío. Me molestaba que tuviera esta sonrisa del chico popular del grupo. Pero no iba a juzgar a nadie, así como tampoco quiero que lo hagan conmigo.

     —Y este de aquí, es Adam.

     »Podría decirse que somos mejores amigos. No es la primera terapia a la que vamos los tres al mismo tiempo. Sinceramente espero que Anne nos pueda ayudar.

     »Me imagino que debe ser un poco incómodo abrirte por primera vez ante otros, pero tranquilo. Si quieres, puedo empezar yo a contar mi problema.

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