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EPÍLOGO

El periodista se remueve sobre la silla luego de escuchar el espantoso relato; su estado nervioso se opone diametralmente a la imagen imperturbable que muestra su entrevistada.

—Yo... —El hombre de mediana edad rompe el nudo que apretuja su garganta—, necesito agua.

La anfitriona solo alza una ceja sumamente divertida con su reacción. Ni siquiera se molesta en ofrecerles un aperitivo a él o alguno de sus colegas, han dejado en claro que no comerán o beberán nada que provenga de sus manos.

«Chicos listos», admite en su mente mientras pasea con soltura alrededor de la estancia. Han sido largas horas reviviendo su peor pesadilla y deduce que al turbado señor Danvers le hará falta más de un minuto para recomponerse, por lo que han anunciado un corto receso.

—Esta mujer me produce escalofríos —confiesa Max en dirección a Steve, el camarógrafo, en tanto agarra temblorosamente una botella de plástico.

—Ni me lo digas. Es terrorífica —Su interlocutor se dedica a reacomodar las luces mientras habla—: O sea, acaba de contar cosas atroces, ¿cómo es que luce tan tranquila?

Ambos treintañeros admiran a la estrella del show acariciando el exuberante arreglo de flores que reposa sobre una mesa a apenas un par de metros. Una escena que podría catalogarse como encantadora, si a la sombra del hermoso ramo, no estuvieran expuestas varias fotos de las personas que murieron esa fatídica noche de julio hace ya quince años acompañadas por... Un minuto, ¿esas son piezas de ajedrez?

—Y es que no lo entiendo: ¿por qué peonías? —Maxwell Danvers no concibe que aquellas lindas creaciones de la naturaleza puedan relacionadas con un propósito tan... turbio—. Teniendo en cuenta la vibra gótica que emana, supondría que las rosas negras combinarían mejor con su estilo.

—Las peonías malvas simbolizan una amistad fuerte y duradera —aclara Steve mientras checa que los planos estén correctamente alineados.

—¿Conoces de floriografía? —inquiere su compañero.

—Mi madre es dueña de una floristería, ¿de acuerdo? —lanza el encargado técnico en tono defensivo—. Además, atrae chicas.

Su amigo no está seguro de su último comentario, aunque tampoco lo contradice.

—Caballeros... —La productora del programa se dirige a sus entretenidos subordinados—. Les recomiendo que bajen la voz; no olviden que su marido y dueño de esta propiedad, aunque preso, sigue siendo el rey del narcotráfico en Norteamérica —La advertencia adherida a sus palabras es enmascarada por su brillante sonrisa marca Colgate—. Aparte, no debo recordarles el inmenso dineral que la cadena ha invertido en este documental, ¿verdad? La fiscalía insiste en que Tyler debe mantenerse aislado, lo que la convierte en la única testigo disponible (y para nuestra buena suerte, dispuesta a soltar la sopa), así que quiero que le extraigas el jugo a esa uva hasta dejarla seca, ¿vale?

El entrevistador asiente ante el reclamo pasivo-agresivo de su jefa al mismo tiempo en que la misma se aleja para atender una llamada.

—¿Ya tomó agua? —Max casi se atraganta con su propia saliva al escuchar la voz de Lila a sus espaldas. Se gira hacia la controversial mujer y encara su mirada con expresión interrogante; ella señala el recipiente vacío antes de reformular su pregunta—: ¿Podemos continuar?

—Sí, lo siento.

La señora de la casa ignora su disculpa y retoma su antiguo puesto en el improvisado set, disimulando su apabullante desesperación por ponerle un punto final a esta ridícula parafernalia cuanto antes.

Danvers se retrasa, prefiere mantener tanta distancia entre él y la peligrosa dama como sea posible. Admira en silencio a la preciosa “fruta” que debe “exprimir”, al mismo tiempo en que recae en lo letalmente engañosa que puede resultar la belleza femenina.

Delilah ha sido un foco mediático durante el transcurso de las más recientes semanas debido a los cargos que deberá enfrentar en el que promete convertirse en el juicio del siglo, y para Maxwell resulta obvio que, sin importar si es declarada inocente, está involucrada hasta el cuello en este escándalo.

No obstante, le parece curioso porque, si la hubiese conocido en otras circunstancias, no hubiera dudado en acercarse cual polilla a la luz, embelesado por su atractivo como un perfecto estúpido.

—¿Qué hay de su cuñada? No le he visto un pelo desde que llegamos —le susurra a Steven a la par que realiza un discreto escaneo al corredor principal-. Me parece bastante raro.

—Debes hacer a un lado tu olfato de sabueso en busca de historias y dejar de husmear en los secretos que deambulan por aquí, amigo —es la recomendación de su interlocutor—. ¡Terminemos nuestro trabajo y larguémonos! Este sitio me pone la piel de gallina.

En realidad, sería una insensatez echarle la culpa de su aura negativa al inmueble, ¡solo se trata de una mansión californiana como cualquier otra! En su lugar, la responsabilidad debería recaer en sus inquilinos y las tétricas historias que guardan bajo su alfombra.

Con una indicación de Wilson, la grabación se reanuda:

—Para finalizar —anuncia el presentador—, le haré una ronda final de preguntas que podrán ser respondidas con sí o no. Ese fue el trato con la producción, ¿no es cierto?

—Lo fue —Y Lila obtuvo un generoso monto en efectivo por participar, a pesar de sus múltiples condiciones.

«Todo forma parte del plan», repite en su cabeza para mantener su espíritu turbulento en calma.

—¿Le gusta el ajedrez?

—Una pregunta singular. ¿Puedo saber a qué se debe? —El reportero se limita a dirigir su vista hacia el tétrico altar—. Oh, veo que es un gran observador. Sí, me gusta el ajedrez. Mas, en este caso, constituye una representación de aquella noche.

—Faltan piezas —no es una pregunta; en realidad, se trata de una afirmación—. ¿Están guardadas acaso?

—El resto no sobrevivió lo suficiente para merecer siquiera un lugar en la historia.

—¿Quiere decir que quedan elementos ocultos en este embrollo?

—Por supuesto que los hay. No todo puede ser revelado, la obscuridad siempre se reserva algunas cosas —Su templanza resulta estremecedora para el equipo televisivo.

El trío comparte una mirada inquieta y Maxwell decide continuar. Ha concluido que permanecer lejos de esa mujer es lo mejor para cada ser humano en el planeta y compadece a la adolescente a su cargo: Tracy Welsh. «Esa chica tiene un amargo camino por recorrer.»

—Entonces, ¿asesinó a Damian?

Delilah rueda los ojos ante la pregunta; todos suelen quedar impactados por el mismo hecho. Otras siete personas murieron esa noche, sin embargo, que ella haya sido capaz de matar a su ex mejor amigo y secuestrador desemboca en el titular del día. Todavía no entiende por qué.

—¿Acaso no oyó la última parte? —Inhala con suavidad para llenar sus pulmones de paciencia, la necesita urgentemente puesto que explotar no es una opción—. Sí, lo hice.

Su temperamento ecuánime descoloca al dúo tras las cámaras y activa por accidente la curiosidad del hombre al micrófono.

—¿Qué sintió al hacerlo?

Matthews (actualmente Welsh) se siente atormentada por el torrente de recuerdos y emociones que arrasan su mente y corazón, así que adopta la pose cínica por la que se ha hecho tan conocida a lo largo de la última década.

—Si mal no recuerdo, acordamos que las preguntas podrían ser estrictamente contestadas con un sí o un no —Lila inspecciona el esmalte rojo que decora sus uñas con fingida indiferencia—. No debe olvidar las normas, teniente. Se supone que usted debe ser más del tipo: moralmente intachable. ¿O no?

El veterano de guerra abre los ojos sin saber cómo rayos supo cuál era su grado militar cuando pertenecía al ejército, especialmente porque su participación fue mayormente en misiones secretas de las que no se maneja información pública.

—No decepcione al pueblo americano.

Visiblemente incómodo, Maxwell aclara su garganta y se dispone a hacer una interrogante acorde al pacto:

—Usted y Tyler fueron los únicos sobrevivientes —Ella asiente en una confirmación implícita&. Supongo que lo esencial en esta historia que ambos lograron escapar, ¿no es cierto?

Antes de contestar, Delilah suelta una carcajada rota que sacude el alma del periodista.

—Es gracioso que lo pregunte, porque todos lo intentamos: Malcom, adaptándose a las reglas del juego; Steph, tratando de huir histéricamente; Curtis, abrazando la muerte como a una vieja amiga; Trix, realizando su último acto de amor; Tyler, absorbiendo la fuerza que nace del dolor; Michael, resistiendo más de lo previsto; y yo, determinada a romper cada barrera que se interpusiera en mi camino de regreso a la luz —Su fría serenidad y mirada gélida le conceden un halo de impenetrabilidad—. Y aunque es cierto que Ty y yo fuimos los únicos sobrevivientes de la tragedia, eso no indica que escapamos aquella noche. En realidad, ninguno tuvo éxito.

La melancolía reflejada en el marrón de los orbes de Lila atrapa en sus delicadas redes cada pensamiento racional de Max.

—Yo regreso siempre que cierro los ojos, cada vez que pienso en el pasado, cada noche, en cada pesadilla. Porque, lo que aprendí ese día fue: que del infierno... no hay salida.

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