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17. «El Avance de las Torres»

—El verdadero banquete solamente tendrá lugar una vez que realmente muera. ¡Pobres animalitos! Están tan hambrientos. No obstante, deberán ser pacientes. Todo sucederá a su debido tiempo.

La palabra “monstruo” resuena en mi mente cual campanadas de iglesia y queda atorada entre mis cuerdas vocales. No es el caso de mis náuseas, por supuesto, contra las que tengo que abrir fuego para conservar mi preciado sándwich de atún en su sitio.

Él me observa como si estuviera esperando alguna respuesta o acotación; trago saliva con cierta brusquedad ya que, nuevamente, no tengo idea de qué decirle cuando suelta esta clase de barbaridades.

Y por un momento, me pregunto si durante todos esos años en que fuimos tan cercanos el uno al otro, ya era un maniático y no lo noté, o si esta aterradora beta psicópata suya ha sido detonada a raíz de los últimos acontecimientos.

Cruzo los dedos porque sea la opción B; mi piel se eriza como si tuviera vida propia con solo pensar en que conviví con un chalado de este calibre por tanto tiempo y no hube captado ningún signo siquiera.

Vuelvo a centrarme en Trixie, puesto que continuar dando vueltas sobre el precario estado de Michael o lo ciega que estuve respecto a Damian es demasiado para mí. Mientras tambalea por los pasillos, medio mareada debido a la pérdida de sangre ocasionada por la incisión de algunos cristales en su piel, un atisbo de esperanza surca su rostro cuando, al palpar sobre uno de los bolsillos traseros de sus vaqueros, reconoce la presencia de su móvil dentro.

Lo sostiene entre sus manos maravillada y hasta yo comienzo a tener fe, pero, en el momento que prueba marcando algún número x (por lo más sagrado espero que sea al 911) y lo pone en su oído, exhala una maldición encerrada en un tenue susurro. Debe ser un “¡joder!”. Si mi lectura de labios no es errónea.

Le dirijo una mirada a Damian con la interrogante escrita en mi cara, quien me explica con suficiencia:

—¿Ves este aparatito? —Me muestra un extraño artefacto negro con una antena, varios botones y otros aditamentos cuyos nombres y funciones desconozco—. Interfiere en la señal. Ningún dispositivo telefónico en un radio que abarca la extensión del instituto entero funcionará mientras esté activado. No soy ningún tonto; estamos totalmente aislados.

—¿Tú lo creaste? —No sería la primera invención de su mente enferma y criminal.

—¿Yo? —Bufa irónicamente—. ¿Qué dices, Lila? Es una baratija. Lo compré por poco más de cincuenta dólares en una tienda sin trascendencia.

Reprimo mis ganas de palmearme la frente. «¿Por qué rayos inventan objetos que bien podrían emplearse en delitos como este? ¡Demonios!»

A pesar de la decepción, Trix no se rinde y sigue dando tumbos por los oscuros pasillos de esta escuela del infierno.

Estoy tan nerviosa por el rumbo que podrían tomar los hechos que, en medio de un angustiante huracán, me pongo a orar.

Hace años que no practico la más mínima demostración de religiosidad, no desde que mi mamá se fue de casa y sin importar cuanto le pedí a Dios para que volviera, ella jamás regresó, abandonándome a mi suerte con el ser más vil y repugnante con el que me he topado en la vida.

Pero, supongo que este espiral de desesperación en el que estoy cayendo tan violentamente me ha orillado a recurrir a cualquier vía de escape; sin importar que las alternativas en cuestión incluyan la injerencia de seres divinos o superiores.

Es en tanto recito un “Padre Nuestro” con toda la devoción que percibir la cercanía de la muerte puede proporcionarnos, que mi única amiga aún viva pasa justo frente a la puerta del frigorífico donde se encuentra encarcelado su hermano menor.

Tyler es víctima de agresivos escalofríos y sus dientes castañean tan fuerte que incluso me parece estarlo oyendo desde acá. Sus reducidos movimientos son lentos y costosos y luce ligeramente confundido. Está pálido, y sus labios, orejas y dedos han adoptado una tonalidad azulada que exige atención médica urgente.

Tengo ganas de gritar, en cambio, ahogo el nudo en mi garganta que termina transformándose en más lágrimas y rezo con más ahínco en mi interior.

Trixie se percata de unos leves gemidos al otro lado de la pared y se detiene, hago la señal de la cruz mientras una sensación de calidez abrasa mi pecho.

No es sin esfuerzo que la mayor de los Welsh logra forzar el cerrojo y sacar a su hermanito semiinconsciente de esa escabrosa celda helada en la que estaba aprisionado, y en tanto ambos se abrazan ya en el pasillo y caen al suelo debido al agotamiento físico, lloriquean puesto que, a pesar de los obstáculos continúan unidos.

La imagen me conmueve e inspira; siempre he adorado el modo en el que ellos se tratan y la intrínseca conexión que comparten.

—¡Carajo! —Damian salta de su silla y la tira lejos en un ataque de ira, ocasionándome un susto de infarto—. ¡Se suponía que no debían encontrarse!

Tengo miedo de acortar la distancia entre nosotros, mas, al discernir sus intenciones de tomar la pistola frente a él, decido proteger a mi dúo fraternal favorito tanto como esté en mis manos. «En verdad me daría gusto que ambos sobrevivieran a esta pesadilla.»

Es así que me acerco a Addams caminando cuidadosamente sobre un hilillo de determinación. Quiero a mis amigos, aunque me aterran las armas de fuego. He visto desde un primer plano sus mortíferas cualidades con demasiada frecuencia durante mis noches en el club y tales actuaciones no me han empujado al ejército compuesto por las extensas filas de los fanáticos a las balas.

—Dam, no debes alterarte. No irán a ninguna parte.

Tomo las aberturas de su careta y la remuevo, despojando a su rostro de escondite alguno. He concluido que este es un elemento vital en su comportamiento y fracción importante de su personaje: la máscara lo torna altanero, arrogante y narcisista, sin ella, es solamente el pequeño, dulce y altamente manipulable Damian Addams que conozco mejor que nadie. Y en este instante, necesito convencer a Damian. Intentar hacer lo mismo con el Dr. Peste Negra sería otro suicidio.

—Trix está gravemente herida y Tyler seguramente no podrá ni moverse con esos síntomas de hipotermia. No tienes nada de qué preocuparte, cariño. Estoy segurísima de que tu increíble plan saldrá a la perfección y todos recibirán su merecido castigo.

Incluso tras mi esmerada prédica, identifico la duda en su agarre al revólver, así que decido arriesgarme y besar su mejilla para luego rodearlo con mis brazos tal como esa condenada serpiente hizo con Steph.

Él puede caer en el error de interpretar que quiero fundirme y ser una sola con él o alguna chorrada similar, aun cuando la verdad no dicha entre los dos, es que cobijo los mismos anhelos asesinos de esa pitón. Mi mayor deseo es asfixiarlo hasta ser capaz de admirar las puertas del Inframundo en sus ojos.

Para consolidar su confianza, mascullo con voz suave y envolvente en su oído:

—Por favor, no te vayas. Te necesito. No me dejes sola tú también.

La intensidad del “abrazo” en conjunto con mis lágrimas que, en realidad, no se relacionan en nada con lo que acabo de decirle, resultan una mezcla fatal para él y su endurecido corazón que se vuelve de pollo cuando un asunto me involucra; este demuestra ser el caso en el instante en que no logra soportarlo y suelta su glock sin más para poder corresponderme.

Definitivamente he dado en el clavo al repetir exactamente las mismas palabras con las que un día le confesé lo que sentía respecto al abandono de mi madre y la promesa que le pedí hacerme donde juraba jamás dejarme atrás.

Todavía me visualiza como aquella niña desgarradoramente dolida y completamente indefensa que lloraba en sus brazos y, por primera vez, esa maldita fragilidad que tanto me caracterizó durante mi infancia me sirve de utilidad.

«¿Quién diría que mi estúpido comportamiento infantil de nena llorona podría llegar a convertirse en mi mejor defensa?»

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