Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

14. «Titanes y Semidioses: Rencillas Olímpicas»

Permito que el juramento recién contraído se difumine entre las tinieblas de mi cabeza antes de sonreír con un matiz similar a la comprensión para animar a Damian a continuar respondiendo mi invasivo cuestionario tan gentilmente como hasta ahora.

—Te entiendo. No podías haber tomado otro camino —Mi rencor magistralmente disimulado me sorprende de forma positiva, y es asombrosamente hilarante porque incluso a mis propios oídos, sueno sincera—. Solo me preocupan esos pobres niños. Me detestaría por el resto de la eternidad si la pérdida de su papá los empujara a seguir nuestros pasos y acabaran como nosotros.

«Locos de remate o acarreando promesas sangrientas de venganza"» añado en mi mente. «Sip, definitivamente no somos un buen modelo para nadie.»

—No lo harán. Lo arreglaré —Una de sus manos asciende a mi rostro hasta alcanzar mi mejilla derecha y cada milímetro de mi piel se eriza en señal de alarma ante el contacto. A pesar de la innegable ternura que encierra su toque, mis sentidos no pueden dejar de verlo como una amenaza latente a mi seguridad. Eso sin contar la oleada de cólera que trae de vuelta a mi memoria ese asuntillo pendiente que exige un cierre mortal—. Lo arreglaremos.

Intento combatir mis instintos, no obstante, la ardua batalla desemboca en un inigualable fracaso cuando concluyo que no puedo tolerar su cercanía por un minuto más. El escalofrío que se desliza a lo largo de mi columna vertebral me provoca tan mala espina que no logro retener mi necesidad de alejarme, por lo que finjo la urgencia de secar mis ojos cristalizados y acallar un par de débiles sollozos (consecuencias de la frustración acumulada) para justificar mi arrebato.

Una vez vuelvo a ser capaz de controlarme a mí misma, tomo la palabra:

—Dam, conoces de primera mano y por experiencia propia que eso no es algo que pueda enmendarse. Una familia rota no tiene solución. Ambos lo sabemos mejor que nadie —Él parece rendirse ante mi argumento y baja la vista hacia su propio regazo—. Sé que quebrar sin remedio a esas criaturas inocentes jamás fue tu intención. Mas, en honor a ellos y su futuro sufrimiento, ¿no crees que es un precio demasiado alto a pagar? Esta lucha, pese a su loable fin, ya se ha cobrado la vida de un inocente y roto el corazón de sus allegados.

De repente, él abandona la posición vulnerable que había asumido para contestarme con incuestionable brío:

—No, esta peste debe acabar antes de que sea muy tarde y es mi obligación exterminarla. De lo contrario, el señor Granholms y su familia no serán el único daño colateral.

Su nuevo tono de voz, un par de octavas más grave y cubierto con una gruesa capa lúgubre, me extraña e infunde terror al mismo tiempo en que un recuerdo fugaz logra flotar hacia la superficie del mar embravecido que componen mis caóticos pensamientos.

Mi memoria es sobre el momento en que la difunta Willows aclaró que su disfraz representa a un doctor de la peste negra. Un detalle que no me pareció relevante en el pasado, mas, en el presente, ilumina mi entendimiento acerca de lo que simboliza en el eje de este conflicto psicótico.

Supongo que el loco Addams posee esa descabellada fantasía en la que los chicos son la enfermedad contra la que debe batirse en duelo. También deduzco que, después del suceso con el veneno y en medio de su delirio, he tomado el rol de una paciente, “víctima” de la funesta infección, por lo que se ha atribuido la responsabilidad de salvarme de sus “tóxicas garras”.

Me aplaudiría por mi extraordinario razonamiento deductivo si mi estupenda habilidad lógica no me hubiera aventado frente a una conclusión digna de ocupar el puesto de honor en el top de la pesadilla más traumática del mundo.

«Los extremos a los que puede llegar una mente fracturada...»

Para cuando vuelvo al ahora, él luce intempestivamente determinado a retomar su misión de “salvar al mundo”.

«Súper altruista de su parte, si me lo preguntan.»

Y estaría más que dispuesta a dejarlo reanudar su próxima sesión de juego con las vidas de mis amigos, si tuviera la certeza de que después seguirá respondiendo mi cuestionario.

Sin embargo, como no es el caso, (y ni siquiera estoy convencida de si yo misma continuaré viva la siguiente media hora) pongo en peligro mi pellejo al aventurarme a detenerlo antes de que se coloque su máscara pronunciando la siguiente frase con desesperación:

—Lo comprendo.

Damian parece en shock por mis palabras. Justo como cualquier otra persona lo estaría teniendo en cuenta que nunca he sido excesivamente empática, un hecho que no es secreto para ninguno de mis conocidos.

—¿Lo haces?

Con sutileza y acompañada de mi fiel sonrisa falsa, lo incito a que vuelva a depositar su tétrica careta sobre el escritorio mientras las mentiras brotan de mi boca a borbotones:

—Por supuesto, y es algo que admiro y respeto muchísimo —Un brillo de naturaleza mágica cruza sus ojos marrones. Uno que, por unos preciosos instantes, me transporta en un viaje sin escalas a nuestra infancia compartida. Me regaño por la distracción e impido que esa breve excursión al ayer perjudique mis avances—. Te has comprometido con un causa noble y desinteresada. No hay nada reprochable en ello —Retuerzo mis manos simulando alguna especie de tic nervioso—. Lamento haber sido su cómplice durante tanto tiempo.

Observo una pared lejana, como si la vergüenza me carcomiera a tal nivel en que ni siquiera puedo atreverme a dirigirle la mirada; esperando que mi actuación surta efecto.

«Si esto no le toca alguna fibra, él es oficialmente un psicópata.»

—¡Eh! —Damian agarra mi rostro con dulzura y hace que nuestros ojos se enfrenten. Café y avellana mantienen un diálogo en silencio en tanto intento repeler la espeluznante sensación de confort que recorre mi cuerpo a causa de nuestra cercanía—. Ya te lo dije: no fue tu culpa, estabas bajo su influencia. Pero muy pronto, serás libre.

Extasiada a raíz de la increíble eficiencia que ha probado mi artimaña, decido encaminar mi improvisado guion hacia esa dirección:

—Debí haber hecho más, pude haber hecho más, mucho más —Repito la misma idea una, y otra, y otra vez (o, resumiendo, le doy la matraca) hasta el agotamiento para resaltar mi “remordimiento”—. ¿Qué hay de esa pobre chica? Collette. Ella... ¿en verdad se suicidó?

Sujeto sus manos pretendiendo que las necesito para que me ayuden a sostener la pesantez metafórica de su respuesta. Él capta mi “angustia”, acaricia el dorso de las mías y asiente lentamente.

—Una de las tantas víctimas fatales de los constantes desprecios y humillaciones de la malvada dupla conformada por Trixie Welsh y Stephanie Gittens.

Él suspira con desaliento y detecto una profunda desolación apagando sus orbes. Luce tan derrotado y decepcionado como un soldado tras perder la guerra a la que ha dedicado años de su existencia.

«O un médico que se ve forzado a rendirse y dejar ir la vida de un paciente, asumiendo su fracaso al entregarlo a las fauces de la muerte.» ¿Acaso se siente responsable por lo que ocurrió con Collette?

—Sí, por desgracia no contó con la fortaleza suficiente para soportarlo, no pudo aguantar el peso.

Viendo que es él quien ahora precisa de mi apoyo, envuelvo sus manos en un gesto cariñoso y hablo suavemente:

—Tal vez porque no todos pueden ser Atlas.

Ese destello místico vuelve a iluminar sus pupilas y en esta ocasión, sé perfectamente cuál es la causa. Deduzco que ha asociado el mote con éxito y he dado en el clavo al usar esa referencia. La ráfaga de recuerdos que revuelve mi cabeza es tan potente que ni siquiera yo puedo no ceder ante ellos.

Hubo una época (si mal no recuerdo recién había obtenido dos dígitos de edad en aquel entonces), en la que estuve obsesionada con la mitología griega. Hacía poco menos de un año desde el abandono de mi madre, las zurras en casa aumentaban en frecuencia e intensidad y necesitaba con urgencia un escape mental que me situara lo más lejos posible de mi asquerosa realidad.

Fue por ello que, durante casi trescientos sesenta y cinco días, me dediqué en cuerpo y alma a devorar leyendas de la Antigua Grecia como si se trataran de bombones de chocolate rellenos con licor de fresas. Porque, ¿qué mejor escondite que un viaje en el tiempo hacia una cultura que floreció hace más de tres mil años para huir de mi entorno plagado de violencia?

El hecho es que, mi pasión por los mitos obnubiló mi mente de niña fantasiosa y propició que intentara, a toda costa, trasladar esos increíbles relatos y personajes ficticios a mi contexto, fusionándolos con las personas reales que habitaban a mi alrededor.

Cuando hallé la historia que cuenta acerca del joven titán que fue condenado por Zeus a cargar sobre sus hombros los pilares que mantenían la Tierra (Gea) separada de los cielos (Urano), inmediatamente mi cerebro lo relacionó con Damian. Porque, después de todo, él llevaba el peso de mi estado emocional negativo persistente y episodios de ansiedad al mismo tiempo en que lidiaba con su propia incapacidad para experimentar emociones positivas, así que fue natural comenzar a llamarlo así. Como una representación de su alucinante fortaleza espiritual.

«Aunque, ahora que ha enloquecido por completo, no me encuentro tan segura de que mi comparación haya sido asertiva.»

—Tienes razón.

Su voz me regresa a la realidad y el brillo en sus iris comienza a parecerme más demencial que áurico.

Nunca le conté el motivo por el que, semanas más tarde, cambié el significado de su apodo. Y actualmente, siendo consciente del puntilloso resentimiento que maneja contra su hermano, creo que fue una de las decisiones más sabiaasque tomé en mi niñez en conjunto con mi determinación a nunca beber té.
«Y por el bien de todos, será mejor que permanezca así.»

Lo cierto es que meses después leí mucho más acerca de los titanes, quienes empezaron a perder mi simpatía (excepto Prometeo, él sigue cayéndome de maravilla), mientras que los semidioses como Perseo, Aquiles y Teseo (al hijo de Poseidón aún le guardo rencor por abandonar a la princesa Ariadna) y sus grandes aventuras combatiendo monstruos o liderando contiendas mortales, se alzaron hasta conquistar su lugar como mis favoritos.

De esta manera, descubrí al Rey Atlas y su vínculo con una de las gloriosas leyendas del más grande héroe de la mitología griega: Hércules. Este otro Atlas era un sabio filósofo y matemático (además de un extraordinario astrólogo) a quien rápidamente equiparé con el intelecto prolífero de Damian y, especialmente luego de aquella vez en que impidió que Lawrence me asesinara a porrazos en mi undécimo cumpleaños, fue fácil que Michael se convirtiera en el epítome de héroe clásico con el que soñaba.

Heracles y su incomparable fuerza (que es el principal de sus atributos) son para muchos el paradigma de la virilidad. Así como su coraje, orgullo y formidable vigor sexual (esto último lo comprobaría a mayor profundidad años después). En resumen, Mike lo tuvo sumamente sencillo, porque cumple al pie de la letra con cada uno de los requisitos para convertirse en el ideal caballero de perfecta armadura de cualquier chica.

Recordar al mayor de los hermanos Addams y mi completa ignorancia acerca de su estado actual remueve mis entrañas en un huracán acongojado, así que desisto de seguir atormentándome a base de recuerdos para volver al presente, apartándome tanto como puedo del agridulce tema.

—Ahora comprendo a Blair. Yo... soy horrible. No puedo creer que haya participado en tamaña atrocidad —A pesar de que considero al suicidio un acto de debilidad horripilante. Tampoco me siento tan culpable por ello, después de todo, fue una decisión suya.

«Tal como hubiese sido la mía si el arsénico hubiera hecho bien su trabajo.»

Aun así, prefiero que Damian crea que no puedo vivir en paz acosada por la espesa bruma de la culpa. Comprenderán que aporta más a mi imagen de “pobre alma en desgracia” y se corresponde como anillo al dedo con la angustia que lo corroe debido a la muerte del señor Granholms.

—Debiste permitir que acabara conmigo.

«Vale, no creo que esa frase haya sido mi mejor línea hasta la fecha.»

Si bien insisto en esforzarme por convencerlo de mi posición arrepentida, tampoco es conveniente que me pase de la raya con el drama. Mucho menos incentivarlo con ideas que apoyen mi muerte en la inestable balanza del bien que pende en su cabecita trastornada. No sé hasta qué grado está dañada su mente, (mas desde ya puedo deducir que bastante) por lo que, no es recomendable que haga malabares con fuego.

—No, por supuesto que no —Trato de disimular una exhalación de alivio. «Al menos matarme no se encuentra entre sus planes por el momento»—. Crecimos juntos, Lila: jugamos, reímos, lloramos, recibimos palizas...

—Y hubo muchas de esas, ¿verdad?

Ambos nos dedicamos sonrisas repletas de amargura por nuestra infancia de mierda.

—Sí, las hubo —Él se acerca a mi rostro hasta que no puedo ver otra cosa que no sea el suyo—. El punto es: que no hay nadie en el mundo que te conozca mejor que yo.

Trago saliva porque inesperadamente me siento desnuda e indefensa. Sé que tiene razón, que un paso en falso podría dejar al descubierto mis verdaderas intenciones frente a él. Sobre todo, debido a que no es cualquier imbécil y sabe leerme mejor que ninguna otra persona.

Mi ventaja es que hemos estado distanciados durante mucho tiempo. Años en los que me he volcado al entrenamiento de la que se ha convertido en mi especialidad: encubrir mis sentimientos. Y, ¡fuera modestia!: me he vuelto buena en ello, muy buena.

Con una rápida estocada planeo volver a terreno seguro:

—Siento haber dejado que tu padre y Michael me alejaran de ti. Debí luchar en nombre de nuestra amistad, por nosotros —Y aquí está. Pido una ovación para mi movimiento maestro.

Recordarle una de las razones de su ira inicial (que afortunadamente no va dirigida a mí) lo hace convulsionar de la furia. Aun cuando puedo notar que mi fingida expresión nerviosa lo frena de desatarse en su totalidad.

—Eso quedó en el pasado. Como ya te dije, no habrá nada ni nadie que se interponga entre los dos. Ni siquiera Blair.

«Justamente a donde quería llegar.»

—Sí, respecto a ella, yo... no entiendo algo sobre ustedes —Él enarca una ceja mientras espera a que me explique con más detalle—. ¿Cómo se conocieron?

Admito que mi pregunta original era: ¿Cómo se formó la Organización de los Chiflados Unidos? Sin embargo, comprenderán que no era la interrogante más factible, por lo que tuvo que sufrir algunas pequeñas transformaciones hasta su versión actual. Una en la que no los catalogo de chalados para, ya saben, no tenar a las Keres.

—Según me habían informado llegó al barrio por primera vez hacía relativamente poco. No existe manera de que la conocieras desde antes de tu partida a la academia.

Me es imposible ocultar un minúsculo ápice de desagrado al pensar en Willows. Está claro que no he gozado su muerte, asimismo, tampoco puedo ponerme en modo hipócrita y decir que fue mi persona preferida en vida.

—¿Son celos lo que detecto?

Que haya confundido mi disgusto hacia Blair con que me siento “amenazada” por el complot que tejieron entre ambos es casi chistoso. Así como también increíblemente conveniente, debido a esto, decido seguirle el juego, animada por la mueca burlona que adorna su cara.

—Creo que tengo derecho a saberlo. Eres mi mejor amigo —Le dedico una sonrisa deslumbrante antes de diluirla en una morisqueta de “inseguridad”—. ¿O no?

Él me mira confundido y se apresura a reconfortarme:

—Por supuesto que lo soy —Su sonrisa iguala el ancho de la mía. «Estoy jugando este papel de víctima tan jodidamente bien»—. Respondiendo a tu pregunta, se debe más al resultado de una casualidad que la intervención de algún otro factor intencional. Ella atestiguó uno de los incontables encuentros en los que Stone trató de intimidarme. Después de presenciar aquello, intuyó correctamente que teníamos un enemigo en común y me propuso una alianza.

En medio de su explicación, me alcanza una taza de porcelana que descansa junto a su máscara. El recipiente desprende una columna de humo debido a las altas temperaturas de su contenido y lleva una bolsita con hojas diminutas colgando a su costado. Infiero que se trata de té y, a pesar de que lo detesto (porque siempre he creído que debe tener un sabor básico a ensalada de vegetales y me recuerda a la perra que es el sujeto de nuestra conversación) no replico una vez que lo tiende en mi dirección.

Bebo con cautela debido al calor y las creencias que tenía sobre su nefasto sabor pasan a convertirse en un hecho facto sustentado en la experiencia. «Es peor que la lechuga.»

—Es té de jazmín.

«Con que me estoy bebiendo una flor, ¿eh? Menudo asco.»

—Muchas gracias —Intento impregnarle al menos una gota de gratitud a mi sonrisa fingida.

«Por Dios, esto sabe horrible.»

Pero no emito quejas verbales puesto que esta pequeña tortura es el costo mínimo para descubrir toda la verdad tras el maquiavélico plan urdido en nuestra contra.

—Michael ya había mostrado interés en sus atractivos, aunque no sabía cómo sacar provecho de la situación en pos de llegar hasta sus objetivos reales: la chica Welsh, Gittens y tú. A partir de allí fuimos labrando la senda a nuestro favor en busca de sus puntos débiles. Ella me servía de espía, contándome cada paso que daban y yo hice mi propia investigación mientras los vigilaba minuciosamente —La parte en la que confiesa haber estado vigilándonos llama mi atención y disimulo mi entrecejo fruncido tomando más infusión—. Los dos coincidimos en que debíamos hacer justicia por nuestras propias manos sin entrometer a las autoridades del orden. Teníamos varias opciones, pero, al enterarnos de la insensatez que idearon al introducirse aquí, en la escuela, a escondidas, nos pusimos creativos.

«Sabía que nada que saliera de la mente de Malcom podría ser una buena idea.»

Oculto mi creciente rabia al saber que fuimos tan tontos como para mantenernos completamente ajenos a la trampa que se fraguaba lentamente a nuestro alrededor, caminando a la par que hundiéndonos en arenas movedizas sin siquiera percatarnos.

Con todo, retrocedo a la revelación que más interesante me ha resultado.

—¿Vigilarnos? Tú, ¿hacías guardia para medir cada uno de nuestros pasos? ¿Fue eso?

Camuflo el enervante enojo que pica mis terminaciones nerviosas por la intrusión a mi magullada privacidad y no separo la taza de mis labios con tal de no perder el control.

—Día sí y noche también, Lila.

¡Lo sabía! ¡La extraña sensación de persecución que estuve sintiendo los últimos días no eran invenciones mías! Mi instinto intentaba advertirme del peligro que se tendía a mi alrededor.

«Cavaron mi tumba justo frente a mis narices y no fui capaz de percibirlo a tiempo. ¡Maldición!»

—Lamento que esto pueda resultar desconcertante para ti.

—No, no es eso.

«No me hagan caso, sabemos que sí lo es.»

—¿Entonces? ¿Qué te ha puesto así?

«¡Carajo, ya se dio cuenta!»

Un recuerdo enterrado en lo más recóndito de mi memoria sale a flote para salvarme el pellejo.

—Tú, tú eras el que estaba allí.

—¿Allí dónde, Lila?

—¡En el club! Hace un par de días. Salí a fumar y estabas ahí, en el callejón. Intercambiamos miradas, Damian. Sé que fuiste tú. ¡Solo dime que no lo viste!

—¿No ver qué?

«¿Saben? Empiezo a dudar de su inteligencia.»

—¡El baile! Por favor, dime que no lo viste. Es la parte más humillante de mi vida y no soportaría que fueras testigo de ella.

Por desgracia, en esta ocasión mi miedo no es falso. Mis manos tiemblan tanto que, de no ser porque Damian estaba al pendiente, pude haber tirado el té caliente sobre mí misma sin darme cuenta. O como un autocastigo impuesto por mi inconsciente.

Mas no puedo evitarlo. Realmente me avergüenzo de la situación repugnante a la que he sido orillada, de no haber sido capaz de buscar otra alternativa para sobrevivir y encontrarme tan hundida en la mierda como para no atreverme a mover un dedo para cambiarlo.

—Lila, tranquila. No lo vi. Te lo juro.

—¿Seguro?

—Mucho.

—De acuerdo. Gracias.

Vuelvo a tomar la taza entre mis manos y sorbo de a poco para tratar de calmarme. El sabor desabrido me ayuda a poner orden en mi cabeza.

—¿Y cómo sorteó los efectos del veneno? Bebí de los vasos frente a ella y aún me zumban los oídos. Aun así, me pegó con bastante fuerza, ¿eh?

Sonrío con disimulada acidez mientras acaricio la fisura que decora mi piel en el costado derecho de mi cara. «De seguro quedará una cicatriz.»

Me acuerdo de un hilillo ensangrentado que descendía por esa zona del costado derecho de mi cara luego de la pelea, supongo que él lo limpió mientras dormía porque no queda rastro del viscoso líquido escarlata.

Damian aprieta los labios al reparar en el permanente daño a mi rostro:

—Esa maldita —murmura entre dientes antes de empezar a contestarme—. Es un efecto del Mitridatismo, una práctica en la que el individuo se autoadministra poco a poco cantidades de veneno no letales. Blair y yo ingerimos con regularidad pequeñas dosis de arsénico hasta desarrollar la inmunidad.

«Para que vean que siempre se aprende algo nuevo, incluso cuando estás cautiva a manos de un maniático protegido contra una sustancia química nociva.»

—No hay problema, Dam. Sabes que no es, ni de cerca, la primera golpiza que recibo.

—Eso se acabó —Su convicción me enmudece por un par de segundos y mi garganta queda seca ante la dureza de su mirada.

—Sabes que no es tan simple siendo todavía menores de edad. Aún le debo explicaciones al parásito de Lawrence y tú al esperpento de Norman.

Mis palabras tienen una clara intención: comprobar si mi hipótesis de hace un rato era cierta, si Damian fue realmente capaz de acabar con su propio padre.

—Te lo dije antes: Norman Addams es historia —Su seriedad es reemplazada por una risa que no tiene ni un átomo de divertida cuando parece recordar algo—. Fue realmente gracioso. Le tomó tan de sorpresa cuando lo ahorqué en su auto —Él continúa desternillándose a carcajadas hasta que logra ponerme la piel de gallina—. No tienes idea de la expresión en su rostro mientras le impedía respirar, ¡estaba tan asustado! Estoy seguro de que, si hubiese podido hablar, hubiera estado implorando para que lo dejara vivir. ¿Y lo mejor? Usé el mismo cinto de cuero con el que le fascinaba pegarme cuando éramos niños. No lo negaré, lo disfruté. Me hubiese gustado que estuvieras ahí, conmigo.

Trago con rudeza para mantener mi estómago en su sitio e inhalo todo el aire que mis pulmones puedan almacenar antes de hablar.

—A mí también —Aparto la desagradable imagen que se proyecta en mi cabeza tan rápido como puedo y cambio de tema con tanta desesperación como la que debe haber experimentado el progenitor de Michael antes de morir a manos de su hijo menor—. Eso no implica que me haya librado de Lawrence. Es más, ahora se pondrá peor y tendré que...

—Lila, cree en mí: él tampoco estorbará más.

—¿A qué te refieres? —De pronto, la temperatura en la habitación asciende exponencialmente (incluyendo el té hirviendo en mi mano) e incluso siento mi cuello sudar. Aunque quizá se deba a la expectativa que desborda cada poro de mi cuerpo—. ¿Puedes... ser más específico?

—¿En serio creíste que permitiría que el engendro abusador que te destrozó a lo largo y ancho de nuestra infancia de porquería saliera impune? ¡Claro que no, Lila! Lo drogué y golpeé hasta que no pudo reconocerse frente al espejo.

No creo necesario acotar que obviamente me encuentro temblando.

—¿Lo hiciste... por mí?

—Somos mejores amigos, ¿lo olvidas?

«En parte, creo que esa es la razón por la que aún siento remordimiento por cómo terminaron las cosas.»

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro