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12. «El Botón Rojo»

A pesar de que Curtis ha hecho una pregunta, no obtiene una contestación. Además, no hace falta.

Damian pega un grito que mezcla de modo homogéneo sorpresa y frenesí a causa del surreal desenlace de los hechos en tanto yo permanezco quieta en mi sitio y consternada hasta la médula. Trago los sollozos que se agolpan en mi garganta al observar el cadáver de Malcom y lidio con el shock que ha traído consigo ser testigo de semejante episodio barbárico.

—Vaya, vaya, vaya. ¿Quién lo diría? —Con la rapidez de la niña de “El exorcista”, el trío de chicos vivos en el gimnasio tuerce su cabeza simultáneamente hacia la proyección del sádico que les habla—. ¡Felicidades, Curtis Wickels! Al parecer, eres el auténtico lobo alfa de la manada.

Sus gélidas congratulaciones contrastan con la desbordante pasión con la que enuncia sus siguientes palabas:

—Ahora, veamos si sobreviven a los próximos desafíos que he planeado especialmente para ustedes.

Apaga el ordenador pulsando una tecla y se dirige a mí con singular deleite:

—Eso fue increíble, ¿o no?

—Estoy pasmada.

Sé que debo reaccionar con urgencia e inteligencia si no deseo seguir el fatídico ejemplo de Malcom, así que me recompongo en tiempo récord para prestarle mi total atención al esquizofrénico que nos tiene capturados.

—Y no puedo culparte, Lila. Inclusive yo quedé boquiabierto —Honestamente, el matiz de exaltación en su voz engendra sudoraciones frías en mis manos—. ¿Puedo... llamarte así?

Su timidez resulta macabramente incompatible con la visión del tétrico disfraz que lleva puesto y paso saliva para disolver el nudo que obstruye mis cuerdas vocales impidiéndome hablar.

—Claro que puedes hacerlo, Dam —Me esfuerzo para sonreír con naturalidad—. Somos amigos, ¿no es así?

Mostrándose de acuerdo, él asiente con su cabeza.

—Debo ir a preparar la siguiente fase. Volveré pronto, ¿vale?

—Estaré esperándote.

Me siento deplorable al sonar como una de esas patéticas amas de casa que dedican sus días a aguardar el regreso de sus maridos una vez que se marchan al trabajo.

«Por supuesto, no es que pueda hacer otra cosa. Estoy literalmente atada de pies y manos a esta condenada situación.»

Sostengo (o al menos lo intento) una expresión facial que transmita serenidad hasta el instante en que cruza el umbral de la puerta. Mas, en cuanto lo hace, me lanzo de lleno al vacío de la desesperación y percibo una voraz corriente de pánico originando estragos en mi sistema nervioso.

La muerte de Mal ha comprobado que Damian no está bromeando y su objetivo es, sin lugar a dudas, exterminarnos a todos. Por lo tanto, ha llegado el momento de actuar al respecto. No puedo continuar posponiendo mi huida sin importar qué.

Mi sentido de autoconservación y protocolo de supervivencia se activan irremediablemente una vez tengo en claro que debo escapar de aquí a cualquier costo. Casi al instante, mi cerebro comienza a buscar alternativas para conseguirlo.

Es precisamente mientras barajeo cada arista de esta tremenda encrucijada, que la víbora engañosa de Blair entra a la sala, envuelta en un despampanante contoneo de caderas desdeñoso cual supermodelo de Dior desfilando en el evento más exclusivo de la Semana de la Moda parisina.

—¿Qué estás planeando, mosquita muerta? Puede que Damian se haya tragado tu acto de mártir, pero yo no te creo nada.

Escuchar el siseo amenazante de la traidora hipócrita que permanece soberbiamente parada frente a mí es la gota que rebalsa el vaso de mi paciencia estratégica y, a pesar de que no es mi movida más inteligente, doy rienda suelta al resentimiento aglomerado que fluye por mis torrentes sanguíneos y se apresura a salir a flote con el mayor cinismo.

—No me importa en lo más mínimo si me crees o no —Balanceo la cabeza al ritmo de mis palabras como si rebajar su opinión no tuviera realmente la menor importancia entre los factores que podrían colaborar a mi subsistencia—. Sé quién está al mando en este barco y me basta con que él lo haga. De seguro comprenderás que he concentrado todas mis fuerzas en ganarme al dueño del circo, no a sus animales.

Sonrío con sorna a la par que le guiño un ojo, insultándola de manera directa y sin preocupaciones.

Naturalmente, distingo una intensa y violenta oscuridad en su mirada en el momento en que se abalanza despiadadamente contra mí. Toma mi mentón con tosquedad y de un tirón, me obliga a ponerme en pie con dificultad, lo que ocasiona que la silla a la que he estado atada desde que desperté por última vez se eleve conmigo.

—¡Maldita zorra! No vas a estropear mi venganza. Desde que puse un pie en este sitio de los siete infiernos has sido una molesta piedra en mi zapato; ¡incluso tuve que tolerar al cerdo de Michael llamándome por tu nombre cuando nos acostábamos! He soportado demasiadas humillaciones para llegar hasta aquí, así que no permitiré que lo arruines.

Me escupe en el rostro y suelta sin previo aviso. Es por esa razón que caigo de bruces al suelo, un poco mareada producto del constante zarandeo.

Intenta marcharse a trote, sin embargo, hirviendo en furia, consigo hacerla tropezar con la soga que rodea mis muñecas. «Finalmente esta cárcel de fibras me ha sido útil para algo.»

—¡Estúpida! ¿Acaso no puede percibir el peligro? —Halándome del cabello, me fuerza a levantarme otra vez.

—¿Tú? ¿“Peligro”? ¡Solo eres una pendeja inservible que no puede hacer nada por sí misma! Ni siquiera a la que clamas como el amor de tu vida eres capaz de vengar dignamente. ¡Te viste en la obligación de recurrir a un chico inestable con rasgos de psicopatía para lograrlo! -Río como una verdadera demente, flamas de potente cólera alimentando mi veneno—. Simplemente eres una ridícula homosexual que jamás conseguirá nada porque la persona cobarde a la que amaba y a la que nunca tuvo el valor de decírselo eligió la muerte antes que a ella.

Para cuando termino, una ira destructiva reposa en el firme castaño de sus iris. Veo el sólido marrón que rodea sus pupilas teñirse de un tenue y peligroso tono rojizo que me recuerda a un sendero de lava deslizándose y destruyendo todo a su paso en un descenso sin descanso por la pendiente del volcán, labrándose, a cualquier precio, su propio camino entre la roca y repartiendo un millar de calamidades en su indetenible avance.

Una comparación perfecta si me lo preguntan, ya que segundos después, Blair, tal como en mi acertada analogía, simplemente... hizo erupción.

—¡Voy a acabar contigo!

El grito de guerra da inicio a una pelea histórica, de la que no creo poder recordar muchos detalles más adelante porque, siendo franca, estoy bastante distraída fungiendo el trabajo de un puto saco de boxeo.

Por supuesto, no es algo de lo que esté orgullosa; quisiera decir que voy ganando, no obstante, eso sería una vil mentira. Es obvio que, con las manos y pies atados a esta silla que se ha ganado mi eterna enemistad, la perra Willows cuenta con toda la ventaja.

Tira de mi pelo con tanta fuerza que sospecho que tiene la intención de arrancármelo de raíz antes de comenzar a abofetearme hasta que apenas puedo sentir mis mejillas. Mi nariz sangra, amable cortesía de un anillo suyo que me ha herido bastante el tabique durante uno de los golpes, e incluso mis ojos lagrimean por el dolor.

Trato de defenderme, un tema complicado puesto que ninguna de mis extremidades está a mi disposición en este momento.

Una vez se ha ensañado lo suficiente con mi rostro (tanto que creo que todo en él palpita de modo anormal) le parece buena idea propinarme una generosa ración de patadas o rodillazos (no puedo ver bien debido a mi vista nublada, o siquiera percibir apropiadamente por las múltiples y consecutivas punzadas en mi cuerpo) dirigidos, en esta ocasión, a mis piernas, abdomen y, eventualmente, a mi zona íntima.

Mientras me mortifico ante la desagradable posibilidad de terminar molida a golpes en una zurra dada por mi mayor rival, Damian llega y le exige a Blair en un bramido que me deje ir.

Ella cesa su brutal ataque después de contestarle:

—¿Cómo es posible que no te des cuenta? Es una rata, solo actúa y juega contigo.

No hablo; tan solo me limito a llorar como si no pudiera más, lo que no es muy difícil porque esta es una situación extrema que me sobrepasa en proporciones mayúsculas y este estrés amontonado necesita una puerta de salida.

Confío en que la sangre y los moretones en conjunto con las lágrimas y gemidos lastimeros sean una imagen lo suficientemente frágil para despertar el instinto protector de Damian, inclinándolo a mi conveniencia.

—Lo único de lo que me he percatado es que aprovechaste la oportunidad en cuanto dejé a Lila a solas para darle una paliza, sin importar mi advertencia explícita sobre no ponerle un maldito dedo encima, Blair.

—¡Está con ellos! —La duquesita inglesa es incapaz de controlar su histeria—. ¿Por qué no puedes entenderlo? Es parte de la peste que queremos eliminar.

Ella agita bruscamente mi cabeza y suelto un alarido exagerado. Duele, por supuesto, aun así, soporté golpizas peores a lo largo de mi infancia por lo que esto es prácticamente un ejercicio de calentamiento. A estas alturas de mi vida el dolor es casi un viejo amigo y asiduo visitante con el que comparto una estrecha relación.

De todos modos, sobreactuar me beneficia, de esta forma Damian podrá verme reflejada en la niña débil e indefensa que conoció años atrás, aquella por la que sentía un cariño inmenso y de cuyo lado le costó tanto despegarse.

Presiento que todas mis posibilidades se resumen a este instante, si Addams permite que Willows me golpee hasta matarme, estaré irremediablemente perdida, en cambio, si consigo remover los hilos del pasado con eficiencia hasta tocar algún tejido sensible que lo inspire a mantenerse de mi lado, podría tener esperanzas de sobrevivir.

Mi amigo de la infancia no mueve ni una célula durante un par de minutos, se adhiere a su rol de observador y calcula la escena que se cierne ante él. Retira la máscara que cubre su cara con parsimonia y repite la acción con los guantes que envuelven sus dedos antes de mirar a su cómplice con una profundidad que bien podría pulverizarla. Claro, si tuviera incorporado un sistema de rayos láser en sus retinas como muchos de los robots que aparecen en las películas de ciencia ficción.

La única muestra de flaqueza que delata su turbación es la manera en que mantiene sus puños cerrados de tal forma que sus nudillos empiezan a tornarse blancos por la falta de circulación de sangre en el área.

Él me observa directamente a los ojos por largos segundos, tiempo que aprovecho para sostenerle la mirada y concentrarme en convencerlo de defenderme, usando como herramienta la mejor fachada de debilidad que logro pretender en un intento por atormentarlo con kilos de compasión hacia mí a los que no pueda resistirse.

No tengo seguridad sobre si está o no funcionando hasta que veo los cielos del alivio abiertos una vez que le ordena a la serpiente junto a mí:

—Suéltala y aléjate si no quieres que acabe contigo también.

—Damian...

—¡Déjala!

—Damian, ella...

—¡Basta!

Es en cuestión de segundos que noto que el agarre que sujeta mi melena se afloja repentinamente y para mayor credibilidad finjo caer de rodillas, aunque bien pude haberme mantenido en pie en esta ocasión.

Me impacta notar a Blair a mi lado, también en el piso y con una agonía asfixiante adornando su expresión compungida. Un breve vistazo a Addams resuelve mis dudas de inmediato: el control remoto entre sus manos y su índice presionando el botón rojo que se vislumbra en el centro del mismo me brinda toda la información que necesito para comprender el cuadro a mi alrededor.

—Yo confié en ti —murmura ella, temblando cual castañuela.

—Una pena —desecha él con un sencillo alzamiento de hombros, desprovisto del menor signo de arrepentimiento—. Suerte que yo no lo haya hecho.

Damian permanece inconmovible en tanto ambos observamos cómo el último aliento de vida de Blair Willows se escapa de su cuerpo en un suspiro.

Un silencio perturbador se instala entonces entre nosotros y allí es cuando me permito reaccionar a la escena que acaba de desarrollarse justo ante mí. Ver la muerte desde tan cerca me abate y afecta con una crudeza que no puedo soportar y rompo en sollozos más intensos, desgarradores y definitivamente reales esta vez.

La humanidad regresa al rostro de Damian, quien se apresura a arrodillarse cerca de mí para acoger mi rostro entre sus manos y acariciar mis mejillas adoloridas.

—Ella intentó matarme.

«Y tú la mataste.»

—No te preocupes. Ya está, ya pasó.

La delicadeza con la que me habla le inyecta a mi vivacidad la dosis exacta de osadía que necesito para hacerle la siguiente petición.

—Dam, ¿podrías desatarme? —Él vacila por un minuto, así que doy otra estocada sentimental para que tome la decisión equivocada y elija a mi favor—. Estoy muy asustada y me gustaría abrazarte.

—Claro, corazón —Con rapidez, deshace el complejo e intrincado nudo en un santiamén—. Atarte fue idea de esa maniática. No paraba de susurrarme al oído que me traicionarías. No debí escucharla. Lo siento mucho, Lila.

En cuanto termina, me lanzo sobre él para llorar desconsoladamente entre sus brazos. Coloco mi cabeza en el espacio libre de su cuello y dejo fluir un río de lágrimas sobre su hombro.

Lloro porque estoy muerta de miedo, por el dolor físico, por mis amigos, por Malcom, e incluso por Blair. Lloro en los brazos de mi raptor por todas las atrocidades que he visto en mi vida y bajo el obscuro manto repleto de una aterradora certeza que me promete, que lo que me aguarda en el futuro inmediato será aún peor.

«Y como acostumbra a ocurrir en estos casos, no podría haber tenido más razón.»

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