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08. «...Veneno»

Nadando sumergida hasta el cuello en un mar de indecisión, vacilo durante unos segundos. La balanza en mi cabeza analiza numerosos pros y contras a una velocidad increíble a la par que la tensión en mi cuerpo arrastra a mi mente al extremo.

Continúo sumida en un estado de mutismo total hasta que el maniaco en jefe me empuja hacia mi límite en el momento en que me muestra un pequeño control remoto con su dedo índice sobre el mismo.

Su singular advertencia promete un mal presagio y me empuja a optar por mi vida, a pesar de su escaso valor.

—Lo conocí hace mucho tiempo, yo tenía siete en aquel entonces y él un par de años más. Mike se mudó al apartamento de al lado junto a su papá y hermano y desde entonces hemos sido amigos —Me detesto por soltar la sopa como si fuera una cotorra—. ¿Satisfecho?

—Bastante.

«Lunático de mierda.»

Arremeto contra mi lengua en una mordida para no seguir cavando mi tumba todavía más profunda. Tampoco es que quiera ser sepultada en el núcleo de la Tierra.

—Señoritas, ¡felicidades! Han sobrevivido a la primera ronda. Algunas en mejores condiciones que otra, eso de seguro —bromea con su característico humor negro como si se tratara del mejor chiste hecho alguna vez en la galaxia.

Su referencia provoca que automáticamente dirija mi vista hacia la novia del chico que me gusta, quien luce profundamente confundida y parece realizar un esfuerzo sobrehumano para lograr que cada bocanada de aire llegue a sus pulmones.

—¡Blair Willows! Es tu turno nuevamente. Y espero sinceramente de corazón que esta vez tomes una decisión más juiciosa porque a este ritmo, querida, dudo que puedas mantenerte con vida hasta el próximo amanecer —comenta con perversa gracia—. Aquí vamos: ¿Eres gay?

Esta vez ella ni siquiera medita antes de responder:

—Lo soy.

—¿Entonces por qué estás en una relación con Michael Addams, tan lejana a tus verdaderas preferencias?

—Ya lo has dicho tú, ¿no es así? —La princesita nos dedica una mirada gélida que no consigo descifrar—. Venganza.

El brillo de ira que irradian sus orbes hace que me congele en mi sitio. Antes creí que esa estupidez sobre el ajuste de cuentas era un delirio más en la extensa lista del detestable director de este circo, por lo que su confirmación me ha tomado desprevenida.

No entiendo lo que está sucediendo a mi alrededor, mucho menos cuál es el rumbo hacia el que se dirige el bastardo tras la máscara con este molesto tren de la honestidad, aun así, puedo asegurarles que su recorrido hasta las actuales instancias no me ha gustado en lo absoluto.

Este juego ha abierto demasiadas cajas de pandora simultáneamente y, lo reconozco: estoy aterrada de lo que pueda llegar a descubrir si continuamos cumpliendo con los deseos de este hijo de puta.

El miedo recorre mis venas y trae a mi cabeza recuerdos de un pasado doloroso. De repente, retrocedo en el tiempo y vuelvo a tener seis años. Me oculto bajo mi cama y cubro mis oídos para no escuchar la pelea que se desarrolla a tan solo unos pasos de distancia, o, mejor dicho, a mi tío propinándole su más reciente golpiza a mamá por no traer la cantidad suficiente de dinero a casa.

Sé que es inútil tratar de aislarme de la situación manteniéndome en completo silencio, que aquello no me impedirá oír sus reclamos. He perdido la cuenta de cuántas veces ha apaleado a mamá con esa excusa, siempre bajo el mismo guión. La estructura es parte de una rutina brutal cuyas huellas suelen dejar coloridos moretones en el cuerpo de mi madre, a veces en el mío.

Incluso una década más tarde soy capaz de recordarlo a la perfección: comienza maldiciéndola por su poco valor como prostituta, se detiene un par de patadas en su condición de hermana de pacotilla y se desplaza con contundentes puñetazos hasta mi nacimiento y su irresponsabilidad por traer una consecuencia permanente de su trabajo a casa, que, para colmo, se atreve a exigir necesidades básicas como ropa y alimento.

Por un minuto, me convierto nuevamente en esa niña muerta de pánico y con piernas temblorosas que se aferraba con todas sus fuerzas a la ignorancia, tratando de mantenerse al margen de su contexto de mierda. ¿Y saben algo? Odio volver a sentirme como ella.

Decido reinsertar mi consciencia en el presente cuando es lanzada la siguiente pregunta:

—Trixie Welsh, ¿cuál es la persona a la que más daño le has hecho?

—Collette, su nombre es Collette Garcia.

Frunzo el ceño al no reconocer el nombre. Debe haber sido una de las víctimas de Trixie antes de que nos conociéramos.

—Era, habrás querido decir.

—¿Qué...?

De la nada, el demente parece tener alguna especie de prisa porque sigue sobre la carrera sin siquiera permitirnos digerir sus enigmáticas revelaciones.

«¿Qué mierda pudo haberle pasado a esa chica?»

—Stephanie Gittens, esta va para ti: ¿Saben tus amigas que tuviste sexo con Tyler Welsh?

Reconozco el huracán que se acerca al distinguir un grito de enojo a mi lado.

—¡Qué rayos! ¿Por qué hiciste eso?

Como habría sido previsto por cualquier ser racional con un octavo de sentido común, Trix no se lo ha tomado nada bien.

«¡Oh, oh! Aquí va a arder Troya.»

—Bueno, como bien puedes apreciar, hasta este momento, no, no lo sabían —Steph le dedica una sonrisa sarcástica a nuestro captor para posteriormente darle la cara a una muy enfadada hermana mayor—. Amiga, ¡juro que puedo explicártelo! Fue solo una noche y habíamos bebido de más. No tuvo la menor importancia para ningu...

—¿Cómo osas involucrar a Ty en tu inmaduro juego de sexo enfermizo, maldita cleptómana?

—¡Trix!

Admito que las aventuras eróticas de nuestra amiga en común pueden ser escandalosas, mas, este no es el momento ni el lugar para que alguna de nosotras se lo eche en cara. Acaba de revelarnos una parte de su vida muy sensible.

—No, Lila, sin lástima, ni consideraciones, ¿no es lo que ella quería? ¡Pues aquí está!

Cuando la mirada iracunda de Welsh recae sobre mí, percibo tal nivel de intimidación que dejo de replicar y elijo quedarme callada.

—Nunca hubiese aprobado algo así y, con lo que sé ahora sobre ti ahora, Stephanie Gittens, mucho menos.

Tomo la mano de Steph en el instante en que noto sus ojos volver a cristalizarse. El rechazo de Trixie debe estarle doliendo en el alma. Después de todo, desde que nos conocimos hace más de cinco años, hemos sido inseparables.

Estoy a punto de recordarle a Trix que las relaciones sexuales implican a más de una persona y que Tyler cogió con ella voluntariamente, no obstante, el maniático en la pantalla corta mis alas al enfilar sus cañones de la franqueza hacia mí.

—¿Cuál es la persona que más odias, Delilah Matthews?

El deleite con el que pronuncia mi nombre y apellido me produce una oleada de repulsión y siento unas ganas ardientes de molerlo a golpes por la cantidad abrumadora de sufrimiento que ha estado sembrando en mis amigas a lo largo de esta dinámica retorcida.

—Lawrence Matthews.

Tan solo aludir al monstruo que ha hecho mi existencia miserable me provoca arcadas.

—Tu tío —Su afirmación no me sorprende.

—Lo sabes todo, ¿o no?

Él se queda en silencio, y la falta de respuesta junto a su serio semblante me lleva a pensar que algo de lo que he dicho lo ha afectado. Una conclusión difícil de sostener teniendo en cuenta que no soy capaz de ver más allá de sus ojos, los que incluso son complicados de divisar por el grueso cristal de los lentes que los protegen.

—¿Y quién es la persona que más te ha apoyado?

Dudo por un instante qué nombre pronunciar cuando dos de ellos vienen a mi cabeza. Aun así, decido mantener al margen a mi mejor amigo de la infancia a quien no he visto en años (ya que, por suerte, pudo marcharse de este tiradero a tiempo) y opto por mencionar uno que el preguntón sin duda conoce.

—Michael Addams.

A juzgar por las llamas flameantes que desprenden sus iris, esta vez mi contestación parece haberlo lastimado y luego irritado, como si algo en ella le hubiera pinchado de manera personal.

¿Pero qué puedo decir? Hemos sido secuestradas por un demente total. Entender los desgastados y trastornados engranajes que trabajan en esa inestable cabecita suya es una rama de la Medicina llamada Psiquiatría cuyo dominio requiere años de estudio. Por lo tanto, ¡estoy haciendo mi mejor esfuerzo para comprender qué diablos sucede con este tipo!

—Blair Willows, tengo una nueva pregunta para ti: ¿cuál era tu relación con Collette Garcia?

Observo cómo la chica de la cual ya no sé qué esperar esboza una mueca de agonía constante que parece un fragmento inseparable de su expresión facial desde que bebió el contenido de aquel vaso. Además, presiona una mano sobre su abdomen mientras se apoya al borde de la mesa con la otra utilizando toda su voluntad. Cualquiera imaginaría que su vida depende de ello, una alternativa que cuenta con exorbitantes y lúgubres probabilidades de ser muy cierta.

Pese a lo cual la castaña responde con una entereza asombrosa:

—Lette era mi mejor amiga y... también el amor de mi vida, sin importar que jamás tuve la oportunidad de decírselo. Lamentablemente, decidió partir de este mundo antes de que pudiera hacerlo —Una expresión del más vivo dolor emocional se apodera de ella—. O tal vez la empujaron a irse si tengo en cuenta la extraordinaria cantidad de veces que mencionó la pesadilla que vivía a manos de Trixie Welsh y su “Legión del Mal” en su carta de despedida.

Trix suelta un gemido de sorpresa y Steph rompe a llorar de nuevo; yo ni siquiera soy capaz de reaccionar como se supone que debería porque todavía no he podido empaparme en el tema de conversación.

«Collette, Collette, Collette... oh, ¿¡Calamardo!?"»

Bajo mi cabeza hacia la punta de mis zapatos cuando una breve memoria se proyecta en mi mente, una en la que las chicas y yo llamamos a otra por ese mote infantil. Los rasgos más importantes de nuestra víctima relucen junto al recuerdo: sedoso y lacio cabello rubio, ojos avellana, sonrisa dulce.

Si bien no conservo ningún otro recuerdo relacionado con ella, sé que era un objetivo frecuente durante los ataques de ira de Welsh. También que la misma Trix fue la creadora del original apodo a raíz de su afición por tocar el clarinete en cada hora de descanso y las múltiples trenzas en las que solía recogerse el pelo y que, según mi amiga, se asemejaban a los tentáculos de un calamar. Fuera de ello, no sé ningún otro detalle.

—No puede ser. ¿Ella...? —Trixie luce sobrepasada por el inesperado descubrimiento—. ¿Ella se mató?

—Hiciste mierda su vida en cuanto puso un pie en este condenado instituto, y desapareció de un día para el otro después de que decidieras meter sus aparatos dentales en un váter sucio y la obligaras a ponérselos de regreso. ¿Qué crees tú?

Su alocución alcanza nuestro rango auditivo con la interferencia de algunas palabras arrastradas y deduzco que se trata de un efecto colateral del veneno en su cuerpo; aun así, el rencor y el resentimiento son distintivos a través de cada sílaba.

Esto nos afecta. En distintos niveles, pero lo hace. No acosé con frecuencia, sin embargo, no puedo negar que lo disfruté bastante en las pocas veces que participé. Por ende, me siento terrible al tener que admitir que me proporcionaba una sensación gratificante convertir la vida de los demás en un calvario similar al mío al menos por unos cuantos minutos. Igualmente, confieso que, siendo consciente del radio de su repercusión, me avergüenzo de lo que hicimos con ella.

Y allí es cuando lo decido. Puede que este juego del demonio continúe extendiéndose por quién sabe cuánto tiempo más, quizá hasta que estemos tan destruidas que no podamos volver a vernos a la cara (si es que sobrevivimos, puesto que ha quedado claro que nuestra supervivencia no es un elemento que el chalado a cargo haya incluido en sus planes). No pienso llegar a ese punto, no quiero ver una amistad de años resquebrajándose debido a un par de preguntas hirientes.

Con el corazón retumbando en mi garganta es que me aventuro a preguntar:

—¿Cuántas ronda tendrá este juego?

—Oh, no te preocupes, Lila —Su tono de serpiente me hace temblar y no tengo la suficiente fuerza para corregirlo por usar un sobrenombre que es exclusivo para mis amigos—. Solo hasta que la primera de ustedes muera.

Me detengo un instante a procesar sus palabras antes de llegar a un consenso conmigo misma.

«Entonces... que así sea.»

Con renovada determinación acerco mi mano al vaso frente a mí y lo sostengo, haciendo que el líquido transparente de vueltas al son de los gestos que realizo con mi muñeca.

—Hasta que la primera muera, ¿cierto?

—¿Lila?

Por la agitación con la que me llama, sé que Stephanie es capaz de deducir la idea suicida que pasa por mi cabeza. Pese a ello, no me detengo para calmar sus justificados nervios antes de sorber el primer trago y tomar los dos siguientes en un santiamén.

Gano competencias de chupitos casi a diario, así que soy una experta consagrada en esta clase de actividad. Desafortunadamente, el arsénico no tiene tan buen gusto al paladar como el vodka al que acostumbro. De hecho, es como el agua corriente, y a pesar de estar al tanto de que estoy bebiendo veneno, no detecto ningún cambio significativo.

El agua, a pesar del “pequeño agrego especial”, sigue siendo incolora, inodora e insípida como en su estado natural. Es aterrador saber que, si el tipejo "Cara de Cuervo" no se hubiera encargado de informarme que estoy envenenándome, no lo hubiese sospechado ni en cientos de años. Un dato... perturbadoramente interesante si me lo preguntan.

Para cuando he concluido los análisis preliminares de mi primera degustación de arsénico, voy por la mitad de mi quinto shot.

—Lila, ¿qué diablos estás haciendo?

Si los desgarradores gritos de Steph no me detuvieron, mucho menos lo hará el reclamo del desequilibrado mental que nos tiene encerradas y amenaza nuestras vidas.

—¡Lila, detente!

Solo me permito parar en el momento en el que casi me atraganto con el sexto vaso, el mismo que Trixie me obliga a soltar y cae en el suelo, haciéndose añicos.

—No quiero continuar, no pienso seguir dándole la satisfacción de vernos derrumbándonos. No voy a escuchar más de esta porquería. Es posible que ni siquiera salgamos vivas de aquí. Entonces, ¿para qué darle el incentivo de que logre lo que quiere? Prefiero mil veces que sea mi decisión.

Intento sonar fuerte en la que será mi última declaración, por otro lado, Stephanie se oye rota cuando inquiere en mi dirección:

—Amiga, ¿qué has hecho?

El panorama a mi alrededor comienza a verse borroso y una persistente punzada sacude mi abdomen junto a unas intensas ganas de vomitar. Además, mis manos se acalambran y trastabillo hacia atrás cuando un insoportable hormigueo recorre mis piernas en toda su extensión. Es por ello que caigo de lleno en los brazos de mis amigas, quienes intentan reanimarme sin éxito.

Hago un esfuerzo por distinguir lo que sale de sus labios, mas no consigo concentrarme en nada específico. Así que todo pierde su sentido, como si estuviera estratégicamente envuelto en una maraña de confusión. Los sonidos que me rodean se tergiversan y crean una extraña nana que me invita a relajarme y dormir.

Ante de caer por completo en el limbo de la inconsciencia, lo último que observan mis ojos es, por desgracia: esa horrible máscara negra que me mira a la distancia.

Si me pidieran describirla en un solo adjetivo, no dudaría en decir: horrorosa.

«Lo irónico es que esa también es la palabra con la que calificaría el resto de la noche.»

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