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07. «Verdad o...»

A pesar de que su máscara me impide confirmar la hipótesis, estoy casi segura de que es el escondite de una sonrisa sádica, que, con tan solo imaginarla, pone mi piel de gallina.

—Acérquense al escritorio.

A paso lento y con gesto mortuorio, como si marcháramos a nuestro propio entierro (lo que ostenta altas y aterradoras probabilidades de ser parcialmente cierto) las cuatro seguimos su orden y nos aproximamos a la mesa. Cada una se coloca en un lado diferente, rodeándola de esta manera.

—¡Comenzaremos con Blair Willows! —El tipo aplaude con emoción en tanto nosotras la miramos con los rostros rebosantes de nuestro pésame por el infortunio de ser la primera desdichada—. Veamos, veamos... Oh, ¡esta es realmente buena! —Escuchar el genuino entusiasmo en su voz hace la experiencia incluso más perturbadora—. Blair, cuéntanos: ¿cuál es el motivo por el que mantienes un noviazgo con Michael Addams?

—Mike es arrolladoramente atractivo. ¿Por qué otra razón iba a estar con él?

«¿Es en serio? ¿Están juntos desde hace dos meses y eso es todo lo que tiene para decir acerca de por qué le gusta?»

Yo ni siquiera soy su novia y puedo enumerar otra decena de argumentos para afirmar que Mike Addams es absolutamente increíble. Por ejemplo: lo ardiente e inteligente que luce cuando ejerce su cargo de jefe al mando del imperio de la heroína en la Costa Este o esa aura peligrosa que lo acompaña siempre que se monta en su moto o ajusta su chaqueta negra de cuero cual bad boy de los años 70.

Chasqueo mi lengua con el propósito de ordenar las lascivas ideas que corretean por mi cabeza y retener así mi libido, que empieza a hacer de las suyas ascendiendo bruscamente la temperatura de mi cuerpo y pensamientos. El sex appeal de Michael es definitivamente un tema que debo procurar evitar si quiero mantenerme concentrada en lo que verdaderamente importa: largarme de esta mierda.

—Oh, Blair, es una pena —Este psicópata de quinta se oye como si estuviera realmente decepcionado y eso no me agrada—. Quizás debí advertirles que yo lo sé todo, por lo que mentirme no es una opción que contribuirá a su supervivencia —Ese tono falsamente dulce y consternado cambia radicalmente en su próxima frase—: Ahora, ¡bebe!

La mano de Willows tiembla sin control mientras toma el pequeño vaso con la mortífera sustancia transparente en su interior

—Hasta el fondo, no quiero desperdicios —Distingo un río de lágrimas deslizándose por sus mejillas mientras traga—. A ver, ahora abre la boca.

Ella se apresura a mostrar su lengua con tal de probarle que ha cumplido la pena impuesta, lo que parece satisfacer a la bestia porque vuelve a calmarse. Dentro de lo que “calma” pueda llegar a significar en el estado demente de este desquiciado, claro está.

—Oh, excelente. ¿Vieron? Incumplió con las reglas y recibió su castigo como debe ser. Blair, ¡eres una excelente participante! ¡Así se hace! Aunque, como no fuiste sincera en tu respuesta y no deseo que el resto de las chicas queden varadas en las obscuras penumbras de la ignorancia, yo las iluminaré. El verdadero motivo por el que Blair sostiene una relación con Michael Addams se resume en una sola palabra: venganza.

Mis amigas y yo fruncimos el ceño tras recibir esa enigmática contestación, mas, a él le vale tres pepinos nuestra confusión y continúa pronunciando el nombre de la próxima desafortunada.

—Trixie Welsh, ¡es tu turno! Responde: ¿Con cuántos hombres te has acostado por dinero?

Por primera vez, observo a la más ruda de mis amigas titubear a la par que Stephanie y yo nos vemos la una a la otra, ambas perplejas.

—Eso es imposible, Trix solo baila y atiende las mesas con nosotras en Temptations. Jamás se ha prostituido. Mamá no lo hubiese permitido ni en su siguiente reencarnación.

—Steph tiene razón. Además, si fuera el remoto caso, nos lo hubiese contado, ¿no es así?

—Siete, el número por el que preguntas es siete.

Siento un imaginario baldazo de agua fría cayéndome encima y empapándome de la cabeza a los pies al escuchar su respuesta.

—Tienes que estarnos jodiendo.

—¿Por qué rayos hiciste algo así?

Gittens y yo sonamos auténticamente dolidas por semejante mentira y créanme, no es para menos; que nos haya ocultado algo de este calibre es casi imperdonable, principalmente tras toda la basura que hemos pasado juntas.

—Por dinero, ¿por qué más lo haría? ¿Creen que lo disfruto? —Por supuesto que no, nadie sentiría placer al tener que venderse de ese modo—. E incluso si así fuera, no puede atreverse a juzgar, no tienen ese derecho.

—No lo estamos haciendo y lo sabes —Odio que intente jugar a la víctima siendo que las tres estamos igual de hundidas en el mismo maldito basurer—. ¡Trabajamos juntas en ese club! ¿Acaso lo olvidas?

—¡Yo incluso vivo ahí!

—Pero bien saben que ninguna lo necesita tanto como yo. Steph, tu madre es la dueña del burdel y por muy mala fama que tenga, nunca te ha faltado nada. Y Lila, tu tío puede ser un real hijo de perra, pero deberías agradecer que al menos se mantiene lo suficientemente sobrio como para conservar un empleo medianamente decente.

Su recriminación, combinada con ese endemoniado deje colérico (como si nuestra situación no fuese lo suficientemente desdichada para merecer tanto escándalo y solo representáramos a un par de niñas caprichosas armando un berrinche injustificado) me obliga a soltar un jadeo de indignación porque, sin duda alguna, me ha cabreado. «¿Quién diablos se ha creído para acusarme de ser una dramática con problemas de egocentrismo?»

—Tyler y yo debemos llevar muchísimo dinero a casa si queremos pagar las deudas de juego de Clive y aparentar que las cosas andan bien; solamente así los estúpidos Servicios Sociales dejarán de amenazar con llevarse a Tracy. Todo porque nuestro padre es un idiota, bueno para nada, cuyas únicas ocupaciones son apostar y emborracharse hasta perder el sentido.

—¿Por qué no lo dijiste? Pude haber hablado con mamá, pudimos haber buscado otra solución.

—¡¿Cómo?! ¡¿Cuál?! —desafía Welsh al borde de la histeria—. No hay soluciones para mí, no hay salidas ni escapatoria. Mis hermanos son lo más importante en mi vida y no hay nada que no esté dispuesta a sacrificar para protegerlos.

—Vaya, ¡qué conmovedor! ¡Felicidades, Trixie Welsh! Tu honestidad te ha salvado la vida, momentáneamente al menos —La irritación que me produce la tonada venenosa en la voz de este imbécil comienza a superar poco a poco el miedo que me genera su amenaza de muerte—. Ahora, ¿estás lista, Stephanie Gittens? Cuéntales, ¿por qué tienes citas con el psicólogo regularmente?

«¿Stephanie ve a un loquero?» Esa es la pregunta que se refleja, tanto en la expresión facial de Trix como en la mía.

Mi amiga aprisiona involuntariamente sus labios entre sus dientes, una respuesta nerviosa ante la ansiedad que ha padecido desde que la conozco, al mismo tiempo en que contesta:

—Sufro de cleptomanía.

—¿Qué?

Sus manos “hábiles” (por decirlo de algún modo) no son ninguna novedad. Ya había hecho trucos para mí tiempo atrás, tomando pertenencias de los clientes del bar sin que lo notasen siquiera (aunque el alcohol y la distracción por las bailarinas también jugaba a su favor) para demostrarme su talento, pero siempre estuvieron motivados por una diversión inocente, incluso nos asegurábamos de devolver los objetos “perdidos” antes de que reportaran sus “mágicas desapariciones”. No tenía idea de que se tratara de una cuestión sobre la que no tuviera el control.

—Steph...

—No me mires así. Detesto cuando lo hacen.

No sé exactamente de qué forma la estoy mirando; igualmente, intento dejar de hacerlo.

—¿Por qué no lo dijiste?

—Precisamente por eso —responde mientras boquea cual pez fuera del agua—. Mamá no ha vuelto a verme como acostumbraba desde que recibí el diagnóstico. Y lo he odiado cada segundo con todas mis fuerzas durante el mismo tiempo.

Pienso que no dirá nada más hasta que vuelve a abrir la boca y saca a relucir un tema sobre el que nunca había hecho hincapié.

—¿Te acuerdas de Avery?

La imagen de una pelirroja de ojos cafés inunda mi mente sin permiso, así como una nueva sospecha sobre la razón de su despido.

—Sí —respondo al tener una idea del por qué ha cambiado tan drásticamente de asunto—. Fue nuestra compañera por algunos meses.

—¿Recuerdas también por qué tuvo que irse?

Cierros los ojos con sentido pesar al comprender por dónde viene esta nueva versión de la historia.

—Robó un anillo de diamantes que le pertenece a tu madre.

—Pues, ¿adivina qué? No lo hizo —Asiento y sé que sabe que ya sé lo que realmente ocurrió, aunque insiste en explicarlo ella misma—: Lo tomé a escondidas y luego lo guardé en su bolso por accidente. ¡Era condenadamente idéntico al mío!

Mi amiga se lamenta a través de sollozos y comprendo cuán culpable ha de sentirse por ese episodio.

—Cuando mamá nos registró a todos y lo halló en su cartera, la echó a patadas. Lila, la trató como si fuera un perro apestoso.

—Dijo que aquel era un nido de víboras, pero que las ratas tenían la entrada prohibida —recuerda Trix en voz baja en tanto las tres recapitulamos sobre los acontecimientos de ese día.

Pobre Avery, fue víctima de una injusticia.

—Me sentí tan sucia. Debí haber dicho algo, pero estaba aterrada. Creí que mamá haría lo mismo conmigo. No fue hasta años más tarde que tuve el valor de contárselo en busca de ayuda, podría haberme metido en problemas peores si no lo detenía. Trixie, ¿recuerdas la vez en que tu colgante desapareció? ¿O tu brazalete, Lila? Los robé incluso sin darme cuenta.

Steph comienza a hipar como una bebé y me mentalizo para no acompañarla en su descenso por el tobogán del llanto. Pasé un pésimo momento cuando creí que lo había perdido, ese brazalete era el último regalo de un viejo amigo y me había sentido muy angustiada de haberlo hecho. Lo acaricio con cuidado, es el mismo que llevo en estos momentos.

—Sin embargo, nos devolviste ambas cosas —Es mi miserable intento por hacerla sentir mejor.

—Solo después de saciar mi impulso —acota al mismo tiempo en que observa sus manos con desprecio—. Esto... es incontrolable. Mi tratamiento incluye el consumo de antidepresivos hasta hartarme, e incluso así, a veces no son suficientes para detenerme —nos explica a la par que se le escapan algunas lágrimas—. No puedo hacerlo, muero de remordimiento y ahora deben odiarme.

—Stephanie, somos amigas. No vamos a dejarte.

Trato de alcanzar su mano para brindarle mi apoyo cuando soy brutalmente interrumpida por el idiota sin tacto que ha destapado todo este meollo en primer lugar.

—Vale, vale, ya entendí. ¡Viva el poder de la amistad! —Mueve sus dedos como si invocara un arcoíris y estuviésemos en un capítulo de “My Little Pony”, antes de reanudar su nefasto discurso con un deje pesaroso—. Al parecer sí quieren vivir. Lila Matthews, es tu turno.

—Delilah.

—¿Qué?

Me tomo la licencia de hablar lentamente para él, como si tuviera alguna clase de retraso mental que le dificultara entenderme a una velocidad promedio, con el único y sinceramente bobo objetivo de molestarle al menos una décima parte de lo furiosa que estoy.

—Mi nombre es Delilah.

—Nadie te llama Delilah.

—Los maniáticos que me secuestran y fuerzan a mis amigas a revelar sus trapos sucios a cambio de preservar sus vidas sí lo hacen —siseo con falsa calma, mi rabia helada y contenida filtrándose en cada palabra—. Así que, Delilah Matthews para ti, idiota.

—Okey, okey, gatita —Opuesto a lo que pensaba, este psicópata se muestra divertido con mi actitud—. Delilah Matthews, ¿estás enamorada de Michael Addams?

—¿Por qué? ¿Ya caíste por mí? ¿Tan pronto? —Le dedico una sonrisa cínica mientras ladeo la cabeza con fingida coquetería. Por primera vez el acto de chica dulce y encantadora que he tenido que desarrollar para sobrevivir en el trabajo me sirven de algo fuera del mismo—. Te lo advierto, no soy del tipo de chica que desarrolla síndrome de Estocolmo.

Y saber que pensaba que Trix y Steph no habían podido escoger una peor situación para ser insolentes. Mas, mírenme, aquí estoy, cumpliendo con mi ración de estúpida.

—¡Lila! —Es irónicamente gracioso que sean ellas, precisamente, quienes me regañen por imbécil.

—Limítate a contestar, por favor.

—La verdad es que es la pregunta más ridícula que has hecho hasta este instante, ya que se trata de información vieja y de conocimiento público. No obstante, voy a responderte con gusto: sí, estoy enamorada de Mike. ¿Es eso lo que tanto querías escuchar, maldito bastardo?

«Díganme, ¿cuál adjetivo creen que me quede mejor? Les advierto, tengo una larga lista de posibilidades: ¿Intrépida? ¿Necia? ¿Atrevida? ¿Inconsciente? ¿Impetuosa? ¿Tarada? Es tan inmensa variedad que no consigo decidirlo. ¿Serían tan amables de ayudarme?»

—¿Desde hace cuánto se conocen?

—¿No era una sola pregunta por ronda?

—Contesta o muere.

Su inequívoco tono no me deja lugar a dudas: debo elegir sabiamente o atenerme a las consecuencias.

De repente, la opción de morir no suena tan mal.

«Y yo tenía razón. Morir hubiese sido mi mejor opción.»

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