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05. «La Hora Maldita»

Trix es la primera en reunir el valor necesario para decir en voz alta aquello que los ocho estamos pensando.

Repentinamente, la piel de su hermano adopta un pálido color verde (sí, verde cual caimán) y lleva a cabo un gran esfuerzo para mantener a raya sus náuseas; sin embargo, no lo consigue y se precipita a vomitar allí mismo, delante de los siete. Blair y Michael se apresuran a pegar un salto con el fin de alejarse y apartarse cuanto sea posible de su “rango de disparo”.

Por un instante, Tyler es capaz de detenerse y se concentra en respirar profundamente para calmar sus arcadas, mas, cuando parece que cualquier empeño será inútil y la expulsión de las pocas reservas que deben quedarle, inevitable, la mayor de los Welsh cierra su boca ejerciendo una fuerte presión sobre sus labios que lo obliga a tragarse su propia pota.

Todos en la sala hacemos una mueca de asco cercana a la repulsión, e incluso llego a pensar que seré la próxima en devolver el contenido de su estómago. Solamente gracias a mi fortaleza es que logro controlarme con éxito.

Ty se apoya en una pared lateral mientras le dedica una mirada de muerte a su querida hermana, quien se limita a encogerse de hombros sin vergüenza. Su piel continúa exhibiendo un raro tinte verdoso y Steph aprovecha su momento de debilidad para burlarse un poco.

—Ay, pero qué varonil. Despliegas un aura arrolladoramente masculina mini Welsh. El vómito está tan de moda.

Ruedo los ojos por el inadecuado e inmaduro comentario de mi amiga, aunque, si pensaba que lo de Stephanie era una completa estupidez, es porque no había reparado en que Curtis se ha acercado al cuerpo para hacer algo incluso más imbécil.

Su retraso mental siempre ha sido un aspecto común en él, ninguna anomalía fuera de los parámetros de su normalidad. No obstante, una pensaría que, frente a un panorama tan siniestro y extremadamente delicado como este, sus dos neuronas regresarían de esas vacaciones extendidas en las Islas Cook para finalmente ponerse a trabajar. Digo, para variar un poco esa rutina de ocio y vagancia que llevan desde hace tantos años. ¡Joder! Que su cerebro no va a chamuscarse por ser usado una que otra vez.

—Sip, está muerto. Hora del deceso: 12:06 am.

Retengo mis ganas de agarrarlo por el pescuezo hasta reacomodarle el cerebelo puesto que aproximarme en lo más mínimo a un occiso no es ningún tipo de sueño hecho realidad para mí; por ello me limito a gritarle con el propósito de patentar mi enojo:

—¿Qué demonios haces, pendejo?

—Es el protocolo a seguir en los dramas médicos, Lila. ¿O acaso nunca has visto un episodio de Chicago Med?

Su inaudita respuesta ha estado a punto de desencadenar un tic nervioso en mi ojo izquierdo.

—Yo, en realidad, creo que prefiero Chicago Fire. Ese cuerpo de bomberos sí que está en llamas.

Golpeo mi cara con la palma de mi mano después de oír semejante barbaridad abandonando la boca de Steph. «Esto tiene que ser un mal chiste. ¿Qué no ven el puto cadáver?»

—Pues si no quieres tener problemas con Chicago PD, te aconsejo que retrocedas un par de pasos, inepto —es la advertencia de Malcom a la que Wickles no presta mucha atención.

A Blair, como era predecible, la sacude un ataque de histeria como síntoma de su desesperación y comienza a chillar cual chihuahua asustado:

—¿Puedes dejarlo ya? Esto es escalofriante.

Súbitamente, Michael se espabila y cumple al pie de la letra la voluntad de su novia, encarnando el papel de cachorrito ridículo y disciplinado que suele acoger cuando se trata de un mandato de la princesita. Obliga a Curtis a alejarse del muerto, no obstante, como el pedazo de cabrón agarra aún la cara del difunto, este tiende su rostro inanimado hacia nosotros después del manotazo.

Hasta ese mero instante no habíamos podido reconocerlo, por lo que, identificar sus conocidos rasgos desata otra ola de reacción sorpresa en cadena.

—¿Ese es el conserje? —Willows está tan cagada de miedo que incluso la escucho pasar saliva desde mi posición.

Y por primera vez desde que la conozco, siento empatía hacia ella. Después de todo, creo que me voy a orinar encima del pánico que cargo.

—Sí, el señor Grant —afirma Ty, en shock.

—¿Grant? ¿De qué hablas? Estudiamos aquí desde hace años; su apellido es Grantley, idiota.

Lo que sea que almacene Curtis en esa cavidad craneal en lugar de materia gris, me anima a golpearlo constantemente, y si no estuviera tan paralizada por el pavor que me acojona, ya le hubiera propinado una hermosa bofetada en el preciso segundo en el que se atrevió a reírse como un maldito enfermo mental.

—Los dos son unos idiotas. Es Greyhound, par de tontos —La intervención de Gittens en esta ridícula discusión por el apellido del conserje que yace a nuestros pies es simplemente surreal.

—Granholms —susurro casi sin aliento—. Se llama Conrad Granholms.

Malcom se arrodilla frente a él y comprueba el pulso en su cuello antes de afirmar:

—Llamaba.

Trago en seco tras su corrección y mis ojos se cristalizan de forma instantánea.

Si bien la posibilidad de que la persona ante nosotros estuviera irredimiblemente fallecida siempre estuvo sobre la mesa, que el hecho implique directamente la muerte del señor Granholms resulta un impacto en mi pecho que podría ser el equivalente al de un disparo al corazón. Tal es la magnitud del choque en mis terminaciones nerviosas que mi piel se eriza y una fuerza invisible inmoviliza mis cuerdas vocales.

Pese a que ellos tal vez no lo hayan notado, el señor Granholms y yo manteníamos una relación muy cordial. A veces me quedaba después de clases para ayudarlo a acabar pronto con sus tareas y así pudiera tener un poco más de tiempo libre para compartir con sus hijos y esposa ante de irse a uno de sus otros dos empleos.

Era un padre de familia conmovedoramente devoto y lo admiraba en secreto porque cumplía con todos los estándares del ideal de la figura paterna con la que hubiese amado contar; diametralmente opuesto a la escoria con la que me he visto obligada a convivir, cabe recalcar.

Steph y Trix sujetan mi mano en un apretón reconfortante y es en ese instante en que percibo que estoy temblando.

La habitación se sume en un silencio sepulcral, nadie sabe qué decir o hacer. Y es que esta situación se encuentra definitivamente fuera de nuestro alcance. Es decir, tenemos un cuerpo sin vida frente a nuestros ojos y no tenemos la más mínima noción de qué rayos pudo haber sucedido aquí. Entonces, ¿qué se supone que hagamos?

Realizo un rápido análisis en pos de evaluar delicadamente nuestras opciones; en escasas de las viables alternativas nos zafamos de este desastre sin enfrentar catastróficas consecuencias. Conflictos con la policía se avecinan innegablemente en caso de ser hallados in fraganti en la escena del crimen: desde la imputación de delitos menores (como allanamiento o daño a la propiedad privada) hasta condenas mucho más graves (como sería una cadena perpetua sin posibilidad de libertad condicional) al ser acusados por homicidio en primer grado, son algunas de las posibilidades que dan vueltas en mi cabeza.

Somos un grupo de chicos provenientes de barrios marginales, la mayoría exponentes de un pésimo historial con las fuerzas del orden y quienes, para colmo, pasan gran parte de sus días y noches en un prostíbulo o involucrados a fondo en la oscura red de narcotráfico que acecha los cincuenta estados de nuestra honorable América. ¡Es obvio que en su prejuicioso veredicto nos declararán culpables!

Además, la mala paga de los abogados públicos no suele ser una fuente de inspiración lo suficientemente motivadora para imbuirles siquiera una dosis de pasión en la defensa de sus clientes.

También considero la alternativa más conveniente: podríamos largarnos ahora mismo y, con una pizca de suerte, lograr evadir la responsabilidad de esta atrocidad. Me regocija que hayamos sido especialmente cuidadosos al no tocar nada sin guantes, por lo tanto, no habrá huellas dactilares a las que recurrir durante una investigación. Aunque, de igual modo, una limpieza general no estaría de más; eso y dejarlo todo tal y como está, por supuesto.

Mi cerebro aún calcula otras medidas preventivas que deberíamos tener en cuenta cuando la chica Welsh hace una pregunta que podría parecer estúpida:

—¿Qué es ese olor?

—Tenemos un cadáver en descomposición justo frente a nosotros; y no es que los muertos huelan precisamente a rosas, hermanita.

—No, no, Ty. Créeme, mi nariz ya está familiarizada con ese... aroma en particular —Ella hace una mueca de disgusto y continúa hablando—: ¿Pero no detectan un nuevo olor en el ambiente? Este incluso podríamos llegar a considerarlo “agradable” al olfato.

Frunzo mi entrecejo mientras me concentro en captar un detalle tan específico. Trix tiene razón; en efecto, algo huele diferente. Nadie parece reconocerlo hasta que Malcom abre sus ojos a tal punto que pienso, por un microsegundo, que se saldrán de sus cuencas.

—Un minuto, ¡yo lo conozco! —Por primera vez en la vida, veo a Stone siendo víctima de una reacción humana, lo que no es exactamente alentador puesto que esa emoción básica es el miedo y observar a una roca entrando en pánico no es un hecho que me tranquilice—. Chicos, esto es malo.

Y por si no nos bastara, su afirmación no hace más que confirmar mi temor.

Deduzco que un par de cables se conectan también en el cerebro de Mike, pues sale disparado cual cohete de la NASA hacia la puerta. No obstante, justo antes de que alcance la perilla, algo desde afuera la cierra de golpe de manera tan estrepitosa que Steph pega un grito del susto en tanto el resto nos ponemos tan nerviosos que ni de producir un mísero sonido somos capaces.

Los integrantes del dúo M, ambos como los animales que son (aparte de los únicos que parecen comprender al menos un tercio de lo que está ocurriendo y el peligro en que el que nos encontramos) se lanzan a pegarle a la estructura de madera apenas se percatan de que hemos quedado atrapados.

Mientras ellos tienen una discusión física con la puerta, yo caigo en cuenta del sospechoso humo rojo que desciende desde el conducto de ventilación localizado en el techo y se lo hago saber a los demás con un tembloroso:

—¿Chicos?

Los siete miran hacia arriba y es allí cuando la situación termina de descontrolarse: Michael y Malcom atacan nuestra única salida con más violencia, aunque sus acciones desesperadas prueban ser inservibles; Stephanie, Curtis y Blair lucen a un paso de empezar a llorar debido al terror que los carcome; los hermanos Welsh se agarran las manos como si fueran a morir y yo ni siquiera logro descifrar lo que siento cuando escuchamos una voz.

Oh, esa voz...

La voz de mis futuras pesadillas.

—¡Hola, hola! ¿Cómo están? —La nota cínica y vibrante en el macabro saludo pone mis pelos de punta y me deja patitiesa—. A juzgar por su apariencia de inexplicable espanto, supongo que no del todo bien, ¿verdad? Pero no se preocupen, les aseguro que esto acabará antes de lo que esperan.

—Chicos, no respiren.

La advertencia de Mike llega a nuestros oídos demasiado tarde, la mayoría comienza a cerrar los ojos sin poder oponer resistencia o bostezar una y otra vez. Incluso yo empiezo a sentir mis párpados más pesados de lo normal y unas incontenibles ganas de dormir al menos una pequeña siesta.

—No tienen por qué asustarse, amigos. Les garantizo que vivirán una noche inolvidable. O morirán en ella, ¿quién sabe?

Curtis es el primero en caer, seguido por Steph. Trato de ir junto a ella, mas, Tyler se desmaya en mi camino casi al mismo tiempo que Blair, impidiéndome alcanzarla. Trix y yo compartimos una mirada del más puro pánico antes de que la somnolencia me envuelva por completo. Intento luchar contra la obscuridad con la escasa voluntad que me queda, sin embargo, eventualmente, acabo rindiéndome, seducida por el misterio que se cierne entre las tinieblas de las tierras de los sueños.

¿Saben que es lo último que escucho?

Esa horrible voz sin rostro diciendo:

—Bienvenidos al infierno.

«Y, en definitiva, tenía razón. Porque si bien hasta entonces habíamos pasado por mucha mierda, esa noche marcó nuestra verdadera entrada al infierno...»

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