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Última carta

Quedé perplejo. La última carta estaba completamente vacía. Salvo de unas pequeñas letras escritas al final del reverso de la hoja, resaltadas en marcador rosado brillante que decía:

Espero que volvamos a vernos...
Cuídate.
Atte. Bianca alias “White”

En el fondo del sobre había un trocito de papel hecho bolita con manchas de tinta a su alrededor. Bianca no era la persona más ordenada en sus ideas y acciones.
Desdoblé la bolita y estaba escrito: “Espero te guste los regalos. Hasta pronto Black.”

Obviamente se refería a la pequeña cajita que no había tocado. Era tan lindo de su parte que me regalara aquello, aunque por un momento (y muy breve por supuesto) creí que allí dentro había un anillo de compromiso. (Soy un soñador y también ridículo)

Tomé la caja entre mis manos y el nerviosismo se apoderó de mí. Rasgué la superficie suave con mis uñas mientras levantaba la tapa con solo los dedos índices. Me sentía como un pirata o corsario a punto de abrir el tesoro antiguo encontrado en una caverna (aunque realmente eso era exactamente para mí, por muy tonto que parezca).

Dentro, sobre una mullida almohadilla verde, yacían un par de gemelos muy peculiares. Para los que no saben, los gemelos son un par de botoncitos que se ponen en las mangas internas al usar esmoquin. Un regalo muy inusual, y más aún cuando estos gemelos eran con un detalle de una pokebola.

—Siempre destacada por la originalidad... —susurré sosteniendo un gemelo por entre mis dedos.

Entonces recordé que había mencionado “regalos”, en plural. Pero no había rastros de otra caja o recipiente que lo compruebe.

No lo comprendía. Bianca poco a poco iba sorprendiéndome cada vez más.

Dejé la cajita de nuevo en el velador y me dispuse a buscar el otro regalo. Quizá se pudo haber caído tras el velador o bajo la cama. Sin embargo, no fue así.

La inspección por la habitación fue en vano. No logré encontrar ningún otro regalo.

Volví a sentarme en la cama y respire hondamente. Ya me sentía lleno de vitalidad y apenas me dolía el cuello bajo el collarín. Las enfermeras me habían retirado la vía esa mañana y si mejoraba, probablemente me darían el alta el día siguiente. Cuando les conté la noticia a mi familia se sintieron muy aliviados, pero no me volvieron a hablar desde entonces. Sospeché que me harían una fiesta sorpresa. Mi familia siempre ha sido muy predecible.

Bufé de molestia, no encontré jamás el regalo. Recostándome de nuevo con los gemelos en las manos, examiné la caja otra vez cuando descubrí que la almohadilla estaba ligeramente levantada y desepegada. Se le veía el fondo sin gracia y cubierto de silicona por debajo, como si le hubieran hecho aquello apropósito.

Levanté los gemelos y la almohada para encontrar el otro regalo de Bianca. Un CD algo magullado y polvoriento, como si lo hubiese tenido guardado por décadas (ok exagero demasiado).
No tenía nada escrito, solo en la cajita de plástico en que venía tenía la imagen de Black y White pegada. Ambos lucían muy cariñosos, riéndose el uno del otro.

Inmediatamente presioné el botón de asistencia al lado de mi cama y le imploré al cielo que Anna, la enfermera más dulce que conozco, siga en el hospital. Si se había ido entonces vendría Petunia, la arrogante mujer a cargo de las guardias matutinas.
Necesitaba que me prestaran un reproductor. La curiosidad me carcomía por dentro por escuchar el audio que ese viejo CD escondía.

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