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Negrura

Apenas recuerdo lo que sucedió. Todo se me hizo negro de repente.
Me zumbaban los oídos como si tuviera un panal de abejas en cada uno. Los párpados me pesaban como si fuera de plomo y mi cuerpo vibraba ligeramente. Tuve una sensación algo innata, como si estuviera encerrado en una espantosa pesadilla ya que apenas podía distinguir algunos murmullos lejanos a mi alrededor.

Poco a poco mis oídos fueron disipándose aunque aquellos murmullos habían cesado.

En la lucha por abrir los ojos en desesperación, sentí que el pecho me quemaba. Parecía que no hubiese pasado mucho tiempo.

Entonces recordé que estaba caminando con esa chica. White. No mejor dicho, Bianca. A quién conocí en la convención y robó mi primer beso. Quién había despertado un extraño sentimiento en mí.

¿Qué diablos pasó en aquella calle?

Tuvimos un accidente.

Inhalé hondo y mis pulmones se abarrotaron de aire, tanto que me dolió. Al fin recobré la visión y observé a mi padre y madre sentados, mirándose los unos a los otros con un rostro de preocupación, no habían notado que ya había despertado. Mi hermana Roberta también se encontraba allí, vestida con su traje de oficina mordiéndose las uñas dándome la espalda ocultando el rostro entre su ensortijado cabello.
Me encontré recostado en una cama rígida y calurosa con un intenso olor a desinfectante impregnado en la nariz. Habían abusado de el mismo ante mis inmensas ganas de hacer volar el lugar con un estornudo.
Aprecié la vía conectada en alguna vena de mi brazo y de inmediato tuve un mareo. No tolero las agujas, gracias al cielo que estaba inconciente cuando pincharon esa cosa en mi vena.
El collarín en mi cuello causaba una tremenda picazón y la herida que poseía en la sien me palpitaba rápidamente causándome un respingo y agitación.
En el velador de mi costado habían unas flores, globos y cartas incluso había una pequeña cajita aterciopelada roja con dorado entre todos los papeles.

Fue entonces que lo entendí, pero quería estar seguro de aquello.

Con un quejido llamé la atención de los presentes que comenzaron a llorar al verme despierto. Todos, sí incluso mi padre. Diría que me sentí halagado y fuerte, a pesar del espantoso dolor que sentía en la parte baja de la columna y piernas.

Mi madre se aferró con suavidad a mi pecho y sollozó silenciosamente de alegría. Mi hermana colocó su mano en mi hombro mientras se le derramaban las lágrimas y aferraba con fuerza la mano de su padre, quien solo se limitó a contemplarme de pie con una radiante sonrisa líquida en el rostro.

—Me alegro que hayas despertado —declaró él con los ojos humedecidos haciendo el esfuerzo para que no se le cortase la voz.

—¿Cuánto tiempo llevo aquí? —pregunté con algo de temor a la respuesta.

—Tres días —esta vez habló Roberta secándose las lágrimas.

—Sabía que ibas a despertar. Mi muchacho es más que fuerte —exclamó mamá incorporándose y abrazando a mi padre—. Tuviste un horrible accidente luego de la convención. ¿No lo recuerdas?

—No mucho —mi mente divagó un poco y entonces recordé a Bianca—. Un momento... ¡La chica que iba conmigo! ¡¿Ella está bien?! ¡¿Está aquí?!

Mi hermana me dió un toque en la mejilla para que me calmara.
—A ella le dieron el alta hace dos días. Solo tuvo unas fracturas y contusiones. Además la policía atrapó al irresponsable conductor que hablaba por teléfono. Ella te ha venido a dejar todo lo que ves aquí —dijo señalando todos los objetos sobre el velador.

—Bianca es su nombre, ¿cierto?  —mi padre cruzó los brazos sobre su pecho.

—Así es —me limité a decir.

—Es una persona muy agradable. Dijo que se sentía muy agradecida contigo por lo que hiciste por ella, no quería que empeoraras. Estaba al pendiente de tí todo el tiempo. Incluso cuando recién vinimos a visitarte, ella ya estaba aquí en muletas dándote las gracias por lo que hiciste por ella.

Yo no lo recordaba. Mi memoria estaba agarrotada.
—¿Y qué hice por ella?

—La protegiste con tu cuerpo en el momento del impacto. Por eso ella no sufrió tantas heridas. Sin embargo si no hubieras hecho algo, ella pudo haberse quedado paralítica, o incluso peor —la voz de mi hermana seguía teniendo esa rigidez y seriedad de siempre pero sentí algo de compasión y felicidad en ella.

—Fuiste muy valiente Matías. Realmente estamos muy orgullosos de tí —dijo mi padre en sonrisa.

—Esperemos que venga el docor rápido para que te revise —exclamó mi madre saliendo de la habitación seguida de mi hermana.

Mi padre y yo nos quedamos solos. Él comenzó a hablarme de lo orgulloso que se sentía y del amor y respeto por la mujer como siempre que me daba sus anécdotas y largas enseñanzas. Yo lo único que deseaba era salir de ese condenado hospital para poder ver o hablar con Bianca, aunque no supiese donde viviera ni como comunicarme con ella.
Quería asegurarme de que ella se encontrara bien.

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