Ha pasado tiempo...
El sol me quemaba la cara a pesar de la gorra negra que cargaba. No sé como hacían sus rayos para infiltrarse hasta mi rostro y dejarme medio ciego.
El esmog me causaba cosquillas en la nariz y los tres libros bajo el brazo que tenía se resbalaban de mi agarre. Ya no tenía espacio en mi mochila para guardarlos. Parecía una mula de tiro en pleno trabajo.
Han pasado tres meses desde que salí del hospital. Ya he dejado el collarín y casi ni se nota mi cojera. He vuelto a mi vida ordinaria en este mundo ordinario.
Y no... Tampoco la he vuelto a ver...
Fue tan breve nuestro tiempo juntos que no logré conseguir datos de ella.
Caminaba por la ciudad ido en mis pensamientos, pensando en mi próximo examen en unos días, la posible boda de mi hermana y los ojos de la chica que conocí en aquella convención.
El helado que había comprado al salir de la universidad se estaba chorreando por un costado y manchando mis dedos con su dulce crema. Lamí mis dedos y continué por los transitados caminos de la metrópoli.
Escondí mi expresión bajo la gorra mientras bajaba los escalones que llevaban al metro de la ciudad, completamente transitado debido a la hora pico.
Suspiré de alivio, por lo menos me había refugiado de aquel infernal sol. Aunque el espantoso chirrido de las ruedas del tren me enloquecía por dentro al igual que los murmullos de los presentes.
Me arrimé a un pilar lleno de graffitis y suciedad mientras observaba a los transeúntes pasar enfocados en sus asuntos, cada uno con una vida más complicada que el anterior. Comprendí lo idiota que era quejarse de la vida de uno mismo y no ver el sufrimiento que los demás reposan sobre sus hombros.
Me dí cuenta de aquello gracias al sufrimiento que debió tener Bianca en su tiempos de colegio.
Yo no recuerdo bien aquellas épocas. Quizá porque yo no era de las personas populares ni de las rechazadas. Solo era alguien que nadie se percataba. Un “invisible”. Nadie en especial. Aunque de esa manera nadie me molestaba, debo confesar que durante todos esos años me sentí totalmente solo a excepción de Carlos, mi único y gran amigo hasta la mitad de la secundaria. Él tuvo que irse al exterior gracias a los negocios de su padre; tuvo una grandiosa oportunidad de vida y ahora está en una exitosa empresa de tecnología del hogar. Aún nos escribimos por correo y facebook, aunque obviamente ya no es lo mismo de antes.
Pensaba para mí mismo “¿Por qué las personas a las que uno ama deben marcharse?”, “¿Por qué el que todo lo da por los demás no obtiene nada a cambio?”
A lo lejos, en el otro parterre de la estación observé un cabello largo y castaño ondear ante el viento producido por la partida del tren. A su lado, había otra persona de un cabello negro y muy alto y fornido.
Los ojos de aquella chica parecieron resplandecer. Un fulgor celeste muy bello. Fue entonces que lo comprendí.
Esa chica no era nadie más que Bianca...
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