4.- DIABLO GUARDIAN
#AOKAGA #REENCARNACION
Y de repente, Daiki tenía al joven príncipe entre sus brazos, el calor de verano se pegaba a sus pieles, las finas pero gruesas capas de ropa se volvían cada vez más estorbosas.
El sonrojo de su bronceada piel, le daba un aire exótico, y su cabello; ese cabello, ese cabello... de un rojo como el atardecer. Daiki ve como sus largos dedos recorren la piel ruborizada, como sus labios se abren por la sensación en ellos.
Aomine parpadeo de pronto, haciendo que su visión se vaya. Por supuesto que el joven príncipe se aproxima a donde se encuentra, pero lejos de ser la visión abrumadora que aún perdura en su memoria, no, no es así.
En su dirección si se dirige el más hermoso chico de cabellos rojo que hubiese visto antes, y es que la verdad no ha visto ningún otro... salvo Akashi, pero él le transmite terror no lujuria.
Él; del que aún no sabe su nombre, tiene el ceño fruncido, una marca llena de furia en su bello rostro, se nota a leguas que el largo Kimono, le molesta, pero aun así camina digno.
—Este es mi sobrino— dice la rubia que acompaña al pelirrojo —Kagami Taiga, es el heredero al trono, así que quiero que seas su guardaespaldas—
—¡Pero Alex, no necesito uno!— grita completamente molesto
—A pesar de tu gran fuerza, aun eres un príncipe y por lo tanto necesitas uno, no voy arriesgarme de nuevo—
Daiki no podía apartar la mirada de la furia en la interacción, luchando contra su enorme deseo de esbozar una sonrisa al mismo tiempo que volteaba los ojos, no será bueno ser despedido de su empleo desde su primer día.
Desgraciadamente se notaba que el pelirrojo era un mocoso, era quizá, un par de años más joven y por lo tanto sería un dolor en el culo cuidarlo.
Mientras el par aún se gritaban sin percatarse de su presencia, tuvo lo que sería; y confirmaría ahora, una segunda visión.
El príncipe yacía en sus brazos, mientras una risa cantarina que no había aun escuchado sonaba en sus oídos, se movían al compás de algún baile, mientras la suave luz de la mañana invadía los ventanales. Daiki presionaba un par de besos en el cuello desnudo, mientras parecía ronronear con forme los besos subían a su mandíbula, para acabar con la ilusión cuando la rubia volvía a dirigirse a él.
Te encontré.
—Aomine Daiki, te confió a mi sobrino para mantenerlo a salvo, puedes dejarlo solo para descansar solo en sus momentos íntimos, por lo demás; nunca te alejes—
—A sus órdenes su majestad— le dice mientras se inclina, viendo como la enorme falda de la mujer revolotea por su movimiento al marcharse
Aomine sostiene su el arma que cuelga de su cintura en su funda, su cabello ya no es el corte militar de antaño, ahora es un poco largo. Su impoluto traje parece brillar, no puede evitar abrir el saco para dejar ver el chaleco en el que porta un par de dagas, mientras ajusta un poco la corbata. La situación no mejora, porque a los segundos en los que la mujer se pierde tras la puerta, Taiga; su protegido, explota.
—Me importa una mierda lo que haya dicho mi tía, me puedo cuidar a mí mismo, has lo que quieras—
Daiki sonríe, porque ha visto el sonrojo en las mejillas, taiga trastabillea por culpa de su ropa tradicional, más o se inmuta, caminando con el orgullo en alto mientras le sigue.
Han pasado tres semanas y Daiki está seriamente pensando en enlistarse en alguna guerra lejana. Esta seguro que sería más entretenido y menos molesto que cuidar de ese chico. No es un mocoso molesto, hasta eso no le da lata. Pero no puede evitar rememorar esas dulces visiones, que aumenta con cada día que pasa.
Taiga es un rayo de sol. Es un aventurero que osa en desobedecer a la reina. Taiga no quiere el trono, quiere ser libre, viajar por el mundo.
Daiki le daría todo si se lo pidiera.
Ambos son como niños que pelean por todo y nada, pareciera que fueran mejores amigos, como si se conocieran de toda la vida.
Daiki no puede evitar vigilar sus sueños, los momentos más vulnerables del pelirrojo. No puede evitar yacer a su lado mientras taiga dormita, acariciar su cabello, sentir las hebras entre sus dedos.
Daiki lo daría todo si se lo pidiera.
Pero no puede. Daiki carga con el peso de los pecados del mundo. Su único motivo de vivir ese ese chico pelirrojo y lo sabe. Lo ha buscado por milenios, por las eras, en todo el mundo.
En cuanto las visiones llegaron lo supo. Era taiga de quien se suponía debía cuidar. A quien se suponía debía guiar en su felicidad. ¿Pero cómo podría hacerlo? ¿Cómo podía llevar a Taiga a una felicidad que significaba su ruina? El dolor de su vieja alma.
Taiga resplandece mientras ve por la ventana, abre las cortinas para darle la bienvenida al sol que cubre su cara.
Y es ahí cuando; aun imbuido entre las sombras, Daiki lo nota, el par enorme de alas blancas.
Por supuesto nadie más que él puede verlas. Es solo el quien lleva esa carga.
Daiki puede ver las almas de las personas. Es el castigo por sublevarse, por sentirse superior al resto de los ángeles, por creerse invencible y dejar morir a una persona.
En el cielo los ángeles no tenían forma, solo son masas de luz que pululan entre las sombras. Cuidan a las almas de los humanos que volaran en el cielo algún día.
Pero en medio de todo eso, cuando aún era algo divino; Daiki en su infinito ego creyó que nada malo le sucedería, ni a él ni a quien amaba.
Tarde se dio cuanta cuando esa luz que sabía era suya; porque le amaba, porque se amaban, se apagaba en los vastos cielos. La luz verdadera lo confino a la vida humana; o al menos algo de ella. Hasta que se reencontrara con esa alma que había perdido.
Así que ahí estaba, viendo como el pelirrojo le sonreía sin reconocerlo ¿Ese era su castigo?
Porque si así lo era, se sentía como la más cruel de las torturas. ¿No había sido suficiente ya con el dolor de haberlo perdido, con el dolor de tanto tiempo sin su compañía?
No importaba, Daiki le daría todo si se lo pidiera.
—Pídemelo— le dijo esa tarde —Pídemelo y te llevare donde sea—
Taiga lloraba, todo su hermoso rostro se llenaba de las más gruesas lágrimas.
—Es mi deber— le decía orgulloso —No puedo desairar al príncipe Tatsuya—
Daiki quería matar a quien se le interpusiera, más a ese hombre con quien le obligaban a casarse.
—Pídemelo, pídemelo y te daré lo que quieras—
Taiga no lo miro más de dos veces, se lanzó a sus brazos y también a sus labios. Daiki pensó que por fin le era levantado el castigo, cuando esos ojos rojos se posaron frente a los suyos.
—Llévame lejos, llévame a un mar donde no haya llanto—
Una semana después, la desaparición del joven príncipe era la noticia más hablada en el reino. Mas por el hecho de que; la reina, dejara de buscarlo. Las habladurías decían que ella lo había sabido desde el principio, que el joven príncipe; un chico salvaje, lleno de aventura y vida en la mirada, no se quedaría en el reino.
Ese nunca sería su destino. Y allá donde fuera, le deseaba la más hermosa de las felicidades y que; llegado el momento, los recibiría con los brazos abiertos.
Porque a Daiki nadie más le importaba, Daiki le daría a Taiga todo si se lo pidiera.
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