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Capítulo 5: La fragilidad de la vida.

La noticia se la dio un anciano del café al siguiente día, vivía frente al edificio de Louis. Cuando Harry se enteró de lo ocurrido, su reacción fue una mezcla de preocupación y miedo. No entendía por qué le importaba tanto alguien como Louis, pero no podía ignorar la sensación de vacío que le dejó la noticia.

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El sonido de la lluvia golpeando las ventanas del hospital era constante, un ruido monótono que hacía eco en la mente aturdida de Louis. Abrió los ojos lentamente, sintiendo el peso de la anestesia y el dolor punzante en sus venas. No recordaba mucho de la noche anterior, solo fragmentos: la soledad, las agujas, y el breve instante en que todo se volvió oscuro.

Una enfermera entró en la habitación, ajustando la bolsa de suero conectado a su brazo.

—Es un milagro que estés vivo —dijo sin mirarlo directamente, su tono profesional, pero firme.

Louis no respondió. Sentía su garganta seca y su mente dispersa, como si estuviera observando su vida desde lejos. No era la primera vez que coqueteaba con la muerte, pero esta vez se sentía diferente. No sabía si era la vergüenza o la realización de que no tenía a nadie esperando por él.

Mientras tanto, en otro rincón de Londres...

Harry estaba sentado en su cama, aún aturdido por la noticia, sin saber exactamente cómo reaccionar o qué hacer. No sabía por qué, pero su corazón se hundió al escuchar las palabras "sobredosis" y "hospital".

Intentó convencerse de que no era asunto suyo, que Louis era un hombre adulto que había tomado sus propias decisiones, pero no podía evitar pensar en él. Había algo en Louis que lo inquietaba, algo que lo hacía sentir responsable de una manera irracional.

Finalmente, tomó una decisión. Se puso un abrigo, tomó un taxi y se dirigió al hospital.

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Cuando Harry llegó, encontró a Louis despierto, pero con una mirada perdida. La habitación estaba fría, y el único sonido era el pitido constante del monitor cardíaco.

Louis alzó la vista al escuchar la puerta abrirse, sorprendido de ver a Harry allí.

—¿Qué haces aquí? —preguntó con la voz ronca, claramente incómodo.

Harry cerró la puerta detrás de él, cruzando los brazos.

—Me enteré de lo que pasó. Pensé que... debía asegurarme de que estuvieras bien.

Louis soltó una risa amarga, que se convirtió rápidamente en un ataque de tos.

—Bueno, aquí estoy. Vivo. ¿Contento?

Harry frunció el ceño, acercándose a la cama.

—Esto no es un juego, Louis. Podrías haber muerto.

—¿Y qué? —replicó Louis, su tono desafiante. Pero había un leve temblor en su voz que delataba su vulnerabilidad.

Harry lo miró fijamente, su expresión una mezcla de frustración y compasión.

—No sé por qué me importa lo que te pase, pero lo hace. No quiero verte destruirte así.

Por un momento, Louis no supo qué decir. Había algo en los ojos de Harry que lo desarmaba, algo que hacía que sus palabras parecieran más reales de lo que estaba acostumbrado.

Esa noche, después de que el médico confirmara que Louis estaba fuera de peligro, Harry se quedó con él en la habitación. No dijeron mucho, pero la presencia de Harry era suficiente para llenar el vacío que Louis sentía.

Finalmente, Louis rompió el silencio.

—¿Por qué estás aquí? En serio. Podrías estar en cualquier otro lugar, con gente que realmente importa.

Harry lo miró, sus dedos jugando con la manga de su abrigo.

—Porque sé lo que es sentirse vacío. Y sé lo que es no tener a nadie que realmente te vea.

Louis desvió la mirada, sintiendo una punzada en el pecho.

—No soy alguien que valga la pena salvar, Harry.

Harry suspiró.

—Eso no lo decides tú.

Silencio. Fue lo único por lo que optaron.

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Después de ser dado de alta, Louis volvió a su apartamento, donde el caos habitual lo recibió con los brazos abiertos. Sus compañeros de piso apenas lo miraron, acostumbrados a su estado errático. Sin embargo, algo había cambiado.

Louis no podía dejar de pensar en Harry, en la forma en que había aparecido en el hospital, como si realmente le importara. Esa sensación de ser visto, de ser importante para alguien, era algo que no había experimentado en mucho tiempo.

Por otro lado, Harry intentaba concentrarse en sus estudios, pero su mente seguía volviendo a Louis. Sabía que no podía arreglarlo, que no era su responsabilidad salvarlo, pero había algo en él que no podía ignorar.

Pasaron días antes de que volvieran a verse. Harry, incapaz de resistir la tentación, fue al café con la esperanza de encontrar a Louis. Y allí estaba, sentado en la mesa del rincón, fumando un cigarrillo a pesar del cartel que lo prohibía.

Harry se acercó lentamente, su corazón latiendo con fuerza.

—¿No aprendiste nada? —preguntó, señalando el cigarrillo.

Louis levantó la vista, una sonrisa cansada en su rostro.

—Viejas costumbres.

Harry se sentó frente a él, cruzando los brazos.

—Deberías cuidar más de ti.

Louis lo miró fijamente, su expresión más seria de lo habitual.

—¿Por qué te importa tanto?

Harry dudó antes de responder, pero finalmente dijo:

—Porque creo que, debajo de toda esa fachada, hay alguien que merece algo mejor.

Louis dejó escapar un suspiro, apagando el cigarrillo en el cenicero.

—No sé si estoy de acuerdo contigo, pero supongo que no importa.

Harry quiso decir algo más, pero no encontró las palabras. Por primera vez, Louis parecía realmente vulnerable, y eso lo hizo sentir que tal vez, solo tal vez, había una posibilidad de ayudarlo.

Esa tarde marcó el comienzo de algo diferente entre ellos. No era una amistad, ni una relación romántica, pero había una conexión que ninguno de los dos podía ignorar.

Louis, a pesar de sus reticencias, comenzó a abrirse un poco más, compartiendo fragmentos de su pasado que explicaban parte de su comportamiento autodestructivo. Y Harry, aunque seguía luchando con sus propios demonios, encontró en Louis a alguien con quien podía compartir su propia oscuridad.

Ambos compartían sobre su propia oscuridad, sin saber realmente si eso despejaba sus propios cielos o los convertía en el comienzo de una tormenta.

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