Capítulo 4: Fracturas invisibles.
Los días en Londres seguían grises y húmedos, como si el clima se hiciera eco de las vidas de quienes transitaban sus calles. En el café, Harry se había acostumbrado a ver a Louis casi cada tarde, aunque nunca se pusieran de acuerdo para encontrarse. Era una rutina tácita, un entendimiento silencioso que ninguno de los dos había verbalizado.
Harry no sabía por qué no evitaba el lugar si le incomodaba la presencia de Louis, y Louis no entendía por qué le importaba seguir apareciendo. Pero allí estaban, intercambiando palabras ocasionales y compartiendo silencios que, poco a poco, se volvían menos incómodos.
Aquella tarde, Harry llegó un poco antes de lo habitual. Su clase había terminado temprano, y prefería estar en el café que en casa. El aire estaba frío, y aunque llevaba un abrigo caro, sentía un frío interno que no podía sacudir.
Se sentó en su mesa habitual y pidió un té, un cambio respecto al café negro que solía tomar. Su apetito seguía siendo prácticamente inexistente, pero algo en su interior le decía que debía hacer el intento.
Louis apareció poco después, cargando el peso de otro día agotador. Su chaqueta desgastada estaba empapada por la lluvia, y su cabello estaba desordenado, como siempre. Al verlo, Harry sintió un extraño alivio que no quiso analizar demasiado.
—¿Té? —preguntó Louis, señalando la taza de Harry mientras se sentaba frente a él sin pedir permiso.
Harry asintió, bajando la mirada.
—Sí. ¿Pasa algo malo con eso?
Louis soltó una risa suave, un sonido que no se escuchaba muy a menudo.
—No, solo que no pareces el tipo de persona que bebe té. Es demasiado... tranquilo para ti.
Harry levantó una ceja.
—¿Y qué sabes tú de mí?
Louis se encogió de hombros.
—No mucho. Pero algo me dice que eres más complicado de lo que aparentas.
Harry no respondió de inmediato. Sus manos rodeaban la taza, absorbiendo el calor, mientras su mente procesaba las palabras de Louis.
—Quizás lo soy —dijo finalmente, su voz apenas un susurro.
La conversación se desvió hacia temas más ligeros, pero Louis no pudo dejar de notar algo diferente en Harry ese día. Había una tensión en sus hombros, un cansancio que iba más allá de lo físico.
—Tienes que aprender a relajarte, chico —dijo Louis en un tono casi burlón, pero sus palabras llevaban una pizca de verdad.
Harry lo miró, una mezcla de curiosidad y escepticismo en sus ojos verdes.
—¿Y tú qué sabes de relajarte? Pareces llevar todo el peso del mundo sobre tus hombros.
Louis se quedó en silencio por un momento.
—Tienes razón. Pero eso no significa que no pueda dar buenos consejos.
Por primera vez, Harry sonrió de verdad. No era una sonrisa amplia, pero era honesta, y eso fue suficiente para desarmar un poco a Louis.
Esa tarde marcó un cambio en su dinámica. No se convirtieron en amigos, ni mucho menos, pero había una nueva cercanía que ninguno de los dos podía ignorar.
Louis se dio cuenta de que disfrutaba haciendo sonreír a Harry, aunque fuera de vez en cuando. Y Harry, aunque no lo admitiera, encontraba cierto consuelo en la presencia de Louis.
Esa noche, al regresar a sus respectivos hogares, ambos pensaron en lo extraño que era encontrar algo parecido a la calma en alguien tan opuesto a ellos mismos.
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Los días pasaron, y sus encuentros en el café se volvieron más frecuentes. Ya no eran meras coincidencias; aunque ninguno lo decía abiertamente, ambos sabían que iban allí con la esperanza de encontrarse.
Sin embargo, las cosas seguían siendo complicadas. Harry seguía luchando con sus propios demonios, y Louis estaba lejos de ser una persona estable. Sus conversaciones eran una mezcla de sarcasmo, pequeñas confesiones y largos silencios, pero para ambos, eso era suficiente.
Una tarde, mientras caminaban juntos hacia la salida del café, Louis encendió un cigarrillo.
—¿Siempre fumas tanto? —preguntó Harry, frunciendo el ceño.
Louis se encogió de hombros.
—Probablemente moriré joven, así que, ¿qué importa?
Harry lo miró con seriedad.
—Eso no es algo que deberías tomarte a la ligera.
Louis dejó escapar una risa amarga.
—Chico, no tienes idea de cuántas cosas me tomo a la ligera.
Harry no respondió, pero sus palabras lo dejaron inquieto. Aunque Louis intentaba ocultarlo con su actitud despreocupada, Harry empezaba a ver las grietas en su fachada.
Se despidieron cuando el reloj marcó las 16pm, Louis se perdió en la esquina sin saber que Harry había quedado en el mismo lugar viéndolo marcharse. El más joven se sintió inquieto, ansioso; tenía miedo.
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Esa misma noche, Louis tuvo una sobredosis.
Estaba en su apartamento, solo, después de haber pasado por uno de los días más miserables de su vida, descartando las breves horas en las que tuvo la compañía de Harry. Luego, todo se vino abajo. Todo lo que podía sentir era un vacío aplastante, una desesperación que lo llevó a buscar alivio en las drogas que tenía guardadas en un cajón. Él sabía que no debía volver a las agujas, él sabía lo que esa mierda le había causado a Sam. Mierda, él sabía exactamente lo que estaba haciendo.
No supo cuánto tiempo pasó antes de que uno de sus compañeros de apartamento lo encontrara tirado en el suelo. Apenas consciente, Louis fue llevado al hospital, donde pasó las siguientes horas entre la vida y la muerte. En su registro ni siquiera tenía un contacto de emergencia; moriría solo.
Mientras tanto, Harry estaba en casa, sin saber nada de lo ocurrido. Pero algo dentro de él seguía inquieto, como si pudiera sentir que algo estaba mal.
Esa noche, mientras estaba en su habitación, Harry se dio cuenta de que Louis había empezado a ocupar un lugar en su mente que no esperaba. Y eso lo asustaba más de lo que estaba dispuesto a admitir.
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