2. Pasado: días escolares.
Caminaba hacia la escuela, era un día soleado y mi bolso no podía ser más pesado.
Estaba sudando tanto que me sentía como un cerdo y juro que por un momento pensé que moriría de deshidratación.
Llegué tan pronto como pude, me aveciné a mi salón de clases y me preparé para lo que sería otro largo día.
Entré en el salón y de repente sentí un fuerte golpe en mi espalda.
―¡Quítate, basura! ¡Ocupas todo el camino, maldita gorda!- dijo uno de mis compañeros empujándome.
Ignoré lo anterior y sólo me moví hacia un lado. Proseguí a observar cada uno de los asientos, debía escoger bien, sentarme al lado de alguien que me odiara o simplemente pasara de mí, era crucial.
Escogí mi lugar, justo en el rincón, y me aproximé a él, procurando no sentarme al lado de alguna de las golfas populares o de los matones descerebrados.
Tomé asiento y cerré los ojos rogando porque el día pasara rápido.
Escuché mi nombre resonar a lo lejos y respiré profundo.
Abrí mis ojos y pude ver a Britany, la niña bonita y popular, que se acercába junto con su ejercito de perritas falderas. Tragué saliva y me preparé para lo que sea que me fuera a decir esa cabeza hueca.
―Hola Samantha, te veo igual de sola que siempre― soltó una pequeña risa burlona y coqueta―, ¿Que acaso no piensas hacer amigos?
―Britany, ¿cuál es tu problema conmigo? ¿Alguna vez te hice algo malo o algo por el estilo?
―Mi problema, querida, eres tú y sí, vaya que hiciste muy mal al nacer.
Las niñas soltáron una carcajada al unisono, dieron media vuelta y se fueron meneando sus caderas y melenas teñidas.
Arqueé una ceja y volví los ojos.
―No eres más que plástico―. Susurré.
El timbre para entrar a clases sonó y la maestra entró en el salón de clases en menos de lo que canta un gallo.
―¡Buenos días chicos! Abran sus libros de matemática en la pagina 130, por favor―. Los alumnos soltaron quejas al mismo tiempo.
Saqué mi libro y lo abrí en la página que había indicado la maestra, estaba dispuesta a resolver el primer ejercicio, cuando varias bolitas de papel y saliva comenzaron a caer en mi escritorio y cabello. Abrí cada una solo para descubrir que todas decían "GORDA" o insultos por el estilo.
Ya estaba harta, de todos esos niños mimados y su complejo de superioridad. ¿Quiénes creen que son? ¡No son nadie!
¿Cuál era su problema conmigo? Nunca me había metido con ellos y además , ¿POR QUÉ NO DEJAN DE LLAMARME GORDA?
Es decir... sé que tengo algunas libras de más pero, ¡eso a ellos no les incumbe! Eso... eso... eso duele...
La tortuosa mañana pasó y las horas comenzaron a avanzar rápidamente hasta que llegó la hora de salida y la campana sonó. ¡Al fín era libre!
Salí tan rápido del salón como pude pero, aún así, alcanzé a escuchar a un chico decir "Eso es gordita haz ejercicio" .
Fingí no haberlo escuchado y lo ignoré completamente.
Al salir, de camino a casa y ya avanzadas unas cuadras, empecé a sentir unas cuantas gotas de agua cayendo sobre mí.
Genial, dejé mi paraguas en casa justo hoy. Perfecto.
Comencé a correr para no mojarme. Correr se me dificultaba un poco y recordé lo que me dijo aquél chico al salir del salón. Comencé a sentirme pesada y me di cuenta de que quería escapar de todo y por alguna razón, eso hizo que empezara a correr más rápido. Mi respiración era agitada y mis latidos rápidos. No me di cuenta de lo rápido que iba hasta que tropecé con una piedra y caí sobre un poso de agua y barro (y quién sabe qué más) empapandome por completo. No pude evitar ver aquello como una metáfora de mi vida. Las lágrimas comenzaron a bajar por mi rostro y comencé a sentir nauseas mí misma.
―Eres un asco ―. Me dije susurrando.
Cuando por fín llegué a casa, sucia, mojada y humillada, toqué la puerta, a lo que mi mamá después de un minuto o dos la abrió. Al verme, su expresión fue de poco menos que repulsión.
―¿Por qué estás así de mojada? Dejaste la sombrilla otra vez ¿No es así?, ¿Qué acaso eres estupida? ¡Mira nada más que asco das!, pareces un puerco. ¡Ve y báñate! Ni siquiera quiero verte.
―Lo siento...― dije bajando la miranda.
―Yo también.
Mi madre soltó un bufido, dio media vuelta y se fue.
Entré a la casa y cerré la puerta, subí corriendo a mi habitacion y empujé la puerta tras de mí, me arrecosté a ella y me deslicé hasta quedar sentada en el piso.
Mi estómago quemaba, mi garganta también, comencé a temblar y a aguantar la respiración. Mi vista se nubló con mis lágrimas, lágrimas que no quería dejar salir porque quiero fingir que nada de esto me importa.
Pero la verdad es... que no soy tan fuerte.
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