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-Capítulo 19: Rosas pastel-

╰➝Antonio.

Todos aplaudían al ver a la pareja unirse con el beso, algunos silbaban y otras personas tiraban arroz, me hubiera gustado participar en alguna de estas, pero teniendo a mi madre agarrada era algo difícil...

— Me estas cortando la circulación del brazo... — Reproche, viendo cómo ella sonaba su nariz.

— ¡Tú hermano es tan mayor! ¡Todavía me acuerdo cuando tenía que curarle las heridas cada vez que ibais a jugar! ¡Y míralo!

No podía culparla, a mí también me daba nostalgia ver a mi hermano mayor casarse, pero a su vez alguno tendría que seguir su vida más allá de lo sencillo.

Posterior a la ceremonia empezó la fiesta, la comida, el alcohol... Mientras los invitados celebraban mi pequeño grupo se quedaba al rededor de la mesa que nos fue asignada.

— ¿Cómo os fue el vuelo? — Pregunté, fijándome en Francis y en Gilbert, quienes habían llegado la noche anterior.

— ¡Una tortura! ¡Me tocó un niño pequeño detrás! ¡De esos que patean el asiento! — Gilbert dio un sorbo a su copa, viendo hacia Francis quién empezó a hablar.

— Quitando eso estuvo bien, el hotel es hermoso, ¡Y tiene piscina interior! — El francés me dio unos golpecitos en el brazo, viéndome de arriba abajo — Míralo, el smoking rojo ese es nuevo. — Apunto.

— Cosa de Portugal, soy su padrino de boda, me tuvo hasta ultimo minuto probándome ropa...

Seguimos hablando hasta que la fiesta se animó lo suficiente, y eso significaba reggaetón del antiguo, chupitos en el bar y chaquetas o tacones por las sillas en vez de puestos.

Juro que durante las horas que acepté ir pasando entre persona y persona a bailar no sentí dolor ninguno, pero el cansancio me llegó nada más pude sentarme por unos minutos.

Aproveché y miré a mi alrededor, Francis estaba hablando con un grupo de mujeres, Gilbert estaba junto a Elizabeth en la barra viendo quién podía beber más sin morir (o eso esperábamos), Joao seguía bailando totalmente vestido con su traje de novio junto a mi madre... Todos se divertían y, aunque sabía que había venido, no encontraba presencia alguna de Arthur.

Mi vista fue tapada por un vestido verde que resaltó sentándose en la silla de mi lado, me gire para poder ver a una joven rubia sonriéndome.

— Bella Emma — La nombre, siempre me hizo gracia como sonaban sus dos nombres juntos — No te he visto en la ceremonia, ¿Dónde te escondías?

— Detrás de la barra de aperitivos, no te lo niego. — Soltó de entre sus manos una copa, dejándola sobre la mesa. — ¿Y tú? ¿Ya te estás haciendo muy viejo para esto?

— ¡Tenemos la misma edad! ¡Si yo estoy viejo tú también! — Ambos reímos por aquello.

— Te queda bien el rojo — Añadió a la conversación.

— Y a ti el verde, resalta tus ojos — Contesté, pude verla reír y agarrar la copa.

— Oh, Antonio, lo siento pero los hombres nunca han sido lo mío, y sabes que lo he intentado DEMASIADO — Tras aquello señaló hacia una chica rubia en la barra quien hablaba con Elizabeth, posiblemente indicando que ella era su novia.

— Parece que a todos les va bien el amor menos a mi... — Un grito salió al instante de mi boca por un golpe bajo la mesa. — ¡OYE!

— ¡No digas eso! ¡Todos hablan de ese rubio británico! ¡¿Dónde lo has escondido?!

Pude sentir mi garganta cerrarse, no sabía muy bien que responder a aquello,  puede que la confusión llegase a mi rostro pues Emma cambió su mirada.

— No siempre estamos destinado al amor, Emma...

Abrí la puerta de mi habitación como el cuerpo me permitió, solté mi chaqueta en la primera silla que vi y posteriormente dejé caer mi cuerpo sobre la cama.

Un fresco olor vino a mi nariz, me giré lo justo para ver un pomposo ramo adornando la otra almohada donde ahora mismo estaría Arthur. Eran rosas de un tono pastel, casi parecía algodón de azúcar.

Tomé con cuidado el ramo y lo moví lo justo como para ver una nota, solo tres palabras "Las flores hablan". No llevaba toda mi vida trabajando en una floristería para no saberlo, las rosas de color rosa eran usadas para pedir perdón.

Mi mejilla se humedeció en una pequeña línea, eran frescas, por lo que debió de haber ido a finales de la fiesta. Lo cual empeoraba todo...

— ¿A qué estamos jugando, Arthur? — Murmuré para mi mismo, aún cerca del ramo el cual tuve que dejar a un lado.

Aquella noche no dormí tan bien como el alcohol y el baile hubieran provocado. La confusión me había inundado ante aquel hombre y en pocos tendría que tomar alguna decisión sobre como llevar todo esto.

Dieron las 4 de la mañana y logré cerrar los ojos para descansar. Dolían mis ojos por llorar, mi cuerpo por la fiesta reciente... 

Dolía mi alma por él.

880 palabras.

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