-Capítulo 03: Espinas-
El teléfono vibró durante escasos segundos indicando un nuevo mensaje, no hizo falta pregunta alguna al ver cómo el de piel bronceada lo agarraba solo para, en cuestión de segundos tras ver el mensaje en la pantalla de bloqueo, volver a apagarlo y mirar a otro lado apretando sus labios.
— ¿Roderich de nuevo? — Preguntó Francis, viendo hacia el castellano mientras sacaba dos tazas de café de la barra.
— Me pregunta para ver si estoy libre — Afirmó inconscientemente. — Solo un café y hablar — Explicó.
— Sí, y entre medias acabar en su cama de vuelta — Se quejó el rubio, agarrando un pulverizador de agua y con él apuntando a su amigo, echándole un pequeño flis. — ¡Toño malo!
— ¡Oye! — Se quejó este mismo, intentando cubrirse el rostro del agua que salpicaban. — Venga, esta vez no será así, ¿Cuántas veces está Roderich en la ciudad? Sigue siendo mi amigo, tengo derecho a verle un poco y ponernos al día
La mirada del francés era sería, al contrario que la sonrisa del propio español. Ambos sabían que esas palabras no iban a ser lo mismo una vez se viera con el austriaco en "la cafetería".
— Ya haz lo que quieras — Finalizó Francis, sirviendo las dos tazas de café — Por cierto, fui a ver la casa de Arthur, siguen las flores vivas.
— WoW... por lo que dijiste pensaba se le morirían a la semana...
Arthur, aquel chico que le llamó la atención al entrar en la floristería y amigo de Francis llevaba ya dos meses en la ciudad. Habían quedado un par de veces en grupo, pero apenas hablaban por sí mismos, mayormente era con Francis con quien hablaba.
— ¿Es tu nuevo ligue? — Preguntó el español, levantando sus ojos hacia el rubio quien le guiño un ojo.
— No, no, ¿Te imaginas si nuestros hijos salieran con esas cejas? Vaya , me mato — Comentó, de forma más dramática de lo que pensaba — Pero está vez no lo es, y lo acaba de dejar con su prometido... hay que darle tiempo. — Explicó, Antonio le miró confuso.
— ¿Estaba prometido?
— Sí, con Alfred, no lo conoces pero vivió también en el pueblo, aunque se fue a Estados Unidos hace años — Le restó importancia a aquellos datos — Le puso lo cuernos, muchas veces, y ahora el pobre está que no puede... — Hizo una pequeña pausa — Pensé que le vendría bien si quedaba un poco con nosotros... mínimo para distraerse, ya sabes cómo es eso de las rupturas.
— Y tanto... — Afirmó el castaño, recibiendo su taza de café y dándole un sorbo — Entonces... ¿Le gustan los chicos?
— Mon Dieu — Se quejó Francia, girándose a verle. — Si a ese le falta llevar un cartel con luces parpadeantes que ponga "Soy Gay", en rosa fosforito. — Aquello hizo reír a ambos — Sí, aunque le sigue dando algo se miedo decirlo en público, así que no vayas tan lanzado a él si eso piensas hacer...
— Oh, venga, solo preguntaba por él por curiosidad... — Se quejó, agarrando de vuelta su teléfono — Me cae bien, ¡debería venir mas con nosotros!
— Y tú deberías soltar ese teléfono y bloquear a tu ex. — Habló el mismo francés, bebiendo de su taza — Y si me disculpas, me vuelvo al trabajo.
— Venga, ojalá se te queme la cocina.
Al final Antonio, oídos sordos ante los consejos de su amigo y ojos ciegos para los mensajes de Gilbert (quién estaba en horario de trabajo y no pudo acudir a esa pequeña charla en la pastelería de Francis), acabó yendo al encuentro.
En un inicio iba todo bien, quedaron en una cafetería y hablaban sobre los conciertos como pianista que dio en otro país. Roderich solía irse de la ciudad para tocar en otros países, era un genio musical y el piano era su especialidad, tenía un apartamento en la zona pero era capaz de pasar meses seguidos sin pisarlo por estar dando conciertos.
Todo fue bien hasta el "final" de aquel encuentro. Pues de nuevo se alargó mas la charla a la salida, y de nuevo Antonio le acompañó hasta su casa ya que era de noche y no debería ir solo por la zona, y de nuevo acabó entrando por "un vaso de agua".
Y, de nuevo, completamente desnudo, sobre una cama ajena y viendo al techo blanco sobre las sabanas iluminado por los primeros rayos de sol.
Si Francis se enteraba de esto acabaría colgado de un techo igual a manos del rubio, y bien merecido que se lo tenía.
¿En qué momento acabo de vuelta ahí? Originalmente la charla comenzó con Antonio comentándole que deberían de dejar de verse, que él quería algo serio y estable, y por el trabajo de Roderich no iba a ser posible. Pero en cualquier momento, con cualquier palabra que soltase el contrario todo eso se le olvidaba.
A duras penas se levantó de la cama y agarró su ropa que estaba desperdiciada por el suelo desde la noche anterior, se vistió a duras penas y salió de la casa vacía desde primera hora. Seguramente Roderich se había ido y estaría dios sabe dónde.
Miró su teléfono una vez salió del apartamento, eran las 8 de la mañana, tendría que darse prisa si quería abrir la tienda a tiempo, tenia que hacer algunos encargos y terminar los arreglos para poner a la venta, aparte que le prometió a su madre que la llamaría y...
— ¿Antonio? — Aquella voz le sacó de sus pensamientos, giró sus pasos hacía aquel hombre de su misma edad. — ¿Vives aquí?
Arthur se acercó hacia él, le miró confuso, llevaba bajo su brazo una carpeta, solo se limitó a poner una mejor cara.
— ¡Hey! Buenas Arthur — Sonrió con calma, girándose a verle — No, vine anoche a ver a un amigo, ¿Tú sí? — el británico asintió.
— En la quinta planta — Explicó, dándole un sorbo a un termo que, suponía, llevaba té o café en su defecto. — Justo arriba.
Aquello hizo temblar un poco su cuerpo, ¿habría escuchado lo de esa noche? Lo dudaba, si no, ya hubiera dicho algo, o quizás ni si quiera sabía que era él.
— ¿A dónde vas tan temprano? — Preguntó, caminando hacia las escaleras e intentando olvidar el hecho de donde estaban.
— ¿Por qué tendría que decírtelo? — Reprochó Arthur, apegando la carpeta a él de forma protectora, acción que hizo reír al de ojos de un verde ligueramente más oscuro. — ¿De que te ríes?
— Has reaccionado como si en esa carpeta tuvieras los secretos de la NASA — Aquella comparación solo hizo que las orejas del ingles tornaran levemente rosadas al notar su propio comportamiento. — Bueno, suerte con tus secretos de estados.
Una vez llegaron al portal, lo cual fue justo al terminar la ultima frase, Antonio fue a abrir la puerta, Arthur se adelantó agarrando la barra de esta y abriéndola por si mismo, dejándola abierta y viendo al de piel morena durante unos segundos.
— What? — Preguntó, al ver como el de misma altura solo se le había quedado mirando, seguido, con algo de burla en su voz, comentó. — Las damas primero.
Una sonrisa se formó en los labios del castellano. Fingió agarrar una falda invisible y hacer una pequeña reverencia antes de salir del apartamento, seguido el rubio salió detrás suya, ambos se despidieron con un movimiento sutil de manos y se dispusieron a ir por caminos opuestos. Antonio dio más pasos que Arthur, quien se había quedado quieto poco después de salir del portal, miró la carpeta en sus manos y luego levantó su vista de esta.
— ¡OYE! — Gritó, dándosela la vuelta y llamando la atención del castaño quien ya estaba a cierta distancia pero logró darse la vuelta. — ¡Voy a una editorial para presentar un libro! ¡Por si hay suerte y... me lo publican! — Comentó, respondiendo la pregunta de minutos de antes, aunque las ultimas palabras lo dijo en un tono más bajo y avergonzado, aunque el hispano pareció escucharlo igualmente.
Esperó unos segundos apretando sus puños, sus miradas se juntaron aun con la distancia y el sol ya iluminando la calle. Por un segundo Arthur se arrepintió de sus palabras, iba a retractarse y salir corriendo pero Antonio se le adelantó. Puso sus manos alrededor de su boca modo cono para incrementar su voz y le respondió con una simple palabra.
— ¡Suerte!
El ingles tardó en reaccionar ante esa única palabra que provocó un sonrojo en todo su rostro, sí, era fácil de sonrojar, y más se notaba con su piel pálida. Quizás no fuera solo que alguien le desase suerte, si no que aquel chico de acento ibérico y con un leve siseo que a veces se le escapaba le desease suerte.
No pudo responder, quizás no quiso o no supo como, pero en cuestión de segundos sus piernas se habían puesto en camino hacía el edificio de la editorial, alejándose del castellano y de aquella zona a rápidos pasos.
Antonio solo rio por aquel comportamiento, se giró de vuelta, camino hacía la floristería para empezar su jornada laboral un poco más tarde de lo debido con un pensamiento en su mente. Aquel chico, el amigo de Francis, Arthur, era divertido a su manera. Ojalá poder conocerlo un poco más.
— ¡Bienvenido! — Anunció el castellano al escuchar la campana de la puerta que indicaba un nuevo cliente a escasos minutos de cerrar. Su vista se giró hacía la puerta para notar a Francis saludando con su mano.
Por un segundo pensó que vendría acompañado con Gilbert, pues era viernes por la noche y eso significaba solo una cosa para el Bad Touch Trio. Noche de pelis. Sí, algo a lo mejor típico de chicas preadolescentes en una pijamada, pero las noches de pelis con tus amigos estaban infravaloradas. Y si hablamos de mentalidad los tres podrían encajar en ese comportamiento de niña preadolescente.
Al fijarse bien no vio al albino, si no a aquel nuevo integrante a sus quedadas. Arthur.
— Vaya, ¡Hola, Arthur! ¿Cómo te fue lo de la editorial? — Preguntó Antonio de forma energética, sacándose su delantal y dejándolo colgando en un gancho cerca de la puerta.
— Bi-Bien, supongo... me han dado su contacto y me han dicho que- ¡¿Y a ti que te importa?! — Ese cambio de actitud hizo reír a los otros dos chicos.
— ¿Dónde está Gilbert? — Preguntó, esta vez dirigiendo sus palabras hacía Francis.
— Tenía exámenes que corregir, dijo que luego se nos unía. — Respondió el francés, siguiendo su vista por la tienda y el mostrador. — ¿Cómo va la tienda?
— Bien, como siempre, supongo que es la suerte de ser la única floristería de la zona — Respondió el español, cambiando el cartel a cerrado y echando la llave — Dile a Gilbert que entre por la puerta de atrás cuando venga.
— ¿La puerta de atrás? — Preguntó Arthur, viendo como ambos chicos se acercaban a una puerta con un cartel de "Privado". — ¿No íbamos a casa de Francis? — Este vio al francés, quien levantó sus brazos como restándole importancia.
— ¿Ah? ¿Francis no te lo ha dicho? — Antonio agarró unas llaves del mostrador, abrió la puerta y dejó pasar a ambos chicos, aunque Arthur iba algo desconcertado. — Cada semana vamos a una casa distinta, la otra semana fue la de Francis y esta me toca a mi poner la casa. — Explicó, viendo como el francés ya subía por las escaleras del pequeño pasillo y, con sus propias llaves, abrió la puerta de arriba.
— ¿Francis tiene las llaves de tu casa? — Volvió a cuestionar Arthur, viendo como el rubio ya entraba en lo que parecía un apartamento.
— ¡Les hice una copia a las llaves de todos por si acaso! — Contestó Francis desde arriba.
Ambos chicos entraron al lugar. Arthur no pudo evitar mirar la casa de forma curiosa. El suelo era de madera clara y las paredes estaban pintadas de blanco. Tenía una decoración sutil en tonos azules y, en cierto modo, le daba una vibra de una casa que podría estar en la playa.
— Poneros cómodos, como si fuera vuestra casa. — Anunció el español, dándole pequeños toques en la espalda de Arthur quien al entrar más pudo ver como Francis ya había acaparado todo el sofá.
— ¿En serio, Francis? — Preguntó el ingles, sentándose en un sillón a un lado del sofá.
— Paso más tiempo en esta casa que en la mía. — Justificó, asomando su cabeza al arco de la puerta. — ¡Antonio! ¡Tráeme algo de beber! — Luego de eso se giró hacía Arthur. — ¿Quieres algo? — No esperó respuesta y se giró de nuevo a la cocina. — ¡Traele un té a Arthur!
— ¿Qué? — El inglés se levantó del sillón, viendo a la cocina. — ¡N-No hace falta! Ya iré yo. No soy un mimado como otros... — Su vista pasó un segundo por Francis, quien le lanzó un beso mientras giñaba su ojo, haciendo rodar la vista de Arthur quien caminó a la cocina.
En esta misma pudo notar un aura hogareña, estaba todo sorprendentemente limpio y había algunas plantas colganderas.
— Veo que a ti no te fallan las piernas como a Francis — Comentó el español mientras Arthur se acercaba a él.
El joven ibérico se encontraba sirviendo dos tazas de café, Arthur le vio durante unos segundos, fijándose en sus manos las cuales parecían tener más arañazos que antes, supuso correctamente que trabajar con flores no sería tan calmado como parecía. En su tienda había muchos rosales lo cual podría explicar los pinchazos en sus manos.
— No tengo té, ¿te gusta el café? — Preguntó el castellano, haciendo que los ojos de Arthur se unieran a los suyos.
— Lo soporto. — Confesó. — ¿Es difícil trabajar en una floristería? — Cuestionó buscando saciar su curiosidad.
Quizás fue simplemente por sacar algún tema de conversación, o quizás era porque donde ahora estaba la floristería de Antonio, cuando Arthur vivía en la ciudad era un local de antigüedades que siempre estaba cerrado, pero en parte, ver la comparación de una tienda tan cuidada y el hecho de que solo una persona la guiase le daba curiosidad.
— Pues como todo. — Resumió. — Si te gusta no se hace difícil, llevo desde pequeño ayudando a mi madre cuando trabajaba así que me acostumbré. — Explicó, luego levantó su mano, mostrando las heridas. — Aunque la torpeza sigue afectándome. — Luego dejó las tazas sobre una pequeña bandeja.
Sus pasos se detuvieron, en el arco, girándose hacía el inglés y, con una sonrisa tan calmada que daba incluso cierta preocupación, añadió:
— Aunque al final te acostumbras al dolor de las espinas. — Agachó su vista hacía las tazas. — Francis y Gilbert dicen que soy un masoquista por eso... supongo que todos lo somos de cierto modo.
Salió de la cocina, dejando al británico ahí quieto durante unos segundos. No tardó mucho en caminar de vuelta al salón donde Francis ya se había acomodado, sentándose en el sofá y dejando más espacio para Antonio.
Como escritor Arthur no pudo recordar esa frase con cada entonación de la voz del castellano, preguntándose si, de algún modo que él no sabía, Antonio no se refería precisamente a las rosas.
2611 palabras.
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