Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

twenty six

LA TERCERA PRUEBA

—¿TAMBIÉN DUMBLEDORE CREE que Quien-tú-sabes está recuperando fuerzas? —murmuró Ron.

Harry y Adelyn ya habían hecho partícipes a Ron y Hermione de todo cuanto el primero había visto en el pensadero y de casi todo lo que Dumbledore les había dicho y mostrado después. Y, naturalmente, también habían hecho partícipe a Sirius, a quien habían enviado una lechuza en cuanto salieron del despacho de Dumbledore. Aquella noche los cuatro volvieron a quedarse hasta tarde hablando de todas esas cosas en la sala común, hasta que a Harry empezó a darle vueltas la cabeza y comprendió a qué se refería Dumbledore cuando le había dicho que tenía tantos pensamientos en la cabeza que resultaba un alivio sacarlos.

Ron miraba la chimenea. A Harry le pareció que su amigo temblaba un poco, aunque la noche era cálida.

—¿Y confía en Snape? —preguntó Ron—. ¿De verdad confía en Snape, aunque sabe que fue un mortífago?

—Sí —respondió Harry.

Hermione y Adelyn llevaban diez minutos sin hablar. La primera estaba sentada con la frente apoyada en las manos y mirando al suelo. Adelyn, en cambio, tenía la espalda apoyada contra el sofá, y la cabeza apoyada sobre los almohadones de este, con los ojos cerrados. A Harry se le ocurrió que también a ellas les hubiera sido útil un pensadero.

—Rita Skeeter —murmuró al final Hermione.

—¿Cómo puedes preocuparte ahora por ella? —exclamó Ron, sin dar crédito a sus oídos.

—No me preocupo por ella —dijo Hermione sin dejar de mirar al suelo—. Sólo estoy pensando... ¿Recordáis lo que le dijo a Adelyn en Las Tres Escobas? —ante la mención de su nombre, la bruja levantó la cabeza y abrió los ojos, mirando a su amiga—. «Yo sé cosas sobre Ludo Bagman que te pondrían los pelos de punta...» Supongo que se refería a eso. Ella hizo la crónica del juicio, sabía que les había pasado información a los mortífagos. Y Winky también lo sabía, ¿os acordáis? «¡El señor Bagman es un mago malo!» Seguro que el señor Crouch se puso furioso cuando lo dejaron en libertad y lo comentó en su casa.

—Ya, pero Bagman no pasó la información a sabiendas, ¿o sí?

Hermione se encogió de hombros.

—¿Y Fudge cree que Madame Máxime atacó a Crouch? —preguntó Ron, volviéndose hacia la pareja.

—Sí —repuso Adelyn—, pero sólo porque Crouch desapareció junto al carruaje de Beauxbatons.

—Nosotros nunca sospechamos de ella —comentó Ron pensativo—. Tiene sangre de gigante, y no quiere admitirlo...

—Claro que no quiere admitirlo —dijo Hermione bruscamente, levantando la mirada—. Mira lo que le pasó a Hagrid cuando Rita se enteró de lo de su madre. Mira a Fudge, llegando a rápidas conclusiones sobre ella, sólo porque es semigigante. ¿Para qué iba a querer que lo supieran?, ¿para hacerse víctima de ese tipo de prejuicios? En su lugar, sabiendo lo que me esperaba por decir la verdad, también yo diría que tengo el esqueleto grande. —De pronto Hermione miró el reloj y exclamó asustada—: ¡No hemos practicado nada! ¡Tendríamos que haber preparado el embrujo obstaculizador! ¡Mañana tendremos que ponernos a ello muy en serio! Vamos, Harry, tienes que dormir.

Harry y Ron subieron despacio al dormitorio. Al ponerse el pijama, Harry miró la cama de Neville. Fiel a la palabra que le había dado a Dumbledore, no había contado a Ron ni a Hermione nada sobre los padres de Neville. Mientras se quitaba las gafas y se metía en la cama adoselada, se imaginó cómo sería tener unos padres aún vivos pero incapaces de reconocer a su hijo. A menudo él inspiraba conmiseración por ser huérfano, pero mientras escuchaba los ronquidos de Neville pensó que éste se la merecía más. Allí acostado, a oscuras, Harry sintió un acceso de ira y odio contra los que habían torturado al señor y la señora Longbottom. Recordó los insultos de la multitud mientras el hijo de Crouch y sus compañeros eran retirados de la sala por los dementores... y comprendió cómo se sentía la gente. Luego recordó las súplicas del muchacho y su cara blanca como la leche, y con un estremecimiento pensó que había muerto un año más tarde...

Era Voldemort, se dijo Harry mirando en la oscuridad el dosel de su cama, todo era culpa de Voldemort: él había roto aquellas familias y arruinado todas aquellas vidas...

Ron, Adelyn y Hermione tenían que estudiar para los exámenes, que terminarían el día de la tercera prueba, pero gastaban la mayor parte de sus energías en ayudar a Harry a prepararse.

—No te preocupes por nosotros —le dijo Adelyn, cuando Harry se lo hizo ver y les aseguró que no le importaba entrenarse él solo por un rato—. Al menos tendremos sobresaliente en Defensa Contra las Artes Oscuras: en clase nunca habríamos aprendido tantos maleficios.

—Es un buen entrenamiento para cuando seamos aurores —comentó Ron entusiasmado, utilizando el embrujo obstaculizador contra una avispa que acababa de entrar en el aula, que quedó paralizada en pleno vuelo.

—Pero Adelyn no quiere ser un auror, Ron —negó Hermione.

—¿En serio? —Ron la miró, sorprendido—. ¿Por qué no?

—Primero que nada, porque después de lo que pasó mi padre con la muerte de mi madre, no quiero enfrentar a mis seres queridos a la posibilidad de pasar por lo mismo conmigo —negó la bruja—, y, segundo, porque dada mi pasión por el bienestar de las criaturas mágicas sería una pena no convertirme en magizoóloga.

Al empezar junio, volvieron la excitación y el nerviosismo al castillo. Todos esperaban con impaciencia la tercera prueba, que tendría lugar una semana antes de fin de curso. Harry aprovechaba cualquier momento para practicar los maleficios, y se sentía más confiado ante aquella prueba que ante las anteriores. Aunque indudablemente sería difícil y peligrosa, Moody tenía razón: él ya se las había apañado en ocasiones anteriores con engendros monstruosos y barreras encantadas, y por lo menos aquella vez lo sabía de antemano y tenía posibilidades de prepararse para lo que le esperaba.

Harta de pillarlos por todas partes, la profesora McGonagall había dado permiso a Harry para usar el aula vacía de Transformaciones durante la hora de comer. No tardó en dominar el embrujo obstaculizador, un conjuro que servía para detener a los atacantes; la maldición reductora, que le permitiría apartar de su camino objetos sólidos, y el encantamiento brújula, un útil descubrimiento de Hermione que haría que la varita señalara justo hacia el norte y, por lo tanto, le permitiría comprobar si iba en la dirección correcta hacia el centro del laberinto.

Sin embargo, seguía teniendo problemas con el encantamiento escudo. Se suponía que creaba alrededor del que lo conjuraba un muro temporal e invisible capaz de desviar maldiciones no muy potentes, pero Hermione logró romperlo con un embrujo piernas de gelatina bien lanzado. Harry anduvo tambaleándose durante diez minutos por el aula antes de que ella diera con el contramaleficio.

—Pero si lo estás haciendo estupendamente —lo animó Adelyn mientras Hermione comprobaba la lista y tachaba los encantamientos que ya tenían bien aprendidos—. Algunos de éstos te pueden ir muy bien.

—Venid a ver esto —dijo Ron desde la ventana. Estaba observando los terrenos del colegio—. ¿Qué estará haciendo Malfoy?

Fueron a ver. Malfoy, Crabbe y Goyle estaban abajo, a la sombra de un árbol. Los dos últimos sonreían de satisfacción, al parecer vigilando algo, mientras Malfoy hablaba cubriéndose la boca con la mano.

—Parece como si estuviera usando un walkie-talkie —comentó Harry intrigado.

—Es imposible —repuso Hermione—. Os lo he dicho: ese tipo de aparatos no funcionan en Hogwarts. Vamos, Harry —añadió enérgicamente, dejando la ventana y volviendo al centro del aula—, repitamos el encantamiento escudo.

Por aquellos días, Sirius les enviaba lechuzas a diario. Al igual que Hermione y Adelyn, parecía que su interés primordial era ayudar a que Harry pasara la tercera prueba, antes de preocuparse por otros asuntos. En cada carta le recordaba que, ocurriera lo que ocurriera fuera de los muros de Hogwarts, ni era asunto suyo, ni podía hacer nada al respecto.
Si Voldemort está realmente recobrando fuerzas —escribía—, lo primero para mí es tu seguridad. No te puede ponerlas manos encima mientras estés bajo la protección de Dumbledore; pero, aun así, es mejor no arriesgarse: entrénate para el laberinto, y luego ya nos ocuparemos de otros asuntos.

Harry fue poniéndose más nervioso conforme se acercaba el 24 de junio, pero no tanto como ante las dos pruebas anteriores: por un lado, tenía la confianza de que, esta vez, había hecho cuanto estaba en su mano para prepararse para la prueba; por otro, aquél era el último tramo, y, lo hiciera bien o mal, el Torneo iba a finalizar, lo que sería un gran alivio.

El desayuno fue muy bullicioso en la mesa de Gryffindor la mañana de la tercera prueba. Las lechuzas llevaron a Harry una tarjeta de Sirius para desearle buena suerte. No era más que un trozo de pergamino doblado con la huella de una pata de perro, pero Harry la agradeció de todas maneras. Llegó una lechuza para Hermione llevándole su acostumbrado ejemplar de El Profeta. Adelyn lo tomó y lo desplegó, miró la primera página y escupió sin querer el zumo de calabaza que tenía en la boca. Hermione le arrebató el periódico de las manos y abrió los ojos como platos.

—¿Qué...? —preguntaron al mismo tiempo Harry y Ron, mirándola.

—Nada —se apresuró a contestar ella, intentando retirar el periódico de la vista. Pero Ron lo cogió.
Miró el titular, y dijo:

—No puede ser. Hoy no. Esa vieja rata...

—¿Qué? —preguntó Harry—. ¿Otra vez Rita Skeeter?

—No —dijo Ron, e, igual que había hecho Hermione, intentó retirar el periódico.

—Es sobre mí, ¿verdad?

—No —contestó Ron, en un tono nada convincente.

Pero, antes de que Harry pudiera pedirles el periódico, Draco Malfoy gritó desde la mesa de Slytherin:

—¡Eh, Potter! ¿Qué tal te encuentras? ¿Te sientes bien? ¿Estás seguro de que no te vas a poner furioso con nosotros?

También Malfoy tenía en la mano un ejemplar de El Profeta. A lo largo de la mesa, los de Slytherin se reían y se volvían en las sillas para ver cómo reaccionaba Harry.

—Déjame verlo —le dijo Harry a Ron—. Dámelo.

A regañadientes, Ron le entregó el periódico. Harry le dio la vuelta y vio su propia fotografía bajo un titular muy destacado:

HARRY POTTER, «TRASTORNADO Y PELIGROSO»

El muchacho que derrotó a El-que-no-debe-ser-nombrado es inestable y probablemente peligroso, escribe Rita Skeeter, nuestra corresponsal especial. Recientemente han salido a la luz evidencias alarmantes del extraño comportamiento de Harry Potter que arrojan dudas sobre su idoneidad para competir en algo que exige tanto de sus participantes como el Torneo de los tres magos, e incluso para estudiar en Hogwarts.

Potter, como revela en exclusiva El Profeta, pierde el conocimiento con frecuencia en las clases, y a menudo se le oye quejarse de que le duele la cicatriz que tiene en la frente, vestigio de la maldición con la que Quien-ustedes-saben intentó matarlo. El pasado lunes, en medio de una clase de Adivinación, nuestra corresponsal de El Profeta presenció que Potter salía de la clase como un huracán, gritando que la cicatriz le dolía tanto que no podía seguir estudiando.

Es posible (nos dicen los máximos expertos del Hospital San Mungo de Enfermedades y Heridas Mágicas) que la mente de Potter quedara afectada por el ataque infligido por Quien-ustedes-saben, y que la insistencia en que la cicatriz le sigue doliendo sea expresión de una alteración arraigada en lo más profundo del cerebro.

«Podría incluso estar fingiendo —ha dicho un especialista—. Podría tratarse de una manera de reclamar atención.»

Pero El Profeta ha descubierto hechos preocupantes relativos a Harry Potter que el director de Hogwarts, Albus Dumbledore, ha ocultado cuidadosamente a la opinión pública del mundo mágico.

«Potter habla la lengua pársel —nos revela Draco Malfoy, un alumno de cuarto curso de Hogwarts —. Hace dos años hubo un montón de ataques contra alumnos, y casi todo el mundo pensaba que Potter era el culpable después de haberlo visto perder los estribos en el club de duelo y arrojarle una serpiente a otro compañero. Pero lo taparon todo. También ha hecho amistad con hombres lobo y con gigantes. En nuestra opinión, sería capaz de cualquier cosa por conseguir un poco de poder.»

La lengua pársel, con la que se comunican las serpientes, se considera desde hace mucho tiempo un arte oscura. De hecho, el hablante de pársel más famoso de nuestros tiempos no es otro que el mismísimo Quien-ustedes-saben. Un miembro de la Liga para la Defensa contra las Fuerzas Oscuras, que no desea que su nombre aparezca aquí, asegura que consideraría a cualquier mago capaz de hablar en pársel «sospechoso a priori: personalmente, no me fiaría de nadie que hablara con las serpientes, ya que éstas son frecuentemente utilizadas en los peores tipos de magia tenebrosa y están tradicionalmente relacionadas con los malhechores». De forma semejante, añadió: «Cualquiera que busque la compañía de engendros tales como gigantes y hombres lobo parece revelar una atracción por la violencia.»

Albus Dumbledore debería tal vez considerar si es adecuado que un muchacho como éste compita en el Torneo de los tres magos. Hay quien teme que Potter pueda recurrir a las artes oscuras en su afán por ganar el Torneo, cuya tercera prueba tendrá lugar esta noche.

—Ya no me tiene tanto cariño, ¿verdad? —dijo Harry sin darle importancia y doblando el periódico.

En la mesa de Slytherin, Malfoy, Crabbe y Goyle se reían de él, atornillándose el dedo en la sien, poniendo grotescas caras de loco y moviendo la lengua como las serpientes.

—¿Cómo ha sabido que te dolió la cicatriz en clase de Adivinación? — preguntó Ron—;. Ella no podía encontrarse allí, y es imposible que pudiera oír...

—La ventana estaba abierta. La abrí para poder respirar.

—¡Estabas en lo alto de la torre norte! —objetó Hermione—. ¡Tu voz no pudo llegar hasta abajo!

—Bueno, eres tú la que se supone que está investigando métodos mágicos de escucha —dijo Harry—. ¡Dinos tú cómo lo hace!

—Es lo que intento averiguar —admitió Hermione—. Pero... pero...

De repente, la cara de Hermione adquirió una expresión extraña y absorta. Levantó una mano lentamente y se pasó los dedos por el cabello.

—¿Te encuentras bien? —le preguntó Ron, frunciendo el entrecejo.

—Sí —musitó Hermione.

Volvió a pasarse los dedos por el cabello y luego se llevó la mano a la boca, como si hablara por un walkie-talkie invisible. Harry y Ron se miraron sin comprender. Adelyn abrió los ojos como platos.

—No inventes —musitó. Hermione la miró, con la misma expresión. Ron y Harry estaban confundidos.

—Se me acaba de ocurrir algo —explicó Hermione—. Creo que sé... porque entonces nadie se daría cuenta... ni siquiera Moody... y ella podría haber llegado al alféizar de la ventana... Pero no puede hacerlo... lo tiene tajantemente prohibido... ¡Creo que la he pillado! Necesito ir dos segundos a la biblioteca... ¡Sólo para asegurarme!

Diciendo esto, Hermione cogió la mochila y salió corriendo del Gran Comedor.

—¡Eh! —la llamó Ron—. ¡Tenemos el examen de Historia de la Magia dentro de diez minutos! Vaya —dijo, volviéndose hacia Harry—, tiene que odiar mucho a esa Skeeter para arriesgarse a llegar tarde al examen. ¿Qué vas a hacer en clase de Binns, leer otra vez?

Como estaba exento de los exámenes de fin de curso por ser campeón de Hogwarts, en todos los que había habido hasta el momento Harry se había sentado al final del aula y había estudiado nuevos maleficios para la tercera prueba.

—Supongo —contestó Harry.

Pero, justo entonces, la profesora McGonagall llegó hacia él bordeando la mesa de Gryffindor.

—Potter, después de desayunar los campeones tenéis que ir a la sala de al lado —dijo.

—¡Pero la prueba no es hasta la noche! —exclamó Harry, manchándose de huevo revuelto la pechera y temiendo haberse confundido de hora.

—Ya lo sé, Potter. Las familias de los campeones están invitadas a la última prueba, ya sabes. Ahora tienes la oportunidad de saludarlos.

Se fue. Harry se quedó mirándola con la boca abierta.

—No esperará que vengan los Dursley, ¿verdad? —le preguntó a Ron, desconcertado.

—Ni idea —dijo Ron—. Será mejor que me dé prisa, Harry, o llegaré tarde al examen de Binns. Hasta luego.

Harry terminó de desayunar en el Gran Comedor, que se iba vaciando rápidamente. Vio que Fleur Delacour se levantaba de la mesa de Ravenclaw y se juntaba con Cedric para entrar en la sala contigua. Krum se marchó cabizbajo, poco después, para unirse a ellos. Harry se quedó donde estaba. Realmente, no quería ir a la sala. No tenía familia, por lo menos no tenía ningún familiar al que le pudiera importar que arriesgara la vida. Pero, justo cuando se iba a levantar, pensando en subir a la biblioteca para dar un último repaso a los maleficios, se abrió la puerta de la sala y Cedric asomó la cabeza.

—¡Vamos, Harry, te están esperando!

Totalmente perplejo, Harry se levantó. No era posible que hubieran llegado los Dursley, ¿o sí? Cruzó el Gran Comedor y abrió la puerta de la sala.
Cedric y sus padres estaban junto a la puerta. Viktor Krum se hallaba en un rincón, hablando en veloz búlgaro con su madre, una señora de pelo negro, y con su padre. Había heredado la nariz ganchuda de éste. Al otro lado de la sala, Fleur conversaba con su madre en francés. Gabrielle, la hermana pequeña de Fleur, le daba la mano a su madre. Saludó con un gesto a Harry, y él respondió de igual manera. Luego vio, delante de la chimenea, sonriéndole, a Bill y a la señora Weasley. A su lado se encontraba Eva Northwell, y quien gracias al terrible parecido, pudo deducir que era Jackson Carter, el padre de Adelyn.

—¡Sorpresa! —dijo muy emocionada la señora Weasley, mientras Harry les sonreía de oreja a oreja y caminaba hacia ellos—. ¡Pensamos que podíamos venir a verte, Harry! —se inclinó para darle un beso en la mejilla.

—¿Qué tal? —lo saludó Bill, sonriéndole y estrechándole la mano—. Charlie quería venir, pero no han podido darle permiso. Dice que estuviste increíble con el colacuerno.

Harry notó que Fleur Delacour miraba a Bill por encima del hombro de su madre con bastante interés. No parecía que le disgustaran ni el pelo largo ni los pendientes con colmillos.

—Muchísimas gracias por venir —murmuró Harry, dirigiéndose a la señora Weasley—. Por un momento pensé... los Dursley...

—Mmm —dijo la señora Weasley, frunciendo los labios. Siempre se refrenaba para no criticar a los Dursley delante de Harry, pero sus ojos refulgían cada vez que alguien los mencionaba.

—Es estupendo volver aquí —comentó Bill mirando la sala (Violeta, la amiga de la Señora Gorda, le guiñó un ojo desde su cuadro)—. Hacía cinco años que no veía este lugar. ¿Sigue por ahí el cuadro del caballero loco, sir Cadogan?

—Sí —contestó Harry, que había conocido a sir Cadogan el curso anterior.

—¿Y la Señora Gorda? —preguntó Bill.

—Ya estaba aquí en mis tiempos —comentó la señora Weasley—. Me echó una buena bronca la noche en que volví al dormitorio a las cuatro de la mañana.

—¿Qué hacías fuera del dormitorio a las cuatro de la mañana? —quiso saber Bill, mirando a su madre sorprendido.

La señora Weasley sonrió, y los ojos le brillaron.

—Tu padre y yo fuimos a dar un paseo a la luz de la luna —explicó—. Lo pilló Apollyon Pringle, que era el conserje por aquellos días. Tu padre aún conserva las señales.

Eva y Jackson se les acercaron. La señora Northwell abrazó a Harry inmediatamente.

—¡Hola, señora Northwell!

—¡Oh, Harry, es un placer volver a verte! —soltó al azabache, quien le sonrió—. Y ya te dije que me digas Eva. Me haces sentir mucho más vieja de lo que en verdad soy —Harry simplemente asintió y volteó a ver a Jackson.

—Señor Carter —le extendió la mano, con una sonrisa nerviosa. Jackson sonrió y le estrechó la mano.

—Harry Potter —asintió—. ¿Te gustaría dar una vuelta? —le ofreció Jackson.

—Claro —aceptó Harry, y salieron de la sala.

Al pasar al lado de Amos Diggory, éste se volvió hacia ellos.

—Conque estás aquí, ¿eh? —dijo, mirando a Harry de arriba abajo—. Apuesto a que no te sientes tan ufano ahora que Cedric te ha alcanzado en puntuación, ¿a que no?

—¿Qué? —preguntó Harry.

—No le hagas caso —le dijo Cedric a Harry en voz baja, mirando con severidad a su padre—. Está enfadado desde que leyó el artículo de Rita Skeeter sobre el Torneo de los tres magos. Ya sabes, cuando te hizo aparecer como el único campeón de Hogwarts —volteó a ver a Jackson—. Hola, señor Carter.

—Cedric —Jackson le sonrió—. Buena suerte hoy.

—Gracias, señor.

—Pero no se preocupó por corregirla, ¿verdad? —comentó Amos Diggory, lo bastante alto para que Harry lo oyera mientras se dirigía a la puerta con Jackson, Eva, Bill y la señora Weasley—. A pesar de todo le darás una lección, Cedric. Ya lo venciste una vez, ¿no?

—¡Rita Skeeter haría cualquier cosa por causar problemas, Amos! —dijo malhumorada la señora Weasley—. ¡Creí que lo sabrías, trabajando en el Ministerio!

Dio la impresión de que el señor Diggory iba a decir algo hiriente, pero su mujer le puso una mano en el brazo, y él no hizo más que encogerse de hombros y apartarse.

—Debes estar cansado de oírlo, Harry —comentó Jackson—. Pero eres la viva imagen de tu madre.

—¿En serio?

—Sí —asintió, frunciendo el ceño—. ¿Nunca te lo han dicho?

—De hecho, suelen decirme que me parezco más a mi padre.

—Ah, claro. Si es cierto que eres muy parecido a James —negó con la cabeza, nostálgico—. Pero para los que conocimos a tu madre, no es difícil ver las similitudes en sus personalidades. Aunque según lo que me ha contado Adelyn de ti, tu afinidad por los problemas es definitivamente heredada de tu padre —ambos rieron.

Harry disfrutó mucho la mañana caminando por los terrenos soleados con Jackson, Eva, Bill y la señora Weasley, mostrándoles el carruaje de Beauxbatons y el barco de Durmstrang. La señora Weasley sentía curiosidad por el sauce boxeador, que había sido plantado después de que ella había dejado el colegio, y recordaba con todo detalle al guardabosque que había precedido a Hagrid, un hombre llamado Ogg.

—¿Cómo está Percy? —preguntó Harry cuando caminaban por los invernaderos.

—No muy bien —dijo Bill.

—Está bastante alterado —explicó la señora Weasley bajando la voz y mirando a su alrededor—. El Ministerio quiere que no se hable de la desaparición del señor Crouch, pero a Percy lo han llamado para preguntarle acerca de las instrucciones que Crouch le ha estado enviando. Piensan que pudieran no haber sido escritas realmente por él. Percy está sometido a demasiada tensión. No lo han dejado que sustituya esta noche al señor Crouch en el tribunal. Va a hacerlo Cornelius Fudge.

Volvieron al castillo para la comida.

—¡Mamá... Bill! —exclamó Ron, atónito, acudiendo a la mesa de Gryffindor—. ¿Qué hacéis aquí?

—Hemos venido a ver a Harry en la última prueba —dijo con alegría la señora Weasley—. Tengo que decir que me gusta el cambio, no tener que cocinar. ¿Qué tal el examen?

—Eh... bien —contestó Ron—. No pude recordar todos los nombres de los duendes rebeldes, así que me inventé algunos. Pero bien —añadió, sirviéndose empanada de Cornualles, mientras la señora Weasley lo miraba con severidad—. Todos se llaman cosas como Bodrod el Barbudo y Urg el Guarro, así que no fue difícil.

Fred, George y Ginny fueron también a sentarse con ellos, y Harry lo pasó tan bien que le parecía estar de vuelta en La Madriguera. No se acordó de preocuparse por la prueba de aquella noche, y hasta que Hermione y Adelyn aparecieron en medio de la comida no recordó tampoco que la primera había tenido una iluminación sobre Rita Skeeter.

—¿Nos van a decir...?

Hermione negó con la cabeza pidiendo que se callara. Adelyn dejó un beso en las mejillas de su abuela y su padre y miró a la señora Weasley.

—Hola, Adelyn —la saludó ella, mucho menos afectuosa de lo habitual.

—Hola —le respondió Adelyn, con una sonrisa que vaciló ante la fría expresión de la señora Weasley.

Harry miró a una y a otra, y luego dijo:

—Señora Weasley, usted no creería esas mentiras que escribió Rita Skeeter en Corazón de bruja, ¿verdad? Porque Adelyn y yo somos más fuertes que nunca.

—¡Ah! —exclamó la señora Weasley—. No... ¡por supuesto que no!

Pero a partir de ese momento empezó a mostrarse más cariñosa con Adelyn.

Harry, Adelyn, Jackson, Eva, Bill y la señora Weasley pasaron la tarde dando un largo paseo por el castillo y volvieron al Gran Comedor para el banquete de la noche. Para entonces, Ludo Bagman y Cornelius Fudge se habían incorporado a la mesa de los profesores. Bagman parecía muy contento, pero Cornelius Fudge, que estaba sentado junto a Madame Máxime, tenía una mirada severa y no hablaba. Madame Máxime no levantaba la vista del plato, y a Harry le pareció que tenía los ojos enrojecidos. Hagrid no dejaba de mirarla desde el otro lado de la mesa.

Hubo más platos de lo habitual, pero Harry, que empezaba a estar realmente nervioso, no comió mucho. Adelyn sostuvo su mano toda la cena. Cuando el techo encantado comenzó a pasar del azul a un morado oscuro, Dumbledore, en la mesa de los profesores, se puso en pie y se hizo el silencio.

—Damas y caballeros, dentro de cinco minutos les pediré que vayamos todos hacia el campo de quidditch para presenciar la tercera y última prueba del Torneo de los tres magos. En cuanto a los campeones, les ruego que tengan la bondad de seguir ya al señor Bagman hasta el estadio.

Harry se levantó. A lo largo de la mesa, todos los de Gryffindor lo aplaudieron. Los Weasley, Hermione, Eva y Jackson le desearon buena suerte. Adelyn optó por abrazarlo y dejar un beso en su mejilla.

—Buena suerte —susurró en su oído. Harry sonrió y salió del Gran Comedor, con Cedric, Fleur y Krum.

• • •

CINCO MINUTOS DESPUÉS empezaron a ocuparse las tribunas del campo de quidditch, que estaba totalmente irreconocible. Un seto de seis metros de altura lo bordeaba. Había un hueco justo delante de ellos: era la entrada al enorme laberinto. El camino que había dentro parecía oscuro y terrorífico.

El aire se llenó de voces excitadas y del ruido de pisadas de cientos de alumnos que se dirigían a sus sitios. El cielo era de un azul intenso pero claro, y empezaban a aparecer las primeras estrellas. Hagrid, el profesor Moody, la profesora McGonagall y el profesor Flitwick llegaron al estadio y se aproximaron a Bagman y los campeones. Llevaban en el sombrero estrellas luminosas, grandes y rojas. Todos menos Hagrid, que las llevaba en la espalda de su chaleco de piel de topo.

—Estaremos haciendo una ronda por la parte exterior del laberinto —dijo la profesora McGonagall a los campeones—. Si tenéis dificultades y queréis que os rescaten, echad al aire chispas rojas, y uno de nosotros irá a salvaros, ¿entendido?

Los campeones asintieron con la cabeza.

—Pues entonces... ya podéis iros —les dijo Bagman con voz alegre a los cuatro que iban a hacer la ronda.

—Buena suerte, Harry —susurró Hagrid, y los cuatro se fueron en diferentes direcciones para situarse alrededor del laberinto.

Bagman se apuntó a la garganta con la varita, murmuró «¡Sonorus!», y su voz, amplificada por arte de magia, retumbó en las tribunas:

—¡Damas y caballeros, va a dar comienzo la tercera y última prueba del Torneo de los tres magos! Permítanme que les recuerde el estado de las puntuaciones: empatados en el primer puesto, con ochenta y cinco puntos cada uno... ¡el señor Cedric Diggory y el señor Harry Potter, ambos del colegio Hogwarts! —Los aplausos y vítores provocaron que algunos pájaros salieran revoloteando del bosque prohibido y se perdieran en el cielo cada vez más oscuro—. En segundo lugar, con ochenta puntos, ¡el señor Viktor Krum, del Instituto Durmstrang! —Más aplausos—. Y, en tercer lugar, ¡la señorita Fleur Delacour, de la Academia Beauxbatons!

Harry pudo distinguir a duras penas, en medio de las tribunas, a la señora Weasley, Bill, Jackson, Eva, Adelyn, Ron y Hermione, que aplaudían a Fleur por cortesía. Los saludó con la mano, y ellos le devolvieron el saludo, sonriéndole.

—¡Entonces... cuando sople el silbato, entrarán Harry y Cedric! —dijo Bagman—. Tres... dos... uno...

Dio un fuerte pitido, y Harry y Cedric penetraron rápidamente en el laberinto. Adelyn respiró profundo y compartió miradas con Ron y Hermione, rezándole a Merlín que Harry apareciera sano y salvo en unos minutos.

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro