twenty seven
LA POCIÓN DE LA VERDAD
LUEGO DE LO QUE PARA Adelyn fue una eternidad, Harry y Cedric aparecieron nuevamente, cayendo de bruces. El estrépito la ensordeció: había voces por todas partes, pisadas, gritos... aun así Cedric y Harry permanecieron donde estaban, con los rostros contraídos, como si fuera una pesadilla que pasaría. Adelyn sintió su estómago retorcerse. Algo andaba mal.
—¡Harry!, ¡Cedric! —Dumbledore los agarró con fuerza y los volvió boca arriba. Ambos abrieron los ojos. Los rodeaban las sombras oscuras de una densa multitud de personas que se empujaban en el intento de acercarse más. Harry notó que el suelo, bajo su cabeza, retumbaba con los pasos.
Harry y Cedric soltaron la Copa, pero seguían agarrándose firmemente del brazo. Harry levantó la mano que le quedaba libre y cogió la muñeca de Dumbledore, cuyo rostro se desenfocaba por momentos.
—Ha retornado —susurró Harry—. Ha retornado. Voldemort.
—¿Qué ocurre? ¿Qué ha sucedido?
El rostro de Cornelius Fudge apareció sobre Harry vuelto del revés. Parecía blanco y consternado.
—Quien-tú-sabes ha vuelto —repitió Cedric, trastornado.
Aquellas palabras se reprodujeron, y las sombras que los rodeaban se las repetían a los de atrás, y luego otros las gritaron, las chillaron en la noche: «¡Ha vuelto!», «¡Ha vuelto!», «¡Quien-tú-sabes ha vuelto!».
Dumbledore se inclinó y, con extraordinaria fuerza para tratarse de un hombre tan viejo y delgado, levantó a ambos adolescentes del suelo y los puso en pie. Harry se tambaleó. Le iba a estallar la cabeza. La pierna herida no soportaría más tiempo el peso de su cuerpo. Alrededor de ellos, la multitud daba empujones, intentando acercarse, apretando contra él sus oscuras siluetas. Adelyn y Cora intentaban abrirse paso entre la multitud, buscando llegar hacia Harry y Cedric.
Había chicas que gritaban y lloraban histéricas. La escena vaciló ante los ojos de Harry...
Alguien más alto y más fuerte que Harry empezó a llevarlo, tirando de él por entre la aterrorizada multitud. Harry oía chillidos y gritos ahogados mientras el hombre se abría camino por entre ellos, llevándolo al castillo. Cora logró llegar hasta Cedric y lo rodeó con sus brazos, sollozando. Jackson detuvo a su hija.
—¡Suéltame! —gritó. Necesito asegurarme de que Harry esté bien, se repetía con desesperación. Acababa de enfrentarse a Voldemort, necesito saber que está bien.
—¡Eva, ayúdame! —pidió Jackson a su suegra. Entre ambos, arrastraron a Adelyn hasta el despacho de Dumbledore, donde lograron calmarla un poco.
• • •
PRONTO, HARRY Y DUMBLEDORE atravesaron la puerta de la oficina del segundo, y Adelyn se abalanzó contra su novio, con cuidado de lastimarle l pierna de más. Harry la sostuvo firmemente contra su pecho y aspiró su perfume, finalmente pudiendo relajarse. Jackson y Sirius —quien había sido llamado por Dumbledore minutos antes— observaban la escena.
—¿Estás bien? —balbuceó Adelyn, separándose lo suficiente para tomar su rostro entre manos—. No, es una pregunta muy tonta, claro que no estás bien. Estás sangrando. Oh, Merlín, estás sangrando.
—Adelyn. Adelyn —la interrumpió—. Estoy a salvo, ¿de acuerdo? —la bruja asintió, y Harry limpió las lágrimas de sus ojos, volviendo a abrazarla por unos segundos. Pronto, Sirius se acercó.
—¿Estás bien, Harry? Lo sabía, sabía que pasaría algo así. ¿Qué ha ocurrido?
Las manos le temblaban al ayudar a Harry a sentarse en una silla, delante del escritorio.
—¿Qué ha ocurrido? —preguntó, más apremiante.
Dumbledore comenzó a contarle a Sirius, Jackson y Adelyn todo lo que había dicho Barty Crouch. Harry sólo escuchaba a medias. Estaba tan agotado que le dolía hasta el último hueso, y lo único que quería era quedarse allí sentado, que no lo molestaran durante horas y horas, hasta que se durmiera y no tuviera que pensar ni sentir nada más.
Oyó un suave batir de alas. Fawkes, el fénix, había abandonado la percha y se había ido a posar sobre su rodilla.
—Hola, Fawkes —lo saludó Harry en voz baja. Acarició sus hermosas plumas de color oro y escarlata. Fawkes abrió y cerró los ojos plácidamente, mirándolo. Había algo reconfortante en su cálido peso.
Dumbledore dejó de hablar. Sentado al escritorio, miraba fijamente a Harry, pero éste evitaba sus ojos. Se disponía a interrogarlo. Le haría revivirlo todo.
—Necesito saber qué sucedió después de que tocaste el traslador en el laberinto, Harry —le dijo.
—Podemos dejarlo para mañana por la mañana, ¿no, Dumbledore? —se apresuró a observar Adelyn, quien acariciaba el cabello de Harry. Sirius asintió
—Adelyn tiene razón, dejémoslo dormir. Que descanse.
Lo embargó un sentimiento de gratitud hacia Sirius, pero Dumbledore desoyó su sugerencia y se inclinó hacia él. Muy a desgana, Harry levantó la cabeza y encontró aquellos ojos azules.
—Harry, si pensara que te haría algún bien induciéndote al sueño por medio de un encantamiento y permitiendo que pospusieras el momento de pensar en lo sucedido esta noche, lo haría —dijo Dumbledore con amabilidad— . Pero me temo que no es así. Adormecer el dolor por un rato te haría sentirlo luego con mayor intensidad. Has mostrado más valor del que hubiera creído posible: te ruego que lo muestres una vez más contándonos todo lo que sucedió.
El fénix soltó una nota suave y trémula. Tembló en el aire, y Harry sintió como si una gota de líquido caliente se le deslizara por la garganta hasta el estómago, calentándolo y tonificándolo.
Respiró hondo y comenzó a hablar. Conforme lo hacía, parecían alzarse ante sus ojos las imágenes de todo cuanto había pasado aquella noche: vio la chispeante superficie de la poción que había revivido a Voldemort, vio a los mortífagos apareciéndose entre las tumbas, vio el cuerpo desmayado de Cedric tendido en el suelo a corta distancia de la Copa.
En una o dos ocasiones, Sirius hizo ademán de decir algo, sin dejar de aferrar con la mano el hombro de Harry, pero Dumbledore lo detuvo con un gesto, y Harry se alegró, porque, habiendo comenzado, era más fácil seguir. Hasta se sentía aliviado: era casi como si se estuviera sacando un veneno de dentro. Seguir hablando le costaba toda la entereza que era capaz de reunir, pero le parecía que, en cuanto hubiera acabado, se sentiría mejor.
Sin embargo, cuando Harry contó que Colagusano le había hecho un corte en el brazo con la daga, Sirius y Jackson dejaron escapar una exclamación vehemente, y Dumbledore se levantó tan de golpe que Harry se asustó. Rodeó el escritorio y le pidió que extendiera el brazo. Harry les mostró a los cuatro el lugar en que le había rasgado la túnica, y el corte que tenía debajo. Adelyn abrió los ojos como platos.
—Dijo que mi sangre lo haría más fuerte que la de cualquier otro —explicó Harry—. Dijo que la protección que me otorgó mi madre... iría también a él. Y tenía razón: pudo tocarme sin hacerse daño, me tocó en la cara.
Por un breve instante, Harry creyó ver una expresión de triunfo en los ojos de Dumbledore. Pero un segundo después estuvo seguro de habérselo imaginado, porque, cuando Dumbledore volvió a su silla tras el escritorio, parecía más viejo y más débil de lo que Harry lo había visto nunca.
—Muy bien —dijo, volviéndose a sentar—. Voldemort ha superado esa barrera. Prosigue, Harry, por favor.
Harry continuó: explicó cómo había salido Voldemort del caldero, y les repitió todo cuanto recordaba de su discurso a los mortífagos. Luego relató cómo Voldemort lo había desatado, le había devuelto su varita y se había preparado para batirse.
Cuando llegó a la parte en que el rayo dorado de luz había conectado su varita con la de Voldemort, se notó la garganta obstruida. Intentó seguir hablando, pero el recuerdo de lo que había surgido de la varita de Voldemort le anegaba la mente. Podía ver a Cassandra Northwell saliendo de ella, ver al viejo, a Bertha Jorkins... a su madre... a su padre...
Se alegró de que Sirius rompiera el silencio.
—¿Se conectaron las varitas? —dijo, mirando primero a Harry y luego a Dumbledore—. ¿Por qué?
Harry volvió a levantar la vista hacia Dumbledore, que parecía impresionado.
—Priori incantatem —musitó.
Sus ojos miraron los de Harry, y fue casi como si hubieran quedado conectados por un repentino rayo de comprensión.
—¿El efecto de encantamiento invertido? —preguntó Jackson.
—¿Tiene algo que ver con que la varita de Harry y la de Voldemort tienen el mismo núcleo? —inquirió Adelyn, totalmente confundida.
—Exactamente —contestó Dumbledore—. La varita de Harry y la de Voldemort tienen el mismo núcleo. Cada una de ellas contiene una pluma de la cola del mismo fénix. De ese fénix, de hecho —añadió señalando al pájaro de color oro y escarlata que estaba tranquilamente posado sobre una rodilla de Harry.
—¿La pluma de mi varita proviene de Fawkes ? —exclamó Harry sorprendido.
—Sí —respondió Dumbledore—. En cuanto saliste de su tienda hace cuatro años, el señor Ollivander me escribió para decir que tú habías comprado la segunda varita.
—Entonces, ¿qué sucede cuando una varita se encuentra con su hermana? —quiso saber Sirius.
—Que no funcionan correctamente la una contra la otra —explicó Dumbledore—. Sin embargo, si los dueños de las varitas las obligan a combatir... tendrá lugar un efecto muy extraño: una de las varitas obligará a la otra a vomitar los encantamientos que ha llevado a cabo... en sentido inverso, primero el más reciente, luego los que lo precedieron...
Miró interrogativamente a Harry, y éste asintió con la cabeza.
—Lo cual significa —añadió Dumbledore pensativamente, fijando los ojos en la cara de Harry— que tuvo que reaparecer aquellos muertos bajo su mano de alguna manera.
Harry volvió a asentir.
—¿Volvieron a la vida? —preguntó Sirius.
—Ningún encantamiento puede resucitar a un muerto —dijo Dumbledore apesadumbrado—. Todo lo que pudo haber fue alguna especie de eco. Saldría de la varita una sombra de la persona viva. ¿Me equivoco, Harry?
—Me hablaron —dijo Harry, y de repente volvió a temblar—. Me hablaron los... los fantasmas de ellos, o lo que fueran.
—Un eco que conservaba la apariencia y el carácter de la persona —explicó Dumbledore—. Adivino que luego aparecieron otras formas: víctimas menos recientes de la varita de Voldemort...
—Un viejo —dijo Harry, todavía con un nudo en la garganta—. Y Bertha Jorkins. Y...
—¿Tus padres? ¿Y Cassandra? —preguntó Dumbledore en voz baja.
—Sí —contestó Harry, mirando a su novia, quien tomó su mano y la apretó firmemente.
—Los últimos asesinatos que la varita llevó a cabo —dijo Dumbledore, asintiendo con la cabeza—, en orden inverso. Naturalmente, habrían seguido apareciendo otros si hubieras mantenido la conexión. Muy bien, Harry: esos ecos... esas sombras... ¿qué hicieron?
Harry describió cómo las figuras que habían salido de la varita habían deambulado por el borde de la red dorada, cómo le dio la impresión de que Voldemort les tenía miedo, cómo la sombra de su padre le había indicado qué hacer. En aquel punto, Harry se dio cuenta de que no podía continuar. Miró a su alrededor, y vio que Sirius y Jackson se cubrían la cara con las manos. Adelyn tenía lágrimas silenciosas corriendo por sus mejillas.
Harry advirtió de pronto que Fawkes había dejado su rodilla y había revoloteado hasta el suelo. Apoyó su hermosa cabeza en la pierna herida de Harry, y derramó sobre la herida que le había hecho la araña unas espesas lágrimas de color perla. El dolor desapareció. La piel recubrió lisamente la herida. Estaba curado.
—Te lo repito —dijo Dumbledore, mientras el fénix se elevaba en el aire y se volvía a posar en la percha que había al lado de la puerta—: esta noche has mostrado una valentía superior a lo que podríamos haber esperado de ti, Harry. La misma valentía de los que murieron luchando contra Voldemort cuando se encontraba en la cima de su poder. Has llevado sobre tus hombros la carga de un mago adulto, has podido con ella y nos has dado todo lo que podíamos esperar. Ahora te llevaré a la enfermería. No quiero que vayas esta noche al dormitorio. Te vendrán bien una poción para dormir y un poco de paz... Sirius, ¿te gustaría quedarte con él?
Sirius asintió con la cabeza. Dumbledore llevó a Harry a la enfermería y pronto volvió, pues quería un momento para hablar con Sirius, Jackson y Adelyn a solas.
—Bien —asintió en cuanto volvió, sentándose detrás de su escritorio—. Ahora que estamos a solas, Adelyn...
La bruja se secó los restos de lágrimas en sus mejillas, y observó a Dumbledore, expectante.
—Soy consciente de la difícil tarea que estoy por pedirte —le aseguró—. Pero soy aun más consciente de que no hay persona más capaz de lograrlo que tú, así que me temo que, como Harry, debo pedir de ti un nivel de valentía y sacrificio con el que no tendrías que cargar a tan corta edad.
—Quiere que me asegure de que Harry esté a salvo, ¿verdad? —musitó, totalmente seria. Dumbledore se reclinó contra su asiento.
—Así es —su mirada se posó en Jackson, quien suspiró.
—No tienes por qué aceptar, hija —le aseguró Jackson. Adelyn ladeó la cabeza para verlo—. Es una gran responsabilidad, y lo sabemos.
La bruja se enderezó en el asiento y aclaró su garganta, volviendo a ver a Dumbledore.
—De acuerdo.
Los tres adultos se miraron.
—¿Estás segura, Adelyn? —preguntó Sirius. La bruja solo asintió.
—¿Eso es todo? —inquirió.
—Lamento que no —Dumbledore negó—. Se vienen tiempos muy oscuros, Adelyn. Sobre todo para Harry... por lo que necesito que jures que no te alejarás de él, pues te va a necesitar. Más que nunca —Adelyn tragó saliva.
—Lo prometo —le aseguró.
• • •
CUANDO DUMBLEDORE ABRIÓ la puerta, Adelyn vio a la señora Weasley, a su abuela, Bill, Ron y Hermione rodeando a Harry, que ya se encontraba inconsciente.
—Dumbledore —dijo la señora Pomfrey, mirando fijamente el perro grande y negro en el que se había convertido Sirius—, ¿puedo preguntar qué...?
—Este perro se quedará un rato haciéndole compañía a Harry —dijo sencillamente Dumbledore—. Te aseguro que está extraordinariamente bien educado.
Adelyn y Jackson se acercaron a la cama, la primera sentándose al lado de esta, y el perro negro se colocó junto a la cabecera.
• • •
HARRY DESPERTÓ EN MEDIO de tal calidez y somnolencia que no abrió los ojos, esperando volver a dormirse. La sala seguía a oscuras: estaba seguro de que aún era de noche y de que no había dormido mucho rato.
Luego oyó cuchicheos a su alrededor.
—¡Van a despertarlo si no se callan!
—¿Por qué gritan así? No habrá ocurrido nada más, ¿no?
Harry abrió perezosamente los ojos. Alguien le había quitado las gafas. Pudo distinguir junto a él las siluetas borrosas de Adelyn, la señora Weasley y de Bill. La señora Weasley estaba de pie.
—Es la voz de Fudge —susurraba la señora Weasley—. Y ésa es la de Minerva McGonagall, ¿verdad? Pero ¿por qué discuten?
Harry también los oía: gente que gritaba y corría hacia la enfermería.
—Ya sé que es lamentable, pero da igual, Minerva —decía Cornelius Fudge en voz alta.
—¡No debería haberlo metido en el castillo! —gritó la profesora McGonagall—. Cuando se entere Dumbledore...
Harry oyó abrirse de golpe las puertas de la enfermería. Sin que nadie se diera cuenta, porque todos miraban hacia la puerta mientras Bill retiraba el biombo, Harry se sentó y se puso las gafas.
Fudge entró en la sala con paso decidido. Detrás de él iban Snape y la profesora McGonagall.
—¿Dónde está Dumbledore? —le preguntó Fudge a la señora Weasley.
—Aquí no —respondió ella, enfadada—. Esto es una enfermería, señor ministro. ¿No cree que sería mejor...?
Pero la puerta se abrió y entró Dumbledore en la sala.
—¿Qué ha ocurrido? —inquirió bruscamente, pasando la vista de Fudge a la profesora McGonagall—. ¿Por qué estáis molestando a los enfermos? Minerva, me sorprende que tú estes aquí... Te pedí que vigilaras a Barty Crouch.
—¡Ya no necesita que lo vigile nadie, Dumbledore! —gritó ella—. ¡Gracias al ministro!
Adelyn no había visto nunca a la profesora McGonagall tan fuera de sí: tenía las mejillas coloradas, los puños apretados y temblaba de furia.
—Cuando le dijimos al señor Fudge que habíamos atrapado al mortífago responsable de lo ocurrido esta noche —dijo Snape en voz baja—, consideró que su seguridad personal estaba en peligro. Insistió en llamar a un dementor para que lo acompañara al castillo. Y subió con él al despacho en que Barty Crouch...
—¡Le advertí que usted no lo aprobaría, Dumbledore! —exclamó la profesora McGonagall—. Le dije que usted nunca permitiría la entrada de un dementor en el castillo, pero...
—¡Mi querida señora! —bramó Fudge, que de igual manera parecía más enfadado de lo que Adelyn lo había visto nunca—. Como ministro de Magia, me compete a mí decidir si necesito escolta cuando entrevisto a alguien que puede resultar peligroso...
Pero la voz de la profesora McGonagall ahogó la de Fudge:
—En cuanto ese... ese ser entró en el despacho —gritó ella, temblorosa y señalando a Fudge— se echó sobre Crouch y... y...
Harry sintió un escalofrío, en tanto la profesora McGonagall buscaba palabras para explicar lo sucedido. No necesitaba que ella terminara la frase, pues sabía qué era lo que debía de haber hecho el dementor: le habría administrado a Barty Crouch su beso fatal. Le habría aspirado el alma por la boca. Estaría peor que muerto.
—¡Pero, por todos los santos, no es una pérdida tan grave! —soltó Fudge—. ¡Según parece, es responsable de unas cuantas muertes!
—Pero ya no podrá declarar, Cornelius —repuso Dumbledore. Miró a Fudge con severidad, como si lo viera tal cual era por primera vez—. Ya no puede declarar por qué mató a esas personas.
—¿Que por qué las mató? Bueno, eso no es ningún misterio —replicó Fudge—. ¡Porque estaba loco de remate! Por lo que me han dicho Minerva y Severus, ¡creía que actuaba según las instrucciones de Voldemort!
—Es que actuaba según las instrucciones de Voldemort, Cornelius —dijo Dumbledore—. Las muertes de esas personas fueron meras consecuencias de un plan para restaurar a Voldemort a la plenitud de sus fuerzas. Ese plan ha tenido éxito, y Voldemort ha recuperado su cuerpo.
Fue como si a Fudge le pegaran en la cara con una maza. Aturdido y parpadeando, devolvió la mirada a Dumbledore como si no pudiera dar crédito a sus oídos. Entonces, sin dejar de mirar a Dumbledore con los ojos desorbitados, comenzó a farfullar:
—¿Que ha retornado Quien-tú-sabes? Absurdo. ¡Dumbledore, por favor...!
—Como sin duda te han explicado Minerva y Severus —dijo Dumbledore— , hemos oído la confesión de Barty Crouch. Bajo los efectos del suero de la verdad, nos ha relatado cómo escapó de Azkaban, y cómo Voldemort, enterado por Bertha Jorkins de que seguía vivo, fue a liberarlo de su padre y lo utilizó para capturar a Harry. El plan funcionó, ya te lo he dicho: Crouch ha ayudado a Voldemort a regresar.
—¡Pero vamos, Dumbledore! —exclamó Fudge, y Adelyn se sorprendió de ver surgir en su rostro una ligera sonrisa—, ¡no es posible que tú creas eso! ¿Que ha retornado Quien-tú-sabes? Vamos, vamos, por favor... Una cosa es que Crouch creyera que actuaba bajo las órdenes de Quien-tú-sabes... y otra tomarse en serio lo que ha dicho ese lunático...
—Cuando Harry tocó esta noche la Copa de los tres magos, fue transportado directamente ante lord Voldemort —afirmó Dumbledore—. Presenció su renacimiento. Te lo explicaré todo si vienes a mi despacho. — Miró a Harry y vio que estaba despierto, pero añadió: Me temo que no puedo consentir que interrogues a Harry esta noche.
La sorprendente sonrisa de Fudge no había desaparecido. También él miró a Harry; luego volvió la vista a Dumbledore, y dijo:
—¿Eh... estás dispuesto a aceptar su testimonio, Dumbledore?
Hubo un instante de silencio, roto por el grañido de Sirius. Se le habían erizado los pelos del lomo, y enseñaba los dientes a Fudge.
—Desde luego que lo acepto —respondió Dumbledore, con un fulgor en los ojos—. He oído la confesión de Crouch y he oído el relato de Harry de lo que ocurrió después de que tocara la Copa: las dos historias encajan y explican todo lo sucedido desde que el verano pasado desapareció Bertha Jorkins.
Fudge conservaba en la cara la extraña sonrisa. Volvió a mirar a Harry antes de responder:
—¿Vas a creer que ha retornado lord Voldemort porque te lo dicen un loco asesino y un niño que...? Bueno...
Le dirigió a Harry otra mirada, y éste comprendió de pronto.
—Señor Fudge, ¡usted ha leído a Rita Skeeter! —dijo en voz baja.
Adelyn, Jackson, Ron, Hermione, Bill y la señora Weasley se sobresaltaron: ninguno se había dado cuenta de que Harry estaba despierto. Fudge enrojeció un poco, pero su rostro adquirió una expresión obstinada y desafiante.
—¿Y qué si lo he hecho? —soltó, dirigiéndose a Dumbledore—. ¿Qué pasa si he descubierto que has estado ocultando ciertos hechos relativos a este niño? Conque habla pársel, ¿eh? ¿Y conque monta curiosos numeritos por todas partes?
—Supongo que te refieres a los dolores de la cicatriz —dijo Dumbledore con frialdad.
—¿O sea que admites que ha tenido dolores? —replicó Fudge—. ¿Dolores de cabeza, pesadillas? ¿Tal vez... alucinaciones?
—Escúchame, Cornelius —dijo Dumbledore dando un paso hacia Fudge, y volvió a irradiar aquella indefinible fuerza que Harry había percibido en él después de que había aturdido al joven Crouch—. Harry está tan cuerdo como tú y yo. La cicatriz que tiene en la frente no le ha reblandecido el cerebro. Creo que le duele cuando lord Voldemort está cerca o cuando se siente especialmente furioso.
Fudge retrocedió medio paso para separarse un poco de Dumbledore, pero no cedió en absoluto.
—Me tendrás que perdonar, Dumbledore, pero nunca había oído que una cicatriz actúe de alarma...
—¡Mire, he presenciado el retorno de Voldemort! —gritó Harry. Intentó volver a salir de la cama, pero Adelyn se lo impidió—. ¡He visto a los mortífagos! ¡Puedo darle los nombres! Lucius Malfoy...
Snape hizo un movimiento repentino; pero, cuando Harry lo miró, sus ojos estaban puestos otra vez en Fudge.
—¡Malfoy fue absuelto! —dijo Fudge, visiblemente ofendido—. Es de una familia de raigambre... y entrega donaciones para excelentes causas...
—¡Macnair! —prosiguió Harry.
—¡También fue absuelto! ¡Y trabaja para el Ministerio!
—Avery... Nott... Crabbe... Goyle...
—¡No haces más que repetir los nombres de los que fueron absueltos hace trece años del cargo de pertenencia a los mortífagos! —dijo Fudge enfadado—. ¡Debes de haber visto esos nombres en antiguas crónicas de los juicios! Por las barbas de Merlín, Dumbledore... Este niño ya se vio envuelto en una historia ridícula al final del curso anterior... Los cuentos que se inventa son cada vez más exagerados, y tú te los sigues tragando. Este niño habla con las serpientes, Dumbledore, ¿y todavía confías en él?
—¡No sea necio! —gritó la profesora McGonagall—. El señor Crouch: ¡esa muerte no es el trabajo casual de un loco!
—¡No veo ninguna prueba de lo contrario! —vociferó Fudge, igual de airado que ella y con la cara colorada—. ¡Me parece que estáis decididos a sembrar un pánico que desestabilice todo lo que hemos estado construyendo durante trece años!
Adelyn no podía dar crédito a sus oídos. Siempre había visto a Fudge como alguien bondadoso: un poco jactancioso, un poco pomposo, pero básicamente bueno. Sin embargo, lo que en aquel momento tenía ante él era un mago pequeño y furioso que se negaba rotundamente a aceptar cualquier cosa que supusiera una alteración de su mundo cómodo y ordenado, que se negaba a creer en el retorno de Voldemort.
—Voldemort ha regresado —repitió Dumbledore—. Si afrontas ese hecho, Fudge, y tomas las medidas necesarias, quizá aún podamos encontrar una salvación. Lo primero y más esencial es retirarles a los dementores el control de Azkaban.
—¡Absurdo! —volvió a gritar Fudge—. ¡Retirar a los dementores! ¡Me echarían a puntapiés sólo por proponerlo! ¡La mitad de nosotros sólo dormimos tranquilos porque sabemos que ellos están custodiando Azkaban!
—¡A la otra mitad nos cuesta más conciliar el sueño, Cornelius, sabiendo que has puesto a los partidarios más peligrosos de lord Voldemort bajo la custodia de unas criaturas que se unirán a él en cuanto se lo pida! —repuso Dumbledore—. ¡No te serán leales, Fudge, porque Voldemort puede ofrecerles muchas más satisfacciones que tú a sus apetitos! ¡Con el apoyo de los dementores y el retorno de sus antiguos partidarios, te resultará muy difícil evitar que recupere la fuerza que tuvo hace trece años!
Fudge abría y cerraba la boca como si no encontrara palabras apropiadas para expresar su ira.
—El segundo paso que debes dar, y sin pérdida de tiempo —siguió Dumbledore—, es enviar mensajeros a los gigantes.
—¿Mensajeros a los gigantes? —gritó Fudge, recuperando la capacidad de hablar—. ¿Qué locura es ésa?
—Debes tenderles una mano ahora mismo, antes de que sea demasiado tarde —repuso Dumbledore—, o de lo contrario Voldemort los persuadirá, como hizo antes, de que es el único mago que está dispuesto a concederles derechos y libertad.
—No... no puedes estar hablando en serio —dijo Fudge entrecortadamente, negando con la cabeza y alejándose un poco más de Dumbledore—. Si la comunidad mágica sospechara que yo pretendo un acercamiento a los gigantes... La gente los odia, Dumbledore... Sería el fin de mi carrera...
—¡Estás cegado por el miedo a perder la cartera que ostentas, Cornelius! —dijo Dumbledore, volviendo a levantar la voz y con los ojos de nuevo resplandecientes, evidenciando otra vez su aura poderosa—. ¡Le das demasiada importancia, y siempre lo has hecho, a lo que llaman «limpieza de sangre»! ¡No te das cuenta de que no importa lo que uno es por nacimiento, sino lo que uno es por sí mismo! Tu dementor acaba de aniquilar al último miembro de una familia de sangre limpia, de tanta raigambre como la que más... ¡y ya ves lo que ese hombre escogió hacer con su vida! Te lo digo ahora: da los pasos que te aconsejo, y te recordarán, con cartera o sin ella, como uno de los ministros de Magia más grandes y valerosos que hayamos tenido; pero, si no lo haces, ¡la Historia te recordará como el hombre que se hizo a un lado para concederle a Voldemort una segunda oportunidad de destruir el mundo que hemos intentado construir!
—¡Loco! —susurró Fudge, volviendo a retroceder—. ¡Loco...!
Se hizo el silencio. La señora Pomfrey estaba inmóvil al pie de la cama de Harry, tapándose la boca con las manos. Adelyn seguía de pie al lado de Harry, poniéndole la mano en el hombro para impedir que se levantara. Bill, la señora Weasley, Jackson, Ron y Hermione miraban a Fudge fijamente.
—Si sigues decidido a cerrar los ojos, Cornelius —dijo Dumbledore—, nuestros caminos se separarán ahora. Actúa como creas conveniente. Y yo... yo también actuaré como crea conveniente.
La voz de Dumbledore no sonó a amenaza, sino como una mera declaración de principios, pero Fudge se estremeció como si Dumbledore hubiera avanzado hacia él apuntándole con una varita.
—Veamos pues, Dumbledore —dijo blandiendo un dedo amenazador—. Siempre te he dado rienda suelta. Te he mostrado mucho respeto. Podía no estar de acuerdo con algunas de tus decisiones, pero me he callado. No hay muchos que en mi lugar te hubieran permitido contratar hombres lobo, o tener a Hagrid aquí, o decidir qué enseñar a tus estudiantes sin consultar al Ministerio. Pero si vas a actuar contra mí...
—El único contra el que pienso actuar —puntualizó Dumbledore— es lord Voldemort. Si tú estás contra él, entonces seguiremos del mismo lado, Cornelius.
Fudge no encontró respuesta a aquello. Durante un instante se balanceó hacia atrás y hacia delante sobre sus pequeños pies, e hizo girar en las manos el sombrero hongo. Al final, dijo con cierto tono de súplica:
—No puede volver, Dumbledore, no puede...
Snape se adelantó, levantándose la manga izquierda de la túnica. Descubrió el antebrazo y se lo enseñó a Fudge, que retrocedió.
—Mire —dijo Snape con brusquedad—. Mire: la Marca Tenebrosa. No está tan clara como lo estuvo hace una hora aproximadamente, cuando era de color negro y me abrasaba, pero aún puede verla. El Señor Tenebroso marcó con ella a todos sus mortífagos. Era una manera de reconocernos entre nosotros, y también el medio que utilizaba para convocarnos. Cuando él tocaba la marca de cualquier mortífago teníamos que desaparecernos donde estuviéramos y aparecernos a su lado al instante. Esta marca ha ido haciéndose más clara durante todo este curso, y la de Karkarov también. ¿Por qué cree que Karkarov ha huido esta noche? Porque los dos hemos sentido la quemazón de la Marca. Entonces, los dos supimos que él había retornado. Karkarov teme la venganza del Señor Tenebroso porque traicionó a demasiados de sus compañeros mortífagos para esperar una bienvenida si volviera al redil.
Fudge también se alejó un paso de Snape, negando con la cabeza. Daba la impresión de que no había entendido ni una palabra de lo que éste le había dicho. Miró fijamente, con repugnancia, la fea marca que Snape tenía en el brazo. A continuación, levantó la vista hacia Dumbledore y susurró:
—No sé a qué estáis jugando tú y tus profesores, Dumbledore, pero creo que ya he oído bastante. No tengo más que añadir. Me pondré en contacto contigo mañana, Dumbledore, para tratar sobre la dirección del colegio. Ahora tengo que volver al Ministerio.
Casi había llegado a la puerta cuando se detuvo. Se volvió, regresó a zancadas hasta la cama de Harry.
—Tu premio —dijo escuetamente, sacándose del bolsillo una bolsa grande de oro y dejándola caer sobre la mesita de la cama de Harry—. Mil galeones. Tendría que haber habido una ceremonia de entrega, pero en estas circunstancias...
Se encasquetó el sombrero hongo y salió de la sala, cerrando de un portazo. En cuanto desapareció, Dumbledore se volvió hacia el grupo que rodeaba la cama de Harry.
—Hay mucho que hacer —dijo—. Molly... ¿me equivoco al pensar que puedo contar contigo y con Arthur?
—Por supuesto que no se equivoca —respondió la señora Weasley. Hasta los labios se le habían quedado pálidos, pero parecía decidida—. Arthur conoce a Fudge. Es su interés por los muggles lo que lo ha mantenido relegado en el Ministerio durante todos estos años. Fudge opina que carece del adecuado orgullo de mago.
—Entonces tengo que enviarle un mensaje —dijo Dumbledore—. Tenemos que hacer partícipes de lo ocurrido a todos aquellos a los que se pueda convencer de la verdad, y Arthur está bien situado en el Ministerio para hablar con los que no sean tan miopes como Cornelius.
—Iré yo a verlo —se ofreció Bill, levantándose—. Iré ahora.
—Muy bien —asintió Dumbledore—. Cuéntale lo ocurrido. Dile que no tardaré en ponerme en contacto con él. Pero tendrá que ser discreto. Fudge no debe sospechar que interfiero en el Ministerio...
—Déjelo de mi cuenta —dijo Bill.
Le dio una palmada a Harry en el hombro, un beso a su madre en la mejilla, se puso la capa y salió de la sala con paso decidido.
—Minerva —dijo Dumbledore, volviéndose hacia la profesora McGonagall—, quiero ver a Hagrid en mi despacho tan pronto como sea posible. Y también... si consiente en venir, a Madame Maxime.
La profesora McGonagall asintió con la cabeza y salió sin decir una palabra.
—Poppy —le dijo Dumbledore a la señora Pomfrey—, ¿serías tan amable de bajar al despacho del profesor Moody, donde me imagino que encontrarás a una elfina doméstica llamada Winky sumida en la desesperación? Haz lo que puedas por ella, y luego llévala a las cocinas. Creo que Dobby la cuidará.
—Muy... muy bien —contestó la señora Pomfrey, asustada, y también salió.
Dumbledore se aseguró de que la puerta estaba cerrada, y de que los pasos de la señora Pomfrey habían dejado de oírse, antes de volver a hablar.
—Y, ahora —dijo—, es momento de que dos de nosotros se acepten. Sirius... te ruego que recuperes tu forma habitual.
El gran perro negro levantó la mirada hacia Dumbledore, y luego, en un instante, se convirtió en hombre. La señora Weasley soltó un grito y se separó de la cama.
—¡Sirius Black! —gritó.
—¡Calla, mamá! —chilló Ron—. ¡Es inocente!
Snape no había gritado ni retrocedido, pero su expresión era una mezcla de furia y horror.
—¡Él! —gruñó, mirando a Sirius, cuyo rostro mostraba el mismo desagrado—. ¿Qué hace aquí?
—Está aquí porque yo lo he llamado —explicó Dumbledore, pasando la vista de uno a otro—. Igual que tú, Severus. Yo confió tanto en uno como en otro. Ya es hora de que olvidéis vuestras antiguas diferencias, y confiéis también el uno en el otro.
Harry pensó que Dumbledore pedía un milagro. Sirius y Snape se miraban con intenso odio.
—Severus, Sirius, por favor —rogó Jackson.
—Me conformaré, a corto plazo, con un alto en las hostilidades —dijo Dumbledore con un deje de impaciencia—. Daos la mano: ahora estáis del mismo lado. El tiempo apremia, y, a menos que los pocos que sabemos la verdad estemos unidos, no nos quedará esperanza.
Muy despacio, pero sin dejar de mirarse como si se desearan lo peor, Sirius y Snape se acercaron y se dieron la mano. Se soltaron enseguida.
—Con eso bastará por ahora —dijo Dumbledore, colocándose una vez más entre ellos—. Ahora, tengo trabajo que daros a los dos. La actitud de Fudge, aunque no nos pille de sorpresa, lo cambia todo. Sirius, necesito que salgas ahora mismo: tienes que alertar a Remus Lupin, Arabella Figg y Mundungus Fletcher: el antiguo grupo. Escóndete por un tiempo en casa de Lupin. Yo iré a buscarte. Jackson, por favor ve con él.
Jackson asintió con la cabeza y se acercó a su hija, para despedirse.
—Pero... —protestó Harry.
Quería que Sirius se quedara. No quería decirle otra vez adiós tan pronto.
—No tardaremos en vernos, Harry —aseguró Sirius, volviéndose hacia él— . Te lo prometo. Pero debo hacer lo que pueda, ¿comprendes?
—Claro. Claro que comprendo.
Sirius le apretó brevemente la mano, asintió con la cabeza mirando a Dumbledore, volvió a transformarse en perro, y salió corriendo de la sala, abriendo con la pata la manilla de la puerta. Jackson se transformó, por primera vez ante los ojos de su hija, en un fénix, y lo siguió.
—Severus —continuó Dumbledore dirigiéndose a Snape—, ya sabes lo que quiero de ti. Si estás dispuesto...
—Lo estoy —contestó Snape.
Parecía más pálido de lo habitual, y sus fríos ojos negros resplandecieron de forma extraña.
—Buena suerte entonces —le deseó Dumbledore, y, con una mirada de aprehensión, lo observó salir en silencio de la sala, detrás de Sirius.
Pasaron varios minutos antes de que el director volviera a hablar.
—Tengo que bajar —dijo por fin—. Tengo que ver a los Diggory. Tómate la poción que queda, Harry. Os veré a todos más tarde.
Mientras Dumbledore se iba, Harry se dejó caer en las almohadas. Adelyn, Hermione, Ron y la señora Weasley lo miraban. Nadie habló por un tiempo.
—Te tienes que tomar lo que queda de la poción, Harry —dijo al cabo la señora Weasley. Al ir a coger la botellita y la copa, dio con la mano contra la bolsa de oro que estaba en la mesita—. Tienes que dormir bien y mucho. Intenta pensar en otra cosa por un rato... ¡piensa en lo que vas a comprarte con el dinero!
—No lo quiero —replicó Harry con voz inexpresiva—. Cogedlo vosotros. Quien sea. No me lo merezco.
Aquello contra lo que había estado luchando por momentos desde que había salido del laberinto amenazaba con ser más fuerte que él. Sentía una sensación ardorosa y punzante por dentro de los ojos. Parpadeó y miró al techo.
—No fue culpa tuya, Harry —susurró la señora Weasley.
—Yo le dije a Cedric que cogiéramos juntos la Copa —musitó Harry.
En aquel momento tenía aquella sensación ardorosa también en la garganta. Le hubiera gustado que Ron desviara la mirada.
La señora Weasley posó la poción en la mesita, se inclinó y abrazó a Harry. Él no recordaba que nunca ningún ser humano lo hubiera abrazado de aquella manera, como a un hijo. Todo el peso de cuanto había visto aquella noche pareció caer sobre él mientras la señora Weasley lo aferraba. El rostro de su madre, la voz de su padre, todo empezó a darle vueltas en la cabeza hasta que apenas pudo soportarlo y su rostro se tensó para contener el grito de angustia que pugnaba por salir.
Se oyó un ruido como de portazo, y la señora Weasley y Harry se separaron. Hermione estaba en la ventana. Tenía algo en la mano firmemente agarrado.
—Lo siento —se disculpó.
—La poción, Harry —dijo rápidamente la señora Weasley, enjugándose las lágrimas con el dorso de la mano.
Harry se la bebió de un trago. El efecto fue instantáneo. Lo sumergió una ola de sueño grande e irresistible, y se hundió entre las almohadas, dormido sin pensamientos y sin sueños.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro