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sixteen

LA PRIMERA PRUEBA

     CUANDO SE LEVANTÓ EL DOMINGO por la mañana, Harry puso tan poca atención al vestirse que tardó un rato en darse cuenta de que estaba intentando meter un pie en el sombrero en vez de hacerlo en el calcetín. Cuando por fin se hubo puesto todas las prendas en las partes correctas del cuerpo, salió aprisa para buscar a Adelyn, y la encontró en la mesa de Gryffindor del Gran Comedor, desayunando con Ginny. Demasiado intranquilo para comer, Harry aguardó a que se tomara la última cucharada de gachas de avena y se la llevó fuera para dar otro paseo con ella. En los terrenos del colegio, mientras bordeaban el lago, Harry le contó todo lo de los dragones y hablaron sobre lo que había dicho Sirius.

     Aunque muy asustada por las advertencias de Sirius sobre Karkarov, Adelyn pensó que el problema más acuciante eran los dragones.

—Primero vamos a intentar que el martes por la tarde sigas vivo, y luego ya nos preocuparemos por Karkarov.

     Dieron tres vueltas al lago, pensando cuál sería el encantamiento con el que se podría someter a un dragón. Pero, como no se les ocurrió nada, fueron a la biblioteca. Harry cogió todo lo que vio sobre dragones, y uno y otro se pusieron a buscar entre la alta pila de libros.

—«Embrujos para cortarles las uñas... Cómo curar la podredumbre de las escamas...» Esto no nos sirve: es para chiflados como Hagrid que lo que quieren es cuidarlos... —Adelyn enarcó una ceja—. Lo siento.

—Es extremadamente dificil matar a un dragón debido a la antigua magia que imbuye su gruesa piel, que nada excepto los encantamientos más fuertes puede penetrar... —comentó Adelyn, pasando las páginas de un libro rápidamente—. ¡Pero Sirius dijo que había uno sencillo que valdría!

—Busquemos pues en los libros de encantamientos sencillos... —dijo Harry, apartando a un lado el Libro del amante de los dragones.

     Volvió a la mesa con una pila de libros de hechizos y comenzó a hojearlos uno tras otro. A su lado, Adelyn cuchicheaba sin parar:
—Bueno, están los encantamientos permutadores... pero ¿para qué cambiarlos? A menos que le cambiaras los colmillos en gominolas o algo así, porque eso lo haría menos peligroso... El problema es que, como decía el otro libro, no es fácil penetrar la piel del dragón. Lo mejor sería transformarlo, pero, algo tan grande, me temo que no tienes ninguna posibilidad: dudo incluso que la profesora McGonagall fuera capaz... Pero tal vez podrías encantarte tú mismo. Tal vez para adquirir más poderes. Claro que no son hechizos sencillos, y no los hemos visto en clase; sólo los conozco por haber hecho algunos ejercicios preparatorios para el TIMO...

—Adelyn —pidió Harry, exasperado—, ¿quieres callarte un momento, por favor? Trato de concentrarme.

     Pero lo único que ocurrió cuando Adelyn se calló fue que el cerebro de Harry se llenó de una especie de zumbido que tampoco lo dejaba concentrarse. Recorrió sin esperanzas el índice del libro Maleficios básicos para el hombre ocupado y fastidiado: arranque de cabellera instantáneo —pero los dragones ni siquiera tienen pelo, se dijo—, aliento de pimienta —eso seguramente sería echar más leña al fuego—, lengua de cuerno —precisamente lo que necesitaba: darle al dragón una nueva arma...

—¡Oh, no!, aquí vuelve. ¿Por qué no puede leer en su barquito? —dijo Adelyn irritada cuando Viktor Krum entró con su andar desgarbado, les dirigió una hosca mirada y se sentó en un distante rincón con una pila de libros—. Vamos, Harry, volvamos a la sala común... El club de fans llegará dentro de un momento y no pararán de cotorrear...

     Y, efectivamente, en el momento en que salían de la biblioteca, entraba de puntillas un ruidoso grupo de chicas, una de ellas con una bufanda de Bulgaria atada a la cintura.

     Harry apenas durmió aquella noche. Cuando despertó la mañana del lunes, pensó seriamente, por vez primera, en escapar de Hogwarts. Pero en el Gran Comedor, a la hora del desayuno, miró a su alrededor y pensó en lo que dejaría si se fuera del castillo, y se dio cuenta de que no podía hacerlo. Era el único sitio en que había sido feliz a parte de al lado de Adelyn... Bueno, seguramente también había sido feliz con sus padres, pero de eso no se acordaba. En cierto modo, fue un alivio comprender que prefería quedarse y enfrentarse al dragón a volver a Privet Drive con Dudley. Lo hizo sentirse más tranquilo. Terminó con dificultad el tocino (nada le pasaba bien por la garganta) y, al levantarse de la mesa con Adelyn, vio a Cedric Diggory dejando la mesa de Hufflepuff. Cedric seguía sin saber lo de los dragones. Era el único de los campeones que no se habría enterado, si Harry estaba en lo cierto al pensar que Maxime y Karkarov se lo habían contado a Fleur y Krum.

—Nos vemos en el invernadero, Adelyn —le dijo Harry, tomando una decisión al ver a Cedric dejar el Gran Comedor—. Ve hacia allí; ya te alcanzaré.

—Llegarás tarde, Harry. Está a punto de sonar la campana.

—Te alcanzaré, ¿de acuerdo? —la bruja asintió y besó su mejilla antes de dirigirse a la clase.

•  •  •

—Adelyn —susurró Harry diez minutos más tarde, al llegar al Invernadero 3 y después de presentarle apresuradas excusas a la profesora Sprout—, me tienes que ayudar.

—¿Y qué he estado haciendo, Harry? —le contestó también en un susurro, mirando con preocupación por encima del arbusto nervioso que estaba podando.

—Adelyn, tengo que aprender a hacer bien el encantamiento convocador antes de mañana por la tarde.

     Practicaron. En vez de ir a comer, buscaron un aula libre en la que Harry puso todo su empeño en atraer objetos. Seguía costándole trabajo: a mitad del recorrido, los libros y las plumas perdían fuerza y terminaban cayendo al suelo como piedras.

—Concéntrate, Harry, concéntrate...

—¿Y qué crees que estoy haciendo? —contestó él de malas pulgas. Cuando se dio cuenta de que le había gritado a la única persona que siempre estaba a su lado, se arrepintió—. Lo siento. En verdad lo intento pero, por alguna razón, se me aparece de repente en la cabeza un dragón enorme y repugnante...

     Adelyn suspiró y se acercó a él, posando una mano en su hombro, tal y como en tercero, cuando Harry se desmayó gracias a aquel dementor en el tren. Harry tomó su mano y entrelazó sus dedos

—Oye —murmuró—. Estarás bien. Además, solo estás estresado y preocupado. Eres un mago brillante, y vamos a seguir practicando hasta que lo logres.

—De acuerdo —asintió—, vuelvo a intentarlo —Adelyn sonrió—. Te amo.

—Yo también te amo —le aseguró, besando sus labios brevemente.

     Harry quería faltar a la clase de Adivinación para seguir practicando, pero Adelyn se rehusó a perderse la clase, considerando lo difícil que era para ambos, y de nada le valdría ensayar solo, de forma que tuvo que soportar la clase de la profesora Trelawney, que se pasó la mitad de la hora diciendo que la posición que en aquel momento tenía Marte con respecto a Saturno anunciaba que la gente nacida en julio se hallaba en serio peligro de sufrir una muerte repentina y violenta. Lo único que lo hizo sobrevivir fue el calor que le brindaba la mano de Adelyn contra la suya.

—Bueno, eso está bien —dijo Harry en voz alta, sin dejarse intimidar—. Prefiero que no se alargue: no quiero sufrir.

     Le pareció que Ron había estado a punto de reírse. Por primera vez en varios días miró a Harry a los ojos, pero éste se sentía demasiado dolido con él para que le importara. Se pasó el resto de la clase intentando atraer con la varita pequeños objetos por debajo de la mesa. Logró que una mosca se le posara en la mano, pero no estuvo seguro de que se debiera al encantamiento convocador. A lo mejor era simplemente que la mosca estaba tonta. Se obligó a cenar algo después de Adivinación y, poniéndose la capa invisible para que no los vieran los profesores, volvió con Adelyn al aula vacía. Siguieron practicando hasta pasadas las doce. Se habrían quedado más, pero apareció Peeves, quien pareció creer que Harry quería que le tiraran cosas, y comenzó a arrojar sillas de un lado a otro del aula. Harry y Adelyn salieron a toda prisa antes de que el ruido atrajera a Filch, y regresaron a la sala común de Gryffindor, que afortunadamente estaba ya vacía.

     A las dos en punto de la madrugada, Harry se hallaba junto a la chimenea rodeado de montones de cosas: libros, plumas, varias sillas volcadas, un juego viejo de gobstones, y Trevor, el sapo de Neville. Sólo en la última hora le había cogido el truco al encantamiento convocador.

—Eso está mejor, Harry, eso está mucho mejor —aprobó Adelyn, exhausta pero muy satisfecha.

—Bueno, ahora ya sabes qué tienes que hacer la próxima vez que no sea capaz de aprender un encantamiento —dijo Harry, tirándole a Adelyn un diccionario de runas para repetir el encantamiento—: amenazarme con un dragón. Bien... —volvió a levantar la varita—. ¡Accio diccionario!

     El pesado volumen se escapó de las manos de Adelyn, atravesó la sala y llegó hasta donde Harry pudo atraparlo.

—¡Creo que esto ya lo dominas, Harry! —dijo Adelyn, muy contenta.

—Espero que funcione mañana —repuso Harry—. La Saeta de Fuego estará mucho más lejos que todas estas cosas: estará en el castillo, y yo, en los terrenos allá abajo.

—No importa —declaró Adelyn con firmeza—. Siempre y cuando te concentres de verdad, la Saeta irá hasta ti. Ahora mejor nos vamos a dormir.

     Harry había puesto tanto empeño aquella noche en aprender el encantamiento convocador que se había olvidado del miedo. Éste volvió con toda su intensidad a la mañana siguiente. En el colegio había una tensión y emoción enormes en el ambiente. Las clases se interrumpieron al mediodía para que todos los alumnos tuvieran tiempo de bajar al cercado de los dragones. Aunque, naturalmente, aún no sabían lo que iban a encontrar allí. Harry se sentía extrañamente distante de todos cuantos lo rodeaban, ya le desearan suerte o le dijeran entre dientes al pasar a su lado: «Tendremos listo el paquete de pañuelos de papel, Potter.» Se encontraba en tal estado de nerviosismo que le daba miedo perder la cabeza cuando lo pusieran frente al dragón y liarse a echar maldiciones a diestro y siniestro.

     El tiempo pasaba de forma más rara que nunca, como a saltos, de manera que estaba sentado en su primera clase, Historia de la Magia, y al momento siguiente iba a comer... y de inmediato la profesora McGonagall entró en el Gran Comedor y fue a toda prisa hacia él. Muchos los observaban.

—Los campeones tienen que bajar ya a los terrenos del colegio... Tienes que prepararte para la primera prueba.

—¡Bien! —dijo Harry, poniéndose en pie. El tenedor hizo mucho ruido al caer al plato.

—Buena suerte, Harry —le susurró Adelyn, dándole un último apretón a su mano—. ¡Todo irá bien!

—Sí —contestó, con una voz que no parecía la suya.

•  •  •

     Tres campeones pasaron, y antes de que Adelyn se diera cuenta, su novio se asomaba en la arena. Desde las gradas que por arte de magia habían puesto después del sábado lo miraban cientos y cientos de rostros. Y allí, al otro lado del cercado, estaba el colacuerno agachado sobre la nidada, con las alas medio desplegadas y mirándolo con sus malévolos ojos amarillos, como un lagarto monstruoso cubierto de escamas negras, sacudiendo la cola llena de pinchos y abriendo surcos de casi un metro en el duro suelo. La multitud gritaba muchísimo, pero Harry ni sabía ni le preocupaba si eran gritos de apoyo o no. Era el momento de hacer lo que tenía que hacer: concentrarse, entera y absolutamente, en lo que constituía su única posibilidad. Levantó la varita.

—¡Accio Saeta de Fuego! —gritó.

     Adelyn aguardó, confiando y rogando con todo su ser. Si no funcionaba, si la escoba no acudía a Harry... al azabache le parecía verlo todo a través de una extraña barrera transparente y reluciente, como una calima que hacía que el cercado y los cientos de rostros que había a su alrededor flotaran de forma extraña...

     Y entonces ambos la oyeron atravesando el aire tras él. Se volvieron y vieron la Saeta de Fuego volar hacia allí por el borde del bosque, descender hasta el cercado y detenerse en el aire, al lado de Harry, esperando que la montara. La multitud alborotaba aún más... Bagman gritaba algo... pero los oídos de Harry ya no funcionaban bien, porque oír no era importante...

     Pasó una pierna por encima del palo de la escoba y dio una patada en el suelo para elevarse. Un segundo más tarde sucedió algo milagroso. Al elevarse y sentir el azote del aire en la cara, al convertirse los rostros de los espectadores en puntas de alfiler de color carne y al encogerse el colacuerno hasta adquirir el tamaño de un perro, Adelyn pudo respirar nuevamente: él por fin estaba en su elemento.

     Harry descendió en picado. El colacuerno lo siguió con la cabeza. Sabía lo que el dragón iba a hacer, y justo a tiempo frenó su descenso y se elevó en el aire.

     Llegó un chorro de fuego justo al lugar en que se habría encontrado si no hubiera dado un viraje en el último instante... pero a Harry no le preocupó: era lo mismo que esquivar una bludger.

—¡Cielo santo, vaya manera de volar! —vociferó Bagman, entre los gritos de la multitud—. ¿Ha visto eso, señor Krum?

     Harry se elevó en círculos. El colacuerno seguía siempre su recorrido, girando la cabeza sobre su largo cuello. Si continuaba así, se marearía, pero era mejor no abusar o volvería a echar fuego.

     Harry se lanzó hacia abajo justo cuando el dragón abría la boca, pero esta vez tuvo menos suerte. Esquivó las llamas, pero la cola de la bestia se alzó hacia él, y al virar a la izquierda uno de los largos pinchos le raspó el hombro. La túnica quedó desgarrada. Adelyn ahogó un grito. La multitud gritaba, pero la herida no parecía profunda.

     Sobrevoló la espalda del colacuerno y se le ocurrió una posibilidad... El dragón no parecía dispuesto a moverse del sitio: tenía demasiado afán por proteger los huevos. Aunque retorcía la cabeza y plegaba y desplegaba las alas sin apartar de Harry sus terribles ojos amarillos, era evidente que temía apartarse demasiado de sus crías. Así pues, tenía que persuadirlo de que lo hiciera, o de lo contrario nunca podría apoderarse del huevo de oro. El truco estaba en hacerlo con cuidado, poco a poco.

     Empezó a volar, primero por un lado, luego por el otro, no demasiado cerca para evitar que echara fuego por la boca, pero arriesgándose todo lo necesario para asegurarse de que la bestia no le quitaba los ojos de encima. La cabeza del dragón se balanceaba a un lado y a otro, mirándolo por aquellas pupilas verticales, enseñándole los colmillos...

     Remontó un poco el vuelo. La cabeza del dragón se elevó con él, alargando el cuello al máximo y sin dejar de balancearse como una serpiente ante el encantador.

     Harry se elevó un par de metros más, y el dragón soltó un bramido de exasperación. Harry era como una mosca para él, una mosca que ansiaba aplastar. Volvió a azotar con la cola, pero Harry estaba demasiado alto para alcanzarlo. Abriendo las fauces, echó una bocanada de fuego... que él consiguió esquivar.

—¡Vamos! —lo retó Harry en tono burlón, virando sobre el dragón para provocarlo—. ¡Vamos, ven a atraparme...! Levántate, vamos...

     La enorme bestia se alzó al fin sobre las patas traseras y extendió las correosas alas negras, tan anchas como las de una avioneta, y Harry se lanzó en picado. Antes de que el dragón comprendiera lo que Harry estaba haciendo ni dónde se había metido, éste iba hacia el suelo a toda velocidad, hacia los huevos por fin desprotegidos. Soltó las manos de la Saeta de Fuego... y cogió el huevo de oro.

     Y escapó acelerando al máximo, remontando sobre las gradas, con el pesado huevo seguro bajo su brazo ileso. De repente fue como si alguien hubiera vuelto a subir el volumen: por primera vez llegó a ser consciente del ruido de la multitud, que aplaudía y gritaba tan fuerte como la afición irlandesa en los Mundiales.

—¡Miren eso! —gritó Bagman—. ¡Mírenlo! ¡Nuestro paladín más joven ha sido el más rápido en coger el huevo! ¡Bueno, esto aumenta las posibilidades de nuestro amigo Potter!

     Harry vio a los cuidadores de los dragones apresurándose para reducir al colacuerno, y a la profesora McGonagall, el profesor Moody y Hagrid, que iban a toda prisa a su encuentro desde la puerta del cercado, haciéndole señas para que se acercara. Aun desde la distancia distinguía claramente sus sonrisas. Voló sobre las gradas, con el ruido de la multitud retumbándole en los tímpanos, y aterrizó con suavidad, con una felicidad que no había sentido desde hacia semanas. Había pasado la primera prueba, estaba vivo...

—¡Excelente, Potter! —dijo bien alto la profesora McGonagall cuando bajó de la Saeta de Fuego. Viniendo de la profesora McGonagall, aquello era un elogio desmesurado. Le tembló la mano al señalar el hombro de Harry—. Tienes que ir a ver a la señora Pomfrey antes de que los jueces muestren la puntuación... Por ahí, ya está terminando con Diggory.

—¡Lo conseguiste, Harry! —dijo Hagrid con voz ronca—. ¡Lo conseguiste! ¡Y eso que te tocó el colacuerno, y ya sabes lo que dijo Charlie de que era el pe...!

—Gracias, Hagrid —lo cortó Harry para que Hagrid no siguiera metiendo la pata al revelarle a todo el mundo que había visto los dragones antes de lo debido.

     El profesor Moody también parecía encantado. El ojo mágico no paraba de dar vueltas.

—Lo mejor, sencillo y bien, Potter —sentenció.

—Muy bien, Potter. Ve a la tienda de primeros auxilios, por favor —le dijo
la profesora McGonagall.

     Harry salió del cercado aún jadeando y vio a la entrada de la segunda tienda a la señora Pomfrey, que parecía preocupada.

—¡Dragones! —exclamó en tono de indignación, tirando de Harry hacia dentro.

     La tienda estaba dividida en cubículos. A través de la tela, Harry distinguió la sombra de Cedric, que no parecía seriamente herido, por lo menos a juzgar por el hecho de que estaba sentado. La señora Pomfrey examinó el hombro de Harry, rezongando todo el tiempo.

—El año pasado dementores, este año dragones... ¿Qué traerán al colegio el año que viene? Has tenido mucha suerte: sólo es superficial. Pero te la tendré que limpiar antes de curártela.

     Limpió la herida con un poquito de líquido púrpura que echaba humo y escocía, pero luego le dio un golpecito con la varita mágica y la herida se cerró al instante.

—Ahora quédate sentado y quieto durante un minuto. ¡Sentado! Luego podrás ir a ver tu puntuación. —Salió aprisa del cubículo, y la oyó entrar en el contiguo y preguntar—: ¿Qué tal te encuentras ahora, Diggory?

     Harry no podía quedarse quieto: estaba aún demasiado cargado de adrenalina. Se puso de pie para asomarse a la puerta, pero antes de que llegara a ella entraron dos personas a toda prisa: Hermione e, inmediatamente detrás de ella, Ron.

—¡Harry, has estado genial! —le dijo Hermione con voz chillona. Tenía marcas de uñas en la cara, donde se había apretado del miedo—. ¡Alucinante! ¡De verdad!

     Pero Harry miraba a Ron, que estaba muy blanco y miraba a su vez a Harry como si éste fuera un fantasma.

—Harry —dijo Ron muy serio—, quienquiera que pusiera tu nombre en el cáliz de fuego, creo que quería matarte.

     Fue como si las últimas semanas no hubieran existido, como si Harry viera a Ron por primera vez después de haber sido elegido campeón.

—Lo has comprendido, ¿eh? —contestó Harry fríamente—. Te ha costado trabajo.

     Hermione estaba entre ellos, nerviosa, paseando la mirada de uno a otro. Ron abrió la boca con aire vacilante. Harry se dio cuenta de que quería disculparse y comprendió que no necesitaba oír las excusas.

—Está bien —dijo, antes de que Ron hablara—. Olvídalo.

—No —replicó Ron—. Yo no debería haber...

—¡Olvídalo!

     Ron le sonrió nerviosamente, y Harry le devolvió la sonrisa. Hermione, de pronto, se echó a llorar.

—¡No hay por qué llorar! —le dijo Harry, desconcertado.

—¡Son tan tontos los dos! —gritó ella, dando una patada en el suelo al tiempo que le caían las lágrimas. Luego, antes de que pudieran detenerla, les dio a ambos un abrazo y se fue corriendo, esta vez gritando de alegría.

—¡Cómo se pone! —comentó Ron, negando con la cabeza. Antes de que pudiera volver a hablar, otra persona ingresó al cubículo. Antes de que Harry pudiera siquiera darse cuenta de quién era, su novia lo abrazabs firmemente.

—¡Te dije que estarías bien! —exclamó, emocionada. Harry sonrió y la abrazó de vuelta.

—No podría haberlo hecho sin ti —negó. Adelyn se separó, sonriendo igual de grande que su novio, y besó su frente.

—Vamos, están a punto de darte la puntuación.

     Cogiendo el huevo de oro y la Saeta de Fuego, más eufórico de lo que una hora antes hubiera creído posible, Harry salió de la tienda, con Adelyn y Ron a su lado, el segundo hablando sin parar.

—Has sido el mejor, ni punto de comparación. Cedric hizo una cosa bastante rara: transformó una roca en un perro labrador, para que el dragón atacara al perro y se olvidara de él. La transformación estuvo bastante bien, y al final funcionó, porque consiguió coger el huevo, pero también se llevó una buena quemadura porque el dragón cambió de opinión de repente y decidió que le interesaba más Diggory que el labrador. Escapó por los pelos. Y Fleur intentó un tipo de encantamiento... Creo que quería ponerlo en trance, o algo así. El caso es que funcionó, se quedó como dormido, pero de repente roncó y echó un buen chorro de fuego. Se le prendió la falda. La apagó echando agua por la varita. Y en cuanto a Krum... no lo vas a creer, pero no se le ocurrió la posibilidad de volar. Sin embargo, creo que después de ti es el que mejor lo ha hecho. Utilizó algún tipo de embrujo que le lanzó a los ojos. El problema fue que el dragón empezó a tambalearse y aplastó la mitad de los huevos de verdad. Le han quitado puntos por eso, porque se suponía que no tenía que causar ningún daño.

     Ron tomó aire al llegar con Harry hasta el cercado. Retirado el colacuerno, Harry fue capaz de ver dónde estaban sentados los jueces: justo al otro extremo, en elevados asientos forrados de color oro.

—Cada uno da una puntuación sobre diez —le explicó Ron.

     Entornando los ojos, Harry vio a Madame Máxime, la primera del tribunal, levantar la varita, de la que salió lo que parecía una larga cinta de plata que se retorcía formando un ocho.

—¡No está mal! —dijo Ron mientras la multitud aplaudía—. Supongo que te ha bajado algo por lo del hombro...

     A continuación le tocó al señor Crouch, que proyectó en el aire un nueve.

—¡Qué bien! —gritó Ron, dándole a Harry un golpecito en la espalda. Luego le tocaba a Dumbledore. También él proyectó un nueve, y la multitud vitoreó más fuerte que antes. Ludo Bagman: un diez.

—¿Un diez? —preguntó Harry extrañado—. ¿Y la herida? ¿Por qué me pone un diez?

—¡No te quejes, Harry! —exclamó Ron emocionado.

     Y entonces Karkarov levantó la varita. Se detuvo un momento, y luego proyectó en el aire otro número: un cuatro.

—¿Qué? —chilló Ron furioso—. ¿Un cuatro? ¡Cerdo partidista y piojoso, a Krum le diste un diez!

     Pero a Harry no le importaba. No le hubiera importado aunque Karkarov le hubiera dado un cero. Para él, la indignación de Ron a su favor valía más que un centenar de puntos. No se lo dijo a Ron, claro, pero al volverse para abandonar el cercado no cabía en sí de felicidad. Y no solamente a causa de Ron: los de Gryffindor no eran los únicos que vitoreaban entre la multitud. A la hora de la verdad, cuando vieron a lo que se enfrentaba, la mayoría del colegio había estado de su parte, tanto como de la de Cedric. En cuanto a los de Slytherin, le daba igual: ya se sentía con fuerza para enfrentarse a ellos.

—¡Estáis empatados en el primer puesto, Harry! ¡Krum y tú! —le dijo Charlie Weasley, precipitándose a su encuentro cuando volvían para el colegio—. Me voy corriendo. Tengo que llegar para enviarle una lechuza a mamá; le prometí que le contaría lo que había sucedido. ¡Pero es que ha sido increíble! Ah, sí... me ordenaron que te dijera que tienes que esperar unos minutos. Bagman os quiere decir algo en la tienda de los campeones.

     Ron y Adelyn dijeron que lo esperarían, de forma que Harry volvió a entrar en la tienda.

•  •  •

     Harry salió de la tienda, se juntó con Ron y Adelyn y se encaminaron al castillo por el borde del bosque, hablando sin parar. Harry quería que le contaran con más detalle qué era lo que habían hecho los otros campeones. Luego, al rodear el grupo de árboles detrás del cual Harry había oído por primera vez rugir a los dragones, una bruja apareció de pronto a su espalda.

     Era Rita Skeeter. Aquel día llevaba una túnica de color verde amarillento, del mismo tono que la pluma a vuelapluma que tenía en la mano.

—¡Enhorabuena, Harry! —lo felicitó—. Me pregunto si podrías concederme unas palabras. ¿Cómo te sentiste al enfrentarte al dragón? ¿Te ha parecido correcta la puntuación que te han dado?

—No, sólo puedo concederle una palabra —replicó Harry de malas maneras—: ¡adiós!

     Y continuó el camino hacia el castillo, al lado de Ron y Adelyn, que se reían de la cara que había puesto Skeeter.

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