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LA MARCA TENEBROSA

NO LE DIGAN A SU MADRE QUE HAN APOSTADO —imploró a Fred y George el señor Weasley, bajando despacio por la escalera alfombrada de púrpura.

—No te preocupes, papá —respondió Fred muy alegre—. Tenemos grandes planes para este dinero, y no queremos que nos lo confisquen.

     Por un momento dio la impresión de que el señor Weasley iba a preguntar qué grandes planes eran aquéllos; pero, tras reflexionar un poco, pareció decidir que prefería no saberlo.

     Pronto se vieron rodeados por la multitud que abandonaba el estadio para regresar a las tiendas de campaña. El aire de la noche llevaba hasta ellos estridentes cantos mientras volvían por el camino iluminado de farolas, y los leprechauns no paraban de moverse velozmente por encima de sus cabezas, riéndose a carcajadas y agitando sus faroles. Cuando por fin llegaron a las tiendas, nadie tenía sueño y, dada la algarabía que había en torno a ellos, el señor Weasley consintió en que tomaran todos juntos una última taza de chocolate con leche antes de acostarse. No tardaron en enzarzarse en una agradable discusión sobre el partido. El señor Weasley se mostró en desacuerdo con Charlie en lo referente al comportamiento violento, y no dio por finalizado el análisis del partido hasta que Ginny se cayó dormida sobre la pequeña mesa, derramando el chocolate por el suelo. Entonces los mandó a todos a dormir. Hermione, Adelyn y Ginny se metieron en su tienda, y Harry y el resto de los Weasley se pusieron el pijama y se subieron cada uno a su litera. Desde el otro lado del campamento llegaba aún el eco de cánticos y de ruidos extraños.

—¡Cómo me alegro de haber librado hoy! —murmuró el señor Weasley ya medio dormido—. No me haría ninguna gracia tener que decirles a los irlandeses que se acabó la fiesta.

     Harry, que se había acostado en una de las literas superiores, encima de Ron, estaba boca arriba observando la lona del techo de la tienda, en la que de vez en cuando resplandecían los faroles de los leprechauns. Repasaba algunas de las jugadas más espectaculares de Krum, y se moría de ganas de volver a montar en su Saeta de Fuego y probar el «Amago de Wronski». Oliver Wood no había logrado nunca transmitir con sus complejos diagramas la sensación de aquella jugada... Harry se imaginó a sí mismo vistiendo una túnica con su nombre bordado a la espalda e intentó representarse la sensación de oír la ovación de una multitud de cien mil personas cuando Ludo Bagman pronunciaba su nombre ante el estadio: «¡Y con ustedes... Potter!»

     Harry no llegaría a saber a ciencia cierta si se había dormido o no (sus fantasías de vuelos en escoba al estilo de Krum podrían muy bien haber acabado siendo auténticos sueños); lo único que supo fue que, de repente, el señor Weasley estaba gritando.

—¡Levantaos! ¡Ron, Harry... deprisa, levantaos, es urgente!

     Harry se incorporó de un salto y se golpeó la cabeza con la lona del techo.

—¿Qué pasa? —preguntó.

     Intuyó que algo malo ocurría, porque los ruidos del campamento parecían distintos. Los cánticos habían cesado. Se oían gritos, y gente que corría. Bajó de la litera y cogió su ropa, pero el señor Weasley, que se había puesto los vaqueros sobre el pijama, le dijo:
—No hay tiempo, Harry... Coge sólo tu chaqueta y sal... ¡rápido!

     Harry obedeció y salió a toda prisa de la tienda, delante de Ron. A la luz de los escasos fuegos que aún ardían, pudo ver a gente que corría hacia el bosque, huyendo de algo que se acercaba detrás, por el campo, algo que emitía extraños destellos de luz y hacía un ruido como de disparos de pistola. Llegaban hasta ellos abucheos escandalosos, carcajadas estridentes y gritos de borrachos. A continuación, apareció una fuerte luz de color verde que iluminó la escena. A través del campo marchaba una multitud de magos, que iban muy apretados y se movían todos juntos apuntando hacia arriba con las varitas. Harry entornó los ojos para distinguirlos mejor. Parecía que no tuvieran rostro, pero luego comprendió que iban tapados con capuchas y máscaras. Por encima de ellos, en lo alto, flotando en medio del aire, había cuatro figuras que se debatían y contorsionaban adoptando formas grotescas. Era como si los magos enmascarados que iban por el campo fueran titiriteros y los que flotaban en el aire fueran sus marionetas, manejadas mediante hilos invisibles que surgían de las varitas. Dos de las figuras eran muy pequeñas.

     Al grupo se iban juntando otros magos, que reían y apuntaban también con sus varitas a las figuras del aire. La marcha de la multitud arrollaba las tiendas de campaña. En una o dos ocasiones, Harry vio a alguno de los que marchaban destruir con un rayo originado en su varita alguna tienda que le estorbaba el paso. Varias se prendieron. El griterío iba en aumento. Las personas que flotaban en el aire resultaron repentinamente iluminadas al pasar por encima de una tienda de campaña que estaba en llamas, y Harry reconoció a una de ellas: era el señor Roberts, el gerente del cámping. Los otros tres bien podían ser su mujer y sus hijos. Con la varita, uno de los de la multitud hizo girar a la señora Roberts hasta que quedó cabeza abajo: su camisón cayó entonces para revelar unas grandes bragas. Ella hizo lo que pudo para taparse mientras la multitud, abajo, chillaba y abucheaba alegremente.

—Dan ganas de vomitar —susurró Ron, observando al más pequeño de los niños muggles, que había empezado a dar vueltas como una peonza, a veinte metros de altura, con la cabeza caída y balanceándose de lado a lado como si estuviera muerto—. Dan verdaderas ganas de vomitar...

     Hermione y Ginny llegaron a toda prisa, poniéndose la bata sobre el camisón, con el señor Weasley y Adelyn (quien llevaba la ropa que había usado para el partido) detrás. Al mismo tiempo salieron de la tienda de los chicos Bill, Charlie y Percy, completamente vestidos, arremangados y con las varitas en la mano.

—Vamos a ayudar al Ministerio —gritó el señor Weasley por encima de todo aquel ruido, arremangándose él también—. Ustedes vayan al bosque, y no se separen. ¡Cuando hayamos solucionado esto iré a buscarlos!

     Bill, Charlie y Percy se precipitaron al encuentro de la multitud. El señor Weasley corrió tras ellos. Desde todos los puntos, los magos del Ministerio se dirigían a la fuente del problema. La multitud que había bajo la familia Roberts se acercaba cada vez más.

—Vamos —dijo Fred, cogiendo a Ginny de la mano y tirando de ella hacia el bosque.

     Harry, Adelyn, Ron, Hermione y George los siguieron. Al llegar a los primeros árboles volvieron la vista atrás. La multitud seguía creciendo. Distinguieron a los magos del Ministerio, que intentaban introducirse por entre el numeroso grupo para llegar hasta los encapuchados que iban en el centro: les estaba costando trabajo. Debían de tener miedo de lanzar algún embrujo que tuviera como consecuencia la caída al suelo de la familia Roberts. Las farolas de colores que habían iluminado el camino al estadio estaban apagadas. Oscuras siluetas daban tumbos entre los árboles, y se oía el llanto de niños; a su alrededor, en el frío aire de la noche, resonaban gritos de ansiedad y voces aterrorizadas. Harry avanzaba con dificultad, empujado de un lado y de otro por personas cuyos rostros no podía distinguir y sujetando firmemente la mano de Adelyn para no separarse de ella. De pronto oyó a Ron gritar de dolor.

—¿Qué ha sucedido? —preguntó Hermione nerviosa, deteniéndose tan de repente que Harry chocó con ella, y Adelyn contra él—. ¿Dónde estás, Ron? Qué idiotez... ¡Lumos!

     La varita se encendió, y su haz de luz se proyectó en el camino. Ron estaba echado en el suelo.

—He tropezado con la raíz de un árbol —dijo de malhumor, volviendo a ponerse en pie.

—Bueno, con pies de ese tamaño, lo difícil sería no tropezar —dijo detrás de ellos una voz que arrastraba las palabras.

     Harry, Adelyn, Ron y Hermione se volvieron con brusquedad. Draco Malfoy estaba solo, cerca de ellos, apoyado tranquilamente en un árbol. Tenía los brazos cruzados y parecía que había estado contemplando todo lo sucedido desde un hueco entre los árboles.

     Ron mandó a Malfoy a hacer algo que, como bien sabía Harry, nunca habría dicho delante de su madre.

—Cuida esa lengua, Weasley —le respondió Malfoy, con un brillo en los ojos—. ¿No sería mejor que echaran a correr? No les gustaría que la vieran, supongo...

     Señaló a Hermione con un gesto de la cabeza, al mismo tiempo que desde el cámping llegaba un sonido como de una bomba y un destello de luz verde iluminaba por un momento los árboles que había a su alrededor.

—¿Qué quieres decir? —le preguntó Hermione desafiante.

—Que van detrás de los muggles, Granger —explicó Malfoy—. ¿Quieres ir por el aire enseñando las bragas? No tienes más que darte una vuelta... Vienen hacia aquí, y les divertiría muchísimo.

—¡Hermione es bruja! —exclamó Harry.

—Sigue tu camino, Potter —dijo Malfoy sonriendo maliciosamente—. Pero si crees que no pueden distinguir a un sangre sucia, quédate aquí.

—¡Te voy a lavar la boca! —gritó Ron.

     Todos los presentes sabían que sangre sucia era una denominación muy ofensiva para referirse a un mago o bruja que tenía padres muggles.

—No importa, Ron —dijo Hermione rápidamente, agarrándolo del brazo para impedirle que se acercara a Malfoy.

     Desde el otro lado de los árboles llegó otra explosión, más fuerte que cualquiera de las anteriores. Cerca de ellos gritaron algunas personas. Malfoy soltó una risita.

—Qué fácil es asustarlos, ¿verdad? —dijo con calma—. Supongo que papá les dijo que se escondieran. ¿Qué pretende? ¿Rescatar a los muggles?

—¿Dónde están tus padres? —preguntó Harry, a quien le hervía la sangre—. Tendrán una máscara puesta, ¿no?

     Malfoy se volvió hacia Harry, sin dejar de sonreír.

—Bueno, si así fuera, me temo que no te lo diría, Potter.

—Venga, vámonos —los apremió Hermione, arrojándole a Malfoy una mirada de asco—. Tenemos que buscar a los otros.

—Mantén agachada tu cabezota, Granger —dijo Malfoy con desprecio—. Tú también, Rose. De seguro van tras los traidores después —Adelyn rodó los ojos.

—No tengo ganas de escuchar tus comentarios mezquinos, Draco —alzó la varita en su dirección—. Everte statum.

     Cuando el conjuro golpeó a Malfoy, él cayó al suelo, soltando un quejido.

—Vámonos —musitó Adelyn, y arrastró a Harry de nuevo al camino, seguidos de Ron y Hermione.

—¡Les apuesto lo que quieran a que su padre es uno de los enmascarados! —exclamó Ron, furioso.

—¡Bueno, con un poco de suerte, el Ministerio lo atrapará! —repuso Hermione enfáticamente—. ¿Dónde están los otros?

     Fred, George y Ginny habían desaparecido, aunque el camino estaba abarrotado de gente que huía sin dejar de echar nerviosas miradas por encima del hombro hacia el campamento.

     Un grupo de adolescentes en pijama discutía a voces, un poco apartados del camino. Al ver a Harry, Adelyn, Ron y Hermione, una muchacha de pelo espeso y rizado se volvió y les preguntó rápidamente:
—Où est Madame Maxime? Nous l'avons perdue...

—Eh... ¿qué? —preguntó Ron.

—Nous ne l'avons pas vu, désolé —musitó Adelyn.

—¡Oh...!

     La muchacha que acababa de hablar les dio la espalda, y, cuando reemprendieron la marcha, la oyeron decir claramente:
—«Ogwarts.»

—Beauxbatons —murmuró Hermione.

—¿Cómo? —dijo Harry.

—Que deben de ser de Beauxbatons —susurró Hermione—. Ya saben: la Academia de Magia Beauxbatons... He leído algunas cosas sobre ella en Evaluación de la educación mágica en Europa.

—Ah... Ya... —respondió Harry—. Adelyn, ¿desde cuándo hablas francés?

—Desde siempre —respondió—. Mi abuelo era francés —los tres la miraron—. No ese abuelo. Mi abuelo materno.

—Fred y George no pueden haber ido muy lejos —dijo Ron, que sacó la varita mágica, la encendió como la de Hermione y entrecerró los ojos para ver mejor a lo largo del camino. Adelyn lo imitó.

     Harry buscó la suya en los bolsillos de la chaqueta, pero no la encontró. Lo único que había en ellos eran los omniculares.

—No, no lo puedo creer... ¡He perdido la varita!

—¿Bromeas?

     Adelyn, Ron y Hermione levantaron las suyas lo suficiente para iluminar el terreno a cierta distancia. Harry miró a su alrededor, pero no había ni rastro de la varita.

—A lo mejor te la has dejado en la tienda —dijo Ron.

—O tal vez se te ha caído del bolsillo mientras corríamos —sugirió Hermione, nerviosa.

—Sí —respondió Harry—, tal vez...

     No solía separarse de su varita cuando estaba en el mundo mágico, y hallarse sin ella en aquella situación lo hacía sentirse muy vulnerable. Adelyn sostuvo su mano con más fuerza, preparada para protegerlo si era necesario.

     Un crujido los asustó a los tres. Winky, la elfina doméstica, intentaba abrirse paso entre unos matorrales. Se movía de manera muy rara, con mucha dificultad, como si una mano invisible la sujetara por la espalda.

—¡Hay magos malos por ahí! —chilló como loca, mientras se inclinaba hacia delante y trataba de seguir corriendo—. ¡Gente en lo alto! ¡En lo alto del aire! ¡Winky prefiere desaparecer de la vista!

     Y se metió entre los árboles del otro lado del camino, jadeando y chillando como si tratara de vencer la fuerza que la empujaba hacia atrás.

—Pero ¿qué le pasa? —preguntó Ron, mirando con curiosidad a Winky mientras ella escapaba—. ¿Por qué no puede correr con normalidad?

—Me imagino que no le dieron permiso para esconderse —explicó Harry.

     Se acordó de Dobby: cada vez que intentaba hacer algo que a los Malfoy no les hubiera gustado, se veía obligado a golpearse.

—¿Saben? ¡Los elfos domésticos llevan una vida muy dura! —dijo, indignada, Hermione—. ¡Es esclavitud, eso es lo que es! Ese señor Crouch la hizo subir a lo alto del estadio, aunque a ella la aterrorizara, ¡y la ha embrujado para que ni siquiera pueda correr cuando aquéllos están arrasando las tiendas de campaña! ¿Por qué nadie hace nada al respecto?

—Bueno, los elfos son felices así, ¿no? —observó Ron—. Ya oíste a Winky antes del partido: «La diversión no es para los elfos domésticos...» Eso es lo que le gusta, que la manden.

—Es gente como tú, Ron —replicó Hermione, acalorada—, la que mantiene estos sistemas injustos y podridos, simplemente porque son demasiado perezosos para...

     Oyeron otra fuerte explosión proveniente del otro lado del bosque.

—¿Qué tal si seguimos? —propuso Ron.

     Harry y Adelyn lo vieron dirigir una mirada inquieta a Hermione. Tal vez fuera cierto lo que Malfoy les había dicho. Tal vez Hermione corría más peligro que ellos. Reemprendieron la marcha. Harry seguía revolviendo en los bolsillos, aunque sabía que la varita no estaba allí. Siguieron el oscuro camino internándose en el bosque más y más, todavía tratando de encontrar a Fred, George y Ginny. Pasaron junto a unos duendes que se reían a carcajadas, reunidos alrededor de una bolsa de monedas de oro que sin duda habían ganado apostando en el partido, y que no parecían dar ninguna importancia a lo que ocurría en el cámping. Poco después llegaron a una zona iluminada por una luz plateada, y al mirar por entre los árboles vieron a tres veelas altas y hermosas de pie en un claro del bosque, rodeadas por un grupo de jóvenes magos que hablaban a voces.

—Yo gano cien bolsas de galeones al año —gritaba uno de ellos—. Me dedico a matar dragones a cuenta de la Comisión para las Criaturas Peligrosas.

—Insensible —se quejó Adelyn. Los dragones eran de sus criaturas favoritas.

—De eso nada —le gritó su amigo—: tú te dedicas a lavar platos en el Caldero Chorreante. Pero yo soy cazador de vampiros. Hasta ahora he matado a unos noventa...

     Un tercer joven, cuyos granos eran visibles incluso a la tenue luz plateada que emitían las veelas, lo cortó:
—Yo estoy a punto de convertirme en el ministro de Magia más joven de todos los tiempos.

     A Harry le hizo mucha gracia porque reconoció al de los granos. Se llamaba Stan Shunpike, y en realidad era cobrador en un autobús de tres pisos llamado autobús noctámbulo.

     Se volvió para decírselo a Ron, pero vio que éste había adoptado una extraña expresión relajada, y un segundo después su amigo decía en voz muy alta:
—¿Les he contado que he inventado una escoba para ir a Júpiter?

—¡Por Merlín, Ronald! —se quejó Adelyn.

—¡Lo que hay que oír! —exclamó Hermione con un resoplido, y entre ella y Harry agarraron firmemente a Ron de los brazos, le dieron media vuelta y siguieron caminando. Para cuando las voces de las veelas y sus tres admiradores se habían apagado, se encontraban en lo más profundo del bosque. Estaban solos, y todo parecía mucho más silencioso. Adelyn miró a su alrededor.

—Creo que podríamos aguardar aquí. Podemos oír a cualquiera a un kilómetro de distancia.

     Apenas había acabado de decirlo cuando Ludo Bagman salió de detrás de un árbol, justo delante de ellos.

     Incluso a la débil luz de las dos varitas, Adelyn pudo apreciar que Bagman estaba muy cambiado. Había perdido su aspecto alegre, su rostro ya no tenía aquel color sonrosado y parecía como si le hubieran quitado los muelles de los pies. Se lo veía pálido y tenso.

—¿Quién está ahí? —dijo pestañeando y tratando de distinguir sus rostros—. ¿Qué hacen aquí solos?

     Se miraron unos a otros, sorprendidos.

—Bueno, en el campamento hay una especie de disturbio —explicó Ron. Bagman lo miró.

—¿Qué?

—El cámping. Unos cuantos han atrapado a una familia de muggles...

     Bagman lanzó un juramento.

—¡Maldición! —dijo, muy preocupado, y sin otra palabra desapareció haciendo «¡plin!».

—No se puede decir que el señor Bagman esté a la última, ¿verdad? —observó Hermione frunciendo el entrecejo.

—Pero fue un gran golpeador —puntualizó Ron, que salió del camino para dirigirse a un pequeño claro; se sentó en la hierba seca, al pie de un árbol—. Las Avispas de Wimbourne ganaron la liga tres veces consecutivas estando él en el equipo.

     Se sacó del bolsillo la pequeña figura de Krum, lo posó en el suelo y lo observó caminar durante un rato. Como el auténtico Krum, la miniatura resultaba un poco patosa y encorvada, mucho menos impresionante sobre sus pies que montado en una escoba. Harry y Adelyn permanecían atentos a cualquier ruido que llegara del cámping.

     Todo parecía tranquilo: tal vez el jaleo hubiera acabado.

—Espero que los otros estén bien —dijo Hermione después de un rato.

—Estarán bien —afirmó Ron.

—¿Te imaginas que tu padre atrapa a Lucius Malfoy? —dijo Harry, sentándose al lado de Ron y contemplando la desgarbada miniatura de Krum sobre las hojas caídas en el suelo—. Siempre ha dicho que le gustaría pillarlo.

—Eso borraría la sonrisa de satisfacción de la cara de Draco —comentó Ron.

—Pero esos pobres muggles... —dijo Hermione con nerviosismo—. ¿Y si no pueden bajarlos?

—Podrán —le aseguró Ron—. Hallarán la manera.

—Es una idiotez hacer algo así cuando todo el Ministerio de Magia está por allí —declaró Hermione—. Lo que quiero decir es que ¿cómo esperan salirse con la suya? ¿Creen que habrán bebido, o simplemente...?

     Pero de repente dejó de hablar y miró por encima del hombro. Harry, Adelyn y Ron se apresuraron a mirar también. Parecía que alguien se acercaba hacia ellos dando tumbos. Esperaron, escuchando el sonido de los pasos descompasados tras los árboles. Pero los pasos se detuvieron de repente.

—¿Quién es? —llamó Harry.

     Sólo se oyó el silencio. Harry se puso en pie y miró hacia el árbol. Estaba demasiado oscuro para ver muy lejos, pero tenía la sensación de que había alguien justo un poco más allá de donde llegaba su visión.

—¿Quién está ahí? —preguntó.

     Y entonces, sin previo aviso, una voz diferente de cualquier otra que hubieran escuchado en el bosque desgarró el silencio. Y no lanzó un grito de terror, sino algo que parecía más bien un conjuro:
—¡MORSMORDRE!

     Algo grande, verde y brillante salió de la oscuridad que los ojos de Harry habían intentado penetrar en vano, y se levantó hacia el cielo por encima de las copas de los árboles.

—¿Qué...? —exclamó Ron, poniéndose en pie de un salto y mirando hacia arriba.

     Durante una fracción de segundo, Harry creyó que aquello era otra formación de leprechauns. Luego comprendió que se trataba de una calavera de tamaño colosal, compuesta de lo que parecían estrellas de color esmeralda y con una lengua en forma de serpiente que le salía de la boca. Mientras miraban, la imagen se alzaba más y más, resplandeciendo en una bruma de humo verdoso, estampada en el cielo negro como si se tratara de una nueva constelación.

     De pronto, el bosque se llenó de gritos. Harry no comprendía por qué, pero la única causa posible era la repentina aparición de la calavera, que ya se había elevado lo suficiente para iluminar el bosque entero como un horrendo anuncio de neón. Buscó en la oscuridad a la persona que había hecho aparecer la calavera, pero no vio a nadie.

—¿Quién está ahí? —gritó de nuevo.

—¡Harry, vamos, muévete! —Adelyn lo había agarrado de la mano nuevamente, y tiraba de él.

—¿Qué pasa? —preguntó Harry, sobresaltándose al ver la cara de ella tan pálida. Hermione lucía aterrorizada.

—¡Es la Marca Tenebrosa, Harry! —gimió Hermione—. ¡El signo de Quien-tú-sabes!

—¿El de Voldemort?

—¡Vamos, Harry!

     Harry se volvió, mientras Ron recogía a toda prisa su miniatura de Krum, y los tres se dispusieron a cruzar el claro. Pero tan sólo habían dado unos pocos pasos, cuando una serie de ruiditos anunció la repentina aparición, de la nada, de una veintena de magos que los rodearon.

     Harry paseó la mirada por los magos y tardó menos de un segundo en darse cuenta de que todos habían sacado la varita mágica y que las veinte varitas los apuntaban. Sin pensarlo más, gritó:
—¡AL SUELO! —y, agarrando a su novia, la arrastró sobre la hierba.

—¡Desmaius! —gritaron las veinte voces.

     Hubo una serie de destellos cegadores, y Harry sintió que el pelo se le agitaba como si un viento formidable acabara de barrer el claro. Al levantar la cabeza un centímetro, vio unos chorros de luz roja que salían de las varitas de los magos, pasaban por encima de ellos, cruzándose, rebotaban en los troncos de los árboles y se perdían luego en la oscuridad.

—¡Alto! —gritó una voz familiar—. ¡ALTO! ¡Es mi hijo!

     El pelo de Harry volvió a asentarse. Levantó un poco más la cabeza. El mago que tenía delante acababa de bajar la varita. Al darse la vuelta vio al señor Weasley, que avanzaba hacia ellos a zancadas, aterrorizado.

—Ron... Harry... Adelyn... —Su voz sonaba temblorosa—. Hermione... ¿Están bien?

—Apártate, Arthur —dijo una voz fría y cortante.

     Era el señor Crouch. Él y los otros magos del Ministerio estaban acercándose. Harry se puso en pie de cara a ellos. Crouch tenía el rostro crispado de rabia.

—¿Quién de ustedes lo ha hecho? —dijo bruscamente, fulminándolos con la mirada—. ¿Quién de ustedes ha invocado la Marca Tenebrosa?

—¡Nosotros no hemos invocado eso! —exclamó Adelyn, señalando la calavera.

—¡No hemos hecho nada! —añadió Ron, frotándose el codo y mirando a su padre con expresión indignada—. ¿Por qué nos atacan?

—¡No mienta, señorita Carter! —gritó el señor Crouch. Seguía apuntando a Ron con la varita, y los ojos casi se le salían de las órbitas: parecía enloquecido—. ¡La hemos descubierto en el lugar del crimen!

—Barty... —susurró una bruja vestida con una bata larga de lana—. Son niños, Barty. Nunca podrían haberlo hecho...

—Díganme, ¿de dónde ha salido la Marca Tenebrosa? —preguntó apresuradamente el señor Weasley.

—De allí —respondió Adelyn, señalando el lugar del que había partido la voz—. Estaban detrás de los árboles. Gritaron unas palabras... un conjuro.

—¿Conque estaban allí? —dijo el señor Crouch, volviendo sus desorbitados ojos hacia Hermione, con la desconfianza impresa en cada rasgó del rostro—. ¿Conque pronunciaron un conjuro? Usted parece muy bien informada de la manera en que se invoca la Marca Tenebrosa, señorita.

—¡No he sido yo! —se quejó—. ¡No me acuse basándose en los comportamientos de mi abuelo!

     Aparte del señor Crouch, ningún otro mago del Ministerio parecía creer ni remotamente que Harry, Adelyn, Ron y Hermione pudieran haber invocado la calavera. Por el contrario, después de oír a Adelyn habían vuelto a alzar las varitas y apuntaban a la dirección a la que ella había señalado, tratando de ver algo entre los árboles.

—Demasiado tarde —dijo sacudiendo la cabeza la bruja vestida con la bata larga de lana—. Se han desaparecido.

—No lo creo —declaró un mago de barba escasa de color castaño. Era Amos Diggory, el padre de Cedric—. Nuestros rayos aturdidores penetraron en aquella dirección, así que hay muchas posibilidades de que los hayamos atrapado...

—¡Ten cuidado, Amos! —le advirtieron algunos de los magos cuando el señor Diggory alzó la varita, fue hacia el borde del claro y desapareció en la oscuridad.

     Hermione se llevó las manos a la boca cuando lo vio desaparecer. Al cabo de unos segundos lo oyeron gritar:
—¡Sí! ¡Los hemos capturado! ¡Aquí hay alguien! ¡Está inconsciente! Es... Pero... ¡caray!

—¿Has atrapado a alguien? —le gritó el señor Crouch, con tono de incredulidad—. ¿A quién? ¿Quién es?

     Oyeron chasquear ramas, crujir hojas y luego unos pasos sonoros hasta que el señor Diggory salió de entre los árboles. Llevaba en los brazos a un ser pequeño, desmayado. Harry reconoció enseguida el paño de cocina. Era Winky.

     El señor Crouch no se movió ni dijo nada mientras el señor Diggory depositaba a la elfina en el suelo, a sus pies. Los otros magos del Ministerio miraban al señor Crouch, que se quedó paralizado durante unos segundos, muy pálido, con los ojos fijos en Winky. Luego pareció despertar.

—Esto... es... imposible —balbuceó—. No...

     Rodeó al señor Diggory y se dirigió a zancadas al lugar en que éste había encontrado a Winky.

—¡Es inútil, señor Crouch! —dijo el señor Diggory—. No hay nadie más.

     Pero el señor Crouch no parecía dispuesto a creerle. Lo oyeron moverse por allí, rebuscando entre los arbustos.

—Es un poco embarazoso —declaró con gravedad el señor Diggory, bajando la vista hacia la inconsciente Winky—. La elfina doméstica de Barty Crouch... Lo que quiero decir...

—Déjalo, Amos —le dijo el señor Weasley en voz baja—. ¡No creerás de verdad que fue la elfina! La Marca Tenebrosa es una señal de mago. Se necesita una varita.

—Sí —admitió el señor Diggory—. Y ella tenía una varita.

—¿Qué? —exclamó el señor Weasley.

—Aquí, mira. —El señor Diggory cogió una varita y se la mostró—. La tenía en la mano. De forma que, para empezar, se ha quebrantado la cláusula tercera del Código de Usó de la Varita Mágica: «El uso de la varita mágica no está permitido a ninguna criatura no humana.»

     Entonces oyeron otro «¡plin!», y Ludo Bagman se apareció justo al lado del padre de Ron. Parecía despistado y sin aliento. Giró sobre si mismo, observando con los ojos desorbitados la calavera verde.

—¡La Marca Tenebrosa! —dijo, jadeando, y casi pisa a Winky al volverse hacia sus colegas con expresión interrogante—. ¿Quién ha sido? ¿Los han atrapado? ¡Barty! ¿Qué sucede?

     El señor Crouch había vuelto con las manos vacías. Su cara seguía estando espectralmente pálida, y se le había erizado el bigote de cepillo.

—¿Dónde has estado, Barty? —le preguntó Bagman—. ¿Por qué no estuviste en el partido? Tu elfina te estaba guardando una butaca... ¡Gárgolas tragonas! —Bagman acababa de ver a Winky, tendida a sus pies—. ¿Qué le ha pasado?

—He estado ocupado, Ludo —respondió el señor Crouch, hablando aún como a trompicones y sin apenas mover los labios—. Hemos dejado sin sentido a mi elfina.

—¿Sin sentido? ¿Ustedes? ¿Qué quieres decir? Pero ¿por qué...?

     De repente, Bagman comprendió lo que sucedía. Levantó la vista hacia la calavera, luego la bajó hacia Winky y terminó dirigiéndola al señor Crouch.

—¡No! —dijo—. ¿Winky? ¿Winky invocando la Marca Tenebrosa? ¡Ni siquiera sabría cómo hacerlo! ¡Para empezar, necesitaría una varita mágica!

—Y tenía una —explicó el señor Diggory—. La encontré con una varita en la mano, Ludo. Si le parece bien, señor Crouch, creó que deberíamos oír lo que ella tenga que decir.

     Crouch no dio muestra de haber oído al señor Diggory, pero éste interpretó su silencio como conformidad. Levantó la varita, apuntó a Winky con ella y dijo:
—¡Enervate!

     Winky se movió lánguidamente. Abrió sus grandes ojos de color castaño y parpadeó varias veces, como aturdida. Ante la mirada de los magos, que guardaban silencio, se incorporó con movimientos vacilantes y se quedó sentada en el suelo.

     Vio los pies de Diggory y poco a poco, temblando, fue levantando los ojos hasta llegar a su cara, y luego, más despacio todavía, siguió elevándolos hasta el cielo. Adelyn vio la calavera reflejada dos veces en sus enormes ojos vidriosos. Winky ahogó un grito, miró asustada a la multitud de gente que la rodeaba y estalló en sollozos de terror.

—¡Elfina! —dijo severamente el señor Diggory—. ¿Sabes quién soy? ¡Soy miembro del Departamento de Regulación y Control de las Criaturas Mágicas!

     Winky se balanceó de atrás adelante sobre la hierba, respirando entrecortadamente. Harry no pudo menos que acordarse de Dobby en sus momentos de aterrorizada desobediencia.

—Como ves, elfina, la Marca Tenebrosa ha sido conjurada en este lugar hace tan sólo un instante —explicó el señor Diggory—. ¡Y a ti te hemos descubierto un poco después, justo debajo! ¡Si eres tan amable de darnos una explicación...!

—¡Yo... yo... yo no lo he hecho, señor! —repuso Winky jadeando—. ¡Ni siquiera hubiera sabido cómo hacerlo, señor!

—¡Te hemos encontrado con una varita en la mano! —gritó el señor Diggory, blandiéndola ante ella.

     Cuando la luz verde que iluminaba el claro del bosque procedente de la calavera dio de lleno en la varita, Harry la reconoció.

—¡Eh... es la mía! —exclamo.

     Todo el mundo lo miró.

—¿Cómo has dicho? —preguntó el señor Diggory, sin dar crédito a sus oídos.

—¡Que es mi varita! —dijo Harry—. ¡Se me cayó!

—¿Que se te cayó? —repitió el señor Diggory, extrañado—. ¿Es eso una confesión? ¿La tiraste después de haber invocado la Marca?

—¡OYE! —intervino Adelyn, muy enojada, en defensa de su novio—. ¿En qué mundo te parece posible que Harry Potter invocara la Marca Tenebrosa? ¡Su marca! —Harry tomó su mano y le susurró que estaba bien, para calmarla.

—Eh... cierto —farfulló el señor Diggory—. Lo siento... Me he dejado llevar.

—De todas formas, no fue ahí donde se me cayó —añadió Harry, señalando con el pulgar hacia los árboles que había justo debajo de la calavera—. La eché en falta nada más internarnos en el bosque.

—Así que —dijo el señor Diggory, mirando con severidad a Winky, que se había encogido de miedo— la encontraste tú, ¿eh, elfina? Y la cogiste y quisiste divertirte un rato con ella, ¿eh?

—¡Yo no he hecho magia con ella, señor! —chilló Winky, mientras las lágrimas le resbalaban por ambos lados de su nariz, aplastada y bulbosa—. ¡Yo... yo... yo sólo la cogí, señor! ¡Yo no he conjurado la Marca Tenebrosa, señor, ni siquiera sabría cómo hacerlo!

—¡No fue ella! —intervino Hermione. Estaba muy nerviosa por tener que hablar delante de todos aquellos magos del Ministerio, pero lo hacía con determinación—. ¡Winky tiene una vocecita chillona, y la voz que oímos pronunciar el conjuro era mucho más grave! —Miró a Ron, Adelyn y Harry, en busca de apoyo—. No se parecía en nada a la de Winky, ¿a que no?

—No —confirmó Harry, negando con la cabeza—. Sin lugar a dudas, no era la de un elfo.

—No, era una voz humana —dijo Ron.

—Era una voz masculina —musitó Adelyn.

—Bueno, pronto lo veremos —gruñó el señor Diggory, sin darles mucho crédito—. Hay una manera muy sencilla de averiguar cuál ha sido el último conjuro efectuado con una varita mágica. ¿Sabías eso, elfina?

     Winky temblaba y negaba frenéticamente con la cabeza, batiendo las orejas, mientras el señor Diggory volvía a levantar su varita y juntaba la punta con el extremo de la varita de Harry.

—¡Prior Incantato! —dijo con voz potente el señor Diggory.

     Harry oyó que Hermione ahogaba un grito, horrorizada, cuando una calavera con lengua en forma de serpiente surgió del punto en que las dos varitas hacían contacto. Era, sin embargo, un simple reflejo de la calavera verde que se alzaba sobre ellos, y parecía hecha de un humo gris espeso: el fantasma de un conjuro.

—¡Deletrius! —gritó el señor Diggory, y la calavera se desvaneció en una voluta de humo—. ¡Bien! —exclamó con una expresión incontenible de triunfo, bajando la vista hacia Winky, que seguía agitándose convulsivamente.

—¡Yo no lo he hecho! —chilló la elfina, moviendo los ojos aterrorizada—. ¡No he sido, no he sido, yo ni siquiera sabría cómo hacerlo! ¡Soy una elfina buena, no uso varita, no sé cómo se hace!

—¡Te hemos atrapado con las manos en la masa, elfina! —gritó el señor Diggory—. ¡Te hemos cogido con la varita que ha obrado el conjuro!

—Amos —dijo en voz alta el señor Weasley—, piensa en lo que dices. Son poquísimos los magos que saben llevar a cabo ese conjuro... ¿Quién se lo podría haber enseñado?

—Quizá Amos quiere sugerir que yo tengo por costumbre enseñar a mis sirvientes a invocar la Marca Tenebrosa. —El señor Crouch había hablado impregnando cada sílaba de una cólera fría.

     Se hizo un silencio muy tenso. Amos Diggory se asustó.

—No... no... señor Crouch, en absoluto...

—Te ha faltado muy poco para acusar a las tres personas de entre los presentes que son menos sospechosas de invocar la Marca Tenebrosa: a Harry Potter, a Adelyn Carter... ¡y a mí mismo! Supongo que conoces las historias de los niños, Amos.

—Técnicamente, él fue el que me acusó, no el señor Diggory —murmuró Adelyn. Harry, quien había sido el único que había captado aquel murmullo, volteó a verla, divertido. Adelyn le sonrió levemente, con inocencia.

—Por supuesto... Todo el mundo las conoce... —musitó el señor Diggory, desconcertado.

—¡Y yo espero que recuerdes las muchas pruebas que he dado, a lo largo de mi prolongada trayectoria profesional, de que desprecio y detesto las Artes Oscuras y a cuantos las practican! —gritó el señor Crouch, con los ojos de nuevo desorbitados.

—Señor Crouch, yo... ¡yo nunca sugeriría que usted tuviera la más remota relación con este incidente! —farfulló Amos Diggory. Su rala barba de color castaño conseguía en parte disimular su sonrojo.

—¡Si acusas a mi elfina me acusas a mí, Diggory! —vociferó el señor Crouch—. ¿Dónde podría haber aprendido la invocación?

—Po... podría haberla aprendido... en cualquier sitio...

—Eso es, Amos... —repuso el señor Weasley—. En cualquier sitio. Winky —añadió en tono amable, dirigiéndose a la elfina, pero ella se estremeció como si él también le estuviera gritando—, ¿dónde exactamente encontraste la varita mágica?

     Winky retorcía el dobladillo del paño de cocina tan violentamente que se le deshilachaba entre los dedos.

—Yo... yo la he encontrado... la he encontrado ahí, señor... —susurró—. Ahí... entre los árboles, señor.

—¿Te das cuenta, Amos? —dijo el señor Weasley—. Quienesquiera que invocaran la Marca podrían haberse desaparecido justo después de haberlo hecho, dejando tras ellos la varita de Harry. Una buena idea, no usar su propia varita, que luego podría delatarlos. Y Winky tuvo la desgracia de encontrársela un poco después y de haberla cogido.

—¡Pero entonces ella tuvo que estar muy cerca del verdadero culpable! —exclamó el señor Diggory, impaciente—. ¿Viste a alguien, elfina?

     Winky comenzó a temblar más que antes. Sus enormes ojos pasaron vacilantes del señor Diggory a Ludo Bagman, y luego al señor Crouch. Tragó saliva y dijo:
—No he visto a nadie, señor... A nadie.

—Amos —dijo secamente el señor Crouch—, soy plenamente consciente de que lo normal, en este caso, sería que te llevaras a Winky a tu departamento para interrogarla. Sin embargo, te ruego que dejes que sea yo quien trate con ella.

     El señor Diggory no pareció tomar en consideración aquella sugerencia, pero para Harry y Adelyn era evidente que el señor Crouch era un miembro del Ministerio demasiado importante para decirle que no.

—Puedes estar seguro de que será castigada —agregó el señor Crouch fríamente.

—A... a... amo... —tartamudeó Winky, mirando al señor Crouch con los ojos bañados en lágrimas—. A... a... amo, se lo ruego...

     El señor Crouch bajó la mirada, con el rostro tan tenso que todas sus arrugas se le marcaban profundamente. No había ni un asomo de piedad en su mirada.

—Winky se ha portado esta noche de una manera que yo nunca hubiera creído posible —dijo despacio—. Le mandé que permaneciera en la tienda. Le mandé permanecer allí mientras yo solucionaba el problema. Y me ha desobedecido. Esto merece la prenda.

     Harry sintió a su novia tensarse a su lado.

—¡No! —gritó Winky, postrándose a los pies del señor Crouch—. ¡No, amo! ¡La prenda no, la prenda no!

     Harry sabía que la única manera de liberar a un elfo doméstico era que su amo le regalara una prenda de su propiedad. Daba pena ver la manera en que Winky se aferraba a su paño de cocina sollozando a los pies de su amo.

—¡Pero estaba aterrorizada! —saltó Hermione indignada, mirando al señor Crouch—. ¡Su elfina siente terror a las alturas, y los magos enmascarados estaban haciendo levitar a la gente! ¡Usted no le puede reprochar que huyera!

     El señor Crouch dio un paso atrás para librarse del contacto de su elfina, a la que miraba como si fuera algo sucio y podrido que le podía echar a perder los lustrosos zapatos.

—Una elfina que me desobedece no me sirve para nada —declaró con frialdad, mirando a Hermione—. No me sirve para nada un sirviente que olvida lo que le debe a su amo y a la reputación de su amo.

—¡ESO NO ES JUSTO! —se quejó Adelyn. Todas las miradas se posaron en ella. Sus amigos conocían la afinidad de la castaña por las criaturas mágicas. Sentían una presión en el pecho al ver que las lágrimas también corrían por sus mejillas libremente—. ¡WINKY NO TIENE LA CULPA DE QUE USTED SEA UN MAL AMO!

     Crouch hizo el amago de lanzarse hacia la castaña. Inmediatamente, Harry la rodeó con sus brazos, mientras Ron y Hermione se paraban entre la pareja y Barty.

     Winky lloraba con tanta energía que sus sollozos resonaban en el claro del bosque. Se hizo un silencio muy desagradable al que puso fin el señor Weasley diciendo con suavidad:
—Bien, creo que me llevaré a los míos a la tienda, si no hay nada que objetar. Amos, esa varita ya no nos puede decir nada más. Si eres tan amable de devolvérsela a Harry...

     El señor Diggory se la devolvió a Harry, y éste se la guardó en el bolsillo, sin molestarse en siquiera soltar a su novia, quien no dejaba de llorar.

—Vamos, ustedes cuatro —les dijo en voz baja el señor Weasley. Pero Hermione y Adelyn no querían moverse. No apartaban la vista de la elfina, que seguía sollozando—. ¡Hermione! ¡Adelyn! —la apremió el señor Weasley. Ella se volvió y siguió a Ron, que dejaba el claro para internarse entre los árboles. Harry dejó un beso en la sien de su novia y dándole una última mirada a la elfina y al señor Crouch, la sacó de allí.

—¿Qué le va a pasar a Winky? —preguntó Hermione, en cuanto salieron del claro.

—No lo sé —respondió el padre de Ron.

—¡Qué manera de tratarla! —dijo Hermione furiosa—. El señor Diggory, sin dejar de llamarla «elfina»... ¡y el señor Crouch! ¡Sabe que no lo hizo y aun así la va a despedir! Le da igual que estuviera aterrorizada, o alterada... ¡Es como si no fuera humana!

—Es que no lo es —repuso Ron. Adelyn se le enfrentó antes de que Hermione lo hiciera.

—Eso no quiere decir que no tenga sentimientos, Ron. Muchas criaturas mágicas son más humanas de lo que nosotros jamás podremos ser. Da asco la manera...

—Estoy de acuerdo con ustedes, chicas —se apresuró a decir el señor Weasley, haciéndoles señas de que siguieran adelante—, pero no es el momento de discutir los derechos de los elfos. Me gustaría que estuviéramos de vuelta en la tienda lo antes posible. ¿Qué ocurrió con los otros?

—Los perdimos en la oscuridad —explicó Ron—. Papá, ¿por qué le preocupaba tanto a todo el mundo aquella cosa en forma de calavera?

—Se los explicaré en la tienda —contestó el señor Weasley con cierto nerviosismo.

     Pero cuando llegaron al final del bosque no los dejaron pasar: una multitud de magos y brujas atemorizados se había congregado allí, y al ver aproximarse al señor Weasley muchos de ellos se adelantaron.

—¿Qué ha sucedido?

—¿Quién la ha invocado, Arthur?

—¡No será... él!

—Por supuesto que no es él —contestó el señor Weasley sin demostrar mucha paciencia—. No sabemos quién ha sido, porque se desaparecieron. Ahora, por favor, perdónenme. Quiero ir a dormir.

     Atravesó la multitud seguido de Harry, Adelyn, Ron y Hermione, y regresó al cámping. Ya estaba todo en calma: no había ni rastro de los magos enmascarados, aunque algunas de las tiendas destruidas seguían humeando. Charlie asomaba la cabeza fuera de la tienda de los chicos.

—¿Qué pasa, papá? —le dijo en la oscuridad—. Fred, George y Ginny volvieron bien, pero los otros...

—Aquí los traigo —respondió el señor Weasley, agachándose para entrar en la tienda. Harry, Adelyn, Ron y Hermione entraron detrás.

     Bill estaba sentado a la pequeña mesa de la cocina, aplicándose una sábana al brazo, que sangraba profusamente. Charlie tenía un desgarrón muy grande en la camisa, y Percy hacía ostentación de su nariz ensangrentada. Fred, George y Ginny parecían incólumes pero asustados.

—¿Los han atrapado, papá? —preguntó Bill de inmediato—. ¿Quién invocó la Marca?

—No, no los hemos atrapado —repuso el señor Weasley—. Hemos encontrado a la elfina del señor Crouch con la varita de Harry, pero no hemos conseguido averiguar quién hizo realmente aparecer la Marca.

—¿Qué? —preguntaron a un tiempo Bill, Charlie y Percy.

—¿La varita de Harry? —dijo Fred.

—¿La elfina del señor Crouch? —inquirió Percy, atónito.

     Con ayuda de Harry, una sentimental Adelyn, Ron y Hermione, el señor Weasley les explicó todo lo sucedido en el bosque. Al finalizar el relato, Percy se mostraba indignado.

—¡Bueno, el señor Crouch tiene toda la razón en querer deshacerse de semejante elfina! —dijo—. Escapar cuando él le mandó expresamente que se quedara... Avergonzarlo ante todo el Ministerio... ¿En qué situación habría quedado él si la hubieran llevado ante el Departamento de Regulación y Control...?

—Ella no hizo nada... —lo interrumpieron Hermione y Adelyn con brusquedad—. ¡Sólo estuvo en el lugar equivocado en el momento equivocado! —se quejó Hermione.

     Percy se quedó desconcertado. Hermione siempre se había llevado muy bien con él... Mejor, de hecho, que cualquiera de los demás.

—¡Hermione, Adelyn, un mago que ocupa una posición cómo la del señor Crouch no puede permitirse tener una elfina doméstica que hace tonterías con una varita mágica! —declaró Percy pomposamente, recuperando el aplomo.

—¡No hizo tonterías con la varita! —gritó Adelyn. Harry inmediatamente sostuvo a su novia nuevamente, intentando tranquilizarla—. ¡Sólo la recogió del suelo!

—Bueno, ¿puede explicar alguien qué era esa cosa en forma de calavera? —pidió Ron, impaciente—. No le ha hecho daño a nadie... ¿Por qué le dan tanta importancia?

—Ya te lo dije, Ron, es el símbolo de Quien-tú-sabes —explicó Hermione, antes de que pudiera contestar ningún otro—. He leído sobre el tema en Auge y calda de las Artes Oscuras.

—Y no se la había vuelto a ver desde hacia trece años —añadió en voz baja el señor Weasley—. Es natural que la gente se aterrorizara... Ha sido casi cómo volver a ver a Quien-tú-sabes.

—Sigo sin entenderlo —dijo Ron, frunciendo el entrecejo—. Quiero decir que no deja de ser simplemente una señal en el cielo...

—Ron, Vol... Quien-tú-sabes —Adelyn se corrigió al ver el rostro de los Weasley—, y sus seguidores mostraban la Marca Tenebrosa en el cielo cada vez que cometían un asesinato.

—El terror que inspiraba... —musitó el señor Weasley—. No puedes ni imaginártelo: eres demasiado joven. Imagínate que vuelves a casa y ves la Marca Tenebrosa flotando justo encima, y comprendes lo que estás a punto de encontrar dentro... —El señor Weasley se estremeció—. Era lo que más temía todo el mundo... lo peor...

     Se hizo el silencio. Luego Bill, quitándose la sábana del brazo para comprobar el estado de su herida, dijo:
—Bueno, quienquiera que la hiciera aparecer esta noche, a nosotros nos fastidió, porque los mortífagos echaron a correr en cuanto la vieron. Todos se desaparecieron antes de que nosotros hubiéramos llegado lo bastante cerca para desenmascarar a ninguno de ellos. Afortunadamente, pudimos coger a la familia Roberts antes de que dieran contra el suelo. En estos momentos les están modificando la memoria.

—¿Mortífagos? —repitió Harry—. ¿Qué son los mortífagos?

—Es como se llaman a sí mismos los partidarios de Quien-tú-sabes —explicó Bill—. Creo que esta noche hemos visto lo que queda de ellos; quiero decir, los que se libraron de Azkaban.

—Pero no tenemos pruebas de eso, Bill —observó el señor Weasley—, aunque es probable que tengas razón —agregó, desesperanzado.

—Apuesto a que sí —dijo Ron de pronto—. ¡Papá, encontramos a Draco Malfoy en el bosque, y prácticamente admitió que su padre era uno de aquellos chalados de las máscaras! ¡Y todos sabemos lo bien que se llevaban los Malfoy con Quien-tú-sabes!

—Pero ¿qué pretendían los partidarios de Voldemort...? —empezó a decir Harry.

     Todos, menos Adelyn, se estremecieron. Como la mayoría de los magos, los Weasley evitaban siempre pronunciar el nombre de Voldemort.

—Lo siento —añadió apresuradamente Harry—. ¿Qué pretendían los partidarios de Quien-ustedes-saben, haciendo levitar a los muggles? Quiero decir, ¿para qué lo hicieron?

—¿Para qué? —dijo el señor Weasley, con una risa forzada—. Harry, ésa es su idea de la diversión. La mitad de los asesinatos de muggles que tuvieron lugar bajo el poder de Quien-tú-sabes se cometieron nada más que por diversión. Me imagino que anoche bebieron bastante y no pudieron aguantar las ganas de recordarnos que todavía están ahí y son unos cuantos. Una encantadora reunión para ellos —terminó, haciendo un gesto de asco.

—Pero, si eran mortífagos, ¿por qué se desaparecieron al ver la Marca Tenebrosa? —preguntó Ron—. Tendrían que haber estado encantados de verla, ¿no?

—Piensa un poco, Ron —dijo Bill—. Si de verdad eran mortífagos, hicieron lo indecible para no entrar en Azkaban cuando cayó Quien-tú-sabes, y dijeron todo tipo de mentiras sobre que él los había obligado a matar y a torturar a la gente. Estoy seguro de que ellos tendrían aún más miedo que nosotros si volviera. Cuando perdió sus poderes, negaron haber tenido relación con él y se apresuraron a regresar a su vida cotidiana. Imagino que no les guarda mucho aprecio, ¿no crees?

—Entonces... los que hicieron aparecer la Marca Tenebrosa... —dijo Hermione pensativamente— ¿lo hicieron para mostrar su apoyo a los mortífagos o para espantarlos?

—Puede ser cualquier cosa, Hermione —admitió el señor Weasley—. Pero te diré algo: sólo los mortífagos sabían formar la Marca. Me sorprendería mucho que la persona que lo hizo no hubiera sido en otro tiempo un mortífago, aunque no lo sea ahora... Escuchen: es muy tarde, y si su madre se entera de lo sucedido se preocupará muchísimo. Lo que vamos a hacer es dormir unas cuantas horas y luego intentaremos irnos de aquí en uno de los primeros trasladores.

     A Adelyn le zumbaba la cabeza cuando regresó a su carpa con las chicas. Tenía motivos para estar reventada de cansancio, porque eran casi las tres de la madrugada; sin embargo, se sentía completamente despejada... y preocupada.

     Hacía tres días, Harry la había despertado por una pesadilla, y su cicatriz ardiéndole. Y aquella noche, por primera vez en trece años, había aparecido en el cielo la Marca de lord Voldemort. ¿Qué significaba todo aquello?

     Pensó en la carta que su novio le había escrito a Sirius antes de dejar la mansión Northwell. ¿La habría recibido ya? ¿Cuándo contestaría?

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