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LA CICATRIZ

     COMO ADELYN HABÍA PROMETIDO MESES ATRÁS EN EL EXPRESO, ella y su abuela crearon una historia para conseguir que Harry se quedara con ellos durante el verano. Su abuela había hablado con los Dursley y los había convencido de que Harry iba a "trabajar" para ella todo el verano. Adelyn iba a negarse cuando su abuela le contó su idea, pues ella sabía que deberían pagarles a los Dursley para mantener la mentira y Harry nunca aceptaría su dinero. Pero Eva había hasta convencido a Harry de aceptar el acuerdo.

     Aunque Adelyn les había contado a su abuela y a su padre sobre su relación con Harry, su abuela se negaba rotundamente a dejarlos dormir juntos, excusándose con un "las hormonas, querida, las hormonas" cada vez que Adelyn le preguntaba el por qué.

     Harry se hallaba acostado boca arriba, jadeando como si hubiera estado corriendo. Acababa de despertarse de un sueño muy vívido y tenía las manos sobre la cara. La antigua cicatriz con forma de rayo le ardía bajo los dedos como si alguien le hubiera aplicado un hierro al rojo vivo. Se incorporó en la cama con una mano aún en la cicatriz de la frente y la otra buscando en la oscuridad las gafas, que estaban sobre la mesita de noche. Al ponérselas, el dormitorio se convirtió en un lugar un poco más nítido, iluminado por una leve y brumosa luz anaranjada que se filtraba por las cortinas de la ventana desde la farola de la calle.

     Volvió a tocarse la cicatriz. Aún le dolía. Encendió la lámpara que tenía a su lado y se levantó de la cama, cruzó el dormitorio, abrió el armario ropero y se miró en el espejo que había en el lado interno de la puerta. Examinó más de cerca la cicatriz en forma de rayo del reflejo. Parecía normal, pero seguía escociéndole.

     Harry intentó recordar lo que soñaba antes de despertarse. Había sido tan real... Aparecían dos personas a las que conocía, y otra a la que no. Se concentró todo lo que pudo, frunciendo el entrecejo, tratando de recordar... Vislumbró la oscura imagen de una estancia en penumbra. Había una serpiente sobre una alfombra... un hombre pequeño llamado Peter y apodado Colagusano... y una voz fría y aguda... la voz de lord Voldemort. Sólo conpensarlo, Harry sintió como si un cubito de hielo se le hubiera deslizado por la garganta hasta el estómago.

     Apretó los ojos con fuerza e intentó recordar qué aspecto tenía lord Voldemort, pero no pudo, porque en el momento en que la butaca giró y él, Harry, lo vio sentado en ella, el espasmo de horror lo había despertado... ¿o había sido el dolor de la cicatriz? ¿Y quién era aquel anciano?

     Porque ya tenía claro que en el sueño aparecía un hombre viejo: Harry lo había visto caer al suelo. Las imágenes le llegaban de manera confusa. Se volvió a cubrir la cara con las manos e intentó representarse la estancia en penumbra, pero era tan difícil como tratar de que el agua recogida en el cuenco de las manos no se escurriera entre los dedos. Voldemort y Colagusano habían hablado sobre alguien a quien habían matado, aunque no podía recordar su nombre... y habían estado planeando un nuevo asesinato: el suyo.

     Harry apartó las manos de la cara, abrió los ojos y observó a su alrededor tratando de descubrir algo inusitado en el dormitorio. En realidad, había una cantidad extraordinaria de cosas inusitadas en él: a los pies de la cama había un baúl grande de madera, abierto, y dentro de él un caldero, una escoba, una túnica negra y diversos libros de embrujos, los rollos de pergamino cubrían la parte de la mesa que dejaba libre la jaula grande y vacía en la que normalmente descansaba Hedwig, su lechuza blanca, en el suelo, junto a la cama, había un libro abierto. Lo había estado leyendo por la noche antes de dormirse. Todas las fotos del libro se movían. Hombres vestidos con túnicas de color naranja brillante y montados en escobas voladoras entraban y salían de la foto a toda velocidad, arrojándose unos a otros una pelota roja.

     Harry fue hasta el libro, lo cogió y observó cómo uno de los magos marcaba un tanto espectacular colando la pelota por un aro colocado a quince metros de altura. Luego cerró el libro de golpe. Ni siquiera el quidditch podía distraerlo en aquel momento. Dejó Volando con los Cannons en su mesita de noche, se fue al otro extremo del dormitorio y retiró las cortinas de la ventana para observar la calle. Todas las ventanas tenían las
cortinas corridas. Por lo que Harry distinguía en la oscuridad, no había un alma en la calle, ni siquiera un gato.

     Y aun así, se sentía nervioso, Harry regresó a la cama, se sentó en ella y volvió a llevarse un dedo a la cicatriz. No era el dolor lo que le incomodaba: estaba acostumbrado al dolor y a las heridas. Estaba habituado a sufrir extraños accidentes y heridas: eran inevitables cuando uno iba al Colegio Hogwarts de Magia y Hechicería, y él tenía una habilidad especial para atraer todo tipo de
problemas.

     No, lo que a Harry le incomodaba era que la última vez que le había dolido la cicatriz había sido porque Voldemort estaba cerca. Pero Voldemort no podía andar por allí en esos momentos... La misma idea de que lord Voldemort merodeara por allí era absurda, imposible.

     Al final de aquel verano comenzaría el cuarto curso. Y contaba los días que le faltaban para regresar al castillo. Pero todavía quedaban dos semanas para eso. Abatido, volvió a repasar con la vista los objetos del dormitorio, y sus ojos se detuvieron en las tarjetas de felicitación que sus dos mejores amigos le habían enviado a finales de julio, por su cumpleaños. Adelyn, en cambio, había cumplido su promesa, y habían pasado aquella fecha juntos. ¿Qué le contestarían Ron y Hermione si les escribía y les explicaba lo del dolor de la cicatriz? 

     Se sobresaltó cuando la puerta de la habitación se abrió de golpe, pero sus hombros se relajaron cuando vio la castaña cabellera de su novia asomarse.

     Adelyn, preocupada pues había oído a Harry retorcerse y supuso que había tenido otra pesadilla, se adentró al cuarto.

—¿Te duele otra vez? —preguntó. El azabache solo se limitó a asentir.

     Adelyn se acercó a su novio y se sentó a su lado. Tomó la mano que Harry mantenía sobre su cicatriz y la reemplazó por la suya. Harry soltó un pequeño suspiro de satisfacción al sentir el dolor disminuir, y cerró los ojos, disfrutando de las caricias de la bruja.

—¿Mejor? —preguntó, luego de unos minutos. Harry asintió y abrió los ojos, enfocándolos en su novia—. Deberías escribirle a Sirius —recomendó—. Querrá saber que te está doliendo la cicatriz otra vez.

     Harry asintió y se levantó de la cama, fue rápidamente al otro extremo del dormitorio y se sentó a la mesa. Sacó un trozo de pergamino, cargó de tinta la pluma de águila, escribió «Querido Sirius», y luego se detuvo, pensando cuál sería la mejor forma de expresar su problema y sin dejar de extrañarse de que no se hubiera acordado antes de Sirius. Pero bien mirado no era nada sorprendente: al fin y al cabo, hacía menos de un año que había averiguado que Sirius era su padrino.

     Desde que había vuelto a Little Whinging, Harry había recibido dos cartas de Sirius. No se las había entregado una lechuza, como era habitual en el correo entre magos, sino unos pájaros tropicales grandes y de brillantes colores. A Hedwig no le habían hecho gracia aquellos llamativos intrusos y se había resistido a dejarlos beber de su bebedero antes de volver a emprender el vuelo. A Harry, en cambio, le habían gustado: le habían hecho imaginarse palmeras y arena blanca, y esperaba que dondequiera que se encontrara Sirius se lo estuviera pasando bien. Harry dudaba que los dementores sobrevivieran durante mucho tiempo en un lugar muy soleado. Quizá por eso Sirius había ido hacia el sur. Las cartas de su padrino mostraban un tono alegre, y en ambas le insistía en que lo llamara si lo necesitaba. Pues bien, en aquel momento lo necesitaba...

     La lámpara de Harry pareció oscurecerse a medida que la fría luz gris que precede al amanecer se introducía en el dormitorio. Finalmente, cuando los primeros rayos de sol daban un tono dorado a las paredes y empezaba a oírse ruido en la habitación de la abuela de Adelyn, Harry despejó la mesa de trozos estrujados de pergamino y releyó la carta ya acabada:

Querido Sirius:

Gracias por tu última carta. Vaya pájaro más grande: casi no podía entrar por la ventana.

Aquí todo sigue como siempre. La estoy pasando bien en la casa de la abuela de Adelyn. Mis tíos todavía creen que estoy trabajando para ella.

Sin embargo, esta mañana me ha pasado algo raro. La cicatriz me ha vuelto a doler. La última vez que ocurrió fue porque Voldemort estaba en Hogwarts. Pero supongo que es imposible que él ronde
ahora por aquí, ¿verdad? ¿Sabes si es normal que las cicatrices producidas por maldiciones duelan años después?

Enviaré esta carta en cuanto regrese Hedwig. Ahora está por ahí, cazando. Recuerdos a Buckbeak de mi parte.

Harry

«Sí —pensó Harry—, no está mal así.» No había por qué explicar lo del sueño, pues no quería dar la impresión de que estaba muy preocupado. Plegó el pergamino y lo dejó a un lado de la mesa, preparado para cuando volviera Hedwig. Luego se puso de pie, se desperezó y caminó de vuelta a su cama, donde su novia seguía sentada. Dejó un beso en su frente y suspiró, algo cansado. Adelyn sonrió y se levantó.

—Te dejaré para que te cambies —besó su mejilla y abandonó la habitación. Harry abrió de nuevo el armario. Sin mirar al espejo, empezó a vestirse para bajar a desayunar.

•  •  •

     Cuando Harry bajó las escaleras, lo primero que oyó fue a su novia gritar, molesta.

—¡Que tengas el carné de aparición no significa que debas usarlo para asustarme todos los días, Cora! —se quejó. Y luego Harry oyó una risa desconocida. Cuando llegó al comedor, vio a dos mujeres que nunca había visto allí. La más joven estaba junto a Adelyn, y era la que reía. La mayor, sin embargo, estaba ayudando a la abuela de Adelyn con el desayuno.

     Adelyn golpeó a la chica a su lado, quien soltó un quejido y dejó de reír. En ese momento, las dos notaron la presencia de Harry.

—¡Harry! —la castaña se le acercó y tomó su mano. Volteó a ver a la rubia y la señaló—. Esta es Cora, mi prima. Está en su último año.

     Cora se acercó con una sonrisa y le tendió la mano a Harry, quien la estrechó.

—Es un placer conocerte, Harry. Adelyn me ha hablado mucho de ti —Harry volteó a ver a su novia, quien se sonrojó.

—¡Una vez, Cora! ¡Y tú preguntaste! —se quejó—. Tú llevas cinco años hablando de tu amor eterno por Cedric.

—Eso es diferente —se excusó. Adelyn frunció el ceño, incrédula.

—Planeaste su boda cuando tenías quince años, Cora —le recordó.

—Se le llama amor.

—No, se le llama obsesión —rió.

—Ya veremos si opinas lo mismo en un par de años —le aseguró, y volteó a ver a Harry, señalándolo con el dedo—. Más te vale cuidar de mi primita, Potter —Harry asintió, asustado ante el repentino cambio en el tono de voz de la rubia. Cora sonrió y se dio la vuelta, dispuesta a ayudar a su abuela y a su madre.

—Ignórala, es una dramática. No lastimaría ni a una mosca —le aseguró.

     Harry conoció a Monique, la tía de Adelyn, quien al parecer solía ser la mejor amiga de Lily y le pudo contar un montón de cosas sobre su madre. Ambos subieron a la habitación de Harry luego de desayunar.

     Lo primero que vieron fue que Hedwig ya había regresado. Estaba en la jaula, mirando a Harry y a Adelyn con sus enormes ojos ambarinos y chasqueando el pico como hacía siempre que estaba molesta. Harry no tardó en ver qué era lo que le molestaba en aquella ocasión.

—¡Ay! —gritó Adelyn.

     Acababa de pegarle en un lado de la cabeza lo que parecía ser una pelota de tenis pequeña, gris y cubierta de plumas. Adelyn se frotó con fuerza la zona dolorida al tiempo que intentaba descubrir qué era lo que lo había golpeado, y vio una lechuza diminuta, lo bastante pequeña para ocultarla en la mano, que, como si fuera un cohete buscapiés, zumbaba sin parar por toda la habitación.

     Harry se dio cuenta entonces de que la lechuza había dejado caer a sus pies una carta. Se inclinó para recogerla, reconoció la letra de Ron y abrió el sobre. Dentro había una nota escrita apresuradamente.

—Es de Ron —le dijo a su novia.

—¿Qué dice? —Harry comenzó a leer en voz alta.

Harry, Adelyn: ¡MI PADRE HA CONSEGUIDO LAS ENTRADAS! Irlanda contra Bulgaria, el lunes por la noche. Mi madre le ha escrito a tu abuela, Adelyn. De todas maneras, he querido enviarles esta nota por medio de Pig.

     Harry reparó en el nombre «Pig», y luego observó a la diminuta lechuza que zumbaba dando vueltas alrededor de la lámpara del techo. Nunca había visto nada que se pareciera menos a un cerdo. Quizá no había entendido bien la letra de Ron. Adelyn solo soltó una risa ante el nombre. Harry siguió leyendo:

Vamos a ir a buscarlos el domingo a las cinco en punto.

Hermione llega esta tarde. Percy ha comenzado a trabajar: en el Departamento de Cooperación Mágica Internacional. No mencionen nada sobre el extranjero mientras estén aquí a menos que quieran que les mate de aburrimiento.

Hasta pronto,
Ron

—¡Cálmate! —dijo Harry a la pequeña lechuza, que revoloteaba por encima de su cabeza gorjeando como loca. Harry y Adelyn supusieron que era a causa del orgullo de haber llevado la carta a la persona correcta—. ¡Ven aquí! Tienes que llevar la contestación.

     La lechuza revoloteó hasta posarse sobre la jaula de Hedwig, que le echó una mirada fría, como desafiándola a que se acercara más. Harry volvió a coger su pluma de águila y un trozo de pergamino, y escribió:

Todo perfecto, Ron. Hasta mañana a las
cinco. ¡Me muero de impaciencia!

Harry

     Plegó la nota hasta hacerla muy pequeña y, con inmensa dificultad, la ató a la diminuta pata de la lechuza, que aguardaba muy excitada. En cuanto la nota estuvo asegurada, la lechuza se marchó: salió por la ventana zumbando y se perdió de vista.

     Harry se volvió hacia Hedwig. Adelyn la acariciaba.

—¿Estás lista para un viaje largo? —le preguntó. Hedwig ululó henchida de dignidad—. ¿Puedes hacerme el favor de llevar esto a Sirius? —le pidió, cogiendo la carta—. Espera: tengo que terminarla.



     Volvió a desdoblar el pergamino y añadió rápidamente una postdata:

Si quieres ponerte en contacto conmigo, estaré en casa de mi amigo Ron hasta el final del verano. ¡Su padre nos ha conseguido entradas para los Mundiales de quidditch!

     Una vez concluida la carta, la ató a una de las patas de Hedwig, que permanecía más quieta que nunca, como si quisiera mostrar el modo en que debía comportarse una lechuza mensajera.

—Estaremos en casa de Ron cuando vuelvas, ¿de acuerdo? —le dijo Harry.

     Ella le pellizcó cariñosamente el dedo con el pico y, a continuación, con un zumbido, extendió sus grandes alas y salió volando por la ventana. Harry y Adelyn la observaron mientras desaparecía. Cuando Harry volteó a ver a Adelyn, la chica le sonreía.

—Venga, ya puedes gritar —le dijo. Harry soltó un grito de emoción y comenzó a hablar sobre el mundial. Adelyn solo lo observaba con una sonrisa, feliz de ver a su novio tan contento.

     Harry se recostó en la cama una vez que se calmó. Adelyn se acostó a su lado, escondiendo la cabeza en su cuello. Harry la rodeó con sus brazos, sonriente. La cicatriz ya había dejado de dolerle, estaba junto a la chica de sus sueños e iba a presenciar los Mundiales de quidditch. Era difícil, precisamente en aquel momento, preocuparse por algo. Ni siquiera por lord Voldemort.

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