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EL COLACUERNO HÚNGARO
LA PERSPECTIVA DE HABLAR CARA A CARA con Sirius fue lo único que ayudó a Harry a pasar las siguientes dos semanas, la única luz en un horizonte que nunca había estado tan oscuro. Se le había pasado ya un poco el horror de verse a sí mismo convertido en campeón del colegio, y su lugar empezaba a ocuparlo el miedo a las pruebas a las que tendría que enfrentarse. La primera de ellas estaba cada vez más cerca. Se la imaginaba agazapada ante él como un monstruo horrible que le cerraba el paso. Nunca había tenido tantos nervios. Sobrepasaban con mucho lo que hubiera podido sentir antes de un partido de quidditch, incluido el último, jugado contra Slytherin, en el que se habían disputado la Copa de quidditch. Le resultaba muy difícil pensar en el futuro, porque sentía que toda su vida lo había conducido a la primera prueba... y que terminaría con ella.
En realidad no creía que Sirius lograra hacerlo sentirse mejor en lo que se refería a ejecutar ante cientos de personas un ejercicio desconocido de magia muy difícil y peligrosa, pero la mera visión de un rostro amigo lo ayudaría. Harry le mandó la respuesta diciéndole que se encontraría al lado de la chimenea de la sala común a la hora propuesta, y que Hermione, Adelyn y él pasaban mucho tiempo discutiendo planes para obligar a los posibles rezagados a salir de allí la noche en cuestión. En el peor de los casos, estaban dispuestos a tirar una bolsa de bombas fétidas, aunque esperaban no tener que recurrir a nada de eso, porque si Filch los pillaba los despellejaría.
Mientras tanto, la vida en el castillo se había hecho aún menos llevadera para Harry, porque Rita Skeeter había publicado su artículo sobre el Torneo de los tres magos, que resultó ser no tanto un reportaje sobre el Torneo como una biografía de Harry bastante alterada. La mayor parte de la primera página la ocupaba una fotografía de Harry, y el artículo (que continuaba en las páginas segunda, sexta y séptima) no trataba más que de Harry. Los nombres (mal escritos) de los campeones de Durmstrang y Beauxbatons no aparecían hasta la última línea del artículo, y a Cedric no se lo mencionaba en ningún lugar.
El artículo había aparecido diez días antes, y, cada vez que se acordaba de él, Harry todavía sentía ardores de estómago provocados por la vergüenza. El artículo de Rita Skeeter lo retrataba diciendo un montón de cosas que él no recordaba haber dicho nunca, y menos aún en aquel cuarto de la limpieza.
Supongo que les debo mi fuerza a mis padres. Sé que estarían orgullosos de mí si pudieran verme en este momento... Sí, algunas noches aún lloro por ellos, no me da vergüenza confesarlo... Sé que no puedo sufrir ningún daño en el Torneo porque ellos me protegen...
Pero Rita Skeeter no se había conformado con transformar sus «eh...» en frases prolijas y empalagosas. También había entrevistado a otra gente sobre él.
Finalmente, Harry ha hallado el amor en Hogwarts: Colin Creevey, su íntimo amigo, asegura que a Harry raramente se lo ve sin la compañía de una tal Adelyn Carter, una muchacha de sorprendente belleza, hija del ex-auror Jackson Carter y que, como Harry, está entre los mejores estudiantes del colegio.
Desde que había aparecido el artículo, Harry tuvo que soportar que la gente (especialmente los de Slytherin) le citaran frases al cruzarse con él en los pasillos e hicieran comentarios despectivos.
—¿Quieres un pañuelo, Potter, por si te entran ganas de llorar en clase de Transformaciones?
—¿Desde cuándo has sido tú uno de los mejores estudiantes del colegio, Potter? ¿O se refieren a un colegio fundado por ti y Longbottom?
—¡Eh, Harry!
Más que harto, Harry se detuvo en el corredor y empezó a gritar antes de acabar de volverse:
—Sí, he estado llorando por mi madre muerta hasta quedarme sin lágrimas, y ahora me voy a seguir...
—No... Sólo quería decirte... que se te cayó la pluma.
Era Adelyn. Harry se puso colorado.
—Ah, perdón —susurró él, recuperando la pluma.
—Está bien —negó Adelyn, tomando su mano—. Yo casi le grito a mi prima ayer.
Harry se sintió como un idiota. A Adelyn también le había tocado su ración de disgustos, pero aún no había comenzado a gritarle a los demás. De hecho, Harry admiraba la manera en que ella llevaba la situación.
—¿De sorprendente belleza? ¿Ella? —chilló Pansy Parkinson la primera vez que la tuvo cerca después de la aparición del artículo de Rita Skeeter—. ¿Comparada con quién?, ¿con un primate?
—No hagan caso —dijo Hermione con gran dignidad irguiendo la cabeza y pasando junto a Adelyn con aire majestuoso por al lado de las chicas de Slytherin, que se reían como tontas—. Como si no existieran, chicos.
Pero Harry no podía pasar por alto las burlas. Ron no le había vuelto a hablar después de decirle lo del castigo de Snape. Harry había tenido la esperanza de que hicieran las paces durante las dos horas que tuvieron que pasarse en la mazmorra encurtiendo sesos de rata, pero coincidió que aquel día se publicó el artículo de Rita Skeeter, que pareció confirmar la creencia de Ron de que a Harry le encantaba ser el centro de atención.
Hermione y Adelyn estaban furiosas con los dos. Iban de uno a otro, tratando de conseguir que se volvieran a hablar, pero Harry se mantenía muy firme: sólo volvería a hablarle a Ron si éste admitía que Harry no se había presentado él mismo al Torneo y le pedía perdón por haberlo considerado mentiroso.
—Yo no fui el que empezó —dijo Harry testarudamente—. El problema es suyo.
—¡Tú lo echas de menos! —repuso Hermione perdiendo la paciencia—. Y sé que él te echa de menos a ti.
—¿Que lo echo de menos? —replicó Harry—. Yo no lo echo de menos...
—James —advirtió Adelyn, conociendo a su novio lo suficiente como para saber que mentía.
Sí, era una mentira manifiesta. Harry apreciaba mucho a Hermione y Adelyn, pero quería besar a su novia más de lo que quería hablar como amigos, y Hermione no era como Ron. Tener a Hermione como principal amiga implicaba muchas menos risas y muchas más horas de biblioteca. Harry seguía sin dominar los encantamientos convocadores; parecía tener alguna traba con respecto a ellos, y Hermione insistía en que sería de gran ayuda aprenderse la teoría. En consecuencia, los tres pasaban mucho rato al mediodía escudriñando libros. Viktor Krum también pasaba mucho tiempo en la biblioteca, y Harry se preguntaba por qué. ¿Estaba estudiando, o buscando algo que le sirviera de ayuda para la primera prueba? Hermione se quejaba a menudo de la presencia de Krum, no porque le molestara, sino por los grupitos de chicas que lo espiaban escondidas tras las estanterías y que con sus risitas no la dejaban concentrarse.
—¡Ni siquiera es guapo! —murmuraba enfadada, observando el perfil de Krum—. ¡Sólo les gusta porque es famoso! Ni se fijarían en él si no supiera hacer el amargo de Rosi.
—El «Amago de Wronski» —dijo Harry con los dientes apretados. Muy lejos de disfrutar corrigiéndole a Hermione aquel término de quidditch, sintió una punzada de tristeza al imaginarse la expresión que Ron habría puesto si hubiera oído lo del amargo de Rosi. Adelyn posó una mano en su hombro de manera reconfortante y soltó un suspiro cuando Hermione volvió a quejarse, volteando hacia las admiradoras de Krum.
—¡Les recuerdo que esto es una biblioteca, no una sesión de chismorreo! —les gritó. Las chicas se asustaron y la miraron mal, pero se mantuvieron en silencio.
Resulta extraño pensar que, cuando uno teme algo que va a ocurrir y quisiera que el tiempo empezara a pasar más despacio, el tiempo suele pasar más aprisa. Los días que quedaban para la primera prueba transcurrieron tan velozmente como si alguien hubiera manipulado los relojes para que fueran a doble velocidad. A dondequiera que iba Harry lo acompañaba un terror casi incontrolable, tan omnipresente como los insidiosos comentarios sobre el artículo de El Profeta.
El sábado antes de la primera prueba dieron permiso a todos los alumnos de tercero en adelante para que visitaran el pueblo de Hogsmeade. Hermione le dijo a Harry que le iría bien salir del castillo por un rato, y Harry no necesitó mucha persuasión.
—Pero ¿y Ron? —dijo—. ¡No querrás que vayamos con él!
—Ah, bien... —Hermione se ruborizó un poco—. Pensé que podríamos quedar con él en Las Tres Escobas...
—No —se opuso Harry rotundamente.
—Ay, Harry, qué estupidez...
—Iré, pero no quedaré con Ron. Me pondré la capa invisible.
—Como quieras... —soltó Hermione—, pero me revienta hablar contigo con esa capa puesta. Nunca sé si te estoy mirando o no.
—Y yo no puedo tomarte de la mano —musitó Adelyn, con un puchero que inmediatamente le quitó el enojo a Harry.
De forma que Harry se puso en el dormitorio la capa invisible, bajó la escalera y marchó a Hogsmeade con Adelyn y Hermione.
Se sentía maravillosamente libre bajo la capa. Al entrar en la aldea vio a otros estudiantes, la mayor parte de los cuales llevaban insignias de «Apoya a CEDRIC DIGGORY», aunque aquella vez, para variar, no vio horribles añadidos, y tampoco nadie le recordó el estúpido artículo.
—Ahora la gente se queda mirándonos a nosotras —dijo Hermione de mal humor, cuando salieron de la tienda de golosinas Honeydukes comiendo unas enormes chocolatinas rellenas de crema—. Creen que le hablamos al aire.
—Pues no muevas tanto los labios.
—Vamos, Harry, por favor, quítate la capa sólo un rato. Aquí nadie te va a molestar.
—¿No? —replicó Harry—. Vuélvanse.
Rita Skeeter y su amigo fotógrafo acababan de salir de la taberna Las Tres Escobas. Pasaron al lado de Hermione y Adelyn sin mirarlas, hablando en voz baja. Harry tuvo que echarse contra la pared de Honeydukes para que Rita Skeeter no le diera con el bolso de piel de cocodrilo. Cuando se hubieron alejado, Harry comentó:
—Deben de estar alojados en el pueblo. Apuesto a que han venido para presenciar la primera prueba.
Mientras hablaba, notó como si el estómago se le llenara de algún líquido segregado por el pánico. Pero no dijo nada de aquello: él y Hermione no habían hablado mucho de lo que se avecinaba en la primera prueba, y Harry tenía la impresión de que Hermione no quería pensar en ello. Además, Adelyn parecía tan asustada como él.
—Se ha ido —dijo Hermione, mirando la calle principal a través de Harry—. ¿Qué tal si vamos a tomar una cerveza de mantequilla a Las Tres Escobas? Hace un poco de frío, ¿no? ¡No es necesario que hables con Ron! —añadió irritada, interpretando correctamente su silencio.
La taberna Las Tres Escobas estaba abarrotada de gente, en especial de alumnos de Hogwarts que disfrutaban de su tarde libre, pero también de una variedad de magos que difícilmente se veían en otro lugar. Harry suponía que, al ser Hogsmeade el único pueblo exclusivamente de magos de toda Gran Bretaña, debía de haberse convertido en una especie de refugio para criaturas tales como las arpías, que no estaban tan dispuestas como los magos a disfrazarse.
Era dificil moverse por entre la multitud con la capa invisible, y muy fácil pisar a alguien sin querer, lo que originaba embarazosas situaciones. Harry fue despacio, arrimado a la pared, hasta una mesa vacía que había en un rincón junto a su novia, mientras Hermione se encargaba de pedir las bebidas. En su recorrido por la taberna, Harry vio a Ron, que estaba sentado con Fred, George y Lee Jordan. Resistiendo el impulso de propinarle una buena colleja, consiguió llegar a la mesa y la ocupó.
Hermione se reunió con ellos un momento más tarde, y le metió bajo la capa una cerveza de mantequilla.
—Creo que parecemos un poco bobas, sentadas aquí solas —susurró ella—. Menos mal que he traído algo que hacer.
Y sacó el cuaderno en que había llevado el registro de los miembros de la P.E.D.D.O. Adelyn vio su nombre, el de Harry y el de Ron a la cabeza de una lista muy corta. Parecía muy lejano el día en que Ron se había puesto a inventar aquellas predicciones mientras ella ayudaba a Harry y había aparecido Hermione y los había nombrado vicepresidenta, secretario y tesorero respectivamente.
—No sé, a lo mejor tendría que intentar que la gente del pueblo se afiliara a la P.E.D.D.O. —dijo Hermione como si pensara en voz alta.
—Bueno —asintió Harry. Tomó un trago de cerveza de mantequilla tapado con la capa—. ¿Cuándo te vas a hartar de ese rollo de la P.E.D.D.O.?
—¡Cuando los elfos domésticos disfruten de un sueldo decente y de condiciones laborales dignas! —le contestó—. ¿Saben?, estoy empezando a pensar que ya es hora de emprender acciones más directas. Me pregunto cómo se puede entrar en las cocinas del colegio.
—No tengo ni idea. Pregúntales a Fred y George —dijo Harry.
—Adelyn, ¿tú qué opinas?
—Hermione, ya te lo he dicho. Creo que lo que estás haciendo es increíble. Pero no creo que vayas a llegar muy lejos.
—¡¿Qué?! ¡Pero si a ti te fascinan las criaturas mágicas!
—Así es —asintió—. Tengo una afinidad por las criaturas mágicas que no muchos poseen. Pero a los elfos domesticos les gusta servir a los magos.
—¡Pero Dobby...!
—Dobby es un elfo libre, sí, lo sé. Pero sigue ayudando a magos. No encontrarás a muchos elfos que quieran ser pagados.
—Creí que tú...
—Mira, Hermione —suspiró—. Entiendo lo que intentas hacer y lo admiro, en serio. Pero como alguien que quiere ser magizoologa un día para hacer comprender a la gente que las criaturas no son peligrosas, déjame decirte, esto puede ponerlos en peligro más de lo que puede beneficiarlos.
Hermione se sumió en un silencio, notablemente enfadada.
—¿En verdad te enfadarás conmigo por expresar mi opinión como me lo pediste? —frunció el ceño. Hermione no contestó—. Hermione, has sido mi mejor amiga por cuatro años, ¿estás bromeando? —Hermione aún así la ignoró, y los ojos de Adelyn se cristalizaron—. No puedo creer que estés enfadada porque Harry y Ron no se hablan cuando tampoco me vas a hablar a mí por una razón igual de estúpida.
Adelyn se levantó, sin siquiera haber tocado su cerveza, y se dirigió hacia su novio.
—Te veo en el castillo, Harry —su voz se quebró. Adelyn se dio la vuelta y abandonó Las Tres Escobas antes de que él pudiera siquiera intentar detenerla.
• • •
Cuando Harry volvió a la sala común, la encontró desierta, a salvo de Adelyn. Dado que olía como siempre, concluyó que su novia no había tenido que recurrir a las bombas fétidas para asegurarse de que no quedara nadie allí. Harry se quitó la capa invisible y se echó en el sofá junto a la castaña. La sala se hallaba en penumbra, sin otra iluminación que las llamas. Al lado, en una mesa, brillaban a la luz de la chimenea las insignias de «Apoya a CEDRIC DIGGORY» que los Creevey habían tratado de mejorar. Ahora decía en ellas: «POTTER APESTA DE VERDAD.» Harry volvió a mirar al fuego y se sobresaltó.
La cabeza de Sirius estaba entre las llamas. Si Harry no hubiera visto al señor Diggory de la misma manera en la cocina de los Weasley, aquella visión le habría dado un susto de muerte. Pero, en vez de ello, Harry sonrió por primera vez en muchos días, saltó de la silla siendo seguido por Adelyn, se agachó junto a la chimenea y saludó:
—¿Qué tal estás, Sirius?
Sirius estaba bastante diferente de como Harry lo recordaba. Cuando se habían despedido, Sirius tenía el rostro demacrado y el pelo largo y enmarañado. Pero ahora llevaba el pelo corto y limpio, tenía el rostro más lleno y parecía más joven, mucho más parecido a la única foto que Harry poseía de él, que había sido tomada en la boda de sus padres.
—No te preocupes por mí. ¿Qué tal estás tú? —le preguntó Sirius con el semblante grave.
—Yo estoy...
Durante un segundo intentó decir «bien», pero no pudo. Antes de darse cuenta, estaba hablando como no lo había hecho desde hacía tiempo: de cómo nadie le creía cuando decía que no se había presentado al Torneo, de las mentiras de Rita Skeeter en El Profeta, de cómo no podía pasar por los corredores del colegio sin recibir muestras de desprecio... y de Ron, de la desconfianza de Ron, de sus celos... Adelyn solo acariciaba su espalda de manera reconfortante.
—... y ahora Hagrid acaba de enseñarme lo que me toca en la primera prueba, y son dragones, Sirius. ¡No voy a contarlo! —terminó desesperado.
Sirius lo observó con ojos preocupados, unos ojos que aún no habían perdido del todo la expresión adquirida en la cárcel de Azkaban: una expresión embotada, como de hechizado. Había dejado que Harry hablara sin interrumpirlo, pero en aquel momento dijo:
—Se puede manejar a los dragones, Harry, pero de eso hablaremos dentro de un minuto. No dispongo de mucho tiempo... He allanado una casa de magos para usar la chimenea, pero los dueños podrían volver en cualquier momento. Quiero advertirte algunas cosas.
—¿Qué cosas? —dijo Harry, sintiendo crecer su desesperación. ¿Era posible que hubiera algo aún peor que los dragones?
—Karkarov —explicó Sirius—. Era un mortífago, Harry. Sabes lo que son los mortífagos, ¿verdad?
—Sí...
—Lo pillaron y estuvo en Azkaban conmigo, pero lo dejaron salir. Estoy seguro de que por eso Dumbledore quería tener un auror en Hogwarts este curso... para que lo vigilara. Moody fue el que atrapó a Karkarov y lo metió en Azkaban.
—¿Dejaron salir a Karkarov? —preguntó Harry, sin entender por qué podían haber hecho tal cosa—. ¿Por qué lo dejaron salir?
—Hizo un trato con el Ministerio de Magia —repuso Sirius con amargura—. Aseguró que estaba arrepentido, y empezó a cantar... Muchos entraron en Azkaban para ocupar su puesto, así que allí no lo quieren mucho; eso te lo puedo asegurar. Y, por lo que sé, desde que salió no ha dejado de enseñar Artes Oscuras a todos los estudiantes que han pasado por su colegio. Así que ten cuidado también con el campeón de Durmstrang.
—Vale —asintió Harry, pensativo—. Pero ¿quieres decir que Karkarov puso mi nombre en el cáliz? Porque, si lo hizo, es un actor francamente bueno. Estaba furioso cuando salí elegido. Quería impedirme a toda costa que participara.
—Sabemos que es un buen actor —dijo Sirius— porque convenció al Ministerio de Magia para que lo dejara libre. Además he estado leyendo con atención El Profeta, Harry...
—Tú y el resto del mundo —comentó Harry con amargura.
—... y, leyendo entre líneas el artículo del mes pasado de esa Rita Skeeter, parece que Moody fue atacado la noche anterior a su llegada a Hogwarts. Sí, ya sé que ella dice que fue otra falsa alarma —añadió rápidamente Sirius, viendo que Harry estaba a punto de hablar—, pero yo no lo creo. Estoy convencido de que alguien trató de impedirle que entrara en Hogwarts. Creo que alguien pensó que su trabajo sería mucho más dificil con él de por medio. Nadie se toma el asunto demasiado en serio, porque Ojoloco ve intrusos con demasiada frecuencia. Pero eso no quiere decir que haya perdido el sentido de la realidad: Moody es el mejor auror que ha tenido el Ministerio. Después de tu padre, Adelyn.
—¿Qué quieres decir? ¿Que Karkarov quiere matar a Harry? —preguntó la bruja—. Pero... ¿por qué?
Sirius dudó.
—He oído cosas muy curiosas. Últimamente los mortífagos parecen más activos de lo normal. Se desinhibieron en los Mundiales de quidditch, ¿no? Alguno conjuró la Marca Tenebrosa... y además... ¿han oído lo de esa bruja del Ministerio de Magia que ha desaparecido?
—¿Bertha Jorkins?
—Exactamente... Desapareció en Albania, que es donde sitúan a Voldemort los últimos rumores. Y ella estaría al tanto del Torneo de los tres magos, ¿verdad?
—Sí, pero... no es muy probable que ella fuera en busca de Voldemort, ¿no? —dijo Harry.
—Escucha, yo conocí a Bertha Jorkins —repuso Sirius con tristeza—. Coincidimos en Hogwarts, aunque iba unos años por delante de tu padre y de mí. Y era idiota. Muy bulliciosa y sin una pizca de cerebro. No es una buena combinación, Harry. Me temo que sería muy fácil de atraer a una trampa.
—Así que... ¿Voldemort podría haber averiguado algo sobre el Torneo? —preguntó Harry—. ¿Eso es lo que quieres decir? ¿Crees que Karkarov podría haber venido obedeciendo sus órdenes?
—No lo sé —reconoció Sirius—, la verdad es que no lo sé... No me pega que Karkarov vuelva a Voldemort a no ser que Voldemort sea lo bastante fuerte para protegerlo. Pero el que metió tu nombre en el cáliz tenía algún motivo para hacerlo, y no puedo dejar de pensar que el Torneo es una excelente oportunidad para atacarte haciendo creer a todo el mundo que es un accidente.
—Visto así parece un buen plan —comentó Harry en tono lúgubre—. Sólo tendrán que sentarse a esperar que los dragones hagan su trabajo.
—En cuanto a los dragones —dijo Sirius, hablando en aquel momento muy aprisa—, hay una manera, Harry. No se te ocurra emplear el encantamiento aturdidor: los dragones son demasiado fuertes y tienen demasiadas cualidades mágicas para que les haga efecto un solo encantamiento de ese tipo. Se necesita media docena de magos a la vez para dominar a un dragón con ese procedimiento.
—Sí, ya lo sé, lo vi.
—Pero puedes hacerlo solo —prosiguió Sirius—. Hay una manera, y no se necesita más que un sencillo encantamiento. Simplemente...
Pero Harry lo detuvo con un gesto de la mano. El corazón le latía en el pecho como si fuera a estallar. Oía tras él los pasos de alguien que bajaba por la escalera de caracol.
—¡Vete! —le dijo a Sirius entre dientes—. ¡Vete! ¡Alguien se acerca!
Harry y Adelyn se pusieron en pie de un salto para tapar la chimenea. Si alguien veía la cabeza de Sirius dentro de Hogwarts, armaría un alboroto terrible, y él tendría problemas con el Ministerio. Lo interrogarían sobre el paradero de Sirius...
Adelyn oyó tras ella, en el fuego, un suave «¡plin!», y comprendió que Sirius había desaparecido. Vigilaron el inicio de la escalera de caracol. ¿Quién se habría levantado para dar un paseo a la una de la madrugada, impidiendo que Sirius les dijera cómo burlar al dragón? Era Ron. Vestido con su pijama de cachemir rojo oscuro, se detuvo frente a Harry y Adelyn y miró a su alrededor.
—¿Con quién hablaban? —les preguntó.
—¿Y a ti qué te importa? —gruñó Harry—. ¿Qué haces tú aquí a estas horas?
—Me preguntaba dónde estarías... —Se detuvo, encogiéndose de hombros—. Bueno, me vuelvo a la cama.
—Se te ocurrió que podías bajar a husmear un poco, ¿no? —gritó Harry.
Sabía que Ron no tenía ni idea de qué era lo que había interrumpido, sabía que no lo había hecho a propósito, pero le daba igual. En ese momento odiaba todo lo que tenía que ver con Ron, hasta el trozo del tobillo que le quedaba al aire por debajo de los pantalones del pijama.
—Lo siento mucho —dijo Ron, enrojeciendo de ira—. Debería haber pensado que no querías que te molestaran. Los dejaré en paz para que sigan ensayando tu próxima entrevista.
Harry cogió de la mesa una de las insignias de «POTTER APESTA DE VERDAD» y se la tiró con todas sus fuerzas. Le pegó a Ron en la frente y rebotó.
—¡Ahí tienes! —chilló Harry—. Para que te la pongas el martes. Ahora a lo mejor hasta te queda una cicatriz, si tienes suerte... Eso es lo que te da tanta envidia, ¿no?
A zancadas, cruzó la sala hacia la escalera escuchando los llamados de su novia. Esperaba que Ron lo detuviera, e incluso le habría gustado que le diera un puñetazo, pero Ron simplemente se quedó allí, en su pijama demasiado pequeño.
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