Capítulo 28
Las siguientes semanas pasaron demasiado rápido para el gusto de Haerin. De pronto, habían pasado dos meses desde que se veía obligada a ir los sábados al departamento de Kangsan, pero las cosas apenas cambiaron.
Hikaru no parecía muy interesada en generar un lazo cercano con el alfa, y por parte de Kangsan, era difícil de saber. Es decir, cuando iban a verlo, era paternal (o fingía serlo) y trataba de jugar con la bebé, sin embargo, tampoco es como si se interesara el resto de la semana. No la llamaba ni se aparecía por el hogar de Haerin, y por lo mismo, el lazo que podía generar con la cachorra era mínimo.
Sin embargo, eso tampoco quitaba que la mediadora tuviera que actuar. Ni a Haerin y Danielle les sorprendió que, pasados esos dos meses, la mujer dictara que era momento de que la bebé estuviera a solas con Kangsan (y ella, mientras). Haerin ya no tenía por qué quedarse con ellos, considerando que ya le había enseñado suficiente a Kangsan para cuidar de Hikaru
—Aun no es el momento —barboteó la omega al recibir la noticia.
—Claro que lo es —suspiró Naehwan—, has hecho un buen trabajo, Haerin. Kangsan ya sabe muchas cosas.
No me refiero por Kangsan, quiso decir, sino a Hikaru. Ella no está preparada.
Pero no contestó, sabiendo que no tomarían en cuenta esas palabras. Si bien Hikaru no se veía interesada en el alfa, tampoco es como si le desagradara por completo. Es decir, no mientras Haerin estuviera a su alrededor. Ahora, Kangsan podía tomarla en brazos (aunque Hikaru siempre miraba a mamá, como esperando su aprobación), y se dejaba alimentar por él. El problema real y más grave, pensaba Haerin, era que cada vez que ella desaparecía de la vista de su hija, Hikaru empezaba a llorar sin consuelo alguno. Sólo la semana pasada, en la última visita, su cachorrita se encontraba pintando en su librito y Haerin decidió ir a comprar algo a un pequeño negocio que quedaba en frente. Se encontraba esperando el ascensor cuando el llanto de la bebé resonó en todo el piso, y trató de controlarse, bajando hacia recepción. Acababa de salir del edificio y recibió la llamada desesperada de Kangsan de que se devolviera, porque no podía consolar a Hikaru.
Se devolvió deprimida a su hogar, pues recibió la llamada al encontrarse en la universidad. La felicidad que había experimentado horas atrás, al contarle que la siguiente semana iniciaría su primera práctica en un jardín infantil, se desinfló por completo. Ahora sólo quería abrazar a su cachorrita y llenarla de amor.
Danielle ya estaba en casa, ya que esa tarde no debía trabajar y decidió irse temprano para cuidar de Hikaru. La cena, por lo mismo, se encontraba preparada para el momento en que llegó, con la bebé jugando con Danielle a identificar animales.
—¡La muuuu! —exclamó Hikaru cuando su padre le mostró el animal de plástico.
—Sí, pero su nombre, Karu —animó Danielle—. ¿Cómo se llama?
Los ojos de la niña revolotearon en la figura.
—¡Va-ca! —contestó, con el rostro un poco dudoso.
—¡Bien hecho, cachorrita! —felicitó la alfa, tomándola en brazos—. Qué inteligente eres, ¿no?
Hikaru se rió y fue el momento en que Haerin apareció, tratando de fingir una cara despreocupada para no asustar a su hija. Ni siquiera se sentía capaz de darle la nueva noticia, pues tenía más que claro que a la niña le costaría entenderla, y si la comprendía, se pondría a llorar.
—¡Mamaaaaá! —chilló Hikaru, contenta.
—Hola, bebé —saludó Danielle, poniéndose de pie con Hikaru en brazos y yendo a besar a Haerin—, ¿cómo te fue hoy?
—Bien —la omega le devolvió el beso y le dio otro a su hija en la frente—, ¿y tú? ¿Planificando cosas de horror para tus estudiantes?
—¿Cómo puedes pensar eso de mí? —Danielle fingió ofenderse, dejando a Hikaru en el suelo, que corrió a buscar otro juguete para entretenerse—. Vamos, la cena está lista.
Mientras Danielle servía la comida, Haerin fue a cambiarse y ponerse el pijama. No tardó en agarrar a su hija y sentarla en su sillita para que comiera junto a ellas.
Los primeros minutos de la comida transcurrió con normalidad. Haerin le habló de su día y viceversa, y entre las dos alimentaron a Hikaru, que le dio un pequeño berrinche porque quería probar la comida de ellas. Al final, se le pasó al dejarla comer solita, animándola a ser una niña independiente, a pesar de que la mitad de la comida la derramara.
—Me ha llamado Naehwan —dijo Haerin finalmente, sabiendo que Danielle debía sentir su estado de ánimo, pero no había hecho preguntas para que Haerin no se diera cuenta—, dijo que ya no debo ir a estar todo el día en el departamento de Kangsan, pues ahora debe hacerse cargo solo.
—Vaya —la alfa no cambió su expresión, y de fondo veían de reojo a Karu levantando la cuchara y apuñalando su comida—, ¿qué le has dicho tú?
—Que no es el momento, pero no me ha hecho caso —contestó, triste—. Tengo mucho miedo, Danielle, ¿qué tal si... si nuestra bebé no se siente cómoda en esa casa? Es como si... como si...
—Como si viera ese lugar como un espacio para pasar el rato —completó la mayor, también preocupada—. Como un lugar sólo para ir a jugar.
Ni siquiera lo llamaba papá. Por mucho que Kangsan se presentara así, sólo hacía llorar a Hikaru y, al final, la niña se refería a él como Tío San, si es que debía hablarle. Lo mismo ocurría con la madre del alfa, que seguía apareciéndose de vez en cuando. Ella ya no se veía tan entusiasmada por tener una nieta.
Decidieron dejar la conversación hasta allí porque Hikaru exigió atención. No parecía hacerle gracia actuar tierna y que no la miraran.
Sin embargo, más tarde, cuando ya se encontraban en la cama, decidieron retomar el tema. Hikaru se había ido a dormir hacía mucho, por lo que no debían preocuparse de sufrir interrupciones.
—Hikaru ha llorado mucho más en estos dos meses que en toda su vida —suspiró Haerin, abrazando a Danielle por el pecho y acurrucándose contra ella—. Siempre que vamos allá, estalla en llanto en algún momento.
La alfa lo tenía más que claro, acariciando los suaves cabellos de su novia con cariño. Quizás no tenía un lazo tan fuerte como el de Haerin y la cachorra, pero eso no quitaba que ya había generado uno, y era capaz de percibir las emociones más intensas de su hija. Cada vez que lloraba, Danielle sentía el tirón en su alfa, como una señal de que su pequeña manada la necesitaba.
—Sólo podemos esperar que las cosas vayan bien —suspiró Dani, besándole la coronilla—. Ante lo que diga la mediadora, poco podemos hacer.
Ni siquiera los abogados podían intervenir en este caso. La moderadora, según la Justicia, era quien debía tomar la decisión que considerara correcta en base a su observación. Y si Kangsan seguía insistiendo en cuidar de Hikaru, la mujer debía ceder. Además de que había empezado a pagar la manutención, por mucho que Haerin hubiera querido rechazarla.
—Quiero matar a Kangsan —se quejó Haerin.
—Primero voy yo, por supuesto —respondió Danielle, y la pelinegra solamente se rió, dejando que su alfa le llenara el rostro de besos.
A veces, todavía le costaba bien dimensionar eso, la relación que tenía con su pareja, el haber llegado a ese punto de confianza en el que estaban viviendo juntas, casi como si estuvieran casadas. Ellas ya eran una familia, a pesar de todo, y Danielle se encargaba de resaltarlo cada vez que podía.
—¿Qué piensa mi bonita bebé? —le preguntó la coreana más tarde, yaciendo recostadas y medio adormecidas por el sexo.
—En lo importante que eres para mí —contestó Haerin, dejando de lado el miedo y la ansiedad—, te amo tanto, tanto...
—¿Y eso? —Danielle sonrió al recibir suaves besos en su cuello—. ¿Desde cuándo estás tan melosa?
—¿Es qué no lo soy? —la omega hizo un leve puchero.
—¿Tú? Claro que no, la melosa soy yo —replicó la alfa.
—Eres una pesada —chilló Haerin, golpeándola en el hombro, y Danielle la atrajo otra vez entre carcajadas. Pronto las protestas de la menor se apagaron, recibiendo nuevos besos y otra dulce sesión de sexo.
Para tratar de despejarse un poco, al día siguiente decidió salir con Hanni y Hyein. Hacía mucho no las veía, así que fueron a comer a un bonito lugar para ponerse al día con los asuntos universitarios, además de hablarles también sobre lo que ocurriría con Hikaru. Por supuesto, eso las indignó, y fue agradable tener consuelo por parte de ellas, porque sabían hacerla reír dentro de todo.
—Entonces, ¿cuándo conoceré a Minji? —preguntó Hyein más tarde.
—Jamás —Hanni bufó—. De seguro la espantarás con tus malos chistes.
—Mis chistes son gloriosos —se indignó Hyein—. Además, como exnovia, tengo derecho a conocerla y evaluar si es un buen partido.
—Como exnovia, el único derecho que tienes es a recibir mi puñetazo —replicó la azabache.
Haerin las escuchaba en silencio, sabiendo que esas discusiones surgían cada vez que se juntaban. Menos mal no seguían juntas, porque ahí, eran peor.
—¡No seas así, Nini! —comenzó a rezongar Hyein—. ¡No le haré nada!
—Más que amenazarla —Hanni miró a Haerin—. ¿No hizo eso con Danielle?
—Ah, sí —Haerin sonrió—, la amenazó con ahorcarla si me rompía el corazón, y si se lo rompía a Hikaru, la lanzaría a los perros. Danielle casi se hace encima.
—Pero sirvió —dijo Hyein—, va a dudar antes de hacerte cualquier daño. Por eso, si hablo con Minji...
Volvieron a enfrascarse en una discusión que no acabó en nada. Hanni se negó mil veces a presentarle a Minji, aunque sabían que eso ocurriría tarde o temprano. Hyein encontraría la forma de encontrársela, interrogarla y amenazarla.
—Deberías prevenir a Minji —le dijo Haerin a Hanni cuando iban en el metro, camino a sus hogares—, no vaya a ser que Hyein se aparezca por su facultad y le haga un show. Tú sabes que no tiene nada de discreta.
—La avergonzará —se lamentó la omega—, es fácil de intimidar, ¿puedes creerlo? Hasta yo la intimido. Cuando le dije que deberíamos acostarnos, se preocupó demasiado porque llevaba mucho sin tener sexo. Casi hasta me dio pena corromperla.
Haerin no pudo reprimir las risas escandalosas que pujaron de sus labios, ignorando las miradas groseras que le dirigieron.
Esos días fueron buenos y los disfrutó a pesar de todo. Trató de transmitirle todas sus buenas emociones a Hikaru, como una manera de hacerla feliz y prepararla también para el glorioso sábado en que la llevaría al departamento de Kangsan.
A las diez de la mañana, su bebé ya estaba despierta y lista para irse. Ya se había acostumbrado un poco a esa rutina, por lo que fue sin protesta alguna al hogar del alfa, donde ya le esperaba Naehwan junto al alfa. El lugar se encontraba un poco distinto a cuando fue por primera vez, ya con juguetes propios de Hikaru, su biberón y ropa. El cuarto también estaba arreglado, una cuna más baja y con el papel mural que pidió la cachorrita, dejando atrás las paredes blancas.
Dejó el bolso con las cosas sobre el sofá, sacando la leche que el día anterior extrajo de sus pechos (tuvo que manotear lejos tanto a Hikaru como a Danielle para que no atacaran sus pobres botoncitos de goma).
—Tiene que estar tibia —le recordó por décima vez—, y Hikaru ya puede beberla sola, no es...
—Sí, sí, lo sé —gruñó Kangsan, viendo a la niña jugar con los animalitos de plástico que Danielle le regaló y quiso llevar.
—Estará bien —aseguró Naehwan—, y ante cualquier emergencia, le llamaré.
Haerin asintió con la cabeza, dudosa, pero fue donde Hikaru y se inclinó a su lado.
—¡Toma! —le dijo su cachorrita, entregándole el cerdito—. ¡Oiiiiink, mamá!
—Karu, cariño —Haerin llamó su atención, porque no quería irse sin despedirse. Eso sería peor—, mira, necesito que me escuches.
—¿Ah? —Hikaru ladeó la cabeza.
—Tengo que hacer unas cositas ahora —le dijo—, pero tío Kangsan y tía Naehwan van a cuidarte mientras.
—¿Aaaaaaaaah? —parpadeó, confundida y girándose a ver a los otros adultos—. ¡No!
Haerin le agarró de las mejillas cuando notó que haría un berrinche, sabiendo que una vez comenzara, no iba a detenerse.
—Voy a volver —le aseguró—, más tardecito, ¿bueno? Volveré, mi amor, claro que sí, pero quiero que te portes bien, como te portas con tía Ahyeon y tía Nini.
—No, no... —gimoteó Hikaru, lastimosa.
—Y si te portas bien, cuando vayamos con papá, haremos un nido entre las tres donde vamos a consentir a nuestra bonita y bien portada Karu —agregó Haerin persuasiva, y Hikaru pareció retroceder en su llanto—, ¿qué te parece eso? Haremos el nido más lindo y grande para Karu.
—Ya... —barboteó la menor, titubeando, y abrazó a Haerin por el cuello—. Te queyop.
—Yo también te amo, mi bebé linda —le besó el rostro tres veces con sonoros besos, haciéndola sonreír—. ¿Te portarás bien?
—... Sí... —dijo Hikaru, pero se veía muy desanimada y descolocada.
—Bien, bien —le dio otro beso antes de ponerse de pie—. Volveré antes de que te des cuenta.
Hikaru no dejó de mirarla en todo momento, mientras se despedía de Naehwan con un gesto amable, y de Kangsan con un movimiento de cabeza. Le siguió con la mirada incluso al marcharse, y cuando cerró la puerta, podía seguir sintiéndola.
El corazón de Haerin se apretó en angustia, pero trató de controlarse, sabiendo que si no lo hacía, podía transmitírselo a su cachorrita de manera inconsciente. Al esperar el ascensor, casi esperaba escuchar el llanto, hasta lo deseó para ir otra vez hacia Hikaru, pero no fue así y, por último, pidió a cualquier Dios existente que las cosas marcharan bien.
El resto de la mañana transcurrió con bastante normalidad. Haerin decidió ir a estudiar a la universidad, pues después se juntaría a comer fuera con Danielle para tratar de distraerse un poco. Envió olas de calma a través del lazo que compartía con su cachorra cada tanto, como una manera de hacerle saber que seguía atenta.
Incluso logró distraerse en el almuerzo, con Danielle contándole sobre sus aburridas reuniones. Hasta fueron a pasear a un parque cercano, y cuando volvían a casa, las dos lo sintieron.
Hikaru comenzó a llorar.
Ambas se tensaron y miraron. Haerin miró la hora: todavía quedaban cuatro horas para ir por la niña.
—Esperemos que... —comenzó a decir Danielle, pero el lazo empeoró. No era un llanto de cocodrilo, porque esos apenas se sentían, sino uno desconsolado, de desesperación y necesidad.
Como cuando Hikaru despertó por primera vez en casa de Danielle y la desconoció. Aunque peor.
Danielle apretó sus manos en el manubrio. Haerin tragó saliva.
Los minutos pasaron, pero el tirón no aminoraba. Parecía volverse tirante cada vez más.
De pronto, se detuvo bruscamente. Respiraron con fuerza. Y volvió a los pocos segundos, mucho peor.
El celular de Haerin no tardó en sonar, sin embargo, la omega no se sentía aliviada, sino enferma. Por supuesto, era Naehwan.
—Hola...
De fondo, se escuchaba el llanto descontrolado de Hikaru.
—Señorita Kang, por favor, necesito que venga de inmediato a recoger a la cachorra.
La mujer ni siquiera había acabado de hablar cuando Danielle ya estaba girando en la siguiente calle, en dirección al departamento de Kangsan. Haerin cortó la llamada, porque no quería escuchar más los sollozos de su cachorrita. Suficiente era con sentirlos a través del lazo.
Tardaron menos de diez minutos en llegar y las dos se bajaron. Danielle tenía la mandíbula apretada y los ojos furiosos, y Haerin sólo temblaba en señal de miedo y temor. El griterío de Hikaru se oía cuando ya iban subiendo en el ascensor.
Fueron casi corriendo hacia el departamento y Haerin tocó el timbre. Naehwan fue la que abrió, con Hikaru en brazos, que... que...
La omega soltó un jadeo de horror.
Su bebita tenía papel higiénico en su naricita, con manchas rojas que eran fáciles de identificar como sangre. Además, su mejilla parecía un poco hinchada.
—¡Pa-pa! —gritó Hikaru, comenzando a revolverse—. ¡Papaaaaaaaaaaá!
Danielle tomó en brazos a la bebé, que se le pegó enseguida y lloró en su hombro, todavía desconsolada, pero más calmada.
—Lle-llévala al auto y consuélala —le pidió Haerin, tiritando por la repentina ira que la atacó—, te necesita. Necesita de su padre alfa.
Danielle asintió con la cabeza, volteándose y sin molestarse en despedirse de la beta. Haerin entró con ella al departamento, pero no se molestó en ver nada más que a Kangsan en la cocina, que se veía pálido y fuera de sí.
—¡¿Qué le hiciste, imbécil?! —le gritó, sin importarle si dejaba una mala impresión en la mediadora—. ¡¿Qué demonios le hiciste a mi hija, pedazo de mierda?!
—¡Na-nada! —se defendió el alfa—. Ella se cayó...
—La golpeó, señorita Kang —dijo Naehwan, con sorpresiva calma, y Haerin se volteó a verla—. La niña se golpeó con una silla cuando gateaba debajo de la mesa y comenzó a llorar, pero no encontraba consuelo, ni con el señor Park ni conmigo. El señor Park perdió los nervios y le pegó.
—¡¿Perder los nervios?! —gritó Haerin, enfurecida—. ¡Yo he perdido los nervios con Hikaru y jamás la he golpeado! ¡Jamás le he levantado la mano! —se volteó a Kangsan—. ¡Eres una mierda, una real mierda y no volverás a verla en tu jodida vida!
—Haerin, no... —trató de decir Kangsan.
—No se preocupe, señorita Kang —volvió a decir Naehwan—, yo me encargaré de todo. Creo que fue suficiente para considerar al señor Park como incapaz de cuidar de una niña y, además, acusarlo de violencia intrafamiliar.
—¡¿Cómo?! —Kangsan, si podía, perdió más color en la cara—. ¡E-eso no es...!
—Hablaré con ambos en unos días —Naehwan recogió sus cosas y Haerin la imitó, echando todo lo que encontró de Hikaru con rapidez—, las visitas quedan, por supuesto, canceladas.
Haerin barboteó una maldición más, sin mirar a nadie en particular, y tampoco se molestó en despedirse de la beta. Salió con rapidez, muy enfurecida con todo el mundo y tratando de no devolverse para enterrarle un cuchillo a Kangsan en el cuello.
Danielle ya le esperaba en el auto, con Hikaru chupando su dedito y ojos llorosos, pero sin llorar más. Dentro, estaba inundado de feromonas alfas que sirvieron para calmar un poco a la de ojos gatunos. La pequeña no tardó en ser acomodada en los brazos de mamá.
—Ma-mamá —murmuró Hikaru, cerrando sus ojitos.
—Vamos a llegar a curarte esa herida —susurró Haerin, abrazándola con cuidado—, y a hacer el nido más grande y hermoso de la vida, mi amorcito. Y nadie, nadie más, va a ponerte la mano de encima —la omega tragó las lágrimas que estaba conteniendo, porque si lloraba, Hikaru igual lloraría—. Es una promesa de vida, Karu. Te lo juro por mi vida entera.
¡Gracias por leer!
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