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Capítulo 26

Haerin acarició el cabello de Hikaru, que a esas horas todavía dormía, y se volteó hacia Danielle. La alfa le veía desde el marco de la puerta, tranquila y ya vestida.

—¿Segura que no quieres que me quede, bebé? —le preguntó Danielle, yendo hacia ella y abrazándola por la cintura. Haerin suspiró al olisquear sus feromonas.

—Segura —prometió la omega—. Tienes esa reunión y, además, no creo que sea buena idea que tú y Kangsan estén en el mismo cuarto. Al menos por ahora.

Danielle le dio un beso suave en su cuello, aprovechando que la pelinegra se encontraba en pijamas. Haerin gimió en voz baja ante la sensación, especialmente porque el beso fue en su marca.

—Hace mucho no tenemos tiempo para nosotras —comentó la menor, volteándose en el abrazo y besándola en la boca.

—Está bien, cariño —Dani le sonrió con ternura—. Sé que tu cabeza no está pendiente de eso.

—Sí, pero me gusta estar contigo de esa forma —apoyó su mejilla en el hombro de Danielle, cerrando sus ojos brevemente—. Siempre me haces sentir tan bien, Dani.

La mayor soltó una risa suave, como si las palabras de Haerin resultaran un poco graciosas y encantadoras.

—Pequeña abusadora —le dijo al oído—. Tal vez hay que ponernos al día en nuestras cosas.

Haerin también se rió, sintiéndose al menos aliviada de que su relación con Danielle no se hubiera resentido a pesar de todo. Suficiente tenía con la situación de Hikaru en ese momento como para preocuparse de su noviazgo con la alfa.

Iba a decir algo, sin embargo, tuvo el extraño presentimiento de que era observada. Sin pensarlo dos veces, se volteó a ver a Hikaru, notando que la bebé estaba de pie en la cuna, mirándolas por entre los barrotes con una expresión concentrada. Quizás trataba de descifrar lo que papá y mamá estaban haciendo.

—Y esta es otra abusadora —exclamó Danielle, dándose cuenta de que la cachorra estaba despierta—. Nadie abusa más del amor de sus padres que tú, pequeña diablito.

Haerin no pudo borrar su sonrisa al ver como Danielle la soltaba, pero para agarrar a Hikaru de la cuna y elevarla. La bebé chilló por la felicidad.

—¡Papa! —gritó—. ¡Te qeyop! —y la abrazó por el cuello, tan contenta y feliz.

—Yo también te quiero, mi linda cachorrita —le llenó el rostro de besos a la pequeña, que sólo reía, y Haerin terminó por abrazarla también—. ¿Oh? ¿Mi otra cachorrita se puso celosa?

—¡Tonta! —dijo Haerin, pero en el fondo, amaba ser llamada así por su alfa.

Media hora después, Danielle se despidió de ellas. Durante la semana le habían llamado de la universidad para terminar de planificar lo que sería el año escolar, con la alfa entregando el plan de acción que llevaría a cabo y asuntos burocráticos que a Haerin no le interesaban mucho. Lo importante era que Danielle estaría gran parte del día fuera por sus reuniones, y a Haerin le convenía que no estuviera allí con Kangsan. Estaba segura de que esos dos, en la misma habitación, provocaría un desastre y no quería darle más motivos a ese idiota para lanzarse contra Danielle.

De cualquier forma, Kangsan quedó en ir allí a las doce. Haerin insistió en que fuera mucho más temprano, después de todo, tenía que aprender a criar una niña desde la primera hora de la mañana, pero él se escudó en asuntos personales. Maldito fuera mil veces.

Aun así, el cretino llegó tarde. Ni siquiera le sorprendió un poco, por el contrario, ella casi esperaba que en realidad no llegara. Lo deseó, porque por último, podía usarlo como demostración de que Kangsan no estaba interesado en su bebé. Pero sólo llegó veinte minutos tarde.

Haerin se encontraba comenzando a preparar el almuerzo, mientras que Karu coloreaba su librito de películas de Disney. Era una de las cosas que más disfrutaba, en especial cuando no tenía a alguien que jugara con ella.

El timbre sonó y Haerin se forzó a tomar aire para tranquilizarse. Cuando lo consideró suficiente, fue hacia la puerta y la abrió, encontrándose cara a cara con el guapo y burlón rostro de Kangsan.

—Hola, Hae —saludó el alfa, esbozando esa sonrisita atractiva con la que muchos y muchas omegas caían ante él.

—Hola —la menor mantuvo su expresión neutra—. Pasa. Ya pensé que no vendrías.

—¿Qué, me extrañabas? —Kangsan se quitó las zapatillas, viendo a su alrededor—. Vaya, parece que te sacaste la lotería dejando que esa alfa te marcara. Felicitaciones, sólo tuviste que entregarle el culo.

Haerin apretó sus labios, tratando de no levantar su mano para golpearlo. De seguro Kangsan esperaba eso, sacarla de sus casillas y acusarla de ser mentalmente inestable. Pero ella no iba a permitir que ese idiota tuviera motivos para chantajearla.

—No fue difícil —dijo con dulzura la bajita—, Danielle folla mil veces mejor que tú, te lo aseguro.

Pudo notar que no le gustó su respuesta, molestándose ante el ataque que le hizo.

—Eres realmente...

—¿Acaso viniste a ofenderme o a estar con Hikaru? —le interrumpió, causando que el enojo del alfa aumentara—. Esto se trata de nuestra hija, ¿no es así?

Kangsan tuvo que tragarse la respuesta, al parecer, porque sólo terminó bufando.

—¿Dónde está?

—Escúchame —continuó Haerin—. Estoy segura de que crees que esto es fácil, ¿eh? Que es sólo echarte en el sofá mientras Hikaru está viendo televisión, ¿a qué sí? Pero, Kangsan, la crianza que le estoy dando junto a Danielle es todo lo contrario —dio un paso hacia él, feroz—. Yo te lo juro, Kangsan: tú haces cualquier cosa que pueda afectar a mi bebé, y te mataré.

—¿Dónde. Está. La. Bebé? —volvió a preguntar, con su tono agresivo y golpeado.

Haerin entornó los ojos antes de girarse, guiándolo hacia el interior del departamento. Hikaru seguía en el suelo, sentada y coloreando, tarareando las canciones infantiles que su mamá le puso en la radio.

—Karu —llamó Haerin.

La bebé levantó la vista, sonriéndole antes de ver hacia atrás. Pudo ver como su sonrisa titubeó un momento, probablemente tratando de recordar si conocía a esa persona.

—Mami —barboteó Hikaru, dejando el lápiz verde que sostenía.

—Hola, Hikaru —habló Kangsan, adelantándose a lo que iba a decir Haerin—. ¿Sabes quién soy yo? Soy tu papá.

Santo Dios, de todas las cosas que podía decir ese imbécil, ¿quería comenzar por la peor?

Notó la manera en que la expresión de su hija se llenó de confusión. Pareció buscar con la vista a otra persona, quizás a Danielle, pero al no encontrarla, volvió la atención a Haerin.

—¿Papa? —tartamudeó, sacudiendo su cabeza con desconcierto—. Mami, ¿y papi?

—Estoy aquí —insistió Kangsan, tratando de sonreír con confianza.

—No puedes decirle eso de la nada —espetó Haerin—. Ella no te conoce. Jamás te ha visto.

—¿Y eso de quién es culpa? —bufó el alfa—. Lo mínimo que tuviste que hacer era, al menos, decirle quién soy yo.

Haerin volvió a respirar para controlarse. No sólo debía evitar golpear a Kangsan por el tema de la custodia, sino también porque no lo haría frente a su hija, que seguía luciendo muy aturdida y, además, triste.

—Karu —volvió a llamar—, cariño, mira... —fue hacia ella, tomándola en brazos. Trató de buscar las palabras exactas para poder explicárselo, y se sentó en el sofá, con la gatita acomodada en su regazo—. Lo que pasa, amorcito, es que tú eres muy especial, ¿bien? Y como eres tan especial, pues resulta que tienes dos papás. Papá Danielle y... y papá Kangsan.

—¿Qué estupidez le estás diciendo? —Kangsan se veía irritado—. Yo soy su único padre, no esa idiota.

—¡No! —Hikaru, debido a la confusión y la pena, comenzó a llorar—. ¡No, no! ¡Mi... mi papa! ¿On'a papa? ¡Papa!

—Ay, mi vida...

Haerin la acurrucó contra su pecho, con su pobre cachorrita sollozando, y mató con la mirada a Kangsan, que se veía incómodo ante la acción de su bebé.

—¿Y ahora? —le regañó, tratando de calmar el llanto de Hikaru—. ¿La quieres consolar?

—¡Claro que no! —se espantó el alto—. ¡No sabía que era una llorona!

—¡No tiene ni dos años, idiota!

La omega tardó más de diez minutos en calmar a su bebé, que seguía pidiendo a Danielle entre lloriqueos. Finalmente, Haerin optó por traer la almohada de la cama de su pareja, dejándola en el suelo y haciendo que Hikaru la abrazara. Comenzó a hipar y frotar su cabecita contra ella, como si eso la calmara.

—Papa —siguió pidiendo, pero ya sin llorar.

—Papi vendrá más tarde con nosotras —le dijo Haerin, sonriéndole con amor—, y prometió comprarte un nuevo juguete, ¿qué tal?

—¡Siiiiiiiiiiiiiiiiiiiiií! —esas palabras fueron suficiente para calmarla, abrazando con más fuerza la almohada.

—¿Qué tal si sigues pintando, Karu? —sugirió la omega—. A papi le encanta cuando pintas.

Hikaru soltó una risa baja, volviendo su atención a su cuadernito. Haerin le hizo una seña vaga a Kangsan para que la siguiera a la cocina, y el alfa no tuvo más remedio que seguirla.

—Si lo que pretendes es que Hikaru te llame siquiera como "papá", créeme que esa es la peor forma de hacerlo —comenzó a decir Haerin, molesta—. Ella no te conoce y nunca te ha visto, por lo tanto, no confía ni un poco en ti.

—Eso es...

—Y no es mi culpa, sino tuya, porque tú nunca te interesaste en ella —continuó—. ¿O es que pensabas que tu madre se hará cargo de ella mientras tú te desentiendes de tus obligaciones? —la pelinegra apuntó a la mesa de la cocina—. Vamos, a ver, cocina. Cocínale el almuerzo a tu hija.

Kangsan lucía muy enojado y, tal vez, un poco humillado también con lo que le decía Haerin. A la omega no le importaba una mierda, al fin y al cabo, si conseguía espantarlo con eso, bienvenido fuera.

Pero ese idiota era orgulloso, era evidente, porque se tragó sus emociones y fue hacia la mesa, agarrando el cuchillo y continuando la tarea que Haerin inició antes de que llegara: deshuesar el pollo.

Evidente, fue mucho más lento y se notaba que jamás hizo eso por él mismo. Haerin tuvo que darle indicaciones sobre el tamaño de los trozos que Hikaru comería. Una vez acabó, tuvo que continuar con la ensalada: zanahoria cocida y tomate. Mientras, la omega preparó el almuerzo para los adultos.

Pasada las dos de la tarde, con Kangsan sudando debido al esfuerzo, el almuerzo estaba listo. Por supuesto, Haerin supervisó la comida por completo, no dejaría que su cachorrita comiera cualquier cosa, y menos algo hecho por el alfa.

—A comeeeeeeeeeeeeeeeeeer —coreó Haerin, fingiendo ánimos de dónde no sabía.

Su bebé saltó ante las palabras.

—¡Comi-a! —gritó, feliz—. ¿Teta, mami?

—¡No, eso no! —y sin poder evitarlo, Haerin se rió con escándalo—. ¡No seas traviesa!

Hikaru se carcajeó, dejando que la omega la tomara en brazos. Kangsan la miró desde la puerta de la cocina.

—Si es que piensas que pase tiempo contigo —le dijo Haerin—, vas a tener que comprarle una silla para comer. Hikaru todavía está demasiado pequeña para comer en una silla normal y, además, puede necesitar ayuda con sus comidas. Está aprendiendo a comer sola, pero le cuesta agarrar bien cosas con un tenedor. Por supuesto —se volteó a verlo—, el cuchillo no lo usa.

—¿Crees que soy idiota?

Haerin se calló la respuesta y sentó a Hikaru en su sillita, que todavía ignoraba la presencia de Kangsan.

Minutos después, sirvieron la comida. Karu tenía un vaso de plástico con agua, pues también estaba aprendiendo a beber sin necesidad del biberón.

—¿Qué tal quedó la comida? —preguntó Haerin.

—¡Yumy, yumy! —dijo su cachorrita, agarrando la zanahoria con la cuchara.

—La cocinó nuestro amigo Kangsan —dijo la pelinegra, tratando de tragarse el orgullo para decir eso—. ¿Cómo se dice?

—Gasas —farfulló Hikaru, pero sin mirar al alfa.

Eso pareció molestar a Kangsan, sin embargo, de seguro se esforzó en razonar ya que no dijo nada y sólo le dijo a Hikaru que era una buena niña.

El almuerzo, en otro sentido, transcurrió la mayor parte en silencio. A Haerin no le interesaba saber de la vida de Kangsan, y parecía ser lo mismo por parte del alfa, porque apenas se hicieron alguna pregunta.

Al menos, fueron salvados por el berrinche de Hikaru. A medias.

Hizo a un lado los trozos de pollo. De ensalada, todavía le quedaban tomates. Había comido bastante poco en comparación a otros días, y comenzó a señalar el almuerzo de los adultos, que era dakgangjeong.

—¡Eso, eso! —dijo, estirándose para sacar del plato de Haerin, pero la omega la hizo a un lado.

—No, eso te hará doler la pancita —le dijo.

—¡Eso! —insistió Hikaru, inflando sus mofletes.

Haerin se volteó hacia Kangsan, que se veía, otra vez, incómodo.

—Vamos —le desafió—. Aliméntala. Créeme que hace estos berrinches al menos cuatro veces a la semana.

Vio como tragó saliva, pero no se compadeció. ¿Kangsan quería la custodia? Entonces que viera que no era tan fácil.

—Oye, Hikaru... —comenzó a decir él—. Vamos, la comida que hice está muy rica, ¿no es así? —agarró la cuchara, echándole pollo y guiándola a la boca de Hikaru. La bebé cerró los labios con fuerza—. No seas mala, ¡está muy rico! Lo prometo...

Pero la niña negó con la cabeza, evadiendo la cuchara. Kangsan trató de seguir adulándola a comer, sin embargo, no estaba sirviendo de mucho. Haerin notó incluso que Hikaru pareció aburrirse.

—Mira, el avioncito...

—Oh, Dios, no le hagas eso —Haerin frotó su frente—. Karu, cariño, ¿ya no tienes hambre?

Hikaru la miró, pareciendo pensarlo.

—Sí... —dijo.

—¿Y qué tal si comemos los tres lo que Kangsan hizo? —sugirió Haerin—. Yo también tengo hambre, ¿te parece si compartimos la comida?

—... Ya...

Haerin se acomodó. El alfa se veía fuera de sí, con toda probabilidad, sentía que estaba haciendo el ridículo, pero ¿qué le importaba a la omega?

Kangsan fue el primero en probar el pollo.

—¡Rico! —atinó a decir.

Hikaru fue la segunda, siendo alimentada por el alfa. Haerin casi deseó que le escupiera el pollo, aunque era sólo un deseo maldadoso.

—¡Yumy! —barboteó Hikaru, y quiso agarrar la cuchara. Kangsan no tuvo más que dársela, por lo que la bebé trató de meter dentro del servicio comida, agarrando sólo un trozo de pollo y pocas verduras—. ¡Mami!

Haerin le sonrió, abriendo la boca y siendo alimentada torpemente por Hikaru.

—¡Está muy delicioso! —animó a decir la omega—. ¡Ahora otra vez tú!

Al final, lograron que Hikaru comiera gran parte de la comida. Se vio satisfecha pronto, así que Haerin le dio de postre dos trozos de manzana, que se devoró enseguida. La dejó ir a jugar otra vez una vez estuvo lista.

—Espero que juegues con ella también —le dijo Haerin.

—¿Cómo? —Kangsan parpadeó—. Pero si está coloreando, ¡yo no...!

—Ella no colorea todo el día —sonrió con indulgencia—. Está acostumbrada a jugar, Danielle siempre juega con ella y no sabes cómo se divierte.

Picó en el orgullo del alfa otra vez. No le sorprendió que, una vez ellos terminaron de comer, Kangsan se puso de pie y fue hacia el centro del living, sentándose en la alfombra.

—Hikaru, ¿quieres jugar? —preguntó el alfa.

—Mmm... —pensó Hikaru—, ¿a qué?

—Pues... ¿qué tal si hacemos algo con tus bloques?

—Ya...

Haerin suspiró cuando los vio comenzar a hacer una torre con los bloques. Kangsan seguía viéndose fuera de sí, pero al menos Karu comenzó a aceptarlo a medias. No le conversaba mucho, lo que le preocupaba por lo bajo, sin embargo, pensaba que se debía a que recién se conocían.

Llevó los platos a la cocina, comenzando a limpiarlos. Fue cuando escuchó un chillido y, de pronto, el llanto de Hikaru.

Ni siquiera cerró el agua de la llave, saliendo a tropezones y viendo la escena: Hikaru estaba echada en el suelo, con un rasmillón en su frente y llorando a gritos.

—¡¿Qué mierda, Kangsan?! —gritó Haerin, yendo a recoger a su bebé.

—¡Se cayó sola! —se defendió—. ¡Yo no le hice nada!

Haerin lo ignoró, sentándose y consolando a su gatita, que no paraba de llorar. Revisó la herida en su cabecita, aliviada un poco al ver que era pequeña, aunque estaba enrojecida e hinchada.

—Oh, mi bebé... —le dijo Haerin, meciéndola, y Hikaru se aferró a su cuello—. ¿Cómo fue que te caíste? —le preguntó, pero miraba a Kangsan.

—Que no le hice nada —repitió, irritado—, quiso agarrar un bloque, pero no se sostuvo bien y se cayó sola. El golpe se lo hizo con el bloque.

—¿Y no pudiste consolarla tú, acaso? —replicó, enfurecida, pero trató de controlar el tono de su voz pues su cachorrita seguía llorando—. Eso es lo que un padre hace, no quedarse mirando como un idiota.

Kangsan apretó los labios, callándose cualquier estupidez que fuera a decir.

Hikaru se quedó dormida, finalmente, en brazos de Haerin. La omega la llevó a su cuna, sabiendo que debía estar extenuada a pesar de que no era más de media tarde. Llorar dos veces en el día era agotador para cualquier persona y para un bebé debía serlo aún más.

Mientras la acostaba, Kangsan veía el cuarto.

—Qué ridícula su habitación —dijo despectivamente.

Haerin casi dejó caer a su bebé ante la sorpresa de lo que dijo.

La recostó y cobijó con su mantita favorita, de color rosado y con muchos perritos blancos y esponjosos. Se levantó y vio la habitación, de un bonito color crema que permitía buena iluminación, con una cuna violeta pastel en el centro. A Hikaru le gustaban mucho los colores de ese tipo, por lo mismo, las cortinas eran rosaditas y los muebles los pintó, junto a Danielle, de celeste. Además, tenía muchos peluches, gigantes y pequeños, por toda la habitación. El más grande era de un osito, en el que Hikaru a veces se quedaba dormida casi encima. Cuando le mostraron el cuarto, su cachorrita no dejaba de gritar por la felicidad.

—Sal de aquí —le espetó, enfurecida y apenas pudiendo controlar el volumen de su voz.

Por supuesto que sería una habitación infantil, Hikaru era una bebé, literalmente.

Kangsan rodó los ojos, saliendo del cuarto, pero Haerin lo siguió.

—Eres una mierda —le dijo, y el alfa se detuvo—. ¿Todo lo que acabas de vivir? No es ni la mitad de lo que es el trabajo de cuidar a Hikaru. No la cambiaste, no la has bañado, no le has vestido, no le haces dormir, no juegas realmente con ella. No te despiertas en mitad de la noche cuando despierta, llorando, y debes consolarla. No has hecho ninguna de esas cosas, ¿y tienes el descaro de menospreciar su cuarto? Vete a la mierda, Kangsan.

—Controla esa boca —espetó él—, cómo me vuelvas a tratar así...

—¿Qué, me vas a pegar? —Haerin alzó la barbilla—. Hazlo, atrévete.

—Te voy a quitar...

—Ni en tus más oscuros sueños —la omega dio un paso hacia el alto—. A menos que demuestres que soy una madre de mierda, lo cual dudo —sonrió sin gracia—. ¿Y sabes por qué no vas a poder demostrarlo?

El alfa tenía el rostro rojo por la ira, respirando aceleradamente a medida que Haerin hablaba. Debía estar descolocado, la omega lo sabía, porque nunca antes lo enfrentó de esa forma.

—Porque me hice cargo de ella desde el momento en que supe de su existencia, cuando sólo tenía diecisiete años, mientras que tú desapareciste como el asqueroso cobarde que eres —el desafío en la voz de Haerin no se detuvo—. Y dudo que puedas hacerte cargo de una niña, Kangsan, cuando ni siquiera puedes hacerte cargo de ti mismo.

Kangsan le escupió, con toda probabilidad porque era lo único que podía hacer para defenderse. Parecía tener más que claro que golpearla sólo provocaría que la situación se volteara a favor de Haerin.

El alfa, sin quedarse a escuchar más de lo que Haerin pudiera decirle, se dio media vuelta y dio pasos fuertes, marchándose de la casa con un portazo. La pelinegra sólo respiró con fuerza, su corazón acelerado a mil y sus manos temblando, y fue al baño para limpiarse el rostro. Sabía que Kangsan se vengaría, de seguro solicitaría una audiencia con un mediador y eso significaría entregarle su hija a ese imbécil sin su supervisión, sin embargo, ocurriría tarde o temprano. Eso sólo adelantó las cosas.

Frotó la toalla contra sus mejillas. Una parte suya quería llorar, aunque estaba demasiado cansada de derramar tantas lágrimas.

Danielle llegó una hora después, con aspecto cansado, pero su rostro cambió enseguida a preocupación cuando vio a Haerin sentada en el sofá, con Hikaru coloreando otra vez. Tenía una curita en su frente, allí donde se hizo la herida.

—¿Amor? —preguntó Danielle, yendo hacia ella—. ¿Qué ha pasado?

—Kangsan, eso pasa —suspiró la omega, abrazándola—. Lo odio.

La mayor acurrucó a su novia entre sus brazos, dirigiéndole una mirada preocupada a Hikaru. La bebé se puso de pie, yendo hacia ellas.

—Papi —murmuró—. Papi, te essane —dijo, y Danielle hizo malabares para agarrarla en brazos—. Papi...

—Yo también te extrañé, cachorrita —contestó la alfa—. ¿Y qué ha pasado aquí? —añadió, apuntando a su herida.

—No —se quejó Hikaru, y eso fue todo.

—Se cayó —susurró Haerin—, cuando jugaba con Kangsan. O eso ha dicho ese idiota. Hikaru ni siquiera recuerda qué pasó, vieras como lloraba...

—Oh... —Danielle sintió la ira arder—. ¿Supongo que todo resultó mal?

—Sí —Haerin sonrió con amargura—, pero no esperaba nada más.

—¿Necesitas algo, mi bebé?

—Que me des amor —Haerin sólo quería hacer un nido en ese momento, con su alfa y su cachorrita—. ¿Puedes?

—Eso ni se pregunta, cariño.

Danielle simplemente acurrucó a sus dos amores, sabiendo que se venían días difíciles, pero dispuesta a darlo todo por su pequeña familia.

¡Gracias por leer!
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