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Capítulo 12

Unas semanas después cayó navidad en la ciudad, y Haerin, junto a Hikaru, tuvo que ir a Gwangju para ir a ver a sus padres. Finalmente acordaron que no presentaría a Danielle todavía, pero volvería el veinticinco para pasar el resto de las vacaciones junto a su pareja.

Pareja. Novia. La sola idea le provocaba una sonrisita a Haerin, entusiasmada por pensar en Danielle como su compañera. Un año atrás jamás se le habría ocurrido que algo así fuera posible, sin embargo, ahora la emoción de tener una novia le provocaba muchas mariposas en el estómago.

Hikaru se portó muy bien esos días con sus abuelos, que la mimaban más de lo que ya estaba. La bebé parecía haber olvidado por completo lo ocurrido tantos días atrás, con la crisis nerviosa de Haerin, y seguía muy cariñosa con su mamá, aunque Haerin continuaba sintiéndose culpable por lo ocurrido.

La única persona que sabía de lo ocurrido era Danielle. Haerin no quería contárselo a nadie más por la vergüenza de la situación.

—Pero ¿por qué debes irte tan pronto? —se lamentó su mamá, tomando en brazos a Hikaru, que chilló por la felicidad—. ¡Extraño tanto a mi bebé!

—¿Te refieres a mí o a Karu? —bufó Haerin, rodando los ojos—. Tengo algunas cosas que hacer, mamá...

—¿Acaso hay algún alfa que te ha robado el corazón? —preguntó la mujer.

Haerin enrojeció y farfulló unas negativas. Su madre le sonrió picaronamente. Hikaru metió su mano, hecha puño, en su boquita.

Al final salió después de mediodía de regreso hacia Seúl, con Karu durmiendo en su pecho en medio del viaje. Haerin estaba algo cansada de todo el último movimiento, pero le consolaba que pronto estaría en los brazos de su alfa para ser mimada.

Por Dios, su alfa. De sólo pensarlo podía derretirse. Con toda probabilidad sus padres tuvieron que haber olisqueado el aroma de Danielle en ella y Hikaru. Su bebé apestaba a una alfa, pero no parecía molestarle el olor. A Haerin también le gustaba quedar impregnada en la esencia de Danielle, que no escatimaba en extender sus feromonas alrededor de ellas, como una alfa protectora de su familia. Su pequeña familia.

Sonrió ante ese pensamiento.

Cerca de las seis de la tarde llegó al terminal de Seúl, donde Danielle ya le esperaba con una sonrisa de emoción. La saludó con un beso, revolviéndole el cabello a una dormida Hikaru, y mientras iba a buscarle la maleta, Haerin la esperó.

Fue cuando tuvo su segundo encuentro con Kangsan.

Mientras veía a Dani esperar su turno para recibir la maleta que llevó, se giró a mirar hacia la vitrina de una tienda que estaba dentro en el terminal. En medio de todo ese movimiento, golpeó con una persona y retrocedió, con Hikaru quejándose en sus brazos.

—Whooops, tan torpe como siempre, Kang.

Levantó la mirada y se quedó paralizada al encontrarse con el guapo y pálido rostro de su exnovio. El padre de Hikaru.

Ni siquiera supo qué hacer al verlo frente suyo, llevando un bolso en su hombro, quizás dispuesto a viajar también. Haerin pensó, durante mucho tiempo, que cuando lo tuviera frente suyo le gritaría y mandaría a la mierda, diciéndole todo lo que pensaba de él. Sin embargo, sólo se quedó quieta y en su lugar, apenas respirando y sosteniendo a su pequeña en brazos.

Kangsan le sonrió, la burla pintada en su rostro.

—Entonces, ¿esa es tu bebé?

Su abrazo a Hikaru se volvió más fuerte, retrocediendo otro paso por el repentino miedo que sintió. No sabía por qué, pero tener a Kangsan frente a ella, tan improvisadamente, le provocó algo de pánico y terror.

Tanto tiempo evitándolo para encontrárselo ahora así...

—Qué bueno que nos hayamos encontrado —prosiguió él, a gusto con su silencio, porque debía recordarle a esa omega patética y enamorada de él, que aceptaba cualquier cosa—. ¿Sabes qué me ha dicho mi mamá? Que debería pedirte un examen de sangre. Quiere confirmar si esa bebé es mía.

—Es mía —murmuró Haerin de forma repentina, con la voz temblando. Kangsan enarcó una ceja—. Es mía, de nadie más, idiota.

La ofensa pareció descolocar un poco al hombre, sorprendido por lo que estaba escuchando. Sin embargo, la sorpresa se transformó en disgusto.

—¿Quién te crees que eres? —espetó el alfa.

—Amor, ¿está pasando algo?

Haerin volvió a sobresaltarse al escuchar una voz más suave, sintiendo enseguida la presencia de Danielle a su lado, con la mano de la mayor agarrándola de la cintura.

—Papa —barboteó Hikaru hacia Danielle, y la castaña sonrió. Aunque no con humor.

—¿Te está molestando, mi amor? —preguntó Marsh, volteándose hacia Haerin—. ¿Quieres que le rompa la nariz, preciosa?

Sin poder evitarlo, y al ver la expresión atónita de Kangsan, Haerin soltó una risa escandalosa. Hikaru, al verla reírse, también se rió con felicidad. Era un poco más gracioso cuando notó que Danielle era mucho más baja que Kangsan, pero parecía muy dispuesta a meterse en una pelea.

El alfa frente a ella bufó.

—Me verás otra vez —le dijo Kangsan, antes de marcharse a paso veloz y con una expresión enojada.

Danielle soltó un gruñido, sin embargo, se volteó hacia Haerin, que seguía todavía algo shockeada por lo que acababa de ocurrir. Pero reaccionó cuando la surcoreana le acarició las mejillas, llamando su atención.

—Él...

—Me imagino que es tu exnovio —dijo Danielle, tranquila. Haerin bajó la vista, apenas asintiendo con la cabeza—. Perdona, Rin, pero ¿cómo pudiste meterte con ese cretino?

Escuchar a Danielle decir eso le provocó una nueva risa, viendo la suave sonrisa que tenía la alfa en su rostro, y los nervios y el pánico parecieron esfumarse de pronto, como polvo llevado por el viento.

—Nunca fui muy inteligente —respondió, agarrándole la mano.

—Claro que lo eres —Danielle la llevó hacia donde estaba estacionado su auto, sin soltarla un poco—. Eres la omega más inteligente y preciosa que haya visto.

Haerin se ruborizó, feliz por lo que estaba escuchando.

Acomodaron a Hikaru en su sillita y se subió al asiento del copiloto. Decidieron pasar el resto de los días en el departamento de la mayor, desde que fueron la primera vez que la alfa insistió en pasar tiempo allí para ir acostumbrando a Hikaru. Haerin no quería darle muchas vueltas a lo que le estaba diciendo Danielle de manera indirecta, pero no iba a decirle que no.

—Ojalá no encontrarme más con ese idiota —se quejó Haerin, fastidiada—. Realmente tuve que estar muy ciega para meterme con él, ¡¿puedes creerlo?!

Dani se rió, aunque Haerin pudo notar cierta tensión en su rostro.

—¿Y qué era lo que quería? —preguntó.

La pelinegra mordió su labio inferior, mirando de reojo a Hikaru. Otra vez estaba durmiendo como una roca, con la boca abierta y un hilo de baba cayendo por la comisura de su boca. Que ternura.

—Un examen de sangre —murmuró—, me ha dicho que su madre lo quiere. ¿Qué piensa hacer? ¿Acaso querer compartir con Hikaru? Está loco, jamás lo dejaré acercarse a ella.

—La próxima vez lo golpearé —le prometió Danielle.

Haerin sonrió, pero eso no quitó la preocupación en su interior. Sabía que Danielle debía estar pensando acerca de las posibilidades de que Kangsan reclamara ante la justicia que Haerin no lo dejaba estar con la cachorra, y eso podía acabar muy mal. En especial porque la familia del alfa tenía muchos contactos que podían gatillar una decisión en favor de él.

No, pero ¿para qué la querría? Kangsan no se veía interesado en Hikaru. Además, Haerin jamás le entregaría a su bebé. Antes muerta.

Decidió que era mejor no dejar que esos pensamientos empezaran a carcomerle la cabeza. Si no, no iba a disfrutar de sus días con Danielle, y no quería pensar más en el idiota de Kangsan.

A los pocos minutos llegaron al departamento de la mujer y entraron. Dejaron a Hikaru en el suelo, que gateó hacia el árbol de navidad instalado, viendo las luces de colores.

—Mira, Karukaru —suspiró Danielle, dejando la maleta en el suelo y caminando hacia el árbol—. Un regalo para ti.

Levantó el regalo que estaba en el suelo, sentándose junto a Hikaru, y la bebé trató de recibirlo, pero sus manos tan pequeñas no podían agarrarlo bien.

—Buuuuu —barboteó Hikaru—. ¡Papa babo!

La alfa, en lugar de enojarse, se rió con suavidad y comenzó a abrir el regalo del envoltorio. Haerin no tardó en unirse a ellas, animando a Hikaru a quitar el papel, y la niña terminó rasgando todo el envoltorio. Marsh le quitó la tapa a la cajita blanca y mostró un enterito de perro, de color blanco con manchitas y con unas orejitas en la capucha que tenía.

—¡AAAAAAAAAAAAAAAAAAH! —gritó Hikaru, feliz y moviendo sus manitos.

—¿Te gustó? —preguntó Haerin.

—¡AAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAH! —volvió a gritar, y las dos lo entendieron como un sí.

No tardaron en cambiarle la ropa a Hikaru, poniéndole el pequeño enterito que le quedaba un poco grande, pero hacía que se viera adorable. Pronto, se puso a gatear por todo el departamento.

Danielle y Haerin también se intercambiaron unos regalos: Danielle le regaló una pulsera muy bonita con un dije de gato, que la hizo reír, y Haerin le entregó un nuevo reloj de muñeca.

Prepararon la cena más tarde, comiendo mientras veían una película de navidad, y cuando Hikaru cayó dormida, la acostaron en la pieza de invitados. Ellas dos se marcharon enseguida al cuarto de Danielle entre risas pequeñas, y una vez a solas, comenzaron a besarse en la boca, acostándose sobre la cama.

Haerin gimoteó al sentir las manos de la castaña deslizarse por su trasero, apretándoselo con suavidad y arrancándole jadeos. Pronto, el aire se llenó de feromonas, gemidos y risitas pequeñas, y por Dios, Haerin se sentía muy necesitada. Danielle no parecía mucho mejor, no cuando notó el bulto contra sus muslos.

—Dani... —le susurró Haerin.

—Sí, sí, ya paro... —masculló Danielle.

—No, no —la abrazó por el cuello—. ¿Y qué tal... qué tal si... si ha-hacemos algo...?

—¿Algo como qué?

Colorada, Haerin se lo susurró al oído. Le daba mucha vergüenza decirlo en voz alta.

Dani, en respuesta, le gruñó antes de agarrarla bien de los muslos. La sola sensación le provocó escalofríos a Haerin.

—¿Estás segura, bebé? —le murmuró.

—Muy segura —afirmó Haerin—. Te quiero.

Danielle le sonrió, feliz.

—Yo también te quiero, preciosa.

Eso era lo que bastaba oír para derretir a Haerin.

Volvieron a besarse y sus manos a viajar por ambos cuerpos. Antes de darse cuenta, Haerin le estaba quitando la camisa y brazier a Danielle, viendo los pechos desnudos de la alfa, y la omega tuvo el mismo destino. La mayor comenzó a desabrocharle el pantalón, sin dejar de besarla, y estuvieron batallando varios minutos en quitarle dicha prenda, comenzando a reírse cuando el primer intento fracasó. Se sentía un poco torpe y tierna, y eso provocaba que Haerin no sintiera tanto pánico por lo que estarían a punto de hacer. Al hacer lo mismo con el pantalón de Danielle también se demoraron, pero pronto quedaron en ropa interior y volvieron a besarse, sus manos acariciándose mutuamente.

—Qué hermosa eres —le dijo Danielle—, hermosa, mi linda bebé...

—¡Danielle! —se rió, recibiendo besos en su cuello—, ah... oh... Mi... mi a-alfa...

Marsh gruñó en señal de afirmación, luchando ahora por quitarle la ropa interior a Haerin. La omega pronto quedó desnuda, pero Danielle le acompañó con rapidez, y Haerin se echó boca arriba en la cama.

—Dios, ¿puedo comerte las piernas después? —bromeó la extranjera, acariciándole sus muslos.

—Sólo si eres buena —desafió Haerin.

—Te volveré loca, bebé.

La omega juntó sus piernas, elevándolas en los aires, y las acomodó sobre el hombro de Danielle, que comenzó a frotar su polla, dura y soltando líquido preseminal. Haerin apenas la vio, pero sí lo suficiente para notar que era grande y gorda.

Por un momento quiso chuparla, pero se dijo que era mejor en otra ocasión. Ahora estaba demasiado concentrada en la mano de Danielle deslizándose por la separación de sus labios vaginales, los dedos empapándose en el lubricante, y comenzó a frotarlos cerca de su clitoris, dejándolos mojados.

Haerin mordió su labio inferior cuando la mayor comenzó a frotarse superficialmente contra su entrada. El roce fue suficiente para hacerle soltar un gemido bajo de placer.

—Dios, bebé, mírate —le gruñó Dani, comenzando a mover sus caderas, y su polla comenzó a moverse de arriba hacia abajo, sin entrar aún, pero logrando provocarle el éxtasis—, ¿tanto lo quieres, preciosa? Te... te lo daré todo, bebé...

—Dani...

Haerin no podía dejar de verla: el pene de Danielle humedeciendo su vagina con el presemen, el glande enrojecido y brillante, sin dejar de frotarse. Jamás hizo algo así, sólo lo escuchó o leyó, pero se sentía demasiado placentero a pesar de que no se la estaba follando directamente. Su entrada pareció palpitar en señal de queja, queriendo algo allí, pero se concentró más en lo que le estaba provocando la alfa en ese momento.

—Ah, ah... —gimoteó, necesitada, y pronto la castaña entró, arrancándole un gemido—. ¡Oh, mmm! ¡Mierda!

El movimiento de sus caderas era rápido, estiró una mano hasta un pecho de Haerin y lo masajeó a la par se pegaba más a ella, entrando y saliendo sin piedad. Minutos que se sintieron como segundos pasaron así, el obsceno sonido llenando la habitación. Gracias a Dios Hikaru tenía el sueño pesado.

—Mi-erda, cariño —le gruñó Danielle, sin dejar de embestirla—, na-naciste para esto, mi amor...

Las sucias palabras de la alfa le estaban provocando más placer, sus pezones erectos, su piel como gallina, y bajo esa estimulación constante no lo pudo soportar mucho más: arqueó su espalda y se vino en un gemido sonoro, sus ojos viendo estrellas debido al placer. Otro gemido escapó de su boca cuando, repentinamente, su vagina se llenó de semen pegajoso, viscoso y caliente, y Danielle soltó un ruido de gusto, obteniendo su liberación.

Danielle bajó las piernas de Haerin, notando que el esperma le había ensuciado hasta los muslos a la coreana. Haerin también lo notó. La esencia de Danielle sobre ella. El solo pensamiento le provocó otra ola de placer, que salió en forma de gemido cuando la alfa le agarró la barbilla y la besó.

Desnudas completamente, sucias por sus líquidos, se acomodaron a la cama y siguieron besándose entre risitas.

—¿Estuvo bien, preciosa? —le preguntó Danielle.

—Muuuuuy bien —Haerin se sentía demasiado feliz, dándole un abrazo—. Mi alfa sabe satisfacerme, ¿a qué sí?

—Cuando quieras, mi pequeña bebé.

Haerin lo quería siempre.

¡Gracias por leer!
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