Peligro en la tormenta
Es una lástima que el agua
salada se lleve tus lágrimas de
pánico.
Kagome despertó luego de haber pasado dormida unas cuatro horas al menos. Su madre la regañó por estar durmiendo hasta tan tarde. Lo que la señora no sabía es que ella no había logrado dormir por el miedo.
Intentó explicarles a sus padres que había visto una sirena en el mar, estaba cerca del barco y por ese motivo no había logrado dormir. Su padre se rió y justificó lo que había visto con una boya de mar. También su madre apoyó el comentario y ella no tuvo más remedio que relajarse un poco.
Tal vez su papá tenía razón: era una boya y las sirenas, definitivamente, no existían. Sólo eran cuentos. Se decía constantemente durante todo el día hasta llegar la tarde.
El cielo estaba grotescamente pintado de nubarrones negros y se escuchaban relámpagos caer en la lejanía. El capitán avisó por el altavoz del barco que se avecinaba una tormenta, posiblemente muy fuerte. Exigió calma a los tripulantes y mantenerse alejados de los bordes del barco.
Al llegar la noche la tormenta también lo hizo. Las olas que chocaban el barco con total rudeza lograban sentirse y escucharse. Los truenos y relámpagos eran aún mas espeluznantes. Su madre le rogó que no saliera por nada en el mundo afuera hasta que la tormenta parase; pero ella moría de sed y su agua ya se había acabado.
Se puso una chaqueta y abrió un poco la puerta de su habitación, salió hacia afuera y de inmediato el aire tormentoso la golpeó fuertemente. Había parte de la tripulación haciendo su trabajo y gritando. Las olas se veían enormes y el mal clima no parecía parar muy pronto.
Corrió a la cocina y agarró una jarra con agua. Volvió caminando a pasos lentos hacia su cuarto. Mucho antes de llegar una ola empujó la nave hacia babor que la hizo perder el equilibrio y caer al mar. Lo último que logró escuchar fue la voz de muchos marineros avisando que había caído una joven.
Cerró sus ojos en el momento que su cuerpo impactó con el mar y comenzó a hundirse. Sintió un leve cosquilleo sobre su frente y vio una aleta escarlata sobre su cabeza. Bajo de ella había una sirena. O más bien un tritón. Él parecía estar curioso con su cuerpo, daba vueltas a su alrededor y terminó de cabeza viéndola.
—Que humana más pequeña y rara eres. — mencionó. Uno de sus escamosos dedos tocó su nariz. —¿Tienes miedo?.
Asintió. Si estuviera en la superficie estaría llorando como una niña pequeña. Él la estaba examinando; seguramente eligiendo que parte de su cuerpo comer primero.
—No te haré daño... — eso la tranquilizó un poco. —Aún... — él sonrió. Su sonrisa parecía macabra con esa fila de dientes puntiagudos y esos ojos anaranjados que parecían brillar cual oro descubierto.
Tomó una de sus manos y comenzó a nadar hacia arriba. El aire comenzó a faltarle y al estar en la superficie logró respirar. El tritón aún la sostenía de la mano, se ocultaba detrás de su espalda mientras veía a todos lados.
Los focos de las linternas la enfocaron y varios salvavidas fueron lanzados hacia su dirección. Rápidamente tomó uno de ellos y se separó del monstruo. Se volteó a verlo. Él se mantenía ahí flotando, mirándola con una fina sonrisa.
Con una aterradora calma se fue hundiendo en lo más profundo hasta que sus ojos dorados dejaron de brillar. Ella se tranquilizó. Poco a poco la iban subiendo. Sintió algo enrollarse en su pie y antes de lograr ver lo que era algo la mordió en el tobillo.
La subieron hasta arriba y rápidamente la llevaron a la enfermería en donde ya estaban sus padres esperándola. Al verla se sintieron de lo más felices. Comenzaron a abrazarla y darle besos en la cara. Una enfermera la revisaba y observó con detenimiento la mordida en su tobillo. Notó que la marca de dientes era continúa y de un color rosa.
La muchacha agarró una pomada y unas vendas. Cubrió la zona con la medicina y luego vendó. Sus padres se la llevaron a su habitación acompañados de algunos marineros. Antes de lograr quedarse dormida no pudo evitar temblar otra vez por lo que había visto.
Recordó sus palabras. No iba a matarla en ese momento, eso le hizo entender, pero lo iba a hacer seguramente. Se cubrió con las sábanas y pidió a Dios que ese viaje ya acabara.
La tormenta fue calmándose a medida que pasaba la noche y la tripulación fue abandonando las zonas exteriores del gran navío. Nadie logró ver como a lo lejos un joven de cabellera blanca y ojos ambares jugueteba con un arpón entre sus manos.
El tritón sonrío y volvió a hundirse en lo más profundo del mar.
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