Naufragio
Tu sabor es mucho mejor de
lo que creía...
Pasaron dos noches desde el encuentro entre Kagome y Sesshomaru. Ella continuaba asustada porque sabía que estaba en la mira de él. Pasó esos días encerrada en su habitación, evitaba salir mucho hacia afuera, sólo lo hacía para ir a comer o buscar algún libro.
Esa noche se pronosticaba una tormenta muy fuerte. Veía desde la ventana de su cuarto como las nubes se volvían negras y el mal en calma comenzaba a descomponerse en algo que pronto sería un infierno.
La tormenta llegó mucho antes de lo esperado, dicho por el capitán: por ningún motivo se debía salir de las habitaciones. Ni siquiera la tripulación estaba permitida a salir al no ser que sea lo suficientemente necesario.
La noche comenzó a caer y junto con ella el mal tiempo empeoraba. El barco se giraba a los costados, derrumbando algunos objetos en las habitaciones, incluida la de Kagome.
El espejo se hizo añicos en el suelo, sus joyas estaban tiras y rotas, habían algunas prendas de vestir en el suelo y algo de comida de la última que había comido. Ella se sentía incapaz de salir bajo la protección se sus cobijas e ir a recoger un poco.
El barco se volteó demasiado hacia la derecha que la hizo caer hacia el suelo, cortándose con los cristales. Su cuerpo chocó contra la puerta y esta tras el impacto se abrió. Kagome creía que le había puesto el seguro pero estaba muy equivocada.
Se sujetó a la baranda que evitaba hacerla caer al mar. El viento la despeinaba y movía demasiado su ropa, de repente ella comenzó a temblar.
—¡Mamá! ¡Papá! ¡Ayúda!. — gritó desesperada.
Observó el embravecido océano y logró notar algo dorado brillante entre las olas. El brillo hacía relucir una macabra sonrisa que le daba escalofríos.
—¡Kagome!. — escuchó a su padre del otro lado.
Soltó una de sus manos para tomar la de su padre pero el barco volvió a girarse y ella calló al mar.
—¡KAGOME!. — vio como intentó atraparla.
—¡No!. — gritó antes de caer de espaldas al mar.
Su cuerpo dejó de responderle desde el momento al chocar con el agua. Se imaginaba que el impacto le había causado algún daño muscular. Necesitaba respirar, quería inhalar aire y volver con sus padres. Pero se hundía mucho más.
Abrió sus ojos y vio los de él viéndola atentamente. Mantenía una pequeña sonrisa que hacia acelerar de mala manera su corazón.
—Te dije que sí te mataría. ¿Tienes algo que decirme antes de morir?. — el conocimiento de Kagome comenzaba a fallarle, se sentía casi a punto de morir. —Cierto. No puedes hablar.
Vió como él la tomaba por la cintura y sintió su cara acercarse a su cuello. Lo siguiente que sintió fue una dolorosa mordida en su cuello, certeramente en la arteria carótida. La mordida se volvió más profunda hasta arrancarle un pedazo de carne, dejando expuesta su vena lesionada y su cuello abierto.
Trago el pedazo de carne frente a su cara y el sonrió lamiendo sus labios.
—Deliciosa. — susurró.
Kagome murió en el momento justo cuando el volvió a morderla.
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