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Capítulo diecinueve

Finn ayudó a Raven a ponerse de pie. La morena soltó un quejido doloroso cuando un intenso dolor atravesó su cintura. La bala que Murphy le disparó aún seguía dentro de ella, pero estaban tan concentrados en buscar la forma de salvarse de los terrestres que decidieron posponer la "operación" para sacarle la bala.

Los guerreros que seguían a Sloane estaban de pie frente a Raven, con la vista clavada en el collar que le pertenecía a su reina y que, ahora, colgaba del cuello de la morena.

—Sé que ustedes siguen a Sloane y solo a ella. También sé que mi relación con ella no ha sido tan buena, pero me demostró que es alguien de confianza, alguien en la que podemos apoyarnos y ustedes también lo son —dijo Raven, apoyándose en una mesa. —Al principio no confié en ustedes, pero demostraron que estaba equivocada. Ahora sé que ustedes están con nosotros y nosotros con ustedes. Somos uno mismo. Pero no puedo obligarlos a hacer algo que, tal vez, vaya en contra de sus principios —continuó, mirando a los terrestres con total seriedad. —Partiremos en unos momentos y no voy a obligarlos a ir con nosotros, nadie lo hará. Van con nosotros o esperan por Sloane, ustedes deciden.

Los guerreros se miraron al oír las palabras de Raven. Era cierto que sin Sloane cerca se encontraban algo perdidos. Ella era quien los guiaba, quien tomaba las decisiones y sin su líder no sabían qué hacer. Pero también conocían muy bien a Sloane y sabían la forma de pensar que tenía la azabache. Habían pasado años junto a ella, unos más que otros, pero aún así a su lado. Entonces supieron qué hacer, supieron lo que Sloane haría.

Un guerrero dio un paso al frente.

—Iremos con ustedes —dijo, siendo la voz de todo Gonkru. —Es lo que Naiplana querría.

Y no se equivocaban. Sloane hubiera hecho lo mismo, hubiera querido que esa fuera la respuesta final.

Raven soltó un suspiro aliviado al oírlos. Era cierto que no quería obligarlos, pero esperaba que fueran con ellos. Se sentirían un poco más seguros sabiendo que no estaban solos, que tenían apoyo. Todos querían que Gonkru los acompañara, después de todo ya los consideraban su gente.

—Prepárense, saldremos en unos minutos —ordenó y todos marcharon.

En la nave solo quedaron Raven y Finn. La morena respiraba con dificultad debido al fuerte dolor que sentía y el castaño la miraba agobiado. No le gustaba verla sufrir, aún cuando él le había provocado mucho sufrimiento.

—Debemos prepararnos —dijo Finn y la morena asintió.

Solo bastó poco tiempo para que todos en el campamento estuvieran listos. Todos ansiosos por vivir otro día más, por no morir a manos de los terrestres. En solo unos minutos todos se encontraban frente a la entrada del campamento. Una parte de los guerreros encabezó la caminata, seguido de los demás adolescentes, y la otra parte iba detrás de ellos, protegiéndolos de cualquier peligro.

—¡Armas adelante! —gritó alguien y al instante los adolescentes armados caminaron junto a los guerreros. —¡Abran bien los ojos!

—¡Sí, señor! —respondieron.

Y así comenzaron a abandonar el campamento que los había resguardado todo el tiempo que llevaban en el suelo. Uno tras otro atravesaron los muros, mirando a su alrededor algo nostálgicos por abandonar lo que consideraban hogar. Al final de ellos quedó Bellamy, de pie en medio del campamento. Agachó la cabeza, lamentando tener que marcharse. Él estaba seguro de que allí estarían a salvo, pero tampoco buscaba abandonar a los suyos.

Clarke lo miró y se acercó a él.

—Hiciste bien aquí, Bellamy —aseguró la rubia.

—Dieciocho muertos.

—Ochenta y dos vivos —animó Clarke. —Hiciste bien.

Y no se equivocaba.

Aunque, al principio, Bellamy se había comportado como un idiota luego terminó siendo todo lo contrario. Al principio buscó el caos, pero ahora lo daba todo por proteger a los suyos. Se sentía responsable de su seguridad.

Soltó un suspiro y tomó una cubeta llena de agua. Se acercó a una fogata y arrojó el agua sobre ella, apagando el fuego al instante. Aquello era como una despedida. Así salió del campamento, junto a Clarke. Pero había algo que rondaba en su cabeza o, mejor dicho, alguien.

Esa persona era Sloane.

Él se marchaba y Sloane no lo sabía. Bellamy ni siquiera sabía si ella continuaba con vida y eso lo mantenía intranquilo. Podía asegurar que, aunque estuviera viva, no había posibilidades de que la volviera a ver. No podrían encontrarse de nuevo. Lo peor era que su familia, Gonkru, marchaba con ellos. No quería que estuviera sola, desprotegida. Y eso lo asustaba porque Sloane le había hecho sentir algo que nunca creyó posible. Le sacudió el suelo bajo sus pies, pero ambos sabían que las cosas en la Tierra no eran fáciles y debían acostumbrarse a ello.

La marcha se detuvo repentinamente, alertando a todos y cada uno de ellos. Bellamy regresó a la realidad y se obligó a dejar de pensar en Sloane.

—¿Por qué paramos? —preguntó Raven, quien era llevada en una camilla debido a su condición.

Y sucedió algo que asustó a todos.

Un shuriken se clavó entre los ojos de un adolescente, el cual cayó muerto al instante. Los adolescentes soltaron unas exclamaciones aterrorizadas y los guerreros que los acompañaban se pusieron en posición de defensa, listos para atacar. Entonces otro shuriken apareció y se clavó en el pecho de un guerrero, quien también murió al instante.

Octavia y Jasper, quienes también lideraban la caminata, se miraron y supieron de qué se trataba.

—¡Terrestres! —gritó Jasper, alertando a los demás.

Y al instante todos comenzaron a correr despavoridos de vuelta al campamento, buscando resguardarse detrás de los muros.

Los terrestres ya habían llegado y no tenían otra opción más que pelear por sus vidas.

—Tenemos veinticinco rifles con veinte balas. En total son unas quinientas balas —informó Bellamy a Clarke y Finn. —Cuando se fueron hicimos mejoras. Gracias a Raven la zanja está minada.

—Parcialmente minada —corrigió Raven con la voz firme e iracunda —Gracias a Murphy.

—Aún así están en su ruta y si ellos la usan, lo sabremos —comentó con optimismo y tomó un cilindro metálico. —También hicimos granadas.

Clarke miró las granadas y negó con la cabeza.

—No son muchas —dijo.

Raven tensó la mandíbula.

—Otra vez, gracias a Murphy.

En ella crecía un gran resentimiento hacia Murphy. Le había disparado y, gracias a eso, ahora apenas podía caminar y corría el riesgo de no hacerlo nunca más. Además del hecho de que había sido un egoísta al usar la pólvora, la única esperanza para defenderse de los terrestres, con tal de salvarse a sí mismo.

Bellamy soltó un suspiro, sabiendo que Clarke tenía razón.

—Haremos que cuenten —dijo con seguridad y miró la maqueta del campamento que habían realizado. —Si los terrestres buscan la puerta, rifles y granadas los rechazarán.

Finn agachó la cabeza. Estaba en desacuerdo con luchar. Clarke, por otro lado, arqueó una ceja ante el débil plan de Bellamy.

—¿Y luego? —cuestionó.

—Cerramos la puerta y rezamos —intervino Raven.

Clarke levantó las cejas al oír a Raven. No creía que aquello sirviera. Era una mujer de actos y creía que para salvarse debían hacer algo, no rezar. La ayuda no caería del cielo milagrosamente.

—¿Y qué pedimos? ¿Que la nave los detenga? Porque no lo hará —volteó hacia Bellamy.

—Entonces no hay que dejarlos entrar —propuso Bellamy y tomó el radio para hablar. —Trincheras, escuchen. Tengan ojos y oídos alertas. Causen bajas lo más que puedan. Deténganlos lo suficiente para hacerlos huir. Ese es el plan.

—Siempre es tu plan —habló Finn, molesto. —Como la bomba en el puente.

Al oír aquellas palabras, un plan comenzó a maquinarse dentro de la cabeza de Clarke. Miró la maqueta mientras pensaba en una forma para poder salvarse.

—Así es —retó Bellamy. —¿Tienes una mejor idea?

Clarke negó con la cabeza.

—No puede ser tan simple —susurró para ella misma y miró a Raven. —Dijiste que hay combustible en los cohetes, ¿no? Suficiente para cien bombas.

Raven asintió.

—También dije que no había pólvora.

—No quiero hacer una bomba —aseguró Clarke, llamando la atención de todos. —Llamas es lo que quiero.

Entonces Raven comprendió lo que Clarke planeaba. Un brillo se asomó a sus ojos, entusiasmada por la idea que la rubia le había dado.

—Hacer que se acerquen y hacer con los cohetes un aro de fuego —dedujo.

—Quemar a los terrestres —dijo Bellamy y arqueó las comisuras de sus labios hacia abajo. —Me gusta.

Finn miró a Raven.

—¿Funcionará?

Raven lo pensó. Repasó en su mente todas las posibilidades y lo que necesitaba para hacerlo.

—El cableado es un desastre, pero sí —aseguró, segura de sí misma. —Solo denme tiempo y los cocinaremos.

El ambiente era tenso, el rencor era palpable y el odio abundaba. Así era como ambas habían imaginado reencontrarse. No esperaban un abrazo amigable luego de cinco años. Cinco años en donde el rencor y el resentimiento no hicieron más que crecer.

Dentro de Sloane se había acomulado una gran cantidad de odio por haber sido forzada a huir, por arrebatarle la pacífica vida que esperaba tener. Y dentro de Astrid el resentimiento por no haber sido la segunda de Anya creció, aún cuando —luego de jugar sucio— había logrado serlo. Jamás superaría el hecho de haber sido vencida y "traicionada" por Sloane.

—Huiste durante cinco años, ¿y ahora solo corres hacia ellos? —cuestionó Astrid, burlesca. —Al parecer eres más idiota de lo que recordaba.

Sloane se mantuvo en silencio ante las palabras de Astrid. Ella era una mujer de pocas palabras, sobre todo cuando la ira la sobrepasaba. Trató de mantenerse en silencio para evitar perder el poco control que poseía.

—Tan callada como siempre —murmuró la rubia, rodando los ojos. —Veo que no has cambiado nada, ¿aún quieres esa estúpida vida pacífica?

Sloane apretó sus puños al oír el tono despectivo de su voz. Una vez más confirmó que Astrid ya no era la misma persona que había conocido en su infancia. No podía creer en la persona que se había transformado y supo que, en realidad, nunca la había conocido. Astrid nunca le mostró su lado egoísta y ambicioso, no hasta que la traicionó de esa forma.

—¿Dónde está Kile? —preguntó finalmente.

—¿Kile? —Astrid achicó los ojos y fingió pensar. —Déjame adivinar. Alto, rubio, verdaderamente guapo y ojos...

—Deja las bromas, Astrid —amenazó, sacando su espada. —¿Dónde está Kile?

—No lo sé —respondió con seguridad, pero luego sonrió. —O tal vez sí.

La mirada de Astrid recayó sobre la mano de Sloane, la cual empuñaba con fuerza su espada. La rubia se imaginó lo que estaba por venir, así que soltó el arco que cargaba y desenvainó su espada.

Sloane tomó aquello como una invitación a pelear. Ladeó la cabeza, observando a Astrid y preguntándose qué tan fuerte se habría vuelto. Entonces, de un momento a otro, perdió el control y corrió hacia Astrid con la espada en alto, dispuesta a acabar con esto.

Astrid bloqueó el ataque de Sloane con su espada y pateó su abdomen, alejándola unos centímetros. No perdió tiempo para atacar nuevamente, pero Sloane logró detener sus ataques. No fue una acción fácil. Se encontraba agotada por haber corrido durante toda la noche, sin la posibilidad de descanso alguno. Apenas podía mantenerse de pie, el cansancio la sobrepasaba

La azabache blandió su espada de forma horizontal, buscando cortar su garganta, pero Astrid se agachó justo a tiempo. La rubia aprovechó la situación para enredar su pierna con las de Sloane, haciéndola caer y perder su espada. Astrid se abalanzó sobre ella rápidamente y comenzó a golpear su rostro con su puño repetidas veces. Unas gotas de sangre saltaron sobre el rostro de ambas muchachas, anunciando que la nariz de Sloane se había roto. La azabache soltó un quejido tras otro mientras intentaba deshacerse de Astrid.

Repentinamente Sloane se ahogó con su propia sangre, la cual también provenía del corte en su labio inferior.

—¡Eres débil! —gritó Astrid mientras continuaba golpeándola. —¡Te preocupas por Kile, pero no por tí!

Soltó un gruñido al oír las palabras de Astrid. Aquello fue como una chispa que encendió la pólvora dentro de ella.

Soltando un grito furioso, Sloane usó sus manos y piernas para empujar a Astrid. La rubia sólo se alejó unos centímetros, pero fue suficiente para que Sloane pudiera contraatacar. Elevó su pierna a la altura del rostro de Astrid y le propinó una fuerte patada. Aquello terminó por desestabilizar a la rubia, quien cayó de espaldas junto a ella.

La azabache tomó velozmente su espada y se arrastró junto a Astrid mientras escupía los restos de sangre. Entonces levantó la espada a la altura de su cabeza para tomar impulso y clavarla en el pecho de Astrid, pero entonces sucedió algo que no se esperaba.

—¡Kile está muerto! —gritó Astrid.

Y el mundo de Sloane se detuvo.

Su agarre en la espada se aflojó, sin embargo no la soltó. El suelo debajo de ella se sacudió y perdió el equilibrio, cayendo sentada al suelo, sin poder creer lo que acababa de oír. Sus ojos perdieron su brillo habitual y la ira desapareció de ellos, dándole paso a un gran vacío. Su expresión se contrajo en una profunda tristeza y su labio inferior tembló, anunciando que las lágrimas estaban cerca.

Astrid la observó con una pequeña sonrisa. Ella sabía que aquella noticia le afectaría, la desconcentraría. Entonces se puso de pie lentamente, manteniendo una expresión triunfante, y tomó su espada.

Sloane ni siquiera prestó atención a lo que Astrid hacía. El dolor que sentía consumía todo dentro de ella, sumiéndola en un profundo estado de shock. No pensaba en otra cosa más que en Kile y su muerte. Dejó de importarle cualquier otra cosa, en ese momento solo pensaba en lo que había vivido junto al rubio. No pudo evitar reprocharse su muerte, repitiendo que si no la hubiera conocido él seguiría con vida.

Astrid se acercó a ella y clavó súbitamente su espada en el hombro de Sloane. La azabache soltó un grito desgarrador, liberando todo el dolor que habitaba en ella. Astrid no se conformó con aquello, sino que giró su espada para agrandar la herida.

—Él sufrió —dijo con cinismo. —Debiste oír sus gritos cuando le arrancamos sus uñas y cuando todos nosotros cortamos su piel. —De un tirón sacó la espada del hombro de Sloane. —Pero lo mejor fue cuando Anya dio el último corte. Cuando Kile dejó de respirar —agregó, buscando agravar la pérdida de Sloane.

La espalda de la azabache impactó contra el suelo. Sloane no emitió ningún ruido, solo contempló el cielo anaranjado del atardecer. La tristeza rodeaba su corazón, haciendo que su pecho doliera.

Astrid se subió sobre ella y comenzó a golpear salvajemente el rostro de Sloane con el mango de la espada. La sangre saltó por todos lados y nuevos cortes aparecieron en el rostro de Sloane, desfigurándolo casi por completo.

La azabache no tenía fuerzas para defender o, siquiera, cubrirse. Estaba cansada por no haber dormido, por haber corrido toda la noche y destrozada internamente por la muerte de Kile. No tenía ánimos para evitar que Astrid la matara. No se sentía capaz de sobrevivir sin el hombre a quien consideraba su hermano.

Tan solo unos segundos después, el rostro de Sloane se encontraba repleto de sangre. No había ni un centímetro de piel libre de aquel líquido, pero a ella no le importaba. No podía pensar en otra cosa más que en Kile. Él era su familia y acababa de perderlo. Más que eso, perdió una parte de ella. Una parte muy importante, una parte que la alentaba a seguir.

Y ahora que no estaba, ya no tenía ánimos para pelear.

Astrid detuvo sus golpes, soltando un suspiro agotado, y se puso de pie. Miró a Sloane desde lo alto y no sintió remordimiento alguno al ver el deplorable estado en el que había dejado a la persona que alguna vez fue su mejor amiga.

—Se acabó, Sloane.

La azabache lo sabía. Sus heridas eran tan graves que su supervivencia no era segura. Sin mencionar que se había sumido en una profunda tristeza que consumía sus ganas de vivir.

—Se acabó —repitió Sloane en un susurro.

Y, mirando el hermoso atardecer, se dio por vencida.

Astrid la había derrotado.

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