twenty seven. kaneki ken
O27 | KANEKI KEN
Hace diez años
La casa de los Satou estaba impregnada de la calidez del sol de la tarde. Los rayos dorados que entraban por las ventanas iluminaban cada rincón, haciendo que el ambiente se sintiera acogedor y lleno de vida. En el centro de la sala, Kaori jugaba despreocupadamente con sus muñecas, imaginando que estaban en un reino mágico donde todo era posible. Su risa llenaba la habitación, acompañada por el suave tintineo de sus pequeños pies descalzos al moverse de un lado a otro.
De repente, el sonido de la puerta abriéndose la sacó de su pequeño mundo. Kaori detuvo su juego y su rostro se iluminó de inmediato. Sabía que sus padres habían llegado a casa, y siempre esperaba con ansias esos momentos. Sin pensarlo, soltó las muñecas y corrió hacia la entrada, sus pasos rápidos y emocionados.
—¡Papá! ¡Mamá! —gritó.
Sin embargo, cuando llegó a la puerta, algo la detuvo, detrás de ellos se asomaba la figura de un niño que no había visto antes. Era un niño de unos ocho años, con el cabello negro y los ojos igualmente oscuros, llenos de una tristeza profunda que un niño de su edad no debería cargar. Estaba de pie con las manos apretadas, sus hombros ligeramente encogidos, como si tratara de hacerse más pequeño, invisible ante el mundo.
Kaori, en su inocencia, no vio el dolor en los ojos de Kaneki. La niña no pudo contener la emoción de ver a otro niño en su casa, por lo que con una sonrisa amplia se acercó con rapidez al niño.
—¡Hola! —exclamó, su voz llena de entusiasmo—. ¡Soy Kaori! ¿Quieres jugar conmigo? Tengo muchas muñecas y podemos hacer una casita, ¡será divertido!
Pero tan pronto como la niña se acercó, Kaneki dio un paso hacia atrás, asustado por la energía de la niña. No estaba acostumbrado a ese tipo de bienvenida, y menos aún después de todo lo que había pasado. La tragedia que había arrebatado la vida de su familia lo había dejado roto, y en su corazón solo quedaba un vacío profundo y doloroso.
Kaori, confundida por la reacción del niño, detuvo su acercamiento y frunció el ceño ligeramente, tratando de entender.
—¿Estas bien? —preguntó con suavidad, inclinando la cabeza hacia un lado.
Antes de que Kaneki pudiera responder, los padres de Kaori intervinieron. Kenzo se agachó para estar a la altura de su hija, poniendo una mano suave en su hombro.
—Kaori, cariño —el hombre comenzó con una voz calmada y gentil—. Este es Kaneki. A partir de hoy, vivirá con nosotros. Quiero que seas muy amable con él, ¿de acuerdo? Kaneki ha pasado por algo muy difícil y está un poco triste, así que necesita tiempo.
Kaori miró a su padre con curiosidad, como si estuviera tratando de asimilar lo que le decía. Para ella, la tristeza era un concepto extraño, algo que rara vez sentía y que no comprendía del todo. Pero al ver la seriedad en el rostro de su padre, supo que debía ser importante. Miró a Kaneki nuevamente, esta vez con más cuidado. Aunque no entendía del todo por qué, pudo sentir que el niño frente a ella estaba roto de alguna manera.
—Está bien —dijo finalmente Kaori—. Seré su amiga. No tiene que jugar si no quiere, pero yo estaré aquí cuando esté listo.
Kaneki alzó la vista por un momento, sus ojos oscuros encontrándose brevemente con los de la chica. Había algo en la forma en que ella sonreía, algo tan puro y desinteresado que lo desarmaba. Pero el dolor que cargaba era demasiado grande. Todo lo que quería era desaparecer, esconderse del mundo que le había arrebatado a su familia. Pero no podía.
—Gracias —murmuró en voz baja, casi inaudible, antes de bajar la cabeza nuevamente.
Seoyeon se acercó a Kaneki y le acarició suavemente el cabello.
—Estás a salvo aquí, Kaneki —dijo con dulzura—. No tienes que sentirte solo. Estaremos contigo, y Kaori también.
Kaneki asintió levemente, pero en su interior seguía sintiéndose perdido. La tragedia que había vivido aún lo perseguía en cada pensamiento. Las imágenes de su familia, los gritos, el fuego... Todo estaba grabado en su mente como una pesadilla constante de la que no podía despertar.
Al notar el cambio en la expresión del chico, Kaori tomó una de sus muñecas y la levanto frente a Kaneki
—Mira, esta es Hikari, mi muñeca favorita. Ella siempre está feliz, como yo. Puedes jugar con ella cuando quieras.
Kaneki miró la muñeca por unos segundos. Parte de él quería ignorarla, alejarse de todo lo que le recordara la inocencia que había perdido. Pero otra parte, una más pequeña y escondida, sintió un ligero consuelo en el gesto. Kaori no le pedía nada, solo le ofrecía compañía.
—No tienes que hacerlo ahora —Kaori agregó, como si entendiera que él no estaba preparado—. Pero cuando estés listo, Hikari y yo estaremos aquí, ¿sí?
Kaneki apenas asintió, su mirada fija en el suelo, evitando el contacto visual. Kenzo, que había estado observando en silencio, puso una mano firme pero reconfortante sobre el hombro del niño.
—Ven, Kaneki. Vamos a mostrarte tu nueva habitación —habló el hombre con una voz cálida, esperando que el tono suave calmara un poco la inquietud de Kaneki.
El niño no respondió verbalmente, pero dejó que Kenzo lo guiara, alejándose de la sala y subiendo por las escaleras hacia el segundo piso de la casa. Mientras se alejaban, Kaori los siguió con la mirada, su sonrisa lentamente desapareciendo mientras se daba cuenta de que había algo más profundo que no entendía en la tristeza de Kaneki.
Una vez que su padre y Kaneki desaparecieron por el pasillo, Kaori se giró hacia su madre, quien había estado observando en silencio desde la puerta. Seoyeon se agachó para estar a la altura de su hija. La niña, aún confundida, se acercó a su madre y le tomó la mano.
—Mamá, ¿por qué Kaneki está tan triste? —cuestionó Kaori con inocencia. Su pequeño ceño fruncido y sus ojos grandes mostraban una genuina preocupación.
Seoyeon suspiró suavemente, sabiendo que tendría que explicar algo que no era fácil para una niña tan joven de entender. Sin embargo, también sabía que Kaori era sensible, inteligente, y que merecía una respuesta sincera. Se sentó en el borde del sofá y atrajo a Kaori hacia su regazo, acariciando su cabello con ternura mientras pensaba en cómo abordar el tema.
—Kaori... —Seoyeon empezó en un tono suave pero serio—. Kaneki ha pasado por algo muy doloroso. Hace poco, perdió a toda su familia en un ataque de un villano. Fue algo muy terrible, y por eso está tan triste.
Kaori abrió mucho los ojos, asimilando lo que su madre le decía. La idea de perder a su familia le parecía imposible, algo que no podía concebir en su mente inocente. Su abrazo se apretó alrededor de su madre de manera instintiva, buscando consuelo en su cercanía.
—¿Se fueron para siempre? —preguntó en voz baja, como si no quisiera escuchar la respuesta, aunque ya la intuía.
—Sí, mi amor —confirmó Seoyeon con suavidad, notando la tristeza que empezaba a formarse en los ojos de su hija—. Kaneki está solo ahora, pero nosotros lo vamos a cuidar. La Comisión de Héroes decidió que se quedara con nosotros porque él tiene un don parecido al mío y necesita aprender a controlarlo, como tú también aprenderás a controlar los tuyos con el tiempo.
—¿Kaneki también puede controlar las sombras? —cuestionó nuevamente.
—Sí, pero su poder también está muy ligado a sus emociones, como el mío. Y si no lo aprende a controlar, podría ser peligroso, tanto para él como para los demás —la mujer respondió—. Por eso es tan importante que lo ayudemos, que le demos un hogar seguro y mucho cariño. Kaneki ha tenido un comienzo difícil, pero poco a poco aprenderá a vivir con lo que ha pasado.
Kaori frunció el ceño, pensando en las palabras de su madre. La idea de que alguien pudiera estar tan triste y perdido la afectaba, y aunque no entendía del todo el peso del dolor de Kaneki, sabía que quería ayudarlo.
—¿Y yo puedo ayudarlo? —dijo en un murmuro, mirando a su madre con determinación—. ¿Puedo hacer que se sienta mejor?
Seoyeon sonrió suavemente ante la dulzura de su hija y besó su frente con cariño.
—Ya lo estás haciendo, Kaori. Solo con ser tú misma y estar a su lado, lo estás ayudando más de lo que te imaginas. Pero tienes que ser paciente. Kaneki necesita tiempo, y no será fácil para él. Pero si sigues siendo amable y comprensiva, estoy segura de que, algún día, él empezará a sonreír de nuevo.
—Lo haré, mamá. Prometo que lo ayudaré a ser feliz de nuevo —dijo con seriedad, abrazando a su madre con fuerza antes de soltarla y bajar del regazo.
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Hace nueve años
Era temprano en la mañana, y la luz suave del amanecer comenzaba a filtrarse por las cortinas del hogar de la familia. Kaori, ahora con seis años, se despertó llena de emoción. Sabía que hoy era un día especial: El noveno cumpleaños de Kaneki. Desde el día en que llegó a su casa, Kaori había sentido un fuerte lazo con él, como si su simple presencia llenara un espacio vacío que ni siquiera sabía que existía. Así que, con una energía renovada, saltó de su cama, corrió por el pasillo y bajó las escaleras.
Entró en la cocina, donde encontró a su madre, Seoyeon, preparando los ingredientes para el desayuno. La casa estaba en calma, y el aire olía a pan tostado y café recién hecho.
—¡Mamá, mamá! ¡Es el cumpleaños de Kaneki! —exclamó emocionada, casi saltando de alegría—. Quiero hacerle un desayuno especial.
Seoyeon rió ante el entusiasmo de su hija. Sabía cuánto quería Kaori a Kaneki, y apreciaba la bondad natural que siempre mostraba hacia él, a pesar de que Kaneki aún mantenía una distancia emocional, como si aún no supiera cómo procesar todo lo que había perdido.
—Lo sé, mi amor —respondió Seoyeon con una sonrisa cálida, arrodillándose para estar a la altura de su hija—. Vamos a prepararle algo delicioso juntos, ¿te parece?
—¡Sí! —Kaori asintió, sintiendo como sus ojos brillaban de emoción.
En ese momento, Kenzo entró en la cocina, ya vestido y listo para ayudar.
—¿Listas para empezar? —preguntó, dirigiendo una mirada cómplice a su esposa.
Kaori asintió con entusiasmo, y así comenzó el pequeño ritual familiar. Mientras Seoyeon batía huevos y Kenzo cortaba fruta, Kaori se ocupaba de algo muy importante: Decorar una bandeja que serviría como la base de todo. Colocó cuidadosamente una pequeña flor de papel que había hecho la noche anterior en el borde de la bandeja y luego se aseguró de que cada detalle estuviera perfecto.
—Mamá, ¿crees que le gustará? —preguntó Kaori mientras colocaba un pequeño ramo de flores al lado del plato.
Seoyeon miró a su hija con ternura y le acarició el cabello.
—Estoy segura de que le encantará, Kaori. Lo más importante es que lo estás haciendo con mucho cariño.
Kaori sonrió, satisfecha con la respuesta. Luego, se aseguró de que el plato de Kaneki estuviera lleno de todo lo que le gustaba: Un pequeño pastel de vainilla, tostadas con mantequilla, fruta fresca y huevos revueltos, todo hecho con cuidado y esmero.
Mientras tanto, en el piso de arriba, Kaneki aún dormía. Aunque había pasado un poco más de un año desde que llegó a vivir con la familia, aún le costaba abrirse completamente a ellos, aunque se había acostumbrado a su presencia y, de alguna manera, encontraba consuelo en la rutina que compartían. Kaori siempre había sido un rayo de luz para él, alguien que no dejaba de tratar de incluirlo y hacerlo sentir parte de la familia.
Cuando el desayuno estuvo listo, Kaori tomó la bandeja con ambas manos, levantándola con cuidado y equilibrio, aunque un poco tambaleante debido a su pequeña estatura.
—¡Voy a llevarlo! —dijo con orgullo la niña, recibiendo un asentimiento confiado por parte de sus padres.
Kaori subió las escaleras lentamente, concentrada en no derramar nada, y cuando llegó a la puerta de la habitación de Kaneki, se detuvo un momento para respirar hondo. Tocó suavemente la puerta con su pie, ya que sus manos estaban ocupadas sosteniendo la bandeja.
—¿Kaneki? —llamó Kaori en voz baja—. ¿Estás despierto?
Del otro lado, Kaneki, que aún estaba medio dormido, escuchó la suave voz de Kaori. Se removió en la cama y abrió los ojos lentamente. Al escuchar su nombre, se sentó, algo desorientado. Justo en ese momento, la puerta se abrió despacio, revelando a Kaori con la bandeja en las manos y una sonrisa que iluminaba su rostro.
—¡Feliz cumpleaños, Kaneki! —la niña exclamó, entrando con cuidado en la habitación.
El aludido parpadeó sorprendido al ver la escena frente a él. No estaba acostumbrado a ese tipo de celebraciones, y durante meses había ignorado su cumpleaños. Pero ver a Kaori tan emocionada, con su pequeño rostro radiante de felicidad, lo hizo sentir algo diferente. Tal vez no estaba completamente listo para admitirlo, pero por primera vez en mucho tiempo, sintió una pequeña chispa de calidez en su interior.
—Gracias —dijo en voz baja.
Kaori, ignorando cualquier vacilación en su voz, se acercó y colocó la bandeja en la mesita de noche junto a la cama. Se subió a la cama sin dudarlo y se sentó a su lado, señalando el desayuno.
—Lo hice yo misma... Bueno, con un poco de ayuda de mamá y papá. Pero mira, ¡estas flores las hice anoche! —dijo con orgullo, señalando las decoraciones que había colocado.
—Están... Muy bonitas —murmuró, levantando la vista hacia Kaori, que lo miraba expectante.
—Hoy es tu día, Kaneki. ¡Puedes pedir lo que quieras! —Kaori exclamó, sonriendo en grande—. ¿Quieres jugar más tarde? O podemos ir al parque, o tal vez... —se detuvo un momento, bajando la voz—. Si no quieres hacer nada, también está bien.
—Quizá... Podemos ir al parque más tarde —finalmente habló, asintiendo un poco.
—¡Genial! ¡Va a ser el mejor cumpleaños de todos! —exclamó, antes de levantarse de la cama y dirigirse hacia la puerta—. Le diré a mamá y papá que ya estás despierto. ¡No te comas todo el desayuno sin mí!
Y con eso, Kaori salió corriendo de la habitación, dejando a Kaneki solo por un momento. Mientras miraba el desayuno frente a él, algo dentro de él comenzó a cambiar, aunque fuera solo un poco.
Por primera vez muchos meses, se sentía feliz.
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Kaori estaba llena de emoción mientras se preparaba para su día especial con Kaneki. Después de ayudar a limpiar el desayuno, corrió hacia su habitación para vestirse. Eligió su vestido favorito, uno amarillo claro. Se miró al espejo, peinándose con cuidado, y decidió ponerse una pequeña diadema con una flor, justo como las que había hecho para Kaneki esa mañana.
Cuando estuvo lista, bajó corriendo las escaleras, con los ojos brillando de anticipación. Kaneki ya estaba en la sala, esperando con las manos en los bolsillos, aún adaptándose a la idea de pasar el día fuera de casa. Vestía su ropa habitual, una camiseta oscura y pantalones sencillos, sin preocuparse mucho por lo que llevaría.
—¡Ya estoy lista! —exclamó, corriendo hacia el con entusiasmo—. ¿Tú también, Kaneki?
El aludido asintió. No sabía exactamente cómo sentirse. En su mente, aún luchaba con recuerdos del pasado, pero Kaori parecía decidida a no dejarle caer en esa oscuridad.
—Vamos, ¡será divertido! —dijo la pelirosada mientras se acercaba a la puerta de entrada.
Cuando salieron de la casa, el aire fresco de la mañana los envolvió, y Kaori, sin pensarlo dos veces, tomó la mano del chico con suavidad. La calidez de su pequeña mano en la de Kaneki lo tomó por sorpresa. Sus pasos se detuvieron por un instante, y la miró de reojo, sin saber muy bien cómo reaccionar.
Para Kaori, este gesto era completamente normal. Desde que Kaneki llegó a la familia, lo veía como alguien a quien quería proteger y cuidar, incluso si era solo una niña. Era como un hermano para ella. Su inocencia le impedía entender completamente la profundidad de las cicatrices emocionales de Kaneki, pero su corazón sabía que, a su manera, podía ayudarlo a sanar.
—Ven, te guiaré —Kaori murmuró con una sonrisa radiante—. Sé que te gusta el parque cerca del río, ¿verdad?
Kaneki asintió lentamente, aún sintiendo la calidez de la mano de Kaori. Al principio, había querido soltarla, pero algo en ese contacto le resultaba reconfortante, aunque no lo admitiera en voz alta. Sentía que, al menos por ese momento, no estaba solo.
Caminaban juntos por las calles del vecindario, y Kaori, sin perder su alegría, hablaba de todo lo que harían en el parque. Le contaba a Kaneki cómo habían practicado jugar con la pelota la última vez y cómo hoy ella quería intentar volar una cometa, algo que había visto en la televisión la semana anterior.
—¿Alguna vez has volado una cometa? —preguntó Kaori mientras lo miraba con curiosidad.
Kaneki negó con la cabeza. Nunca había tenido tiempo o interés en algo tan trivial antes de la tragedia, y mucho menos después.
—Bueno, hoy será la primera vez —la niña aseguró con entusiasmo—. ¡Te va a encantar! Papá me ayudó a hacer una cometa ayer. Es grande, y tiene la forma de un dragón. ¡Va a volar altísimo!
Kaneki no dijo nada, pero había algo en su expresión que mostraba una ligera sonrisa. Aunque no lo reconociera, hace tiempo había comenzado a disfrutar de la compañía de Kaori. Su energía era como una luz en medio de la niebla que aún rodeaba sus pensamientos.
Cuando llegaron al parque, Kaori soltó la mano de Kaneki por un momento para correr hacia un área abierta, donde el viento soplaba con fuerza. Sacó la cometa de su mochila y la mostró con orgullo.
—¡Mira, Kaneki! —exclamó—. ¿No es genial? ¿Quieres intentarlo tú primero?
El niño, algo sorprendido por la oferta, se acercó lentamente. Observó la cometa, viendo los colores vivos y las alas extendidas, listos para surcar el cielo. Al principio, dudó, pero luego tomó la cuerda que Kaori le ofrecía.
—Supongo que puedo intentarlo —murmuró, un poco nervioso.
Kaori, feliz de ver que Kaneki aceptaba, corrió detrás de él para ayudarlo a lanzar la cometa al viento.
—¡Solo corre un poco y luego suéltala!
Kaneki obedeció, y al poco tiempo, la cometa comenzó a elevarse en el cielo. A medida que la veía volar, se dio cuenta de que, por primera vez en mucho tiempo, sentía algo que no había sentido en años: Libertad. El viento en su rostro, el cielo despejado, y la risa contagiosa de Kaori a su lado lo hacían sentir menos atrapado por el pasado. Aunque fuera solo por un momento, todo el dolor parecía desvanecerse.
—¡Mira cómo vuela, Kaneki! —exclamó Kaori, corriendo a su lado—. ¡Lo estás haciendo genial!
Kaneki no podía evitar sonreír, aunque fuera solo un poco. Miró a Kaori, que saltaba a su alrededor con una felicidad pura, y se dio cuenta de que, quizás, tenerla a su lado era más importante de lo que pensaba.
Mientras la cometa volaba alto en el cielo, Kaori estaba tan concentrada en el momento que apenas podía contener su entusiasmo. Observaba cómo Kaneki, con un leve destello en su rostro, parecía disfrutar por primera vez en mucho tiempo. Fue entonces cuando notó como las comisuras de los labios del chico se habían elevado en una sonrisa.
La emoción la golpeó de golpe. Sin entender exactamente por qué, Kaori sintió un nudo en la garganta y, antes de que pudiera detenerse, las lágrimas comenzaron a correr por sus mejillas. Era una reacción visceral, como si todo el cariño que había estado guardando para Kaneki encontrara una salida en ese preciso instante. Las lágrimas cayeron mientras su corazón se llenaba de alivio y alegría.
Kaneki, al notar que Kaori lo miraba con los ojos llenos de lágrimas, se detuvo y dejó de concentrarse en la cometa. Su sonrisa desapareció de inmediato, reemplazada por preocupación.
—Kaori... —dijo con voz suave, sintiéndose algo incómodo—. ¿Por qué lloras?
La niña intentó hablar, pero las palabras se le atascaban en la garganta. Se frotó los ojos rápidamente con el dorso de la mano, intentando contener el llanto, pero las lágrimas seguían cayendo. Su corazón estaba tan lleno de emociones que simplemente no podía detenerlas.
—Es que estoy... Estoy muy feliz —logró decir entre sollozos, aunque su sonrisa seguía presente—. ¡Sonríes, Kaneki! ¡Estás sonriendo de verdad!
El niño la miró, sin entender completamente por qué esto era tan importante para ella. Para él, había sido solo un gesto fugaz, pero para Kaori parecía ser algo mucho más grande. Verla llorar así, no de tristeza, sino de una felicidad tan pura, lo conmovió de una manera extraña. Nunca había conocido a alguien que pudiera ser tan sincero en sus emociones como ella.
Kaori, sin pensarlo dos veces, corrió hacia él y lo abrazó. Lo rodeó con sus pequeños brazos y apoyó la cabeza en su pecho, sollozando suavemente. Era un gesto cálido, lleno de inocencia y cariño.
—Me alegra tanto que estés bien... —Kaori murmuró entre lágrimas—. Quiero verte feliz siempre.
Kaneki no estaba acostumbrado a recibir tanto afecto, y mucho menos de una manera tan genuina y desinteresada. Pero a medida que sentía el latido rápido del corazón de Kaori contra su pecho y sus lágrimas empapando su camiseta, no pudo resistirse. Lentamente, sus manos, que habían estado colgando a los costados, subieron y, aunque con timidez, devolvió el abrazo, envolviendo a Kaori en sus brazos.
—Lo siento —dijo en voz baja—. No quería hacerte llorar.
Kaori negó con la cabeza, aún abrazada a él.
—No es tu culpa —murmuró, su voz llena de ternura—. Es solo que... Me importas mucho, Kaneki. Me alegra que estés aquí, conmigo.
Kaneki supo de inmediato que ella realmente lo veía, más allá de su dolor, más allá de su tragedia. Para Kaori, él no era solo el niño huérfano que llegó a su casa, sino alguien importante. Alguien a quien quería hacer feliz.
El viento soplaba suavemente alrededor de ellos, mientras la cometa seguía volando alto en el cielo, olvidada por un momento. Kaneki se quedó en silencio, sintiendo el abrazo cálido de Kaori.
—Gracias —susurró finalmente, su voz apenas audible.
Kaori lo soltó un poco, mirándolo a los ojos con sus mejillas aún húmedas por las lágrimas, pero con una gran sonrisa iluminando su rostro.
—De nada, Kaneki. Siempre estaré aquí, ¿sí? Siempre.
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En la actualidad
Kaneki se encontraba en un edificio oscuro y abandonado, rodeado de escombros y suciedad, el aire denso con un olor rancio y el sonido lejano de las respiraciones profundas de los miembros de la liga de villanos que dormían a su alrededor. Su mirada vagaba entre las sombras que lo rodeaban, como si fueran una extensión de él mismo, silenciosas, pero siempre presentes. Había aprendido a vivir con ellas, pero también sabía que lo habían consumido lentamente, devorando lo que alguna vez fue su humanidad.
Con cuidado, asegurándose de que nadie lo observaba, Kaneki metió la mano en el interior de su abrigo negro y sacó una pequeña foto, algo desgastada por el tiempo y el uso constante. La sostuvo frente a él, iluminada por el tenue brillo de una lámpara rota a lo lejos. Era una foto de hace ocho años, del cumpleaños número siete de Kaori.
En la imagen, Kaori sonreía con esa misma alegría contagiosa que siempre había tenido, abrazándolo con la misma energía con la que solía abrazarlo cuando solo eran niños. Kaneki, en la foto, sonreía también, aunque su sonrisa era tímida. Recordaba ese día como si hubiera sido ayer.
Un nudo se formó en su garganta mientras pasaba el pulgar por la foto, repasando los detalles con una mezcla de nostalgia y dolor. A pesar del caos y la oscuridad que lo envolvía ahora, una pequeña parte de él deseaba volver, regresar con la familia Satou, con Kaori, la única persona que alguna vez le había dado un verdadero sentido de pertenencia.
Pero todo eso parecía tan lejano, casi imposible.
El poder de las sombras, que compartía con Kaori y su madre, había sido tanto un don como una maldición para él. Al principio, lo había considerado una extensión de sí mismo, una forma de defenderse del mundo cruel que lo rodeaba. Pero, con el tiempo, las sombras habían comenzado a devorarlo, amplificando cada pensamiento negativo, cada inseguridad, cada dolor que alguna vez había sentido. Y ahora, esa oscuridad era todo lo que conocía.
Había momentos en los que Kaneki sentía que podía ahogarse en su propio poder, en esos pensamientos oscuros que lo mantenían prisionero. El poder de las sombras había alterado su forma de ver el mundo. Ya no podía ver las cosas de manera clara. Cada decisión se tornaba gris, y la línea entre el bien y el mal se desdibujaba.
Un suspiro silencioso escapó de sus labios. Cerró los ojos un momento, aferrando la foto con más fuerza. Parte de él la extrañaba con una intensidad que no podía soportar. Quería volver, quería estar con ella, reírse como lo hacían cuando eran niños, cuando el mundo aún tenía algo de luz. Pero sabía que eso era solo un sueño. Las sombras lo habían reclamado, y con ellas, todos sus pensamientos más oscuros y destructivos.
Mientras Kaneki sostenía la foto de Kaori con manos temblorosas, sumido en sus pensamientos, no se percató de que Dabi se acercaba. El aire en la habitación se volvió más denso, y un escalofrío recorrió la espalda de Kaneki cuando sintió la presencia del villano a su lado.
—¿Qué tienes ahí? —preguntó Dabi con un tono de voz sarcástico, sus ojos oscuros centelleando con curiosidad.
El chico rápidamente guardó la foto, consciente de que no quería compartir ese momento íntimo con nadie, especialmente con alguien como Dabi.
—No es de tu incumbencia —respondió, intentando mantener la voz firme.
El contrario soltó una risa burlona, un sonido grave que resonó en el aire. Se apoyó en la pared, cruzando los brazos, disfrutando de la incomodidad que emanaba Kaneki.
—A veces olvidas que aquí todos tenemos nuestros propios demonios, Kaneki —dijo Dabi, sus ojos fijos en él con una intensidad que lo hacía sentir aún más expuesto.
Apretando los puños con furia, Kaneki miró la foto de Kaori, luego la guardó rápidamente en su ropa como si fuera una carga pesada.
—Es solo una foto, Dabi —habló el pelinegro, su tono despreciativo—. Es una estupidez.
Dabi lo observó con una mezcla de sorpresa y diversión, sus labios curvándose en una mueca burlona.
—¿En serio? Porque me parece que eso te importa más de lo que estás dispuesto a admitir —replicó, su voz cargada de burla. —Tú y esa chica... ¿Cómo se llama? Ah, sí, Kaori. Siempre la estás mencionando. Es como si no pudieras sacártela de la cabeza.
—Ella no me importa. Solo era una estúpida niña. Lo que importa ahora es mi poder —aseguró.
—Una estupida niña, claro. Pero todos sabemos que te uniste a la Liga de Villanos para protegerla a ella y a su familia. Esa es la razón por la que estás aquí, ¿no? Alguien tiene que cuidar de la niña que no puede cuidarse sola. Es una estupidez —Dabi habló, cruzando los brazos mientras observaba a Kaneki con desdén.
—Tú no entiendes nada —respondió, tratando de sonar seguro, aunque su voz temblaba un poco—. No necesito proteger a Kaori.
Dabi dio un paso al frente, como si estuviera analizando cada mínimo movimiento del chico frente a él.
—Escucha, Kaneki... Esa niña es una carga. Te lo digo porque lo sé.
—No tienes idea de lo que dices.
—¿Vas a seguir soñando con días felices mientras la liga utiliza tu poder para sus propios fines? Eres un tonto, Kaneki. Tu lealtad hacia ella te está haciendo débil.
Dabi se acercó un poco más al pelinegro, sus ojos brillando con una mezcla de malicia y diversión mientras el joven intentaba mantener su fachada de indiferencia. Pero la tensión en sus hombros, el apretón de sus manos, todo en él delataba que no estaba tan tranquilo como intentaba parecer.
—No soy débil —se defendió Kaneki, apretando los puños—. Sabes que no tengo control sobre mis poderes. El poder de las sombras me ha consumido.
—Pero te gusta. Te gusta el poder, Kaneki. Has encontrado un hogar aquí, en esta oscuridad. No puedes cambiar eso. Y si ella supiera lo que has hecho... No dudaría en darte la espalda —Dabi aseguró, ladeando levemente su cabeza—. Lo que hiciste para unirte a nosotros, sacrificando tus lazos, es simplemente estúpido. Te estás volviendo cada vez más como nosotros. Te hundes más en la oscuridad, y lo sabes.
Kaneki apretó la mandíbula, intentando ahogar el dolor que esas palabras le causaban. Sabía que Dabi tenía razón en parte. Todo lo que había hecho desde que se unió a la Liga lo alejaba cada vez más de la posibilidad de ser aceptado de nuevo, de ser parte de esa familia que una vez lo acogió con los brazos abiertos. El Kaneki que la familia Satou conocía ya no existía. Al menos, no del todo.
—Sabes lo que va a pasar, ¿verdad? —susurró Dabi, acercándose más al chico frente a el—. Voy a hablar con el doctor Garaki.
La mención del doctor hizo que el estómago de Kaneki se retorciera. Sabía lo que eso significaba. Lo habían hecho antes, y lo harían de nuevo. Siempre que Kaneki mostraba alguna señal de lucha interna, de querer aferrarse a sus emociones, a su humanidad, lo enviaban con el doctor Garaki. Y eso nunca acababa bien. Era un ciclo interminable de dolor, de manipulación. Lo hacían volver a caer en la oscuridad, una y otra vez, y lo peor de todo es que, después de tantas veces, ya no estaba seguro de cuánta parte de él quedaba sin consumir.
—Te van a ayudar a recordar cuál es tu propósito aquí —Dabi añadió—. Te torturará de nuevo, hasta que esa parte de ti que aún sueña con días felices desaparezca por completo. Hasta que la razón y el corazón no signifiquen nada.
El mayor se enderezó, alejándose de Kaneki, pero el veneno en sus palabras permaneció.
—Al final, te convertirás en lo que debes ser. Un arma. Y cuando llegue ese día, ni siquiera recordarás quién eras antes
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Hace cinco años
Era una noche tranquila, o al menos eso parecía desde el exterior de la casa de la familia Satou. Kaori dormía profundamente, abrazada a su muñeca favorita, cuando un sonido extraño la despertó. Frunció el ceño, confundida, mientras sus ojos aún adormilados buscaban el origen del ruido. Provenía del pasillo, más específicamente de la habitación de Kaneki. El reloj en su mesita de noche marcaba las 2:47 AM, una hora en la que todos deberían estar profundamente dormidos.
La niña se colocó de pie con lentitud mientras se ponia sus zapatillas de dormir y, con pasos ligeros, se dirigió hacia la puerta de la habitación de Kaneki. Golpeó suavemente la madera, pero no hubo respuesta. Volvió a intentarlo, esta vez un poco más fuerte.
—¿Kaneki? —susurró, esperando que él respondiera.
El silencio fue lo único que la recibió. Un escalofrío recorrió su espalda, algo no estaba bien. Kaori empujó lentamente la puerta, que se abrió con un leve chirrido. Cuando finalmente entró, lo primero que notó fue la oscuridad. La habitación de Kaneki estaba envuelta en sombras, pero no eran las sombras normales que la luz creaba. Eran las sombras de su don, retorciéndose y moviéndose como si tuvieran vida propia, llenando cada rincón de la habitación.
—Kaneki… —susurró Kaori con miedo, pero él no respondió.
Sus ojos, adaptándose lentamente a la penumbra, se dirigieron a la cama. Kaneki estaba allí, pero no dormía plácidamente. Su cuerpo se retorcía en la cama, sus puños apretados y su rostro contraído en una mueca de dolor. Parecía estar atrapado en una pesadilla. Las sombras alrededor de él se movían erráticamente, como si estuvieran fuera de control, como si respondieran al tumulto interno que estaba viviendo.
Kaori, sin saber exactamente qué hacer, se acercó rápidamente a la cama, su corazón latiendo rápido. Se arrodilló junto a él, tomando su mano. La piel de Kaneki estaba fría, y las sombras que lo rodeaban parecían palpitar con un aura inquietante.
—¡Kaneki! —llamó, sacudiendo suavemente su brazo, pero él no despertaba.
La niña sabía que el poder de Kaneki a veces se descontrolaba, pero nunca lo había visto así. Nunca tan intenso, tan peligroso.
Su respiración se aceleró cuando las sombras comenzaron a moverse hacia ella, como si intentaran alcanzarla. Retrocedió un poco, asustada, pero se detuvo cuando escuchó un pequeño gemido de Kaneki. Sabía que no podía dejarlo solo en ese estado.
Kaori apretó los labios, intentando mantener la calma. Sabia que esta situación estaba más allá de lo que ella podía manejar por lo que corrió fuera de la habitación, bajando las escaleras rápidamente hacia la habitación de sus padres. Golpeó la puerta con fuerza, su corazón latiendo desbocado por la adrenalina.
—¡Papá, mamá! —gritó, su voz llena de urgencia—. ¡Es Kaneki! ¡Algo anda mal!
Kenzo y Seoyeon se despertaron de inmediato. La mujer fue la primera en reaccionar, saliendo de la cama mientras su esposo la seguía de cerca. Apenas Kaori terminó de explicar lo que había visto, ambos intercambiaron miradas serias.
—Las sombras… —Seoyeon murmuró mientras seguían a Kaori por el pasillo.
Al entrar en la habitación de Kaneki, la situación era peor de lo que Kaori había descrito. Las sombras eran más densas, como una tormenta oscura que giraba alrededor de Kaneki, intensificando su malestar. Kenzo actuó rápido, acercándose a la cama mientras Seoyeon usaba su propio don para tratar de estabilizar las sombras.
—Kaori, aléjate, cariño —dijo Seoyeon suavemente, aunque con firmeza. Sabía lo peligroso que podía ser el poder descontrolado de Kaneki.
Kaori, aunque preocupada, obedeció y se quedó cerca de la puerta, observando con el nerviosismo como sus padres trabajaban para calmar la situación.
Seoyeon, con sus propias habilidades sobre las sombras, extendió sus manos, tratando de crear una barrera que pudiera contener el caos. Su control era firme, pero sentía la resistencia de las sombras de Kaneki. Estaban cargadas de emociones que él mismo no podía manejar.
—Está reviviendo el trauma —dijo Kenzo, observando a Kaneki—. El aniversario de la muerte de sus padres siempre es un momento difícil para él.
Kaori, sin pensarlo dos veces, corrió hacia Kaneki en cuanto notó la expresión de dolor en su rostro. Su instinto fue usar su don de curación, esperando aliviar el sufrimiento que él parecía experimentar. A pesar de que las sombras se movían a su alrededor con violencia, Kaori se arrodilló junto a la cama de Kaneki.
Con manos temblorosas pero decididas, Kaori tocó el brazo del pelinegro, esperando sentir la habitual tensión de una herida o un malestar físico que pudiera curar. Sin embargo, lo que sintió no era dolor físico. En cuanto su piel entró en contacto con la de él, una corriente de emociones invadió su ser.
De repente, la mente de la pelirosada se llenó de una oscuridad abrumadora: tristeza, miedo, rabia, una sensación aplastante de soledad. Era como si una marea imparable de sentimientos negativos la inundara, atrapándola en el mismo abismo emocional en el que Kaneki se encontraba. Era tanto lo que él sentía, tanto lo que había guardado dentro de sí mismo, que Kaori apenas podía comprenderlo todo. Pero aun así, no apartó la mano. Sabía que él estaba sufriendo, y aunque no comprendía completamente su dolor, no podía dejarlo solo.
Sus ojos comenzaron a llenarse de lágrimas, su pequeño cuerpo temblando mientras las emociones de Kaneki pasaban a ella. Quería consolarlo, quería decirle que estaba allí, que no tenía que cargar con ese dolor solo, pero las palabras se le atragantaron en la garganta.
De repente, Kaneki abrió los ojos de golpe. Estaban completamente negros, consumidos por su don. En ese instante, una explosión de sombras surgió de su cuerpo, con una fuerza devastadora que barrió la habitación. Kaori, junto con sus padres, fue lanzada hacia la pared por la intensidad de la explosión.
Kenzo extendió su luz y atrajo a Seoyeon y Kaori hacia él para amortiguar el impacto. Las sombras los habían golpeado con una furia incontrolable, pero la luz de Kenzo fue suficiente para protegerlos del peor daño. Aun así, la fuerza del impacto dejó a los tres sin aliento por un momento, el aire denso con la energía oscura que había llenado la habitación.
—¡Kaneki! —gritó Seoyeon, usando todas sus fuerzas para intentar reprimir las sombras que continuaban retorciéndose en el aire.
—Kaneki... —Kaori susurró con voz temblorosa, levantándose con esfuerzo. A pesar de todo, se acercó nuevamente, aunque esta vez con más cautela—. Estoy aquí. No estás solo.
Pero él no respondió. Estaba atrapado en su propia mente, enredado en el caos de sus emociones. Las sombras alrededor de él, aunque ahora más calmadas, seguían siendo una manifestación de su dolor, de su sufrimiento interno. Era como si el poder de las sombras hubiera absorbido todo lo malo dentro de él, amplificándolo hasta un punto en el que era casi imposible escapar.
—Kaneki, sé que es difícil, pero no tienes que hacerlo solo —dijo la niña, su voz temblando levemente.
Kaneki apenas escuchó las palabras de Kaori. Pero en el fondo, algo dentro de él reconoció su presencia. Las sombras, lentamente, comenzaron a disiparse.
Seoyeon, al ver que la situación comenzaba a estabilizarse, soltó un suspiro de alivio. Kenzo, aunque preocupado, hizo lo mismo.
—Lo superará, pero necesitará tiempo —Seoyeon habló suavemente, mirando a su hijo adoptivo con tristeza.
Kaori miró al chico con preocupación, sabiendo que aunque su camino sería difícil, nunca lo dejaría solo en su lucha.
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Una semana había pasado desde aquella noche en la que Kaneki perdió el control de sus sombras, y aún no podía olvidar lo sucedido. El peso de la culpa lo mantenía atrapado, como si las mismas sombras que lo consumieron esa noche aún lo envolvieran, aunque fuera de manera invisible.
Era madrugada, y mientras todos dormían, Kaneki no podía encontrar paz. Sus pensamientos giraban en círculos, siempre regresando a la misma conclusión: era un peligro para ellos. No podía quedarse más. No podía seguir arriesgando la seguridad de la familia que lo había acogido. Así que, impulsado por una mezcla de desesperación y miedo, tomó la decisión de marcharse.
Deslizándose en silencio por su ventana, Kaneki saltó al suelo con la agilidad que le daba su don. Aún estaba oscuro, pero eso no le preocupaba.
Mientras caminaba, las luces tenues de la ciudad comenzaban a desvanecerse en la lejanía. Estaba adentrándose en una parte más oscura de la ciudad, donde las sombras eran más densas y los sonidos más tenues. Era un lugar en el que podría perderse, desaparecer, tal vez para siempre. Pero, de repente, una figura apareció frente a él, deteniéndolo en seco.
Kaneki levantó la vista y vio a un hombre alto, envuelto en la penumbra. No podía ver claramente su rostro, pero algo en él lo hacía sentir incómodo. Había algo familiar en su presencia, una sensación que lo hizo fruncir el ceño.
—¿Qué haces aquí, niño? —la voz del hombre era baja.
Kaneki no respondió de inmediato. Sus pies se congelaron en el suelo, y aunque su instinto le decía que debía dar media vuelta y correr, algo lo mantuvo en su lugar. El hombre dio un paso hacia él, saliendo ligeramente de las sombras, lo suficiente para que Kaneki pudiera ver su sonrisa torcida y sus ojos fríos.
—Parece que has tenido una semana difícil —continuó el hombre—. ¿Huyendo de casa, tal vez?
—No es asunto tuyo —Kaneki murmuró, dando un paso hacia atrás, sintiendo cómo su corazón comenzaba a acelerarse.
El hombre soltó una carcajada seca, como si la respuesta del pelinegro lo hubiera divertido.
—Oh, pero lo es, Kaneki —respondió, pronunciando su nombre como si lo conociera de toda la vida—. He estado observándote. Sé lo que eres. Sé lo que llevas dentro... Las sombras, el poder que te está devorando. Y sé por qué estás huyendo.
Kaneki sintió que un escalofrío recorría su espalda. No era normal que alguien supiera tanto sobre él, y mucho menos un extraño en mitad de la noche.
—¿Qué quieres de mí? —preguntó, intentando sonar firme, aunque por dentro estaba asustado.
El hombre sonrió más ampliamente, sus ojos destellando en la oscuridad.
—Quiero ayudarte. Tienes un don increíble, Kaneki, pero no tienes control. Estás perdido, consumido por tu propia oscuridad. ¿Cuánto tiempo crees que podrás seguir así antes de que lastimes a alguien de verdad?
Las palabras del hombre golpearon a Kaneki con fuerza, porque, en el fondo, sabía que era verdad. Ya casi había lastimado a Kaori y a sus padres adoptivos, y eso era algo que no podría perdonarse.
—¿Por qué te importaría? —replicó Kaneki—. Nadie puede ayudarme. Ni siquiera yo puedo controlarlo.
—Porque hay personas que pueden enseñarte a usar ese poder, a dominarlo. No como esos héroes que te han criado. Ellos nunca entenderán lo que es vivir con una oscuridad como la tuya. Pero yo sí —se acercó un poco más, con sus ojos clavados en los de Kaneki—. Puedo llevarte a un lugar donde no tendrás que reprimir lo que eres. Donde no tendrás que sentirte culpable por lo que sientes.
—¿Quién eres? —preguntó finalmente, con la voz apenas audible.
El hombre sonrió, su expresión volviéndose aún más oscura.
—Me llaman All for One —respondió con suavidad—. Y puedo darte lo que siempre has deseado, Kaneki... Libertad.
Kaneki se quedó inmóvil, sus pensamientos corriendo en mil direcciones. Sabía que si aceptaba, si seguía a este hombre, no habría vuelta atrás. Y aun así, algo dentro de él, algo roto y desesperado, estaba considerando la oferta.
—¿Libertad? —cuestionó nuevamente—. ¿Qué clase de libertad?
—La única que importa, Kaneki. Libertad de tus miedos, de la culpa que te carcome, de las cadenas que la familia Satou ha puesto sobre ti, queriendo que seas algo que no eres. No eres como ellos, no eres un héroe —dijo, con una voz baja pero llena de convicción—. Eres un ser de sombras. Y yo puedo ayudarte a abrazar lo que eres de verdad.
Kaneki tragó saliva, mirando hacia el suelo mientras sus pensamientos daban vueltas. Sabía que había una verdad en las palabras de aquel hombre.
El chico recordó la explosión de sombras que casi destruyó a las personas que más le importaban. Y, por primera vez en su vida, comenzó a creer que tal vez no había salvación para él. Tal vez, la única salida era aceptar lo que verdaderamente era: un ser de oscuridad, como decía aquel hombre.
—¿Y qué quieres de mí a cambio?
—Nada que no puedas ofrecer, Kaneki. Solo quiero que aceptes quién eres. Que dejes de huir. Yo seré tu nueva familia. Conmigo no tendrás que esconder tu poder. Al contrario, lo perfeccionarás. Serás libre para ser quien siempre has debido ser.
El peso de las palabras cayó sobre Kaneki, y durante un largo momento, se quedó en silencio. En su mente, las imágenes de la familia Satou pasaron fugazmente: la sonrisa de Kaori, la calidez de Seoyeon y la firmeza protectora de Kenzo. ¿Qué derecho tenía de seguir allí, de seguir siendo parte de su mundo?
—Está bien —Kaneki susurró finalmente—. Acepto.
La sonrisa del hombre se ensanchó, satisfecha, mientras una ligera risa, casi inaudible, escapaba de sus labios.
—Sabía que lo harías. No te preocupes, Kaneki. Esto es solo el principio. Pronto comprenderás que esta fue la mejor decisión que podrías haber tomado.
All For One, al ver la duda en los ojos del chico, dio un paso atrás, pero su sonrisa nunca desapareció.
—Bienvenido a tu nueva vida, Kaneki.
JES'S NOTE !
que capitulo más largooo 💆🏻♀️ la verdad es que me pasé un poco, pero siento que es necesario para que entiendan la importancia que tiene kaneki en la vida de los satou. kaori nunca había hablado con nadie sobre él, ya que es una parte importante de su vida 😞 nadie sabe por lo que ella está pasando ahora que él está de vuelta, aunque siendo parte de la liga de villanos 🫥
kaneki es solo un niño siendo manipulado por su dolor y poder, así que espero que lo entiendan 🫱🏻🫲🏼 él merece más
GRACIAS POR LEERME <3 luv u
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