
━ 𝘁𝗵𝗿𝗲𝗲 : slugs of friendship
𝘰𝘰𝘰 ┊ ﹟ 𝗪𝗔𝗥 𝗢𝗙 𝗛𝗘𝗔𝗥𝗧𝗦 ࿐ྂ
↯ CAPÍTULO TRES
▬ ❝ babosas de la amistad ❞ ▬
Artemisia comenzaba a cansarse del nombre Harry y el apellido Potter, y solamente llevaba dos semanas en el castillo.
No comprendía que tenía el chico que usualmente era un imán de problemas andante, y consigo, sus dos amigos. Al menos Hermione era prudente, según la morocha, pero Ron... ¿cómo llegó a pensar que sería una buena idea viajar hasta Hogwarts desde el auto volador de sus padres? Artie sabía que no era el más inteligente, ¡pero era sentido común! ¿No?
—Tu hermano es un menso —afirmó Artie hacia Ginny, quien desde que le asignaron la misma habitación que la castaña, no se le separaba para nada—. No piensa... tus padres... seguro y tienen problemas con esto... es todo un tonto... y ese Potter inconsciente...
—Pareces más molesta que mi mamá —se burló la pelirroja—. Y eso que no se molestaron con Harry... ademas, no creo que haya sido su idea.
Artemisia rodó los ojos.
—Bueno... si Potter se subió, en parte si es su culpa —murmuró Margo, que caminaba al otro lado de Artie hacia el Gran Comedor.
—Que tu estés enamorada de él no te debe de cegar —añadió Artie, con voz burlona.
—¡No estoy enamorada! —chillo la acusada, con las mejillas casi tan rojas como su cabello—. ¡Lo admiro!
—Bueno, sí admiración es casi haberle contado a Colin cuantas pelusas guarda el armazón de sus gafas, entonces si —Artie mantuvo su semblante burlón, pasando uno de sus brazos por los hombros de la pelirroja—. Es admiración total.
—¡Artie!
La castaña se encogió de hombros y siguió con su andar, siendo seguida rápidamente por Margo y Ginny, esta última notoriamente avergonzada por la conversación.
Sus primeras semanas de clase fueron más fáciles de lo que Artemisia pensó, pues transformar una simple cerilla a una aguja pudo hacerlo apenas y dijo el hechizo a la primera: lo que más o menos se le complicó fueron todas las lecciones donde tenía que leer. Tres de ellas eran Historia de la Magia, Defensa Contra las Artes Oscuras y Pociones.
Historia de la Magia era impartida por el profesor Binns, un fantasma que se rehusaba a dejar de dar clases aún en su estado: a Artie le encantaba todo lo relacionado a las historias, saber más de ellas era como refrescar a su gran cerebro, pero su dislexia se lo estaba poniendo difícil y su profesor fantasma no ayudaba mucho.
Lo mismo ocurría con Pociones: no era de sus asignaturas favoritas, pero tampoco era una que le desagradara. Quizá todo tenia que ver con Severus Snape, el responsable de impartir la asignatura y quien al parecer sentía un profundo odio hacia todo ser que respirara su mismo aire, aunque este odio parecía incrementar cuando de ella (y Harry Potter) se trataba. Todo eso comenzó el primer día de clases, cuando pasó lista y se detuvo más de lo normal cuando el apellido de Artie llegó, la morocha admitía que la curiosidad la mataba. De cualquier modo, no preguntó nada a su padre: ya lo haría durante sus vacaciones de invierno.
Con DCAO la cosa era completamente distinta: Remus le había dicho que la asignatura sería su favorita, y Artie de verdad quiso que lo fuera, pero con el profesor que la impartía era imposible (o hasta más que eso). Lockhart, para Artie al menos, era el hombre más inservible que pudo haberse topado en toda su vida. No tenía leña como profesor... ni como nada relacionado a algo que no se tratase de él.
Muchas veces planeaba esconderse en el baño en lugar de oír sus miles (y un tanto exageradas) historias de las que ella no creía que él fuese partícipe. No tenía sentido. Artemisia lo analizó en una de esas tantas veces, sintiéndose un tanto confundida al observar que detallaba toda la historia como si él no hubiese estado solo. Se lo preguntó, pero el rubio le dio la vuelta a toda su pregunta y terminó recomendándole a toda la clase su acondicionador.
—¿No es más fácil admitir que él no lo hizo sólo a ignorarme? —inquirió ella, una de las tantas veces que salieron de su clase—. Eso solo demuestra lo poco que sabe sobre educación...
—Deja de quejarte, Artie —pidió Margo, con el ceño fruncido—. Ya déjalo en paz, hablas y hablas de él que hasta pareces una obsesionada mas.
La morocha se llevó una mano al pecho, con falsa indignación—. Me estás ofendiendo, Margo.
Lo odiaba. No le producía ni una sola pizca de confianza, a diferencia de algunas (o más bien muchas) de sus compañeras de casa y colegio: ellas resultaban muy fáciles de convencer, para desagrado de Artie, quien no podía ver más allá de esa fachada falsa que él mantenía diariamente.
Aún así, mucho no podía hacer para ignorarlo; seguía siendo su profesor, y aunque no le pareciese nada, su nota todavía dependía de él.
—Clase de vuelo con los Slytherin... —repuso con amargura Margo, después de soltar una pequeña maldición por lo bajo—. ¡Justo lo que necesito! Que Alan Walker vea lo inútil que soy en el cielo.
—Yo tampoco sé volar, si eso es lo que te agobia —respondió quedamente la castaña, acariciando el ala de Wilhelm –su lechuza– quien había llegado hace unas semanas atrás, con una carta de su padre y algunas tabletas de aquel chocolate muggle que tanto le gustaba—. Además, no entiendo mucho toda esta gran disputa entre nuestras casas. ¿No creen que es algo... ridículo?
—Para nada —bramó Ginny, con los ojos desorbitados—. Son muy pocos aquellos que resultan verdaderamente agradables, por no decir que son solo como cinco o seis, por lo mucho.
—Enzo es un grano en el culo la mayor parte del día, pero al menos no resulta un idiota que va colgando de cabeza a los más pequeños por diversión.
Margo se tiró sobre su cama, mirando hacia él techo, mientras que Artemisia regresaba la vista al pergamino sobre su escritorio, donde debía redactar un ensayo con respecto a Lockhart y uno de sus logros más valiosos (ella no lo sabía, claro está, por lo que solamente se limitaría a hablar de su "fabuloso" cabello y ojos "encantadores").
—En fin —suspiró la morocha—. Solo hay que ignorarlos, en todo caso; no van a hacer mucho si hay alguien con autoridad en el lugar, ¿no?
A la de ojos grises no le gustaba mucho volar, y no lo descubrió ese viernes en la tarde después de comer, sino que lo hizo en la seguridad de su hogar, con su padre supervisando cada momento. Solamente se había elevado uno o dos metros del suelo cuando su estómago no lo soporto, y terminó devolviendo su desayuno en el aire; Remus apenas alcanzó a esquivar el líquido, pero las risas no faltaron.
ֺ ָ ֙ ⋆ ꒰ 🦢 ꒱ .°ャ
El aire fresco de la mañana era útil para Artemisia, quien amaba caminar por las áreas libres de Hogwarts desde muy temprano todos los Sábados. Su padre le escribió sobre los lugares que él visitaba en sus tiempos libres, y a la morocha le parecieron tantos, que no dudó en empezar a visitarlos todos al creer que se quedaría sin tiempo para hacerlo.
Uno de esos lugares eran el patio de Quidditch; Artie no comprendía como un lugar tan ruidoso podía llegar a darle paz a su padre, pero se propuso el descubrirlo.
—¡Oh, hola Artie!
La de ojos grises detuvo su andar al oír una voz a sus espaldas. Un tanto confundida, se dio media vuelta; no creía que nadie se levantara a tales horas un sábado, pero al darse cuenta que se trataba de Hermione Granger, quien jalaba del brazo a Ron Weasley para que siguiese su ritmo, supo que debió suponerlo.
—Hola, Granger —saludó cortésmente la castaña, con una sonrisa pequeña—. Hola, Ron.
El pelirrojo farfulló adormilado una respuesta para la Lupin, quien atinó a asumir que se trataba de un buenos días.
—¿Qué haces despierta a estas horas? —indagó con curiosidad la nacida de muggles—. Es raro ver a alumnos con los ojos abiertos a plenas nueve de la mañana en fin de semana.
Artie se encogió de hombros, metiendo sus manos dentro de su abrigo café.
—Suelo hacerlo a menudo desde que llegue, el aire fresco me relaja —limito a responder la Lupin, antes de alzar su ceja—. ¿Y ustedes? Nunca creí estar lo suficientemente viva para lograr ver a Ronald despertándose temprano.
Hermione miró con diversión al de cabellos pelirrojos, quien ni siquiera parecía estar lo suficientemente bien despierto para alegar una respuesta.
—Bueno, Harry tiene entrenamiento de Quidditch ahora mismo —Artie no se le hizo extraño aquello; había oído entre voces que el capitán del equipo, Oliver Wood, resultaba exigente con respecto al deporte en escobas—. Le dijo a Ron que lo viéramos ahí... ¿tú hacia donde ibas?
—También iba hacia allá —admitió con tono neutral la morocha—. Mi padre me dijo que era su lugar para relajarse... no entiendo el porqué así que iba a averiguarlo.
—Oh...
Los tres se quedaron en silencio, al menos por parte de Artie sin saber que más decir; las últimas semanas, después de que la Lupin le dijese a Ronald lo idiota que resultaba por llegar en el auto volador junto a su amigo Potter (y además romper su varita), no se habían vuelto a hablar, y con Hermione solo eran miradas amables y cordiales saludos por las mañanas. ¿Cómo podría seguir algún tipo de conversación cuando, en realidad, no había tema del que hacerlo?
—Artie —la voz de Granger sacó a la de ojos grises de sus pensamientos—. ¿Quieres que vayamos juntos? Así no estás sola... pero claro, solo si quieres.
La morocha lo pensó; no sentía algún tipo de confianza con Hermione, pero tampoco le desagradaba; ¿sería esta la señal para agrandar su círculo social, más allá de Margo, Lee, Ginny, Caius y Enzo? Quizás, y estaba dispuesta a arriesgarse a averiguarlo.
Sonrió ligeramente y asintió—. Bien, si —señaló el camino que estaba por tomar—. Vamos.
Así, el pequeño trío se encaminó en dirección al campo de Quidditch, con Ron de repente tropezando con sus propios pies, robándole alguna que otra risa a la morena, quien alegaba sobre lo torpe que resultaba el aún adormilado pelirrojo.
Finalmente llegaron al lugar. Artie tuvo que reconocer que el viento se volvía más ligero ahí, sus cabellos, castaños y brillosos, sobrevolaban su espalda con rebeldía; los ojos grises de la chica viajaron por el cielo, el cual no se hallaba lo suficientemente soleado para producir calor. Instintivamente, la Lupin recordó aquel mito que a su padre le gustaba relatarle la mayoría de las veces que se presentaba un nuevo cambio de estación: Perséfone, Hades, Zeus y Deméter.
Era una bonita historia de amor si quitaba la obsesión que el dios del inframundo había desarrollado por su sobrina (se escuchaba enfermo para una Artie pequeña, pero después de que Remus le contase que los dioses griegos no tenían ADN, volvió todo a la normalidad), una historia que hoy en día explicaba las cuatro estaciones del año, aunque claro, no muchos lo llegaban a creer.
—¿Artie?
La morocha parpadeó unas cuantas veces, regresando en si. Giró sus ojos hacia Ron, quien era el que la estaba llamando.
Artemisia se aclaró la garganta—. ¿Si?
—Vamos a sentarnos en las gradas —el pelirrojo la analizó, manteniendo sus ojos entrecerrados. Su atención fue tal, que Artie comenzó a sentirse incómoda—. ¿Estas bien? De repente te fuiste... no literalmente, solo como que tu mente o algo así.
Artemisia rodó los ojos—. Son cosas del TDAH, nada de que preocuparse.
Y con aquellas simples palabras, otra vez reanudaron su andar en dirección a las gradas del lugar, que se hallaban completamente desoladas... claro, eso pensó al inicio, pero después observo no muy lejos de ellos al chico que iba a su mismo curso, Colin Crevey, quien se hallaba sentado ahí notoriamente entusiasmado: cargaba con su cámara, y apuntaba a todas direcciones con ella.
—¿Ese no es el chico que empezó a tomarle fotos a Harry en la semana? —inquirió Hermione, con su ceño fruncido, mientras tomaba asiento.
Artie escondió una risa ante ello. Ella se hallaba en el patio en esos instantes (gracias a Merlín) intentando acabar el ensayo del profesor Snape, cuando llegó el rubio de rizos a pedirle fotos a Potter sin disimularlo. Luego llegó el rubio del Callejón Diagon, quien dijo algo sobre qué el chico de ojos verdes ahora regalaba autógrafos, después se sumó a la disputa Lockhart y de ahí en más, Artemisia no sabía nada pues el tumulto de gente cubrió su visión y en realidad, tampoco le interesó ponerle atención.
La morocha asintió—. Está en mi curso —afirmó ella—. A mi parecer, compite con Ginny el primer lugar para ser el súper fan de Potter... si dejan que opine, esta muy reñido.
—¿Crees que puedan abrir un club de fans? —inquirió con diversión Ron.
—Quizás —se limitó a responder con el mismo tono la Lupin, encogiéndose de hombros mientras observaban él como el equipo de Gryffindor salían hacia el campo—. Pueden subastar su ropa, sus zapatos, su cabello...
Ni Hermione ni Ron pudieron seguir escuchando tranquilamente que más cosas Ginny y Colin pudiesen llegar a robarle a Harry, porque antes de que Artie siguiese hablando y que todo el equipo de Gryffindor se trepase en sus escobas, el equipo de Slytherin entró al campo con su uniforme puesto y las escobas en mano.
—Esperen, —murmuró la Granger, frunciendo el ceño— ¿qué sucede?
—Me parece que se viene algún tipo de pelea —respondió de igual modo Artie, entrecerrando sus ojos—. Una probablemente violenta...
—Vamos —intercedió Ron, con tono serio, parándose de un salto.
Con pesar, Artie también se puso de pie y siguió lo más rápido que podía (no es cierto) a Hermione y a Ron. A lo lejos, saludo discretamente a Colin, quien le regreso el gesto de manera distraída, pues parecía estar mucho más atento en la disputa a mitad del campo, con Oliver Wood, el apuesto capitán del equipo de Gryffindor, gritando malhumorado contra Flint, el capitán del equipo contrario.
Segundos después, Artemisia alcanzó al pelirrojo y a la castaña. Los tres se hallaron cerca de ambos grupos para cuando Malfoy se abrió paso en medio con una sonrisilla arrogante en sus labios. Harry, quien como el resto de los equipos habían oído el sonido de las pisadas del trío, sintió repentino nerviosismo al ver ahí a la morocha, quien como siempre mantenía una expresión seria y distante al resto; el de ojos verdes se preguntó si algún día podría ver una sonrisa mínima en los labios de la menor.
—¿Qué ha ocurrido? —preguntó Ron a Harry, haciendo que éste quitase sus ojos de Artie, la cual no había reparado en él desde que se planteó ahí—. ¿Por qué no juegan? ¿Y qué está haciendo ése aquí?
Miraba a Malfoy, vestido con su túnica del equipo de quidditch de Slytherin.
—Soy el nuevo buscador de Slytherin, Weasley —dijo Malfoy, con petulancia—. Estamos admirando las escobas que mi padre ha comprado para todo el equipo.
Ron miró boquiabierto las siete soberbias escobas que tenía delante. Artie no lograba comprender porque les obsesionaban las escobas cuando ella resultaba muy feliz con los pies en la tierra.
—Son buenas, ¿eh? —dijo Malfoy con sorna—. Pero quizás el equipo de
Gryffindor pueda conseguir oro y comprar también escobas nuevas. Podrían subastar las Barredora 5. Cualquier museo pujaría por ellas.
El equipo de Slytherin estalló de risa, Artie no comprendió que les causaba tanta gracia, pero si comenzó a unir algunos cabos sueltos; si el rubio era nuevo en el equipo, y junto con él les habían llegado escobas nuevas, nadie debía ser muy listo para comprender lo que en realidad ocurría.
Remus le dijo que los Malfoy hacían cualquier cosa con tal de no quedarse atrás y, claro, ahora mismo aquello le hacía sentido.
—Pero en el equipo de Gryffindor nadie ha tenido que comprar su acceso —observó Hermione agudamente, mientras que Artemisia le lanzaba una mirada orgullosa; no la conocía de absolutamente nada, pero le agradaba su valentía—. Todos entraron por su valía.
Del rostro de Malfoy se borró su mirada petulante.
—Nadie ha pedido tu opinión, asquerosa sangre sucia —espetó él.
Por primera vez en mucho tiempo, Artie sintió que su sangre hervía del enojo contenido; y no era la única, pues las palabras de Malfoy provocaron una reacción tumultuosa en la mayoría de los presentes. Flint tuvo que ponerse rápidamente delante de Malfoy para evitar que Fred y George saltaran sobre él.
—¡Cómo te atreves! —grito Alicia Spinnet, con su rostro rojo del enojo.
Artie creyó que la chica explotaría en cualquier momento, y no la culparía; si no fuera porque George (¿o Fred?) la tomó por los hombros, ella estaría sobre Malfoy, repartiendo puñetazos contra su rostro.
Ron, quien no era detenido por nadie, se metió la mano en la túnica y, sacando su varita mágica, amenazó a Malfoy, eufórico de la rabia.
—¡Pagarás por esto, Malfoy! —exclamó, con el enojo a flor de piel.
Sacó su varita por debajo del brazo de Flint y la dirigió al rostro de Malfoy.
Entonces, un estruendo resonó en todo el estadio, y del extremo roto de la varita de Ron surgió un rayo de luz verde que, dándole en el estómago, lo derribó sobre el césped.
—¡Ron! ¡Ron! ¿Estás bien? —chilló Hermione, quien resultaba ajena a todo el ajetreo que había en el lugar.
Artie supuso que eso se debía a que no sabía verdaderamente lo que "sangre sucia" significaba, y con tan solo traer a su cabeza su significado, el enojo se volvía mayor en su estómago. Ella era mestiza (o eso creía, pues Remus no solía hablarle mucho de su madre, de hecho, nunca hablaba nada de ella) y de vez en cuando también solía ser un tanto juzgada por aquellos que tenían sangre 100% pura, aunque ella ya no creía mucho en ello; aún así, tampoco lo externaba porque no le interesaba.
—Maldición —musitó entre dientes la morocha, zafándose del agarre sobre sus hombros y yendo tras Hermione.
Cuando la Lupin llegó, Ron abrió la boca para decir algo, pero no salió ninguna palabra. Por el contrario, emitió un tremendo eructo y le salieron de la boca varias babosas que le cayeron en el regazo. Artie tragó duro, intentando ignorar el repentino asco que eso le causó.
El equipo de Slytherin se partía de risa. Flint se desternillaba, apoyado en su escoba nueva. Malfoy, a cuatro patas, golpeaba el suelo con el puño. Los de Gryffindor rodeaban a Ron, que seguía vomitando babosas grandes y brillantes. Nadie se atrevía a tocarlo, mucho menos Artemisia, la cual bajo los ojos de Harry, parecía estar pálida.
—Lo mejor es que lo llevemos a la cabaña de Hagrid, que está más cerca —dijo Harry a Hermione, quien asintió valerosamente.
—Yo voy con ustedes —murmuró un tanto consternada la castaña—. Ron no me dejaría a mi suerte si algo así me sucediera... creo.
Entre Harry y Hermione cogieron a Ron por los brazos, mientras Artie se encargaba de convertir su clip del cabello a una cubeta pequeña pero sólida, donde Ron podría tirar sus babosas sin problema; si McGonagall estuviese ahí, hubiese aplaudido encantada por el conjuro realizado por la menor.
—¡Miren a Weasley...! —gimió entre risas Malfoy, cuando nuevamente el pelirrojo vomitó babosas dentro de la cubeta—. ¡Patético!
Artemisia, quien comenzaba a creer que el rubio podría ser todavía más insoportable, hizo lo primero que sus impulsos le indicaron. Dejó de andar, parando también al magnífico trío de oro, quienes observaron con cuidado y curiosidad como la Lupin, aún con la cubeta entre las manos, se encaminó hacia Malfoy aún en el suelo y, con un brillo intenso en sus ojos según Harry, la menor vertió el contenido de esta sobre Malfoy, quien gritó apenas y sintió la primera babosa deslizarse por su mejilla, mientras que el resto de su equipo se callaban de repente, esta vez, dejando que los Gryffindor, encabezados por los gemelos, soltaran carcajadas mucho más sonoras que la de los Slytherin.
—Pídele a tu papi un cerebro nuevo si es posible —musitó entre dientes ella, inclinándose un poco hacia el rubio, el cual la miraba de tal forma que Artie creyó que pensamientos intrusivos se colaban por el cerebro de Malfoy (si es que tenía uno), todos dedicados a ella— dudó que puedas obtener algo sin él y su dinero en toda tu patética vida... De todos modos, vuelve a decir esas asquerosas palabras hacia Granger o cualquiera, y ten por seguro que vas a recibir algo más que simples babosas.
—¡¿Tú quien te crees para hablarme de ese modo...?!
La morocha frunció la nariz y alzó una de sus cejas, dirigiéndole la sonrisa más falsa que pudo formular en esos instantes—. Artemisia Lupin, pero tú mejor no me llames de ningún modo.
El rostro de Malfoy estaba colérico, según Harry. Suponía que debía ser por la humillación que la Lupin lo estaba haciendo pasar, aún así, no pudo dejar de pensar que Artemisia resultaba lo suficientemente valiente para arriesgarse por una chica la cual apenas y conocía, aquello, sin saberlo, había provocado una sensación en el niño que sobrevivió quien prefirió no darle importancia, pues parecía estar más enfocado en que su cabello oscuro lucía más brillante y su piel aceitunada resaltaba por alguna razón.
—¡Mi padre se enterará de esto! —la voz de Malfoy sacó a Harry de su repentina ensoñación. Estuvo a punto de dejar caer a Ron, pero se dio cuenta a tiempo y reafirmó su agarre sobre el pelirrojo, quien gimoteaba.
—Bah, si claro —la Lupin rodó sus ojos grises, dándole la espalda y yendo nuevamente hacia su amigo y lo otros dos que lo sostenían—. Como quieras, rubio.
Malfoy golpeó con su puño el suelo, en una especie de berrinche exagerado, y comenzó a quitarse las babosas de su cuerpo; Artie rió disimuladamente en cuanto vio como una se le resbalaba de la cabeza y terminaba cayéndole en el rostro asquerosamente.
Corrió hasta Harry, Ron y Hermione, casi chocándose contra Colin, a quien no había visto llegar.
—¿Qué ha ocurrido, Harry? ¿Qué ha ocurrido? ¿Está enfermo? Pero podrás curarlo, ¿no? —Colin había bajado corriendo de su puesto e iba dando saltos al lado de ellos mientras salían del campo. Ron tuvo una horrible arcada y más babosas cayeron en la sube ya que Artie sostenía—. ¡Ah! —exclamó Colin, fascinado y levantando la cámara—, ¿puedes sujetarlo un poco para que no se mueva, Harry?
—¡Fuera de aquí, Colin! —dijo Harry enfadado.
La castaña le dedicó una ladina sonrisa al chico y habló, mucho más amable y serena que Potter—. Solo hazte a un lado, Colin, por favor.
Crevey asintió y se hizo a un lado, dejándolos pasar.
Entre los tres sacaron a Ron del estadio y se dirigieron al bosque a través de la explanada.
—Ya casi llegamos, Ron —dijo Hermione, cuando vieron a lo lejos la cabaña del guardián—. Dentro de un minuto estarás bien. Ya falta poco.
A Artie le pareció lindo él como la castaña se preocupaba por Ronald, quien seguía aferrándose a Harry y a Hermione como si su vida dependiese de ello.
Les separaban siete metros de la casa de Hagrid cuando se abrió la puerta. Pero no fue Hagrid el que salió por ella, sino Gilderoy Lockhart, que aquel día llevaba una túnica de color malva muy claro. Se les acercó con paso decidido.
—Rápido, aquí detrás —dijo Artie, con cero ganas de topárselo de frente, jalando a Ron y escondiéndolo detrás de un arbusto que había allí con algo de la ayuda de Harry. Hermione los siguió, de mala gana.
Apenas y el hombre se hizo presente, la de abrigo café rodó los ojos, gesto que a Harry pareció divertirle.
—¡Es muy sencillo si sabes hacerlo! —decía Lockhart a Hagrid en voz alta—. ¡Si necesitas ayuda, ya sabes dónde estoy! Te dejaré un ejemplar de mi libro. Pero me sorprende que no tengas ya uno. Te firmaré un ejemplar esta noche y te lo enviaré. ¡Bueno, adiós! —Y se fue hacia el castillo a grandes zancadas.
Artemisia esperó a que Lockhart se perdiera de vista y luego le hizo una seña a Harry y a Hermione para que sacaran a Ron del arbusto. Lo llevaron hasta la puerta principal de la casa de Hagrid, mientras Artie se encargaba de tocar a toda prisa, dejando de lado la cubeta casi llena de babosas.
Hagrid apareció inmediatamente, con aspecto de estar de mal humor, pero se le iluminó la cara cuando vio de quién se trataba.
—Me estaba preguntando cuándo vendrían a verme... ¡y traen a la pequeña Lunática con ustedes! —la morocha le sonrió al hombre, quien devolvió el gesto sin dudarlo—. Entren, entren. Creía que sería el profesor Lockhart que volvía.
Harry y Hermione introdujeron a Ron en la cabaña, con Artie pisándoles los pies, inspeccionando su alrededor con interés. Había una sola estancia. Del techo colgaban jamones y faisanes, una cazuela de cobre hervía en el fuego y en un rincón había una cama enorme con una manta hecha de remiendos, era pequeña pero se veía cómoda, según la Lupin.
Hagrid no pareció preocuparse mucho por el problema de las babosas de Ron, cuyos detalles explicó Harry apresuradamente mientras lo sentaban en una silla. Artie siguió analizando su alrededor hasta que un imponente perro negro subió sus patas sobre el regazo de la morocha, quien sonrió enternecida y alargó su mano hasta las orejas del perro jabalinero, quien lamía sus mejillas robándole algunas risitas.
—¡Fang, deja a nuestra nueva invitada! —bramó Hagrid y, aún así, Fang no le hizo mucho caso pues siguió lamiéndole las manos y las mejillas de la chica.
Como Hagrid, Fang era evidentemente mucho menos feroz de lo que parecía.
—Es preferible que salgan a que entren —dijo ufano el semi-gigante, poniéndole delante una palangana grande de cobre—. Vomítalas todas, Ron.
—No creo que se pueda hacer nada salvo esperar a que la cosa acabe —dijo Hermione apurada, contemplando a Ron inclinado sobre la palangana—. Es un hechizo difícil de realizar aun en condiciones óptimas, pero con la varita rota...
Hagrid estaba ocupado preparando un té.
—Solo a un tonto se le ocurre hacer un hechizo, el que fuese, con una varita rota —repuso Artie, obvia. Ron, entre vomitos, la miró mal pero Artemisia solo se limitó a seguir acariciando las orejas a Fang.
—¿Qué quería Lockhart, Hagrid? —preguntó Harry, quien se hallaba a la par de Artie, rascándole las orejas a Fang también.
—Enseñarme cómo me puedo librar de los duendes del pozo —gruñó Hagrid, quitando de la mesa limpia un gallo a medio pelar y poniendo en su lugar la tetera—. Como si no lo supiera. Y también hablaba sobre una banshee a la que venció. Si en todo eso hay una palabra de cierto, me como la tetera.
Artie sonrió aliviada—. ¡Al fin alguien que me comprende!
Por el rostro sorprendido de Harry, Artie supuso que era muy raro que Hagrid criticara a un profesor de Hogwarts. Hermione, sin embargo, dijo en voz algo más alta de lo normal:
—Creo que son injustos. Obviamente, el profesor Dumbledore ha juzgado que era el mejor para el puesto y...
Antes de que Artie negara aquello con argumentos de sobra, Hagrid se le adelantó.
—Era el único para el puesto —repuso Hagrid, ofreciéndoles un plato de caramelos de café con leche, mientras Ron tosía ruidosamente sobre la palangana—. Y quiero decir el único. Es muy difícil encontrar profesores que den Artes Oscuras, porque a nadie le hace mucha gracia. Da la impresión de que la asignatura está maldita. Ningún profesor ha durado mucho.
Las cejas oscuras de la Lupin se alzaron con interés. ¿Sería verdad? Y si sí, ¿porqué la asignatura estará tan maldita como dicen? Sabía sobre el profesor que murió el año pasado por Ron, pero, ¿y los otros?
—Díganme —preguntó Hagrid, mirando a Ron y sacando de sus pensamientos a Artemisia—, ¿a quién intentaba hechizar?
—Malfoy le llamó algo a Hermione —respondió Harry—. Tiene que haber sido algo muy fuerte, porque todos se pusieron furiosos.
—Fue muy fuerte —dijo Ron con voz ronca, incorporándose sobre la mesa, con el rostro pálido y sudoroso—. Malfoy la llamó «sangre sucia».
Ron se apartó cuando volvió a salirle una nueva tanda de babosas. Hagrid parecía indignado, aunque quizás no tanto como Artie, a quien sus nudillos se le pusieron pálidos.
—¡No! —bramó volviéndose a Hermione.
—Sí —dijo ella—. Pero yo no sé qué significa. Claro que podría decir que fue muy grosero...
—Es lo más insultante que se le podría ocurrir a ese idiota —dijo Artemisia, tensa y quieta. Sus ojos adquirieron un tono grisáceo más oscuro—. Sangre sucia es un nombre realmente repugnante con el que llaman a los hijos de muggles, ya sabes, de padres que no son magos. Hay algunos magos, como la familia de Malfoy, que creen que son mejores que nadie porque tienen lo que ellos llaman sangre limpia —Artie escuchó como Ron soltaba un leve eructo, mientras una babosa solitaria le caía en la palma de la mano. La arrojó a la palangana y entonces ella prosiguió—. Desde luego, el resto de nosotros sabe que eso no tiene ninguna importancia alguna... después de todo, no importa el tipo de sangre si no tienes nada útil en el cerebro, como a Malfoy.
Harry rió, recordando nuevamente el como la chica vertía las babosas sobre el rubio.
—Mira a Neville Longbottom... —alegó Ron, en medio de un jadeo—. Es de sangre limpia y apenas es capaz de sujetar el caldero correctamente.
—Y no han inventado un conjuro que nuestra Hermione no sea capaz de realizar —dijo Hagrid con orgullo, haciendo que Hermione se pusiera colorada.
—Es un insulto muy desagradable de oír —dijo Ron, secándose el sudor de la frente con la mano—. Es como decir «sangre podrida» o «sangre vulgar». Son idiotas. Además, la mayor parte de los magos de hoy día tienen sangre mezclada. Si no nos hubiéramos casado con muggles, nos habríamos extinguido... de todos modos, Artie, fuiste una genio lanzándole todas las babosas encima. ¡Si tan solo Colin le hubiese tomado una foto...!
A Ron le dieron arcadas y volvió a inclinarse sobre la palangana.
—Bueno, no te culpo por intentar hacerle un hechizo, Ron —dijo Hagrid con una voz fuerte que ahogaba los golpes de las babosas al caer en la palangana—. Igual a ti, Artie, fue un enorme gesto que defendieras de esa forma a Hermione, pero quizás haya sido una suerte que tu varita mágica fallara y que tu, Lupin, no hubieses hecho nada más allá de tirarle unas cuantas babosas encima. Si hubieran conseguido hechizarle, o golpearlo siquiera, Lucius Malfoy se habría presentado en la escuela. Así no tendrán ese problema.
Artie quiso decir que el problema no habría sido peor que estar echando babosas por la boca, pero no pudo hacerlo porque el caramelo de café con leche se le había pegado a los dientes y no podía separarlos.
—Harry —dijo Hagrid de repente, como acometido por un pensamiento repentino—, tengo que ajustar cuentas contigo. Me han dicho que has estado repartiendo fotos firmadas. ¿Por qué no me has dado una?
Harry sintió tanta rabia que al final logró separar los dientes.
—No he estado repartiendo fotos —dijo enfadado—. Si Lockhart aún va diciendo eso por ahí...
Pero entonces vio que Hagrid se reía y que Artie también ocultaba una ligera risa; sintió cierta vergüenza que ella supiese sobre eso.
—Sólo bromeaba —explicó, dándole a Harry unas palmadas amistosas en la espalda, que lo arrojaron contra la mesa—. Sé que no es verdad. Le dije a Lockhart que no te hacía falta, que sin proponértelo eras más famoso que él.
—Apuesto a que no le hizo ninguna gracia —dijo Harry, levantándose y frotándose la barbilla.
—Supongo que no —admitió Hagrid, parpadeando—. Luego le dije que no había leído nunca ninguno de sus libros, y se marchó. ¿Un caramelo de café con leche, Ron? —añadió, cuando Ron volvió a incorporarse.
—No, gracias —dijo Ron con debilidad—. Es mejor no correr riesgos.
—Vengan a ver lo que he estado cultivando —dijo Hagrid cuando Harry, Artie y Hermione apuraron su té.
En la pequeña huerta situada detrás de la casa de Hagrid había una docena de las calabazas más grandes que Artie hubiera visto nunca. Más bien parecían grandes rocas.
—Van bien, ¿verdad? —dijo Hagrid, contento—. Son para la fiesta de Halloween. Deberán haber crecido lo bastante para ese día.
—¿Qué les has echado? —preguntó Artemisia, interesada.
Hagrid miró hacia atrás para comprobar que estaban solos.
—Bueno, les he echado... ya sabes... un poco de ayuda.
Artemisia vio el paraguas rosa estampado de Hagrid apoyado contra la pared trasera de la cabaña, sospechado que aquel paraguas no era lo que parecía; de hecho, tenía la impresión de que la vieja varita mágica del colegio estaba oculta dentro. La castaña miró a Hagrid, curiosa, y este solo le guiñó un ojo. Había escuchado entre voces que él guardabosques solía ser estudiante de Hogwarts hacía años, pero que terminó por ser expulsado bajo circunstancias extrañas y por ende no podía hacer magia, así que supuso que aquel paraguas rosado no era sólo un simple y vago artefacto.
—¿Un hechizo fertilizante, tal vez? —preguntó Hermione, entre la desaprobación y el regocijo—. Bueno, has hecho un buen trabajo.
—Eso es lo que dijo tu hermana pequeña —observó Hagrid, dirigiéndose a Ron. Artie alzó una ceja, curiosa—. Ayer la encontré —Hagrid miró a Harry de soslayo y vio que le temblaba la barbilla—. Dijo que estaba contemplando el campo, pero me da la impresión de que esperaba encontrarse a alguien más en mi casa
—Guiñó un ojo a Harry y la castaña simplemente reprimió una pequeña risa—. Si quieres mi opinión, creo que ella no rechazaría una foto fir...
—¡Cállate! —dijo Harry. A Ron le dio la risa y llenó la tierra de babosas.
—Potter, admítelo —los ojos verdes de Harry recayeron en Artie—. Aquella vez del patio la situación si fue un tanto divertida...
—¡Cuidado! —gritó Hagrid, apartando a Ron de sus queridas calabazas.
—¿L-lo viste? —inquirió Potter, un tanto dudoso.
La morocha asintió—. Si, y por cierto, cuida bien de tus pertenencias; yo sí conozco a algunos que quieren vender estas a tus fans.
—¿Tú eres una de esas? —siguió, esta vez con diversión.
—Quisieras.
Ya casi era la hora de comer, y como Artie sólo había tomado un caramelo de café con leche en todo el día, tenía prisa por regresar al colegio para la comida. Se despidieron de Hagrid y regresaron al castillo, con Ron hipando de vez en cuando, pero vomitando sólo un par de babosas pequeñas.
Apenas habían puesto un pie en el fresco vestíbulo cuando oyeron una voz.
—Conque están aquí, Potter y Weasley —la profesora McGonagall caminaba hacia ellos con gesto severo. Miró con curiosidad como Artie se hallaba con el problemático trio—. Cumplirán sus castigos esta noche.
La boca de Artemisia se abrió en una perfecta "o" mientras volvía a tragarse una risa; había olvidado el incidente del auto volador.
—¿Qué vamos a hacer, profesora? —preguntó Ron, asustado, reprimiendo un eructo.
—Tú limpiarás la plata de la sala de trofeos con el señor Filch —dijo la profesora McGonagall—. Y nada de magia, Weasley... ¡frotando!
Ron tragó saliva. Argus Filch, el conserje, era detestado por todos los estudiantes del colegio.
—Y tú, Potter, ayudarás al profesor Lockhart a responder a las cartas de sus admiradoras —dijo la profesora McGonagall.
"Uh" soltó Artie, quien rápidamente fue mandada a callar por una mirada fulminante del Potter—. Solo quería alivianar el ambiente —respondió la castaña, encogiéndose de hombros.
—Oh, no... ¿no puedo ayudar con la plata? —preguntó Harry desesperado, volviéndose hacia su profesora.
—Desde luego que no —dijo la profesora McGonagall, arqueando las cejas—. El profesor Lockhart ha solicitado que seas precisamente tú. A las ocho en punto, tanto uno como otro.
Tímidamente, Artemisia palmeó el hombro de Harry y le miró con falsa lástima.
—Siempre puedes convertirlo en un sapo... o lo que sea, Potter.
—¡Artie...! —la reprendió Hermione, haciéndola reír.
Ella no lo supo, pero la mirada que Harry le dirigió fue más profunda de lo que se imaginó; la primera de muchas.
Como la primera vez, una amistad surgió después de un incidente tan catastrófico como lo es vomitar más de medio kilo de babosas, convirtiendo al anterior trío de oro en un cuarteto de oro.
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